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JORGE ETCHEVERRY
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Yo soy un cacho mijita
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Yo no soy como tú. A mí no me gusta hablar mal de la gente.  Lo que pasa es que tú eres una vieja mal pensada y intrusa, que siempre te andas metiendo en lo que no te importa.  Total, si él se pega unos tragos de vez en cuando, no le hace mal a nadie.  Y por lo demás ¿porqué no iba a tomar él, si todos los demás toman? Todo el mundo piensa que por tener una responsabilidad, por ser algo, qué sé yo, la gente se tiene que portar bien, cuando parece que ni leís las noticias, el mismo presidente de Estados Unidos culiando, las secretarias chupándole el pico en la Casa Blanca, y después muy suelto de cuerpo, con voz bajita, ronca, muy de caballero, de terno gris y tan distinguido, diciendo en la tele que We are in the rigth side, y dale a meter bombas donde cayera. “This war is for humanity”. Y parece que no te acordarai ni de tu finado, que te vení a hacer la mojigata, cuando el viejo nunca le hacía mala cara al trago cuando lo convidaban, y hasta tú siempre le ibai a comprar cerveza a la bruer, que ya no te acordai de cuando estaba trabajando en el aseo con el colombiano, --y ése de que tú estay hablando, mejor dicho al que estái pelando, le preguntaba siempre a Don Rolo, que al pobre viejo nadie le quería ni hablar y le hacían el vacío hablar porque tenía un hijo oficial de ejército en Chile ¿Y cóomo ha andado, Don Rolo?, le preguntaba—Y Don Rolo: “Naa, aquí pasando, en la pega, aburrido como una ostra. Pero en fin. Qué se le va a hacer. Todos los días, cuando llego a la casa prendo la tele y me tomo su cervecita” ¿Y cuántas se toma, Don Rolo (porque el hombre también sabe ser intruso, eso no se lo discuto.  Los hombres son mucho más intrusos que las mujeres) Noo, si yo tomo muy poco.  Me tomo unas seis nomás…” Y eso que era testigo de Jeová y se iba todos los Sábados a cantar con los salvadoreños a la iglesia ésa donde hacen misa en español que queda por el oeste.

--Y cómo, que sabís vos, que se te nota en la cara que estai inventando, chiquilla de moledera--
¿Cómo que chiquilla? Pero en todo caso muchas gracias por lo de chiquilla.
--Es que para mí, que estoy tan vieja, eres como una chiquilla…pero cómo cómo sabís tú lo que él le preguntaba al otro?--

Es que en esa época, trabajábamos juntos, en el mismo edificio, yo lo veía casi todos los días, a veces hablábamos un poco y me saludaba muy serio “Hola Adelita, cómo estás”, y siempre me miraba de frentón a las piernas, el poto, las pechugas, así, lo más natural, que hay otros, sobre todo aquí, que miran de lado, como haciéndose los tontos. “Cómo te trata la vida chiquilla”, me decía, aunque no teníamos tanta diferencia de edades, ‘chiquilla’ o ‘niña’, que se debe acordar señora, es una manera de decir de los pijes de por allá.  Pero lo que pasa es que yo siempre me he visto muy joven… (Parece mentira que han pasado más de veinte años.  No tanto, como veinte nomás, pero en una de éstas a lo mejor por lo menos unos quince)… Porque yo por esa época estaba casi recién llegada, pero voz qué te vai a acordar, que tú ni pensabai en llegar, y yo no era na todavía esta señora tirando a gorda que soy ahora, que en realidad no me importa mucho, ahora que las flacas están pasando de moda y está volviendo la carne. A las finales, a los hombres les gusta tener de dónde agarrarse. Yo también trabajaba en el mismo edificio, hacía los dos pisos de arriba con un métis indio y francés, bastante viejón, con unos ojitos azules como de cabro chico…y que hablaba bien despacito, con un acento suavecito…métis, eso es decir aquí como nosotros, como uno, mezclado con indio. Claro que somos medio indios. Eso de que los chilenos somos blancos no sé de dónde lo habrán sacado. Pero aquí uno se viene a dar cuenta. “Nadie sabe lo hediondo que es”, como decían por mi tierra, yo soy del Norte Chico ¿Cómo que blancos? ¿No te hay mirado nunca en el espejo mujer ridícula, curiche?. En ese tiempo yo era joven..No no tan joven, andaba pasadito de los veinte, no, más bien cerquita de los veinticinco, a lo mejor veinticuatro, o veintitrés, o quizás veintidós o veintiuno, ya ni sé, ya no me acuerdo, las mujeres no se tienen que andar acordando de la edad, y mira que te estoy hablando del 81 o del 82, o a lo mejor del 80, así que sácale molde.  Así que no son na quince, ni diecisiete, son como veinte años…Pero siempre me veía muy cabra y nadie me echaba más que dieciocho, diecisiete, hasta dieciséis, porque pechugona y todo, potona y todo, yo era muy menuda, petite, como le llaman por aquí, y antes de que tuviéramos al Pedrito incluso le decían al finado --que en paz descanse--, “profanador de cunas”, sobre todo cuando yo andaba cerca de los nueve meses, con lo cabra que me veía yo, y él que me llevaba sus buenos diez años, que a veces parecían más, por lo menos diez o doce años bien llevados, era de esos tipos que se ven más viejos de lo que son, que hasta cuando lo conocí se veía un poco viejo. Oye, ¿no te hai dado nunca cuenta de que hay alguna gente, sobre todo algunos hombres, que parece que no hubieran sido nunca cabros chicos, que tienen una caras como serias, lo que no quiere decir que sean serios. A lo mejor hasta son tentados de la risa, farreros, qué sé yo, pero es como si hubieran nacido maduros, observándolo todo tan pronto como salieron del vientre de la madre. El finado tenía una cara así. Incluso en las fotos que tenía de cuando era una guagüita, la carita feúcha, negrito, el pelo como mechas de clavo y las manitos apretadas, como que hubiera nacido serio, enojado. Y los ojos serios también, obscuros, brillando como rescoldos, ceñudo. Después, las fotos del colegio, de la primera comunión, del equipo de fútbol, de la campaña del sesenta y cuatro, y después la otra, en la que al final salió Allende. Siempre tan serio, como triste. Aunque era harto bueno para el trago y hasta su poco picado de la araña. Qué le habrán encontrado las mujeres a ese negro tan re feo y más encima pobre, digo yo a lo mejor lo mismo que le encontraste tú, tonta, esa cosa como triste, como abandonada, como sola, y esa manera de andar medio balanceada, como medio callado, medio pensativo…. Yo, yo que cuando llegué era, como te iba diciendo, todavía una chiquilla, y me veía más joven todavía. Si casi no había ningún tipo en la comunidad, que no era nada de chica, antes de que la gente se empezara a ir a Calgary o a Edmonton, que no se me hubiera tirado al dulce antes o después, de frentón o medio a escondidas, tú sabís cómo son los chilenos, y yo lo veía a él siempre empujando el carrito de la limpieza como con rabia, fumando a veces, y daba la impresión de que andaba hablando solo, pero no, era la pura idea porque después una se fijaba y no tenía nada que ver, pero te voy a decir que me hacía acordarme un poco del finado, aunque, como te digo, nada que ver, que éste otro de que estamos hablando en esa época era flaco…muy flaco y tenía harto pelo y unos ojos grandes, y era más bien pálido, como pancutra, como los actores de cine que le gustaban a mi mamá, y como te iba diciendo yo lo veía siempre en el trabajo. Se metía en las oficinas y se pegaba sus pencazos huachos de las botellas de trago fuerte que la gente de las oficinas guardaba en los cajones, un traguito de cada una, para que no se fuera a notar. Yo lo cachaba siempre y no se daba ni cuenta. También había  a veces galletas, o galletas de agua, crackers como les dicen por aquí, y se las comía de a una, con cuidado, o pretzels, con bastante viveza, y nunca lo pillaron, cómo se iban a dar cuenta por otro lado, cuando empezábamos a limpiar casi toda la gente se había ido de las oficinas. Total aquí todo el mundo despilfarra, antes más que ahora, pero aún así. La gente de las oficinas se iba yendo cuando yo llegaba y me tenía muy buena voluntad y siempre me preguntaban cosas, pero yo no sabía hablar casi nada de inglés, ni entendía tampoco, y al comienzo no quería ni entender, decía siempre yes, madam, thank you, thank you very much y me sonreía, y parece que no les importaba que les entendiera o no, y yo seguía dándole rápido al mop para que no me siguieran conversando. Y como yo soy tan chica y me veía tan cabra seguro por eso me tenían simpatía, y pasaba  un par de horas y yo me iba por los pasillos, bajaba la escalera para ir a fumarme un puchito afuera, porque en ese entonces también yo fumaba afuera como ahora, aunque ahora casi ya no fumo, y no porque prohibieran fumar adentro como ahora, pero es que a mí me gustaba pararme afuera de tanto en tanto a fumarme su cigarrito en la puerta, aunque debo haber parecido puta barata, toda desarreglada, con la ropa que usaba para trabajar, fumando rápido, despeinada, me gustaba pararme y descansar un rato y pensar un poco, o no pensar nada y quedarme mirando un poco, sobre todo en la tarde, casi al anochecer, cuando el cielo empieza a ponerse morado—en los meses de verano, eso sí, y si no está lloviendo, o en otoño, y parece que las cosas se alejaran unas de otras y los sonidos como que se apagan…y a veces escuchaba el pito de un tren a lo lejos, como cuando era chica (claro que ahora no soy na muy grande tampoco, ya sé que vai a decir) y tenía una sensación como que había muchas cosas muy lejos, más atrás de lo que se veía o se oía…Y claro, que en ese ir y venir pa arriba y pabajo me lo voy pillando que se me metía en una oficina del segundo piso con la italiana casi todas las tardes, como por un cuarto de hora, a veces hasta como por media hora. Era harto calentona la cabrita italiana, menudita, durita, con una cinturita así, con harto pelo crespo medio claro y la boquita como arremangada, tipo animalito. Pero yo nunca le dije nada a nadie. Imagínate que se me ocurre pedir la palabra en una reunión del Comité y salgo diciendo “Perdonen compañeros pero tengo que decir algo que nos atañe a todos como chilenos, que no es bueno para la imagen que tenemos que proyectar como comunidad exilada en este país extranjero que nos ha acogido”, …un discurso así, onda comunacha, y  les cuento a todos que el compañero Roberto se culea todas las tardes a la chiquilla italiana en la pega. Ahora cuando me lo encuentro por ahí, tan respetable que se nota, claro, no tan sólo porque casi salió concejal, que hubiera sido el único concejal latino de la provincia, y para más recacha chileno, o porque tiene su diarito y todo, aunque salga una pura vez al mes, que harto malo dicen que es por otro lado, sino también porque es de una familia medio pije, aunque sea pobretona, y cuando se ponen maduros todos esos parecen unos caballeros, unos señorones, aunque no echen guata. “Y cómo está pues, Adelita, Qué me cuenta de nuevo”, me dice así, sin tutearme, cuando nos encontramos en fiestas, en actividades por ahí, como si nada, y como si no hubiéramos tenido también sus encontrones huachos, comadre, usté me entiende, en las fiestas, la solidaridad. “Cómo me la vá tratando la vida”, y luego sigue para allá caminando con un vaso de vino en la mano, para otro lado, con la cabeza bien levantada, y con una guaitita que le está empezando a aparecer, y yo a veces lo miro y me dan ganas de reírme de verlo tan a sus anchas, tan suelto de cuerpo, con la cabeza canosa pero todavía bastante guelmosón, que está bastante más gordo, ha echado más cuerpo, y casi me dan ganas de decirle, oiga Roberto, ¿se acuerda de cuando hacíamos cliner en el edificio de la Shell – edificio de la concha—como le decían los chilenos, y se tiraba todos los días a la italiana?

