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Cuadernarios
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Cuadernario 6
(2006)
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Escritora:
Laura Hernández Muñoz
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Artista:
Araceli Otamendi
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Traductora:
Sophie Lavoie
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Crítica:
Martha Bátiz
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CONTRASTE
Araceli Otamendi
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TOCCATA Y FUGA
Laura Hernández Muñoz
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El chirriar de la llave en la cerradura espantó al silencio. Beatriz cruzó el umbral de la puerta y se enfrentó a los corredores asaltados por la sombras de las seis de la tarde. Miró las azaleas que se descolgaban simulando jugar al columpio y a las macetas, que adrede, estorbaban al viento que despertaba al polvo dormido. Caminó por ellos sintiendo bajo sus pies los dibujos eternamente repetidos del piso de mosaico. Al final la esperaba una puerta con visillos de cristal ocultando tras sus cortinas al motivo de su visita. Empujó con miedo las dos hojas de madera y entró.
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Todo seguía en espera, junto con los retratos que se quedaron firmes aguardando su regreso. Treinta y cinco años se despertaron en la memoria de los objetos; en especial el piano. Lo miró en la penumbra vestido de luto con el mantón de Manila de la abuela. Caminó hacia él, y sentándose en el banco, abrió la tapa, unos dientes envejecidos le sonrieron. Ella los acarició sintiendo un pálpito en sus dedos. Era como si él se los besara. Cerró los ojos para escuchar las imágenes que se quedaron calladas cuando se fue.
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-Ya me aburrí de tocar  escalas, ¿podemos hacer otra cosa?
-¿Quieres que practiquemos “Sueño de amor” ? 
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Sus manos se encontraron sobre el teclado. Él sufría. Ella jugaba divertida con la ansiosa respiración de aquél hombre maduro. Intencionalmente, dejaba sin abrochar los primeros botones de la blusa y se ponía la falda más corta para mostrar las piernas firmes, bellamente alargadas. 
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-Eres terrible, sabes que me vuelves loco. ¿Qué buscas en un maestro pobre, como yo? 
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Beatriz solo ponía cara de inocente dejándose besar. El recreo, fue tomando nuevas reglas, hasta que el fuego añoso abrasó a la hoja fresca. El piano sintió bajo su caja el rodar de sus cuerpos, y mudo, guardó el secreto.
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El maestro de música cambió de ciudad. Ella perdió la sonrisa, y una triste canción de cuna comenzó a resonar por los corredores de la casa. 
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Un sonido extraño la hizo abrir los ojos y se vio reflejada en el espejo francés sobre la chimenea, ahí estaba ella suplicando para no ser enviada a un destino donde la música, la maternidad y el amor, no tendrían lugar. El piano, por cómplice, quedó prisionero en la sala, escondiendo la huella empañada de un beso.
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Ahora, ella estaba de regreso frente al objeto, que en su exilio había convertido en obsesión. Lo examinó detenidamente, se frotó las manos entumecidas, el corazón le latía con un allegro; cerró los ojos, y con vehemencia atacó, hundiendo dolorosamente sus dedos sobre los dientes adormecidos. Él se quejó con un ronco arpegio, ella lo acarició con una sonata; él desató sus fibras para envolverla en un concierto. Ella golpeaba con angustia. Él desgarraba los sonidos. Las notas se convirtieron en palabras que tomaron voz  para interpretar al dolor de la separación, y el anhelo del reencuentro. Fue una lucha desigual entre la ansiedad y la entrega. Hicieron el amor logrando la armonía perfecta. Ella dejó caer su cuerpo abrazándolo fatigada por el esfuerzo. Él lanzó un sí bemol profundo, como suspiro. El sudor caído de su frente fue bebido por las rendijas del piano. El llanto lavó el polvo que lo cubría. Levantó la vista, y en el espejo vio lo que realmente era: una melodía desafinada.
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Beatriz cerró la tapa con violencia encerrando a la poca esperanza que había traído. Él sintió la muerte. Ella salió sin mirarlo. Él la dejó ir sin un sonido.
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Tocata et Fugue
Sophie Lavoie
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Le grincement de la clef dans la serrure brisa le silence. Beatrice traversa le pas de la porte et confronta les couloirs envahis par les ombres de dix-huit heures. Elle regarda les azalées qui se détachaient, faisant semblant de jouer à la balançoire, et les jardinières  qui gênaient exprès le vent qui réveillait la poussière endormie. Elle y passa sentant sous ses pieds les dessins éternellement répétés du parterre en mosaïque. Une porte vitrée avec des brise-bises l’attendait au fond, cachant derrière ses rideaux la raison pour sa visite. Elle poussa peureusement les deux battants en bois et entra.
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Tout était en attente, avec les portraits qui restèrent figés à l’affût de son retour. Trente-cinq ans se réveillèrent avec le souvenir des objets, surtout le piano. Elle le regarda dans la pénombre, vêtu de deuil sous le châle de Manille de la grand-mère. Elle se dirigea vers lui, et, s’asseyant sur le banc, ouvrit le couvercle, quelques touches vieillies lui sourirent. Elle les caressa, ressentant une palpitation sous ses doigts. On aurait dit qu’il les lui embrassait. Elle ferma les yeux pour écouter les images qui été restées éteintes avec son départ. 
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-J’en ai marre de jouer des gammes; on peut faire autre chose?
