DUODÉCIMA EXPOSICIÓN MURAL Y VIRTUAL DE POESÍA Y ARTE

EN HOMENAJE A MARTA ZABALETA

Congreso de la ACH
1-3 de junio de 2016
 
  
 
Rodrigo Gardella (Argentina-Alemania)
Despedida

Durante el trayecto a Ezeiza apenas cruzaron palabras, algún comentario sin importancia. Lo que dejaba de decirse siempre incomodaba más. Ni pensar en intercambiar una mirada por descuido. 


Román hubiera preferido otra despedida. Una sin compromisos. Aunque le bastaba levantar el brazo para acariciarlo, lo sentía inalcanzable. No era la distancia física la que los separaba. Su padre aparecía en sus recuerdos como una figura intermitente y silenciosa. En su mundo no había lugar para discursos ni respuestas elaboradas. Ese hombre continuaba siendo un enigma.


‒¿Por qué no te quedás? ‒le preguntó su padre.   

 

Román ignoraba la respuesta. ¿Se iba por miedo? De otra forma de miedo. El miedo a que el odio terminara consumiéndolo. ¿Se estaba escapando? La frustración y el rencor eran igualmente destructivos. La frustración de no saber si era la decisión correcta y el rencor de reconocer al desarraigo como única salida posible. No tenía una excusa. Nadie lo echaba. Se iba porque quería.

 

Se quedó callado. Imaginó su futuro como un agujero oscuro, sin metas ni escalas, en el cual sólo podía arrojarse y esperar a que sucedieran las cosas. ¿Era la distancia una respuesta? Tal vez se iba porque era más fácil que quedarse, porque sentía que allí no había lugar para él, que la vida pasaba por otra parte, por rabia. Si se esforzaba podía encontrar razones. Un poco de todo, que era lo mismo que nada. No sabía por qué se iba y le parecía injusto que siempre tuviera que buscar las respuestas sin ayuda de nadie.

 

Su padre esperaba. Hubiera sido tan fácil regalarle una sonrisa para tranquilizarlo. Pero a Román no le salía. Sentía la necesidad de repartir el dolor.

 

Su padre lo obligó a mirarlo. Pudo ver de cerca las arrugas debajo de los ojos, sus mejillas fláccidas y las venitas rojas de la nariz. El rostro de su padre ya no era severo.

 

‒Hijo, las personas somos como las plantas. Necesitamos tierra para echar raíces.

 

Y de repente, Román la vio nítida, junto a la ventana, esperándolo.   

 

‒Pero yo soy como las orquídeas. Tengo raíces aéreas. <!-- /* Font Definitions */ @font-face {font-family:Arial;

 
  
 
  
 
 

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Página puesta al día por  José Antonio Giménez Micó   el 1 de junio de 2016
 
 
  
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