--Y tú chica, tanto que lo defendís, ni que estuvierai caliente con el fulano, que el otro no es un cabro chico, si hasta pelao se está quedando, pero mejor ni hablar, que una ya anda arrastrando las patas también, además que mi finao también tomaba su poco, todos tenemos defectos, cual más cual menos, pero nunca me faltó nada con él, y eso que tenía ya sus años el pobre y déle que suene todas las tardes y a veces en la noche, mopeando los pisos, vaciando ceniceros y pasando el váquium, acarreando esas tremendas bolsas de basura al container, un hombre maduro como él, en ese trabajo duro para gente joven, toditos los días, en pleno invierno, o con toda la calor en el verano, húmeda, peor que en Buenos Aires, para qué hablar en invierno, en este clima de mierda, rompiéndose el espinazo con esas tremendas fuerzas que tenía que hacer, cuando hay tanto hombre joven fíjese que llega a dar rabia, viviendo en el welfer, y una misma que si no me enfermo de la espalda quizás todavía estaría haciendo camas, y las cosas que le toca hacer a una y las cosas que se ven, y mi finadito...en fin--

Claro, tienes razón, y para lo que hay que ver con un ojo basta, como decía el señor Abello o Abelli, no me acuerdo bien el nombre, que era medio italiano, cuando se estaba quedando ciego de las cataratas, en esos años en que no había mucho remedio para esas cosas, ni menos allá abajo. Claro que ahora, me escribía mi sobrino, lo están arreglando todo, hasta los ojos, con láser, claro que allá no hay OHIP y cualquier cosita cuesta un ojo de la cara, y ni aunque no fuera más por eso una ya no puede irse, sobre todo una que se está poniendo vieja, y allá cualquier operación, cualquier cosita, cualquier enfermedad que la agarre a una te cuesta un dineral, un ojo de la cara, y se quedan las familias completas en la calle, o uno se encalilla hasta quién sabe dónde, y el pobre que siendo sastre necesitaba de sus ojos para medir, para cortar, si hubiera estado en otro país se hubiera hecho la América, era muy conocido, le hacía los trajes a medida a los Vial Espantoso, pero estaba en Chile... y tan buen ánimo que tenía, tan tranquilo, tan de su casa y casado con esa mujer que era rabiosa como un demonio, hija de español…
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II

...y todavía no me acostumbro a usar anteojos, por lo menos por ahora sólo para leer. A lo mejor uno no se acostumbra nunca. Cosa curiosa esto de la vista, que mi mamá ya debe estar cerca de los ochenta y lee sin problemas pero no puede leer un letrero al otro lado de la calle, aunque tenga letras inmensas igual que mi hermana, y yo puedo ver a varias cuadras sin ningún problema, pero no puedo ver de cerca.  Lo que son los genes. En fin…para lo que hay que ver, como dicen algunos. Aunque algunas veces sí, lo que le interesa ver a la gente cambea y varea según de quién se trate, algo se tendría que haber aprendido después de tanto hueveo, pero en qué estará, lo que le interesa, lo que le importa a alguna gente y a otra ná que ver chancho en misa, como decía mi hermana, y a lo mejor dice, y a quién habré salido tan canoso, a mi abuelo fijo, que desde que me acuerdo tenía el pelo blanco y era medio pelado, como mi papá ahora que me acuerdo, también harto pelado bien joven, que en paz descanse, aunque ni lo conocí, por las fotos, yo también empecé a perder el pelo pasaditos los treinta.  Porque en esa foto que me tomaron cuando caí preso la primera vez  todavía tenía esa melena, bien flaco, con esa camisa que me gustaba tanto y era fina allá, en esos años, y las andaban trayendo todos los cabros de Providencia, pero cuando llegamos las únicas parecidas las vendían aquí en el Salvation Army, de polyester, ajustadas, de cuello alón y floreadas, que en esa época estaban bien a la moda por allá, como aquí seguramente, pero a lo mejor allá con un poco de atraso.  Se usaban casi tanto como los blujines de pata de elefante.  En los círculos de uno, claro, entre la juventud de esos años. Y si le estuviera contando esto a ella le diría “Apuesto que usted sabe de lo que estoy hablando”, después de todo esta niña se debe estar encaramando con suerte recién en los veinte, y así es la moda, cuando uno es joven. Uno los usaba casi porque tenía que usarlos, pero a decir verdad a mí nunca me gustaron y menos mal que se me ocurrió botar la lista al suelo esa vez en el parque y el tira no se dio ni cuenta, “A ver, tú ¿Qué andai haciendo por aquí cabro? ¿Andai sapeando a las parejas, huevoncito?” -- y el tipo que más que detective, o tira, como decíamos nosotros, en ese entonces, parecía un empleado de oficina, morenito, de estatura mediana, terneado, muy limpio y muy afeitadito, de cara redonda y con anteojos, un aire apacible, medio gordito—“No, si yo estaba leyendo no más, aquí sentado” -- “Si te vi que te andabai paseando, cabro parejero, tenís documentos”.  Y yo, que del alivio ni siquiera me dio vergüenza, qué vergüenza me iba a dar, si el corazón casi se me salía del pecho del alivio, y menos mal que el punto se había atrasado, no había alcanzado a llegar, y lo único que quería era hacerme humo, que jugáramos al tren. Que él tocara el pito, porque debía ser un paco de civil, y yo me hacía humo. Ese es un chiste que había. Quería decir lo mismo que echarse el pollo, que usted seguramente tampoco ha escuchado ni en pelea de perros. Pero mejor no vamos a seguir, que no terminaría nunca...

Y bueno, tengo que reconocer que más bien por distraerme, hacer tiempo, me había sentado justo frente a unos pololos, y como era verano y las minitas andaban con esas faldas cortitas, y no les daba nada mostrar los calzones, --parece que ahora están volviendo las minifaldas, pero estas niñas de aquí, de ahora, se cuidan mucho cuando se sientan, y si uno mira mucho es capaz hasta que termine preso. Pero en el caso de esa pareja que estaba mirando, estoy seguro de que el cabro le tomó la cabeza a la chiquilla y se la puso contra el marrueco, y se levantó un poco los faldones de la chaqueta para taparla. Pero a lo mejor son imaginaciones. En esa época los cabros de la secundaria andaban con unas chaquetas de un azul plomizo, y siempre se iban a hacer la cimarra en ese parque. A lo mejor le estoy poniendo, estoy inventando. Si hubieran estado aquí atracando en un parque seguramente que se los llevaban presos a ellos y no a mí, y no sé por qué se me había ocurrido antes tomarme una foto de cajón frente al obelisco ese que está al final del parque Balmaceda, al llegar a la plaza Baquedano, ese con la estatua verdosa de Balmaceda y detrasito el obelisco. Bueno, a lo mejor para mandársela al Norte  la Inés, la que habría de ser mi mujer, ése era el parque por el que siempre caminábamos, en las tardes de verano, cuando estábamos de vacaciones, y atracábamos también, su poqueque, como todo el mundo. A lo mejor lo hice de puro huevón, ya que tenía ese punto en la tarde y claro, para ver si de pasada me agarraban los tiras hasta con foto, para ahorrarles la plata del rollo y del flash, y uno nunca sabe porqué hace las cosas, a lo mejor por todo junto, si siempre me sentía un poco mal cuando me acordaba de mi mamá, que no tenía idea  para nada de los rollos en que andaba metido su hijito, ella, tan suave y a veces tan inteligente pero que a veces le daba por rotear a medio mundo. 

Ésa es la foto que no le gustó nunca a mi mamá “parece roto mijito”, en la que salgo con la camisa ésa y me veo un poco rasca, como de barrio, medio malandrín, y por supuesto nunca le conté a nadie en el partido ni menos en la casa, total siempre llegaba tarde, y me dejaron suelto en la misma noche, unas pocas horas después, un cabro parejero, pajero, que estai aquí puro ocupando lugar y no hay espacio ni plata para guevones como vos, hay muchos peces gordos nadando, muchos pájaros de nota volando sueltos, cabro, ¿y no te dá vergüenza ser parejero, cabro pajero, que soy bien encachaíto, medio rucio, larguirucho, porqué no te buscái una mina, cabro y te dejái de andar mirando parejas? --Yá, ándate para la casa  cabro culiao antes que nos arrepintamos y te dejemos aquí preso.