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-Tu veux qu’on pratique "Rêve d’amour"?
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Ses mains retrouvèrent le clavier. Il souffrait. Elle jouait, amusée par l’anxieuse respiration de cet homme d’un certain âge. Volontairement, elle n’accrochait pas les boutons du haut de sa chemise et se mettait la jupe la plus courte pour lui montrer ses jambes fortes, joliment allongées.
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-Tu es terrible, tu sais que tu me rends fou. Que recherches-tu d’un pauvre professeur comme moi?
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Beatrice faisait seulement une moue innocente, se laissant embrasser. Le divertissement se revêtit petit à petit de nouvelles règles jusqu’à ce que le feu de l’âge enflamma la feuille fraîche. Le piano sentit leurs corps rouler sous sa caisse et, muet, en garda le secret.
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Le professeur de musique changea de ville. Elle perdit le sourire, et une triste berceuse commença à résonner dans les couloirs de la maison.
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Un bruit étrange lui fit lever les yeux et elle se vit reflétée dans le miroir français au dessus de la cheminée, elle était là-bas suppliant qu’on ne l’envoie pas à un destin où la musique, la maternité et l’amour n’auraient pas leur place. Le piano, complice, resta prisonnier dans le salon, cachant la trace ternie d’un baiser. 
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Maintenant, elle était revenue devant l’objet, qui pendant son exil était devenu une obsession. Elle l’examina longuement, se frotta les mains engourdies, son cœur battait avec un allegro; elle ferma les yeux, et attaqua avec véhémence, enfonçant douloureusement les doigts sur les touches endormies. Il se plaignit avec un arpège rauque, elle le caressa avec une sonate; il déploya ses nerfs pour l’envelopper dans un concerto. Elle frappait avec angoisse. Lui déployait les sons. Les notes se convertirent en mots qui prirent la parole pour interpréter la douleur de la séparation, et le désir de la nouvelle rencontre. Ce fut une lutte inégale entre l’anxiété et l’apaisement. Ils firent l’amour, obtenant l’harmonie parfaite. Elle laissa tomber son corps, l’embrassant, fatiguée par l’effort. Il lança un si bémol profond, comme un soupir. La sueur tombée de son front fut bue par les fentes du piano. Les pleurs lavèrent la poussière qui le couvrait. Elle leva la vue, et vit dans le miroir ce qu’elle était vraiment : une mélodie fausse.
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Beatrice ferma le couvercle avec violence, enfermant le maigre espoir qu’il avait apporté. Il ressentit la mort. Elle sortit sans lui adresser un regard. Il la laissa partir sans un son.
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CRÍTICA
Martha Bátiz
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Este breve cuento de la escritora mexicana Laura Hernández Muñoz narra la historia de un regreso que se convierte en desencuentro y duelo. Duelo doble, no sólo por lo que se ha perdido y el dolor que, como los viejos aromas del tiempo, envuelve a la protagonista, sino por el duelo real, la competencia de voluntades que se establece entre ella y el piano que cambió su vida.
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Beatriz vuelve a casa tras 35 años de ausencia. Son pocas las pinceladas que Hernández Muñoz necesita para lograr las imágenes que construyen la historia, y que llevan al lector de la mano desde el presente hasta el pasado --y de vuelta otra vez.  Se narra con sutileza el romance entre la joven y su antiguo profesor de piano, un hombre mayor que ella. El contacto de las manos de ambos sobre el teclado toma caminos nuevos; como la música que acompaña a la narración, el juego amoroso entre ambos personajes va in crescendo. El único testigo de lo que sucede es el piano, cómplice discreto que, como Beatriz, al final es castigado. A ella la obligan a irse de casa, y a él, su ausencia lo condena al silencio.
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A su retorno, Beatriz de inmediato se da cuenta de que nada es igual a cuando se fue, aunque todo haya permanecido en el mismo sitio. Se sienta al piano que la ha obsesionado, y sus manos sobre las teclas dejan muy en claro el reclamo que ella hace por lo que le ha sucedido. El piano, fuente de su primer amor, fue también el origen y el punto de partida hacia una vida Beatriz no quiso para sí. Deslizar sus dedos sobre las teclas es ahora la única manera de desahogar lo que durante tantos años ha callado. Hernández Muñoz narra hábilmente este duelo, su protagonista embistiendo con los dedos y el piano respondiendo con sonidos que, a final de cuentas, logran herirla. “Hicieron el amor”, dice la autora, pero no con cadencias suaves, sino desafinando, como rivales que nunca han dejado de quererse pero que no podrán nunca volver a armonizar juntos. Al final, tanto el piano como Beatriz parecen saber que los regresos son imposibles y que ambos han perdido.
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Hernández Muñoz construye en "Toccata y fuga" un cuento cuyo lenguaje musical es lúdico y eficaz, y transmite con toda sonoridad la emoción de este rencuentro entre Beatriz y su viejo piano. Sorprende su capacidad de concisión para encerrar, en poco más de una página, treinta y cinco años de emociones complejas y reproches reprimidos. Su habilidad poética fortalece la situación que retrata. La de Beatriz es una historia triste, pero la pluma de Hernández Muñoz la vuelve cadenciosa y bella.
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El Registro, en el Portal del Hispanismo del Instituto Cervantes
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Página puesta al día por_José Antonio Giménez Micó_el 1 de agosto de 2009

 
 
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