GLORIA MACHER

La sin nombre

Toda su vida Filomena conoció la intencionalidad aleatoria que cargan los nombres. Rodeada por la dificultad de desafiar las normas ancladas en los inúmeros lugares donde el azar de su vida la lanzaba, viviendo en constante ansiedad por querer sobrevivir y agradar a todos, intentaba navegar en un mar de sinsabores, sin resultado. Hasta que un día se cansó, decidió cambiar su suerte y tomar las riendas de su destino.

Para llegar a esto, Filomena llegó a tener cuatro nombres.

Primero fue Filomena, hija de unos campesinos de Ancash. De niña, se convirtió en la mejor pastorcita de los alrededores, orgullo de su madre y envidia de un amiguito al que siempre le colgaba un moco verde en la nariz. Todas las mañanas, después de comer su rico pan redondo y tomar, en una taza hecha de barro, su leche de cabra, se amarraba su sombrerito negro con una cinta de colores tejida por su mamá, calzaba sus ojotas y con su palo habitual en la mano, se dirigía hacia la magnífica cordillera negra para hacer pastear a sus cabritas. La vida era buena para Filomena, a quien su madre quería mucho y protegía del mal carácter del padre. A la hora del almuerzo, su madre le llevaba, arriba en las alturas, para su deleite, su ollita de charqui con papas que devoraba en un dos por tres. Esto le daba las fuerzas para seguir pasteando las cabras y jugar con el amiguito del moco verde, toda la tarde. Éste no era siempre muy bueno con ella, le escondía su sombrero y sólo se lo daba si ella se arrodillase suplicándole y además, le jalaba las trenzas, lanzándole unas piedritas al escaparse. Pero a pesar de estos encontrones con el del moco verde, Filomena era feliz durante el día. Pero no en la noche. Casi todas las noches, el terror la invadía al escuchar los sollozos de su madre y los gritos de su padre. Pensaba que era por su culpa, posiblemente había olvidado cerrar bien la puerta del corral de las gallinas o dejado que una cabra se escapase. Se prometía que el día siguiente iría a tener mucho cuidado con todo para evitar las lágrimas de su mamá.

Hasta que un día, sin saber cómo ni por qué, a la edad de diez años, se encontró sin madre y adentro de un autobús rumbo a la capital para trabajar con su tía y sus primas en un puesto de mercado.

El cambio de paisaje fue aplastante. En vez de respirar el aire puro de las espléndidas cordilleras, se veía rodeada de morros de arena, niños a mitad calatos jugando en charcos de agua estancada y basurales, barrigas protuberantes de madres gestantes, que, entre las polleras serranas y polos escritos en inglés, parecían buscar sus verdaderas identidades. La situación mejoraba al bajar del cerro, las chozas de esteras se transformaban en construcciones de adobe con púas de fierro abiertas hacia el cielo como para apuñalar a ese dios que parecía tener amnesia. El olor se hacía más soportable gracias a las tuberías que yacían por arriba de la tierra como verdaderos cañones de mierda, listos a descargar en el océano, que se despistaba de lejos, lleno de gente bonita y veraniega. El mundo se vivía de manera al revés, más se bajaba el cerro, mejor se vivía, desafiando las leyes mundiales del mercado inmobiliario, construyendo encima de una arena que podría terminar por tragarlos y enviarlos al centro de la tierra donde, para muchos, el infierno sería una versión mejorada de sus vidas miserables. Filomena vivía extrañando mucho a su mamá y sus cabras. Siempre intentaba ser gentil con su tía y primas, nunca se quejaba ni criticaba el entorno tan feo y sucio en el que se encontraba. Además, algo le hacía temer en la idea que la regresaran a su padre.