Y la famosa lista esa que andaba trayendo, la de los oficiales retirados que iban a formar un partido nacionalista que nunca se formó parecía importante en la época pero a la postre el asunto se desinfló y nunca se supo nada más de eso, hasta que después de más de quince años, cuando ya estaba aquí, vine a saber que el papá de la minita que me la había pasado, que era oficial retirado,  se había ahogado en un hoyo, de esos que dejan abiertos a veces en la vereda en Santiago, que se llenan de agua, y la gente del barrio decía que lo habían empujado. Cuando tomaba se ponía muy discutidor, se ponía a hablar de política y todavía estábamos bajo la dictadura. 

Además, le diría, le habría dicho, si es que tuviera oportunidad de contárselo, si es que a ella le interesara que se lo contara, que uno a veces ni sabe lo que interesa a los jóvenes de ahora. Y menos a las chiquillas. A veces parece que no les interesara nada, o las puras cosas materiales, que cuando nosotros éramos cabros nos pasábamos en barricadas, en manifestaciones, en reuniones, discutíamos, leíamos esto y lo otro.  Todo el mundo estaba en un partido, en un movimiento, de la izquierda o la derecha, otros cabros se metían al SILO.  No es que nos pasáramos en eso todo el tiempo, en realidad, pero no todo lo que importaba era la pura supervivencia, las cosas materiales, como parece que pasa con la juventud de ahora. Pero por lo que sé, parece que están igual en Chile. Pero no era todo el mundo tampoco. Por allá también existía eso que por aquí se llama “the silent majority”, toda esa gallá tranquilita, del colegio o el trabajo a la casa, que no opinan de nada, que no les interesaba nada, y que después de la cosa salían hasta debajo de las piedras, soploneando a diestra y siniestra, y prepotentes, agarrándose las pegas, todos esos cabros estudiosos de anteojos, pero que no eran nunca los tipos más brillantes de las clases, ni los más discutidores, que esos además eran (éramos) los metidos en política, no de la manera en que lo hacen los tipos de acá que parecen vendedores viajeros y que se meten a los partidos como quién sigue una carrera de abogado, de funcionario, qué se yo, de contabilidad, de programación, se chaquetean, se cambian de partido, es una carrera política, aunque dicen que por allá abajo ahora son más o menos parecidos. Pero le diría: Mire mijita, todo eso pasó mucho antes de que usted pudiera darse cuenta de cuántos pares son tres moscas, y seguro que no me va a entender el dicho y se me va a quedar mirando, sin atreverse a preguntar.  Seguro que cuando vino el golpe usté salió gateando a la puerta para ver lo que pasaba. Porque ella debe andar por los 25 y estamos en el 98, justo lo que le estaba diciendo, ¡lo que quiere decir nacida por ahí por el 73!, y lo que yo le estoy contando es a todo reventar 71 o 72 a más tardar, Beatles y Jaivas  y  pata de elefante y guerra de Vietnám y reciencito guerrillas en todo Latinoamérica, y Gunther Frank, y el Silo y el Poder Joven y la palomita Blanca, la novela y la película, que nunca se pudo mostrar en los teatros sino hasta hace poquito, y para qué seguir, mijita, si se me quedaría mirando con carita de estar en la Luna.  Entonces le diría “pero todo esto que le estoy contando pasó antes de que usté naciera” y ella se me miraría desde el asombro de sus ojos medio claruchos, como con pintitas, como queriendo anular implícitamente esa distancia enorme que nos separa.  Y le seguiría contando: “me acuerdo que me devolví a la casa contento y riéndome solo un poco, y la poca gente que pasaba por la calle a esa hora me miraba como diciendo “miren el cabro ese riéndose solo” y seguramente pensaban que andaba medio volado, cabro mariguanero, hipiento, y hasta me atreví a pedirle plata para el bus a cabro conocido que venía caminando en dirección contraria, que estudiaba también en la universidad, yo era más o menos compañero de su hermano, y de algunos de sus amigos,  todos hijos de republicanos españoles exilados después de la guerra civil y que por supuesto que habían salido de izquierda.  Y el tipo me dijo “No, no tengo”, y me hizo a un lado con la mano y siguió caminando. No me había reconocido, quizás con qué cara andaría. Y fíjese mijita, ni me importaba, pese a lo cansado que andaba, y hambriento, porque la noche allá en verano es fresquita, baja un poco la temperatura y es un clima seco, y luego de la escapada sentía como un gusto, un entusiasmo, pese a que todavía tenía que andar como otras veinte cuadras más para llegar a la casa y después iba a haber a lo mejor una tremenda rosca si mi mamá estaba despierta todavía. Y le voy a contar un secreto, mijita, que en esos años (antes de que usté naciera), alguna gente me consideraba medio loco, el loco Roberto, me decían, pero quién lo diría, si me ven ahora, sobre todo usté, que por supuesto no me podía haber conocido antes, porque usté antes no existía.

Y a lo mejor todavía tengo algo de eso adentro, no totalmente apagado, como las brasas debajo de la ceniza de un rescoldo, donde hubo fuego cenizas quedan, y a lo mejor eso es lo que gusta a esta chiquilla.  Es sabido que las mujeres son mejores para captar la verdadera esencia de las personas.  Y a lo mejor tengo todavía ese otro yo, está metido bien adentro, como un cuesco, como una nuez adentro de la cáscara verde, como una nuez muy blanca y muy dura adentro de esta cáscara de viejo verde, como un caracol bien metido adentro, que saca de vez en cuando su cachito al sol y lo vuelve a entrar ligerito, y a lo mejor ella lo vio de algún modo. O a lo mejor lo que le interesa es este otro cachito. Pero no nos pongamos groseros. La desgracia de nosotros, los viejujos bien conservados, es que de fuera nos vemos como jóvenes, me decía el otro día el salvadoreño, que cuando toma se le olvida hasta que es abogado, y que en realidad no se ve tan bien conservado como cree o como quisiera, ahí tiene usté al Lucho, que se lo tiene que haber topado alguna vez, mijita, viviendo como ha vivido por varios años en esta ciudad tan chica.  Chica para mí, que pasé mis primeros 30 años en Santiago (que parecen un poco como otra vida).  Bueno, como le iba diciendo, si se lo topa por ahí, usté lo echaría a lo más unos cuarentitantos, aunque es más viejo que yo.  Claro que, entre nosotros le voy a decir que se tiñe el pelo, y practica artes marciales todas las semanas. Yo también me lo teñiría, no se crea que no, pero si me fuera a vivir a otra ciudad, no sé, lo que pasa es que aquí toda la gente me conoce, imagínese, de un día para otro la gente que me vé todos los días, que me ha estado viendo todos estos años,  me va a ver con el pelo negro otra vez de la noche a la mañana.  Los cabros jóvenes, santo y bueno. Los hombres de mi generación no se tiñen el pelo. Además eso hay que hacerlo tan pronto a uno le empiezan a salir las canas, entonces se empieza uno a teñir la parte de arriba, y así uno queda más atractivo, con las sienes plateadas, como dice el tango “las sienes del tiempo plateando mi sien”, que usté lo tiene que haber oído, pese a lo chica, mijita, porque esas canciones no pasan nunca de moda, aunque uno las encuentre un poco sensibleras, un poco cursilonas, después se las termina aprendiendo de memoria. Es como si no nos bastara la propia nostalgia y tuviéramos que conseguirnos otra nostalgia de prestado. O es que a lo mejor nosotros no teníamos nostalgia. O a lo mejor es que fue en esa época cuando se expresó de la mejor manera la nostalgia, la saudade, esa palabrita portuguesa que quiere decir sentir nostalgia por algo que no se sabe y que a lo mejor no existe, al menos eso me parece a mí.  Seguro que a usté le parecerían de lo más bien esas canciones, bonitas, tristes, románticas, y no se crea, que yo me las sé casi todas de memoria, y se las cantaría todas haciendo un poco de parodia, imitando cómo cantan el tango los argentinos, los boleros los peruanos, no las canciones nuestras, porque nosotros los chilenos somos amurrados, taimados, como se dice, y hacemos chistes de los sentimientos, y aunque nos gustan, encontramos esas canciones medio cursilonas.  Al menos en la clase de la que yo vengo, que no es ninguna maravilla tampoco, y a lo mejor si se las cantara usté no se daría ni cuenta de que estoy payaseando un poco, pero a lo mejor no estaría payaseando tanto, pero no se lo vayamos a decir a nadie, ¿Okey?.  Es un secreto, como los cafés que nos vamos a tomar a veces como si tal cosa, “Rosita ¿Tiene tiempo para tomarse un cafecito a eso de las cuatro cuando termine la pega?” “Ningún problema, don Roberto”. No es nada tan terrible, tampoco, porque es natural, ya que trabajamos cerca, a lo más a un par de cuadras y somos los únicos latinos por aquí y yo puedo parar de trabajar más o menos cuando se me da la gana algunos días y otros si quiero puedo seguir trabajando hasta más tarde, hasta la noche si se me da la gana, total para qué apurarse en llegar al departamento si uno va a estar solo después y si cuando llego no puedo dormirme hasta las doce me tomo su pastillita y listo.  La otra alternativa es irse a tomar un trago con alguien, pero no conviene hacerlo muy a menudo, a un pub o al Restorán/Disco Gusano’s, donde van muchos latinos y uno siempre se encuentra con hay alguien conocido, además de que conozco a los dueños, y uno se puede estar tranquilo tomándose su trago despacito, sorbo a sorbo, que a estas alturas hay que medirse, mirando cómo bailan las parejas jóvenes, o al menos más jóvenes que uno.  Pero cuando me tomo un café con usted Rosita, no necesito salir a tomarme unos tragos ni tengo que tomar pastillas para dormir.  Pero no se lo voy a mencionar nunca, porque se puede creer y se me va a poner orgullosa. O se me va a enojar “¿Qué se habrá creído este viejo fresco?”
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III

