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EUGENIA TOLEDO
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La gallina de Cajón
(cuento)
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    No habría podido pronunciar o entender la palabra pobreza en toda su amplitud, porque era muy niño aún, sólo tenía siete años, pero bien sabía lo que era el hambre, el dolor de estómago y la mesa vacía. Metidos en un pueblo donde el diablo perdió el poncho, con su madre y sus cuatro hermanas, muchas cosas dependían de él, ya que era el único hombre de la casa. Por ejemplo, supervisaba a sus hermanas pequeñas cuando su madre atendía la Central Telefónica, la única que existía en la zona y servía a diez casas con teléfono .
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    Ese día todos veían doble, porque en la semana no habían comido mucho, esperando que llegara por correo el sueldo de la madre. Compartieron un magro desayuno, agua pasada por el colador con té y un panecillo duro. Para la cena, la madre les adelantó no tener nada. Y luego, como era el verano y no había escuela, lo mandó a cortar leña, barrer el patio e ir al bosque en la tarde para buscar callampas, si las había; quizá pasar por el río un rato a ver si pescaba algo.
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    Después de cumplir con los enseres emprendió el camino hacia la salida del pueblo por donde cruzaría el puente en dirección al bosque de pinos.
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    Caminaba lentamente, estaba cansado, aburrido y además con el calor sentía el ahoguío. El hambre lo debilitaba. El estómago le gruñía. No pensaba en otra cosa que no fuera comer algo, robar una fruta o entrar en la huerta de algún vecino sin que nadie se diera cuenta. A veces iba a ofrecerse a la casa del patrón, dueño de la mayoría de las tierras por ahí. Le daba trabajo y lo pasaba a la cocina de la casona para que comiera algo. Siempre preparaban cosas exquisitas para los invitados y los hijos ya mayores que estaban adquiriendo una educación en la ciudad; pero en un día como éste, todo era un secaral solitario. No se veía un alma. El pueblo parecía habitado por muertos, estaba ahogante y desierto, como que se llamaba Cajón.
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    En estas divagaciones iba cuando a lo lejos divisó a la mejor gallina de la vecina. Gorda, castellana, cresta roja y patas amarillas. El ave se había salido del gallinero y estaba tranquilamente picoteando en la calle. La observó y estudió sus movimientos. Se escondió tras un arbusto, miró a ambos lados y no vio a nadie ni de cerca ni de lejos. Se dio cuenta que ésta era la oportunidad para echarle algo a la olla. Esperó un rato para darle el batacazo. Se sacó despacio la camiseta y con una rapidez de rayo corrió sorpresivamente hacia el ave y la atrapó. Apretándola fuertemente contra su pecho, dio la vuelta y volvió a la carrera a la casa, antes de que alguien lo viera o se diera cuenta.
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    Llegó a casa jadeando. Le entregó el ave a su madre. No cruzaron una palabra. Sólo una mirada cómplice. Tengo que hervir agua para pelarla dijo ella, y lo mandó a sacar agua de la noria, mientras le estiraba el cogote. Más tarde, le pidió que enterrara las plumas en la parte trasera del patio donde tiraban la basura. Todo fue hecho con rapidez y precisión desesperada. No dejó ningún rastro.
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    Al atardecer ya estaba cociéndose la gallina sobre la cocina a leña. La olla cantaba, todo el mundo estaba de buen genio. Las niñas jugaban con susjuguetes de madera y sus cosas inventadas. La despreocupación no les permitió notar que se acercaba la vecina por la calle de tierra, directo hacia ellos.
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    Se asustaron cuando la vieron preguntando por la madre. Las chicas la saludaron nerviosas y la invitaron a pasar adentro de la casa. Dijo que se le había perdido su gallina ponedora y venía preguntar por si alguien la habría visto. Le dijeron que no, qué pena. La señora miraba cada pieza con detención, incluso entró hasta la cocina dando vueltas y oteando cada rincón, como si quisiera encontrar una evidencia. Nadie respiraba. La olla tapada hervía su contenido. Después de un rato, pidiendo disculpas, se despidió de la madre y de todos y procedió a retirarse.
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    Le aseguraron que si veían la gallina, le avisarían de inmediato. A lo mejor andaba por el campo. A lo mejor se la habría llevado el zorro. La señora dio las gracias nuevamente y emprendió su camino y la miraron irse hasta que sólo fue un punto negro en la distancia.
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Página puesta al día por_José Antonio Giménez Micó_el 1 de septiembre de 2010
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