A los quince años, Filomena se volvió Susanita cuando Pedro, el albañil, la llevó por primera vez a conocer el mar y pasear por el parque. Ese día fue un sueño, se vio rodeada de gente tan linda, todos limpios y planchados; se había comido un helado de chocolate y no podía creer que estaba tomando una Coca Cola, como esas actrices de cine extranjero. Pedro la bautizó Susanita, ya que Filomena sonaba muy provinciano. Susanita, bonita y risueña, como en los tiempos cuando vivía con su mamá, se transformó en un trofeo para Pedro que con orgullo la paseaba por las hermosas calles de la ciudad y disfrutaba de verla deleitarse con todas las novedades. Ella, feliz de verse mimada y querida por Pedro, retribuía sus caprichos aunque algunas veces iba en contra de su voluntad. En esos momentos cerraba los ojos y se imaginaba algo de bonito esperando que Pedro parase y volviese a ser el cariñoso de siempre. El idilio continuo hasta que la puso encinta y la dejó. El día que se encontró sola en la calle, desangrándose, pidiendo ayuda mientras perdía a su bebé, decidió cambiarse de nuevo de nombre. “Desde ahora en adelante, me llamaré como mi madre, Manuela”, se dijo Susanita, la Filomena. En ese momento, para Manuela, todos los hombres pasaron a tener un moco verde, colgando en la nariz.

Después de mucho penar, Manuela decidió rehacer su vida. Tenía previsto regresar a los estudios pero antes le era imprescindible acumular un poco de dinero. Encontró trabajo como empleada doméstica y poco a poco fue reconstruyendo su dignidad, lejos de los malos recuerdos y cerca de personas que la estimaban, como era el caso de la dueña de casa que le pasaba sus ropas usadas y María, su compañera de cuarto, que la introdujo a un grupo donde cambió de nombre por tercera vez: compañera Manu.

Cada domingo, la compañera Manu participaba religiosamente en este grupo redentor con el profundo sentimiento de elevarse frente a una versión mejorada del Cristo, repartiendo no sólo ilusiones para el más allá, sino distribuyendo a todos el pan de cada día. El ambiente de cigarro, cerveza y sudor se transformaba en incienso puro y cálido, y embriagaba el santuario donde se encontraba junto con sus otros compañeros participando en la historia y reconstrucción de un pueblo entero y envuelta por el sentimiento de supremacía que crece cuando los seres se agrupan y produce en ellos la ilusión que, en el medio de esa vasta mezcla de historias, sueños e ideas de seres completamente aislados y cacofónicos, todos contribuyen a la causa noble de la liberación de la humanidad. Entre espinas y clavos, la hora de la redención podía llegar para todos los desafortunados de esta tierra; cada palabra, cada gesto, cargaba en sí mismo la convicción de liberar al pueblo de todos los males, amén. Para la compañera Manu, esta gran revolución se trataba de su propia redención, de la recuperación de todos sus nombres y, sobre todo, el de su madre. Sola caía en la insignificancia de su propia existencia, en las taras y golpes que habían delineado su vida miserable. Sólo había vida ante la posibilidad de la muerte; sólo había gloria con la redención de agruparse y en el proceso de identificar a la víctima, el torturador y el verdugo. Instintivamente, sabía que no hay acto aislado ni acción unilateral que se quede grabado y reconocido en la consciencia de los pueblos. Es sólo el grupo el que puede concretar la última esperanza de glorificación, aquélla que sólo puede existir si se aniquila el pasado, puesto que sólo en el futuro es donde se encuentra la salvación. Dentro del grupo, encontraba el coraje de mirarse directamente a los ojos y ver la importancia de su existencia. Estaba creando una nueva página en la historia de un pueblo y en la suya.

Fue un domingo del mes de julio, mientras recitaban las citas del librito rojo, burguesía..., contradicciones internas..., hegemonía política y económica..., y otras nociones que la compañera Manu, sin necesidad de haber estudiado, podía descifrar sin dificultad, cuando se presentó en la sala un guardia de uniforme lustroso, de tanto ser planchado, con una ametralladora en la mano. Y mientras gritaba - ¡Aquí tienen, banda de terrucos de mierda! - la compañera Manu caía en el suelo luciendo una mancha roja en la solapa de su chaqueta rosa bombón reciclada.

Nadie vino a identificar el cuerpo de la compañera Manu, la Manuela, Susanita, Filomena. Éste fue sepultado en una fosa común. Sin nombre.


Montreal

Revisado el 13 de diciembre de 2014


_

Regrese a la página inicial de GLORIA MACHER

_

Diseño web - Copyright © 2005-2018_Asociación Canadiense de Hispanistas
Texto - Copyright © 2018_Gloria Macher._Todos los derechos reservados
 
Página puesta al día por  José Antonio Giménez Micó  el 1 de enero de 2018
_
_