 Y no me vai a creer si te digo que el otro día pasé por el centro en bus para ir a cambiar el ticket del avión en  la agencia de viaje, a eso de las once media de la mañana y no te imaginas a quién me veo caminando despacito, muy suelto de cuerpo, conversando con la chiquilla esa, bastante modosita, que trabaja por ahí cerca fotocopiando, pasando a máquina, no sé, algo que ver con computadores, y le iba haciendo gestos con las manos, de seguro emborrachándole la perdiz el viejo verde, y la chiquilla lo miraba con los tremendos ojos, se nota que es una chiquilla buena, inocente, los hombres son tan cochinos  y era uno de los primeros días calurosos y no estaba tan húmedo y yo las ganas que tenía eran de tomarme un helado y en eso iba pensando y los veo por la ventanilla,  pasamos bien cerquita, y parece que me reconoció pero se hizo el leso, a mí ése no me saluda ni cuando venimos por la calle en sentido contrario, estoy segura que una vez me vio de lejos y no me vas a creer que de repente se puso a mirar una vitrina hasta que yo pasé, y era un Canadian Tire, y tú y yo sabemos que no tiene auto y que es un pije que no se va a estar ensuciando las manos tomando una herramienta…

--Es que te conoce lo peladora que soi, mujer, por eso es que te anda sacando el quite, y ves cómo lo estai pelando ahora mismo, por dios la mujer intrusa, buena para armarse historias, pasarte películas como me decía a mí el finado, “ Y tanto que te gusta ir al cine cuando es pura plata perdida, no tienes necesidad, con lo que gusta pasarte películas”. En Chile iba harto al cine, a los programas dobles de los rotativos, pero aquí al comienzo no entendía nada por el idioma y no iba nunca y como que perdí el hábito—
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IV

Y el hombre duerme bastante mal, no por el estrés, no por eso de las vías respiratorias, ni porque las alergias, ni porque fuma, aunque ahora se está racionando bastante los cigarros.  O, claro que sí, a lo mejor por eso.  Por otro lado uno empieza a dormir menos cuando se pone viejo. El doctor le dijo que dejar de fumar era good in all accounts, pero es que el hombre siempre ha sido nervioso, desde que ara cabro chico, y bastante propenso a las pesadillas.  “Este chiquillo debe de haber salido a su abuelo”, decía la mamá.  “Mi papá que era tan nervioso”, y es cierto que antes el hombre se despertaba casi todas las noches por las pesadillas, por períodos.  Ahora no, hace varios años.  En cambio, ahora duerme mejor que hace unos años, aunque se supone que cuando más viejo menos se duerme. Y le gusta dormir, y sobre todo soñar.  Es como si se internara en un territorio a medias conocido, a medias deseado, donde las cosas son más como a uno le gustan, las calles, los árboles, las casas, en fin, hasta la gente, y a veces se pueden entrever detalles de cosas olvidadas hace mucho, como entreverados con las cosas.  Pero a veces ahí mismo hay otras cosas que están escondidas a veces, que no se temen ni se piensan en el día, que a lo mejor corresponden a otras cosas, pero que aquí, en este territorio son vagamente amenazantes, obscuras, una cosa más de atmósfera que otra cosa, ya que todo empieza a cambiar de a poquitito, y ni siquiera a cambiar, es todo tan de a poquitito, o es uno el que de repente se da cuenta de que se ha ido metiendo por algunas callejas curiosas y empieza a sentir un miedo vago. Como por ejemplo, cuando le dijo a ella que era mejor que no se bajara del tren, que no convenía, que no había que bajarse del tren, porque si bien se había anunciado una parada, iba a ser sólo de algunos minutos, por un imprevisto, y que si habían dejado a la mujer tendida en el andén, es porque sabían de seguro que alguien la iba a pasar a recoger. No estaban en mitad de ningún desierto, se veía una que otra persona, la estación era bastante grande y cuando el tren estaba llegando varios niños lo habían saludado con la mano.  Pero a ella se le había antojado que tenía que bajarse a vigilar que alguien viniera a llevársela, que no la fueran a dejar ahí botada y él no la iba a dejar bajarse sola, así que cuando el tren había partido cuando ellos estaban en la estación tratando de ubicar un teléfono, él como que había querido enojarse, pero se decidió en cambio preguntarle a alguna persona dónde estaba la carretera, ya que en este país tan angosto y con un red ferrocarrilera longitudinal y una carretera también longitudinal, en los pueblos chicos la gente que no tomaba el tren podía tomar los buses a la capital, o en fin esperar que un vehículo de buena voluntad los acercara a su destino.  Porque en este país tan angosto la gente se había acostumbrado a vivir a lo largo y entonces todo el transporte o iba o venía de la capital.  Pero la mujer a que le preguntó le dijo que no se acordaba pero que había una calle por donde pasaban los buses, pero que ya se iba a acordar, que esperara un momentito, pero empezó a ponerse nerviosa, la voz estropajosa, quef lof teníangh eng la pungnta de la lenggghua, antes de comenzar a hacer gestos raros, y él se había asustado y se había alejado, balbuceando que no se preocupara, que no era importante, y volvió a donde estaba ella, sentada en un banco de esos de plaza y revolviendo la cartera, tratando de buscar monedas para hablar por teléfono, aunque él no se acordaba si aquí a lo mejor había que comprar fichas, y luego sacando papelitos, y él le dijo que se quedara sentada mientras él trataba de averiguar algo en una especie de oficina que ahora veía al otro lado de la plaza, donde había un tipo con uniforme y otro vestido con un terno blanco y muy engominado. Se encaminó hacia ellos, cruzando la plaza desierta “Mire señor, ¿A qué horas pasa el próximo tren”, preguntó, “y adónde hay que tomarlo”, y el hombre de blanco miró al otro, que lo miró de vuelta  y le dijo “por lo menos podía haberse presentado”, y el otro tipo dijo “parece allá que en la capital no les enseñan modales”, y los dos habían entrado y le habían cerrado la puerta en las narices, y después vio pasar a una señora con un sombrero con flores, que venía hablando sola y haciendo gestos, y decidió volver a la plaza, donde la vio que ella había sacado de la cartera un muffin, nunca se sabe lo que puede sacar una mujer de la cartera, y que lo estaba desmigajando para dárselo a las palomas, como si tal cosa, cuando en realidad se estaba oscureciendo bastante rápido y había que tomar el tren o un bus para salir de allí, pero a ella no parecía importarle, así que le dijo que iba a volver a caminar hacia el otro lado, porque tenía que saber por lo menos a qué hora pasaba el próximo tren, si había una garita dónde esperar los buses interprovinciales, dónde se podían comprar los boletos, aunque ella lo miraba con los ojos claros traviesos, sin darse cuenta, parece, sin sentir que había que irse de ahí, y al fin le dijo otra vez que no se fuera a mover del banco, y ella soltó una risita, y le dijo que bueno, que no se preocupara y él cruzó la calle y comenzó a caminar a lo largo de una callecita angosta y le preguntó a una niñita que andaba por ahí si sabía dónde tomar el tren o el bus, y ella lo miró y le dijo que no pasaba ningún bus y que el tren sí que pasaba a veces, pero que no paraba nunca, y él le dijo pero cómo, entonces para qué está la estación, y la niñita se puso a reír y se alejó corriendo, y su risa la corearon algunas otras voces, detrás de puertas cerradas.  Entonces él comprendió que toda la gente de ese pueblo tenía algo raro, era más o menos anormal, y que estaban aislados o que se habían aislado adrede, y que tenía que volver donde ella y tenían que echar a caminar hasta salir del pueblo, y luego seguir caminando paralelo a los rieles, total no se iban a morir, todavía estaba el tiempo de lo más bueno y no pensaba ni nevar, aquí en este país nunca nieva, es mejor sacrificarse un día, una noche y después comentar por ahí, tomándose un café, comiendo algo en un restaurante de la carretera, de la que se habían escapado, y se apuró en llegar a la plaza, no fuera que ella se fuera a contagiar, que se estaba portando bastante rara, y claro, cuando llegó no la vio, y ahora él no se iba a poder ir, solo, no podía dejarla sola ahí, en ese pueblo de locos, él no se iba a poder ir nunca más y ahora iba a tener que empezar a buscarla…

Pero en eso sonó el despertador y él despertó braceando como un nadador que fuma, tirando para gordo y cincuentón, tratando de salir a la superficie con un estilo mariposa, bañado en sudor, el corazón latiéndole en el pecho, pero feliz, feliz al darse cuenta de que había sido un puro sueño, un puro sueño espeso como melaza, y que a lo mejor tenía pretexto, algo  para contarle a la Rosita e invitarla a tomarse un café, pero por otro lado se le había aparecido la Mónica otra vez en el sueño, y aunque ya no se acordaba casi nunca de ella, siempre lo dejaba un poco melancólico, y eso que habían pasado más de diez años. A ver, más o menos, No tanto, pero sí varios años después de llegar. Eso le pasa a muchas parejas. Casi ninguna sigue junta, más o menos  por la época en que estaba tomando bastante y ya se acababa de terminar la dictadura y entonces qué íbamos a hacer con la solidaridad, y entonces el hombre había sido uno de los primeros que habían planteado, con esa manera medio o blanco o negro de ver las cosas (aunque nosotros sabemos bien que no es así, bastante color mezclado, bastante plomo, no se vayan a creer) que ahora íbamos a ser una comunidad, la comunidad chileno-canadiense a lo mejor, o parte de la comunidad latinoamericana, qué se yo, como en los Estados Unidos, dedicados más o menos al folclore, a poner restaurantes o negocios, boliches, qué sé yo, como los italianos, los griegos,  a los equipos de fútbol, a la pachanga, y entonces el Ramón había alegado, no ven, qué les decía yo, si el compañero no puede ocultar su origen de clase, se burla de nosotros, desprecia la cultura popular, lo nuestro  y la Adelita que estaba sentada también hoy día, aunque ya no venía mucho a las reuniones, se había tapado la boca y se había reído.
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V

Que era pura envidia, el otro tan negro y tan feo y tan gordo, que le tenían al Roberto, por que era alto (alto para ser chileno), buenmozo, medio rubio, su ex señora decía que cuando joven era más rubio y que cuando chico tenía el pelo casi blanco, y además tenía educación, y no estaba metido en la izquierda como los otros, por necesidad, que con Frei habrían estado en la promoción popular, sino que hasta a lo mejor por principios, aunque esto último más bien se lo creía él mismo, una vez lo había sacado a relucir en una discusión, menos mal que de pocos y en la célula, cuando todavía existía el partido, y la Adela lo había escuchado desde la cocina porque estaba haciendo el café, y le había dado su poco de vergüenza ajena. Pero a la postre se había formado el Centro y le había ido bastante bien hasta la primera peña, que claro que fue un fiasco.  Roberto había adelantado unos 300 dólares, que claro que no es mucho, pero en esos años era bastante más que ahora, y no es que ahora sea tampoco una porquería.  Eso es lo que se gasta a la semana en llevar una casa con familia por aquí, bien llevada, con cabros chicos y todo. Claro que sin contar el arriendo o las hipotecas, y sin darse muchos lujos. Una entrada al teatro ahora está costando como ocho dólares, y pa las porquerías que pasan. Y bueno, era en una reunión en que se daban cuentas y se repartían los quesos y se decían frases para el bronce, en no me acuerdo qué casa, parece que en la del Pablito, que andaba de vacaciones en Las Laurentiades, y eso que ya sabíamos en ese entonces, ya que llevábamos una punta de años aquí, que en verano no pasaba nada, que la gente se mandaba a cambiar a los cottages, pero si somos algo, somos un pueblo con cabeza dura. Y bueno para la conversa. Todavía no se nos ha quitado la reunionitis.  Pablito le había dejado la llave a alguien, así que ahí estábamos, medio chupados, ya que la reunión parece que era un Domingo en la tarde y en Hull se puede comprar trago en cualquier almacén, la Adelita más rica que nunca coqueteando con medio mundo, y alguien había hecho una especie de caldillo, una sopa clarita, pura agua caliente con ají, ajo, cebolla, su poco de perejil y puro marisco y pescado, que si por aquí no es muy bueno, se deja comer si está fresco.  En Chile nunca se va estar tomando un caldillo a las cuatro de la tarde en un verano, pero este no era estrictamente un caldillo, era más bien como una sopa de pescado como la que hacen los vietnamitas o los chinos, pero que ná que ver con otra que sí me gusta a mí, más espesita, que se llama chopino y en realidad es italiana, con harto tomate, con papas, y por lo demás aquí se come como a las seis, así que no estábamos tan despistados, total si nos íbamos a tomar sus cervezas, o su vinito, lo más tradicional era tomarse su caldillo de cabeza en el Mercado de Santiago, aunque se podía decir que nada ver, chancho en misa, que el caldo de cabeza se toma muy temprano, después de una farra, eso lo dicen todos, pero no conozco a nadie que se haya tomado un caldo de cabeza en el mercado a las seis de la mañana, eso es puro folclore y folclore del malo, del manoseado, aunque por otro lado, eso es lo que compone la cultura popular, como me dijo una vez el Roberto cuando andaba curado, y bueno, aquí también estábamos celebrando de antemano, a la vez que planificando, la primera actividad del flamante Centro Cultural Chileno-Canadiense, la nueva cara de la moneda de los chilenos en Canadá, que era como nuestra pequeña Esmeralda que se adentraba por el Pacífico bravío de las políticas multiculturales, esperando aportar su granito de arena, desafiar y hundir al Huáscar de la historia, aunque la que se había hundido a las finales a pesar del heroísmo había sido la Esmeralda, pero en fin son las dos caras de la misma moneda. Algo así fue el discurso o la intervención de un compañero bastante inteligente, de cuyo nombre ya ni me acuerdo, que ya nos ha dejado por mejores pastos, a lo mejor se fue al Oeste, a lo mejor se devolvió a Chile. En fin. Y Roberto que le explicaba a la Adelita algo sobre el caldillo, sentada al lado de él, con un trajecito floreado bien delgadito, que dejaba adivinar todo, los pezoncitos parados, y ya medio puestona, ya que a una mujer joven y buenamoza, viuda y de izquierda nadie la iba a estar atajando y todos son dueños de hablar de lo que se les de la gana y de meterse en lo que no les importa, porque ella encontraba muy fome el caldo, que le faltaba cuerpo, y alguien que estaba sentado al lado mío me había dicho para el lado: “A usté sí que no le falta cuerpo, mijita”, y escuché que Roberto le decía que así tenía que ser, pero que no se podía pedir más, que el pescado y marisco del Atlántico no tenía nada que ver con el del Pacífico, era más desabrido, además que estos caldos claritos estaban en la tradición francesa del consomé, del broth, que se decía en inglés, il brodo, en italiano, que quiere decir caldo, caldito, ninguna salsa ni ninguna crema que fuera a opacar el sabor del marisco, “bueno para los enfermos”, interrumpía toreándolo la Adelita y él seguía diciendo que el caldillo con tomate, el famoso boullabaisse, era a su vez la versión francesa, y alguien decía en el trasfondo, no me acuerdo quién, “yo también voy a veces”; “A las casitas”, dijo otro, “parece pichí de angelito”  le decía ella para seguirlo provocando, porque ahora que me acuerdo, parecía que Roberto había hecho el caldillo, que se las daba de buen cocinero, su ex señora decía que cuando llegaron era él el que cocinaba en la casa, y él seguía diciéndole que los españoles hacían unas sopas espesas, que no entendían el concepto del caldillo, que la sopa española era un plato de pobre en que se echaba a hervir todo lo que había sobrado el día anterior, la famosa olla podrida, y le servía otra copa a la Adelita, y parece que le estaba rozando las piernas debajo de la mesa. 

Puede ser, porque la mesa tenía un mantel largo y no se veía y él tenía las manos debajo y ella se reía mucho, pero a lo mejor eran imaginaciones mías y bueno, lo que pasa es que en realidad estamos cortos incluso para pagar los gastos y no tenemos ni siquiera la plata para pagar la iglesia, dice alguien, el presidente, porque regada y todo estamos en reunión, y hay que tratar los puntos de la tabla y le pedimos al compañero Roberto que si nos puede esperar hasta la próxima actividad para devolverle su plata, que harto que le costó ganársela al compañero y sin embargo generosamente la puso a disposición del Centro, y después de esto levantamos la sesión “porque se acabó el trago” dijo uno, y lentamente todos se comenzaron a parar, agarrar sus cositas y se iban yendo, hasta que parece que se quedaron hablando el presidente y Roberto, no sé de qué sería, pero no creo que fuera un asunto del Centro, más bien una cosa personal, la Adelita estaba en el baño, y Roberto le dijo que se fuera nomás si estaba cansado, que de seguro lo estaba esperando la familia, que otro día lo arreglaban, y el otro le respondió que lo iba a pensar y le contestaba mañana, y me pareció que le echaba una mirada medio de complicidad, yo me di cuenta porque estaba casi en la puerta y miré para atrás al salir.

Porque todos sabíamos que Roberto acababa de separarse, claro que nadie lo compadecía, y mucho menos las mujeres, como se había portado con la pobre Mónica, aunque uno que es hombre entiende la situación, pero eso no quiere decir que nadie vaya a tener chipe libre para hacer lo que se le antoje.  Ahora que me acuerdo, parece que era Roberto el que tenía la llave de la casa, por eso es que tenía que irse al último, y a lo mejor nadie más se fijó en que se quedaba solo con la Adelita, y cuando después una vez se me ocurrió preguntarle lo que había pasado, claro que esa vez que le pregunté yo estaba medio puestón, si nó, no me habría atrevido a preguntarle.  Nunca fuimos lo que se llama amigos amigos. “Y cómo te fue con la Adelita”, me dijo que le había bajado un tonto moral y eso fue todo lo que dijo, pero lo más seguro es que ella no le aguantó, porque era bien coqueta pero no puta, que así es como son las mujeres chilenas, que uno sabe hasta dónde puede llegar y si se pasa más allá hace el soberano ridículo, ya me la imagino a la Adelita parada con las manos en las caderas, diciéndole: “Oiga, y usté qué se ha imaginado”, o quizás simplemente le habrá dicho algo como “No mire, yo estoy lo más bien así, lo respeto mucho pero preferiría que siguiéramos siendo amigos nomás”. O a lo mejor incluso le tomó con delicadeza una mano aventurera y la apartó, sonriéndole con displicencia y un poco de burla, como si tratara de un adolescente que trata de correrle mano a una señora de mundo en una micro, mientras él se ponía colorado como un tomate. A Roberto no hubo manera de sacarlo de ahí, y a ella menos, algo no muy agradable debe de haber pasado, pero las cosas se olvidan, los años pasan y total, uno tiene que seguirse viendo con la misma gente, que ésta es una comunidad bastante chica, aunque ahora hay por aquí harta gente que habla en español fíjese.

Y a quién le iba a decir, señora, además que a ella parece que no le importaba mucho, esas chiquillas de ahora son un poco así, o eran, antes del SIDA y las drogas.  Alguna de la gente que estaba en la izquierda en esa época de que le estoy contando era bastante liberal para sus cosas, yo siempre era y sigo siendo cristiano, además de ser de izquierda, no fanático, ni muy observante, pero el fanatismo en religión a dónde lleva y de eso mejor ni hablar. Esa chiquilla se juntaba conmigo a veces, lo que era muy natural ya que limpiamos un tiempo en el mismo edificio y tomábamos el mismo bus, en esos años, esa chiquilla podía haber sido mi hija, claro por eso es que no se demoraron mucho en andarme pelando por ahí, que mira el viejo verde, profanador de cunas, qué sé yo, las cosas que siempre se dicen en estos casos, usté sabe a los chilenos no se les pasa una cuando hay que pelar, hablar mal de la gente, y la chiquilla me tenía confianza, me contaba todas sus cosas, y a Roberto lo conozco bastante. Él cuando llegamos trabajaba en el mismo edificio. No, de ser amigos le voy a decir la verdá no somos, nunca hemos sido. Conocidos nomás tampoco, a ver, qué le puedo decir, más que conocidos y  menos que amigos, no sé si me entiende.  Lo que pasa es que yo que soy bastante quitado de bulla ahora, tranquilo, claro que antes hubo un tiempo en que yo era muy salidor, y le ponía su poco también, antes que me enfermara. Yo observo mucho a la gente, es una cosa que tengo desde niño y que le saqué a mi mamá que en paz descanse, aunque había mucha gente que decía que era una vieja intrusa y callejera….
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VI

Y claro, a Roberto le había bajado un tonto moral, y después de que ya le había dicho a la Adelita, medio curado, o bastante: “Mire, Adelita, aquí entre amigos, usté sabe que me anda trayendo un poco por las cuerdas”. Y claro, ella, un poco curada también, se había reído un poco, nunca lo habría hecho sana y buena.  Ella sabía.  Le había dicho a la otra una vez que cada vez que había una actividad, una fiesta, el flaco Roberto se las arreglaba para andarse topando con ella, si ella se iba para la cocina se hacía el que iba a buscar agua y se le refregaba por atrás, eso sí que curado, que sobrio siempre muy caballeroso, muy gentil, aunque como siempre mirón, y la otra le decía, oye Adela lo que pasa es que tú soi tan fresca, que te he pillado que cuando se te sienta al frente tú dale a cruzar y descruzar las piernas, a mí no me hacís huevona, 

Y cuando la sacaba a bailar ella tenía a cada rato que subirle la mano de la espalda, que iba bajando de a poquito, pero sin que hubiera rosca, no era tampoco para armar un escándalo, y para qué te digo, esa fiesta de año nuevo, tratando de meterme la mano debajo de la falda, de agarrarme las tetas, lo que fuera, y le pegué una parada en seco y se portó bien varios meses, casi por un año, y parece que nadie se dio cuenta, menos mal, tú nomás, que soi tan copuchenta y sapa y el otro compadre, ese callado, medio amigo de él, que ése sí que debe ser peor, calladito, cuando me habla traga saliva y nunca mira de frente, ésos son los peores, debe ser hasta pajero ¿Nunca te has dado cuenta de cómo me mira, cuando cree que no lo veo?. Apenas miro para donde está, dá vuelta la cara ligerito, ese tipo me dá escalofríos, como que fuera un sapo, una araña, como los pirihuines que los cabros del colegio una vez me echaron por el cuello de la blusa, fríos, resbaladizos, uno se me reventó adentro y dejó una mancha verdosa en la blusa, con un olor como a viejo, como de aguas estancadas, como de semen seco, como de velorio...
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VII

De conocerlo lo conozco. Claro que de ser amigos, no somos. Yo nunca me habría hecho amigo de un tipo así, si estuviéramos en Chile.  Es el colmo que a usted también le vengan a contar cuentos. No es por nada, mijita, pero yo vivía casi en el otro lado de la ciudad.  Santiago es muy grande.  Ahora debe andar por lo menos por los cuatro millones, lo que no deja de ser tampoco. Pero es una ciudad muy extendida, ahora allá casi no se puede respirar en el invierno, llegan a picar los ojos, está lleno de gente con problemas al pulmón, es que a los españoles les gustaba hacer las ciudades en valles, y en Chile por otro lado no hay más que valles. Sí, al Ernesto lo conozco mucho, y lo conozco mosco –nada, es un dicho que teníamos antes: “Te conozco mosco”. Lo que pasa es que nos encontrábamos en las reuniones, en las actividades, en las concentraciones, antes del plebiscito, y después también, en lo que iba quedando, las cositas que se hacían, por aquí, por allá, más que nada para no perder  la costumbre, mijita, más bien por nosotros, que lo que es a los cabros que crecieron aquí o a los más jóvenes no se les da nada, o poco.  No, si no la estoy criticando a usté, no me malentienda – No estoy criticando a nadie, estoy diciendo nomás, explicando cosas, por otro lado esa señora no sé qué ha tenido siempre conmigo, siempre me anda pelando, por ejemplo sé que con la Adelita. No, ella es una compañera que llegó incluso antes que yo, que me vine ligerito, o me vinieron casi, como en el chiste ese del tipo que encuentra a la mujer con otro y le cuenta a un amigo que lo convidó a pelear y el amigo le pregunta ¿Y te vengaste?. –Claro, que si no me vengo me mata.  Chiste fome y muy viejo, no es raro que usté no lo haya escuchado nunca, es de la gente de la edad de uno. Apuesto que si le digo un nombre vá a saber altiro de quién le estoy hablando. Ve, claro, es la Rosaura. Se empezó a llamar Rosaura desde que se salió del partido, después que llegó de Chile, que me parece que fue por allá por el año 88, no estoy bien seguro, o a lo mejor un poco antes, o un poco después, fue eso sí que me acuerdo un año muy frío, llegó como a menos 27 en noviembre, me acuerdo porque la Adelita me llamó para preguntarme si ahora se podía ir a Chile, cómo estaría la cosa, si todavía era peligroso, porque a ella en esa época no la dejaban entrar, estaba en la lista.  No porque hubiera hecho nada grave, pero por el marido, el cuñado, los hermanos, el papá que fue regidor una vez, todos del partido, y qué le iba a decir yo, que me tomó de sorpresa porque no estábamos bien en ese entonces, no estábamos en muy buenas relaciones, por las peleas en la Asociación.  Si claro, yo sé que es muy quitada de bulla, ahora, que resulta difícil imaginarse que uno puede tener problemas con ella.  Pero estamos hablando de otros tiempos, de hace como quince años. En ese entonces, viuda y todo, estaba muy jovencita. Bueno, no tanto. De seguro que usté no había ni llegado.  No, que no le quiero decir que usté no sabe nada de nada, ni tampoco estoy criticando a la juventud de ahora.  Lo que estaba diciendo antes es nada más que tienen otros intereses, lo que es natural, imagínese que los jóvenes siguieran pensando igual que la gente vieja. Una lata mijita.  ¿Que usté ya no es tan joven?--¿Veinticinco?. Pero si yo le había echado a lo más unos veinte, veintiuno.  Claro que a la edad mía a uno le parece casi lo mismo, una niña de veinte, otra de veinticinco, pero a la edad suya seis meses, qué le digo, un mes parece una eternidad, parece que le pasaran tantas cosas a uno, uno vive como en un remolino, porque todas las cosas son nuevas. ¿Cómo?. Pero mijita, si la gente joven como usté tiene todo el mundo por delante, no tiene derecho a aburrirse, además usté debe tener harta cosas que hacer, ir a fiestas, ir al teatro, qué sé yo, supongo que debe tener muchos amigos.  No, no es tan raro, si yo también cuando era joven era más bien tranquilo, me lo pasaba sentado en la terraza en el verano, leyendo, desde septiembre en adelante, cuando llegaba del colegio, regaba las plantas, cortaba el pasto, mi mamá me decía en broma que yo vivía como un caballero jubilado. Pero de repente como que se disparó la cosa, cuando entré a la universidad, pero no me va a creer si le digo que casi una vez al mes, no, no tan seguido, pero a lo mejor, sueño con el liceo, con esos días cuando era cabro y tenía pocos amigos, y sueño andando en bicicleta por casas y por calles muy parecidas a las del barrio, y a Nuñoa, La Reina, caminando por los parques y yendo al zoológico, de repente, yendo por Providencia por Las Condes, para arriba, para arriba, para los cerros, ahora está todo construido hasta la falda misma de los cerros, y empezar a volar por el aire, en bicicleta, las cosas muy parecidas, pero mucho mejores, un poco extrañas, como si la copia no fuera la del sueño, como si ésta de aquí fuera la mala copia, algo así como el croquis de un pintor malo, de esos que hacen retratos por cinco dólares en casi todas las ciudades turísticas por aquí, Quebec City, Victoria, o caricaturas, en los festivales, o los jóvenes que están empezando a dibujar.  Bueno, ¿Qué horas tiene? --Huuuy, me tengo que ir volando.
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VIII

Y le diría que siempre que el día está como hoy, me acuerdo, si no estoy ocupado haciendo algo, que es la mayor parte del tiempo, ahora uno trabaja más y hace menos plata que antes, además que conviene mostrarse activo. En este país tan pronto como uno comienza a mostrar signos de edad, de que se está poniendo viejo, a uno lo empiezan a echar para un lado de todo, más aún, lo ponen fuera de circulación (en las casas para los viejos). De donde él venía era diferente. Me habló de sus padres, de sus parientes viejos, de los que morían más jóvenes pasando con mucho los setenta, me contó de ese poeta (fundador y único miembro de un movimiento extravagante de vanguardia) que todavía se veía por ahí, sociable y respetado a los 83. Y qué me dice del General, del que debe haber oído, retirado, a punto de que a lo mejor lo lleven a la corte, enfermón en su silla de ruedas, pero todavía temido, controlando quizás desde las sombras el incierto destino de la República que parece que cada vez lo es menos. Jubilarse puede ser la ocasión para un flujo de memorias y el florecimiento de la reflexión. Cuando uno está en la llamada vida productiva, se esfuerza por conseguir cosas y posiciones que a lo mejor ni va a usar, o para mantener una imagen que de todas maneras se va a desvanecer con el tiempo o va a perder todo su significado a medida que uno se pone viejo. Eso en el mejor de los casos, si no se trabaja de la mañana a la noche sin más esperanza que poderse mantener a duras penas, satisfaciendo las necesidades esenciales, como pasa con el noventa y nueve coma nueve por ciento de la humanidad. El hombre era un poco obsesivo y  yo soy psiquiatra (y lo sigo siendo, aunque ya no ejerza). El hombre dejó de consultarme desde que dice que leyó en un artículo que le mandaron por el Internet donde un psicólogo joven decía que estaba científicamente probado que la mayoría de las psicosis son hereditarias y sólo se las puede controlar recurriendo a la quimoterapia o electroshock. Ese caballero tenía una fobia. O tiene. Como que no quería contarme cosas, era reticente, entonces, ¿Para qué ir al psiquiatra entonces? Y estaba convencido de que o la iba a poder superar el solo o no. No podía hacer nada más. Eso era lo que quería y eso le va pasar. La va a poder superar o no. Y sanseacabó, como le gusta decir a él. Me da la impresión de que esa manera de mirar las cosas es más o menos característica de esa gente allá abajo. Por algo yo he pasado allá varios años, en Santiago, La Serena, Valparaíso y hasta en Concepción, y como dicen por allá, o decían, sácale molde. Gente, como digo, a la que he frecuentado y he aprendido a conocer y apreciar. Parecen ser bastante pesimistas, a pesar de que, sobre todo en la capital, son bastante inclinados a las ciencias y profundamente racionalistas. Si no fuera así, fíjense la rapidez y la habilidad que muestran al subirse al tren del mercado global, la nueva economía, la era de las comunicaciones, en fin, la tecnología y las maneras del así llamado mundo desarrollado, sin dejar que se les desconchinfle (otro terminacho que aprendí por allá) su manera de vivir, evitando la esquizofrenia que se apodera por ejemplo de los japoneses. Me acuerdo de algo que una vez me dijo, al terminar una consulta, cuando iba yéndose. Se dio media vuelta, y de sopetón me dijo “para mí eso es como debe ser para un claustrofóbico estar encerrado en un ascensor, entre dos pisos, sin corriente, por horas, o en un submarino". 

Y a lo mejor Roberto está ahí ahora, allá arriba, en el vientre de uno de esos aeroplanos a los que teme tanto, sentado muy derecho en su asiento, sin fumar (antes era adicto a la nicotina. Cuando venía a verme, se fumaba uno detrás de otro). Estará sentado, vigilante, incapaz de concentrase en nada, con los ojos muy abiertos, tenso. A lo mejor está sentado al lado de la ventanilla, mirando ocasionalmente las nubes, o hacia abajo. Le gusta dejar la cortinilla sin bajar, para mirar para afuera, hacia el abismo, el vacío, inmovilizado de terror. O mejor, le gusta mirar, no directamente hacia afuera, sino con el rabillo del ojo, mientras trata de leer, o cuando está comiendo, para no dejar de tener presente los miles de pies que lo separan de la tierra. En la última visita me dijo que cuando vuela sobre el mar se siente aliviado, porque nadaba cuando era adolescente le gustaba mucho nadar, incluso llegó a nadar una vez con el equipo del liceo, bueno, eso es lo que él dice, pero ahora dice también que no sabe… Fumaba mucho y no hacía ejercicio. Usté sabe, me dijo, que la gente por allá en general no hace ejercicio. Ahora se está empezando a ver uno que otro que hace jogging. Caminan mucho, eso sí, sobre todo en las ciudades grandes, en Santiago, pero sin propósito, sin objetivo, hablando. Claro que se refería a cuando él vivía allá, lo que es ahora la gente anda toda histérica, en Santiago, a topones. Sí, también me dijo eso. Quiere volver a ver eso, a vivirlo, a caminar las calles del país, a comerse algo en un boliche, sentarse en un banco en un parque, en una plaza, ir a la playa, mirar las noticias por televisión, leer otra vez los diarios. No tiene la posibilidad de tomar barco, le ocuparía casi todas sus vacaciones, y se toma cuatro semanas no más. Lo que no está mal, pero no alcanza para un viaje en barco ida y vuelta y para estarse un par de semana allá. Pero antes de tomar el avión estuvo soñando con eso por meses, "Nightmares", me dijo en inglés, aunque él sabe que yo sé español. Le parecía muy graciosa esa palabra "Night” and mare. “It's funny, Don't you thing so?. La yegua de la noche". A lo mejor tiene algo de poeta. Cuando habla en inglés se le nota que su lengua materna es otra—como a mí cuando hablo castellano. Pero en general los inmigrantes (o los refugiados, si era realmente uno) no se preocupan mucho del lenguaje de acá, no se dedican a aprenderlo bien. Debieran hacerlo. Al menos yo traté de hacerlo cuando vivía en Chile, lo he hecho, y lo haría otra vez  si estuviera viviendo otra vez en un país extranjero, escuchando otro lenguaje que no es el mío. Me maravillaría de las metáforas que se encuentran presentes en tantas expresiones de uso cotidiano. Pero hasta que tuve a  este hombre como paciente, nunca me había detenido a pensar en eso. No, en realidad tanto como eso no, pero a pensar en eso un poco más de veras. Esto que le digo es un cliché, y una cosa muy obvia, pero en la psiquiatría uno conoce más a la gente que la mayoría de las otras profesiones. Y hay otro lugar común más o menos parecido que dice que si uno no se abre a la gente no puede ser siquiatra. Y por lo mismo, y siguiendo con los lugares comunes, no puede ser ni profesor, ni visitadora social, ni cura, ni oficial de ejército y ni siquiera un buen capataz. El hombre tiene algunas características de un buen administrador, por lo que he podido darme cuenta. Aunque era bastante reticente cuando hablaba de una parte de su vida que no se relacionara con sus fobias, terminaba hablando de esto y lo de más allá. Oiga, y a propósito de fobias, me contó del lema que tenían los estudiantes de psicología cuando salían a la calle a las concentraciones, o en las fiestas estudiantiles, cuando él estaba en la universidad “histeria, fobia, manía, Escuela de Psicología”. Por ahí se le empezaba a acabar la reticencia. Cuando se tiende en el diván, uno acaba por largarlo todo. Yo lo tengo que escuchar, sentarme de medio lado, para que no vea de frente y como que se olvide de que estoy ahí. Nadie puede resistirse al diván. Por eso es que en esta profesión siempre se corre el riesgo (no yo) de que a uno lo demanden por falta de profesionalismo, ‘malpractice’ en inglés, que le da una idea más acabada. La tentación puede ser grande cuando uno es joven, o puede ser, ya que la mayoría de los clientes son mujeres, no tengo empacho en decirlo. Total, ya estoy fuera de peligro. El hombre me dijo que la gente de su país no recurre mucho a la psiquiatría. Eso no se lo puedo asegurar, porque cuando estuve allá yo no ejercía. Lo que sí, la gente habla todo el tiempo, le cuenta a uno la historia de su vida la primera vez que se encuentra con uno, le cuentan todo a la familia, a los amigos, a los compañeros del partido. Eso yo ya lo sé, parece que él se olvida que yo estuve viviendo allá unos años y es por eso mismo fue que me vino a ver en primer lugar, y me explicaba y me decía cómo eran las cosas y la gente. Como si fuera el dueño del país, como que me estuviera mostrando una casa que me quiere arrendar. O un poco como si tratara de convencerme a mí de las cosas, y a lo mejor a él mismo. Claro que yo no le preguntaba nada. En esta profesión uno no pregunta. Uno le puede decir a la persona que hable, que diga lo que le pasa por la cabeza, que cuente sueños, que interprete dibujos, que hable del trabajo, si quiere, o de lo que sea, que asuma papeles, pero no se puede pedir información, así, directamente. La gente se cierra. Pero a la postre, de manera indirecta y sin forzar las cosas, uno puede extraer del paciente prácticamente todo lo que se puede poner en palabras, lo puede pelar como a una cebolla, pero no puede preguntarle, por ejemplo, por los camaradas y el partido, así como así, de buenas a primeras en la conversación, si tiene problemas sexuales, si tiene relaciones sexuales, o perdonando la expresión, si se corre la paja, si se le van las niñas en sueños, a veces. Esa es otra expresión que había allá cuando yo estaba. Además hay otra cosa. En esta profesión uno es un poco omnisciente, como Dios. Se supone que usted lo sabe todo, que su mirada lo atraviesa todo. El que pregunta ya no está en una posición superior. Cualquier buen profesor o cura, o Don Juan, o interrogador en las cárceles clandestinas del país ese de donde venía el hombre (y supongo que viene usted, a pesar de que ya ha perdido bastante el acento), sabe esta regla de oro. Pero tan pronto como llegué a casa ese día llamé a algunos conocidos que tengo que están más al día (más que yo por lo menos) de lo que puede estar pasando ahora allá, o del área en general. Bueno, para responderle, le debo decir que yo sé que allá la política era antes la preocupación de toda la gente, a veces, y con frecuencia una especie de hobby. Cuando yo estuve por allá (y con seguridad usted deberá acordarse de esto) había partidos políticos o todo tipo de organizaciones con perfiles ideológicos distintivos y antagónicos, a los que estaba afiliada una gran parte de la población.  Por lo tanto, no es ninguna extravagancia ni una curiosidad la mención de los camaradas del partido en la biografía del hombre, pero eso en la actualidad no significa nada. Por ejemplo, y le ruego que me disculpe, usted está perdiendo hasta el acento y no sé porque le estoy contando detalles de cosas que usted debe requetecontra saber, y usted me mira un poco con la boca abierta, claro, si a la postre le estoy contando novedades del mismo lugar del mundo en que usted nació. 

Para pode ponerse a vivir en otra parte, hablando todos los días en otro idioma, teniendo que barajárselas, como dicen en Chile, hay que olvidarse de algunas cosas, codearlas para fuera para hacerle espacio a otras. No, aunque en este contexto no es habitual, no es raro que aparecieran en el baile los camaradas del partido. Después de todo él llegó cuando todavía no se secaba la sangre en los adoquines (me acuerdo de una imagen de un especial de TV que era exactamente así). Pero me acuerdo que le mencioné que el riesgo de que le viniera un ataque de nervios en el avión, o quizás algo peor, no valía la pena.  A una persona corriente quizás le parezca que no me estaba portando como un psiquiatra, que tiene la labor de disminuir o hacer desaparecer esas fobias, manías, aprensiones, de achicarlas al nivel de chistes inofensivos y vergonzantes. Pero en este caso específico, así como cuando me viene a ver gente que se obsesiona de repente con la idea de su propia muerte (inevitable en cada caso, como todos sabemos), o como puede que sea el caso con la tripulación  de los submarinos por ejemplo, considero que un cierto grado de angustia y temor es la única respuesta normal.  Yo le recomiendo a quienes están obsesionados por la muerte, usualmente gente en la mitad de la cuarentena, que lean a los existencialistas, a Céline. La mayoría de la gente que vuela, que tiene que volar, que es más y más, tiene miedo de volar, aunque la mayoría no se lo confiesa.  Se ponen irritables y agresivos.  La mayoría tiene la curiosa tendencia a quedarse dormida en los aviones. Este es un miedo lógico y normal. Pero este tipo me daba además la impresión de una concentración casi ascética.  A lo mejor, y lo digo de frentón, estaba buscando un castigo.  Había ciertos otros incidentes, por ejemplo su aversión a tomar calmantes cuando lo aquejaban migrañas, o después de sus visitas más o menos frecuentes al dentista, que me hacen suponer lo anterior.

"Mire", le dije "Todas las razones que me ha dado para hacer este viaje me parecen un poco bastante discutibles: pasear por las calles de la capital, comer la comida de allá, ir a la costa, no me parecen una motivación lo suficientemente sólida como para someterse a esa tortura de más de diez horas. Por otro lado, y según lo que he sabido, las cosas han cambiado mucho. Ahora estamos hablando de otro país". Y si me hubiera preguntado, en lugar de decirme lugares comunes que ni él mismo se creía, algo más o menos como: “¿ Se ha visto usted obligado  a ausentarse de su país, que nunca antes se le había ocurrido dejar, por más de diez años, y contra su voluntad? ¿Cómo puede saber lo que sentiría en esas circunstancias? ¿Cuántas veces se sobresalta en medio de su trabajo, o caminando por la calle o hablando con alguien, cuando lo asalta un olor súbito. O la memoria de un olor (aunque ahora casi no huelo por el cigarrillo), o una cierta voz que le parece escuchar de muy lejos, cierto matiz del sol en los adoquines, digamos en la parte vieja de Montreal?”. Ahí habría tenido que reconocer que el tipo tenía razón. Por lo menos no hubiera podido encontrar una razón para dejar de creerle.  Pero me quedaba esa impresión, esa tincada que me decía que de alguna manera me estaba mintiendo, me estaba ocultando algo. No tenía ninguna necesidad, ningún motivo para ir al país, y menos para irse volando, como dice siempre que en las sesiones llegamos a un punto problemático. Mira el reloj y dice “Huuy, me tengo que ir volando”.
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IX

Y había que planificar bien las cosas esta vez, pero el día era el malo, que si le hubieran avisado antes que iba a ser ese domingo, Pablito no les habría prestado la casa, aunque se la hubiera pedido ella, haciendo pucheritos, ya que la estaban terminando de pintar porque él la pensaba vender ¿Pero que no se cambió aquí hace como seis meses nomás? –Parece que usté no se ha dado cuenta, Adelita,  cómo hacen plata los italianos.  Se compran una casa, pagando el puro pie, la amononan un poco y la venden más cara, y siguen pagando la hipoteca y se compran otra casa, la arreglan y la venden. O las arriendan por piezas, y al cabo de unos años están podridos en plata, aunque no sepan leer ni escribir--. Bueno, pero a las finales va a ser una reunioncita corta y la vamos a hacer hoy día porque es el único día en que todos tenemos un tiempito, así que sigan trabajando nomás, que nosotros somos como seis nomás y cabemos todos de más en tu tremendo comedor. Eso es lo que pasó más o menos, y había un tipo pintando en la cocina, ya que el Pablito le había dejado la llave a Roberto, pero le había dicho que cuando terminara la reunión se la entregara al pintor que se iba a quedar trabajando hasta tarde, además de que tenía que volver a la mañana siguiente. Y claro, como estaba tan lindo el tiempo, que por aquí de hacer calor hace, en verano, una ni se lo imagina antes de venirse para acá, cree que siempre es invierno.  Todo blanco, pura nieve, y decían que casi no había mujeres y que por eso le daban la preferencia a las parejas casadas.  Entonces como te digo, se pasaron a comprar unas botellas de vino chileno, que estaba empezando a llegar y era más barato y mejor, y al Roberto se le ocurrió que iba a hacer un caldillo, que años atrás, cuando vivía con su mujer era él el que cocinaba las más de las veces, eso me lo contó alguien, y el pobre ahora que vive solo no se va a estar cocinando para él, se come cualquier cosa de pasada, una vez me dijo, no me voy a estar cocinando para mí solo, no tiene gracia, y parece que me estaba dejando la caída, pero yo me reí nomás. Y lo preparó solo en la cocina, no quiso que nadie le ayudara y lo oíamos que hablaba a ratos con el francés que estaba pintando en la otra pieza y a veces se asomaba y me pegaba unas miradas rapidito, bastante encachado el franchute. Estaba super fome el famoso caldillo, pero había que reconocer que tenía una especie de regusto que era difícil ubicar, y viera cómo lo tomaba él, una cucharada primero, bien saboreada, con los ojos para arriba, sosteniendo la cuchara con el dedo parado, como una señora pituca, y viéndolo así me daba algo como una vergüenza y una ternura y me ponía a reír, y me estaba rozando la pierna con la parte de atrás de la otra mano, y como yo le había puesto su poco, no mucho, no me había dado cuenta, pero eso me pasa con el vino blanco, se me va ligerito a la cabeza, me imagino que eso es lo que les pasa a las señoritas pitucas con la champaña, y a lo tonto tonto me estaba corriendo un poco la falda para arriba, y podía sentir un poco los pelitos de la mano, y como que no sabía cómo reaccionar y me quedé inmóvil, claro que me bajaron unas ganas de reírme, pero no sé, de todas maneras no me le podía reír en la cara, eso tan de cabro de chico, como las corridas de mano en el teatro, en el parque, y estaba segura de que el tipo ése, Eduardo, el callado y mirón, se había dado cuenta, estaba leyendo con demasiada atención la solicitud de incorporación mientras los otros discutían, fumaban, peleando sobre las mismas cosas de siempre, y ya se habían olvidado del caldillo que se enfriaba, de nosotros, entonces me levanté y empecé a recoger los platos, algunos alegaron porque no habían terminado y dónde estaba el apuro, todavía es temprano, etc. pero no les hice caso y los llevé a la cocina y ahí estaba el francés, silbando, en polera negra con una cajetilla de cigarrillos adentro de la manga, y no sé porqué me dieron unas ganas tremendas de fumar, como un antojo “no vaya a estar embarazada, pensé”. Pero ¿De qué, del aire?. Y le pedí un cigarrillo, de puro puestona que estaba. Si no nunca me hubiera atrevido, y cuando me lo dio medio me agarró la mano, y cuando me lo prendió me tocó la mejilla y el pelo, claro que yo fui la que eché la cara para adelante, y la mano le olía a traspiración, a aguarrás y a tabaco, y me estuve conversando con él mientras me fumaba el cigarro, me dijo que parecía italiana y me miraba por todas partes y a mí me dio por reírme, y alguien gritó desde la otra pieza “Ya pues Adelita, en qué se quedó”, y otro tiene que haber dicho algo, porque algunos se rieron, y tiré la colilla en el lavaplatos y me fui.
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X

En realidad, él no tenía ni motivo ni necesidad de ir al país, y menos sintiéndose como se sentía cuando volaba.  Si me hubiera dicho “Mire, tengo que cancelar las próximas consultas con usté  por que me voy por una semanas a Chile, siento la necesidad de ir, me estoy aguantando hace tiempo.  Como usted sabe me tuve que venir hace años, un poco apurado, a muchos amigos míos los metieron a la cárcel, perdieron sus trabajos, tuvieron que salir. Ahora tengo la necesidad de ver cómo el país se las está arreglando, cómo han cambiado ellos, cómo están, si siguen los viejos problemas, y en una de éstas, quién sabe…me gustaría darle una manito a ese viejo perro que se está lamiendo las heridas, después de todo viví allá más de la mitad de  mi vida y nunca voy a encajar acá". Pero no

Y si lo hubiera seguido viendo, podría haber tratado otras cosas, por ejemplo el Psicodrama de Moreno. Este hombre nunca baja la guardia, hubiera sido bueno una cosa así, en que se tiene que representar un papel y el paciente no sabe que se está mostrando, y hubiera sido más fácil, porque el hombre tiene una fantasía que se le repite, o digamos un sueño, un sueño diurno, para ser más precisos: le gustaría producir una película, dirigirla, actuar en ella, contratar a los actores, los extras, producirla (y vender los boletos y las cabritas de maíz. Es un chiste). Si tuviera los medios, y una personalidad más sociable, dice, aunque yo lo encuentro bastante sociable, tiene mucho don de gentes y siempre se ha metido en política. Le pregunté si tenía una historia, un incidente, pensando en que a fin se me abriría una puertecita por donde meterme, sobre la que le gustaría basar esa película. "Por supuesto", me dijo "Hasta tengo un libreto". Por algunos segundos no pude pronunciar palabra. No es muy a menudo que un paciente me puede hacer así de leso. Después de semanas de darle vueltas a su vida laboral y su vida sexual, su sentimiento de culpa y su miedo a volar, que al comienzo sentía o me pareció, que se podía relacionar con un problema de impotencia, había dado con algo duro y estable, como un cuesco, y con un poco de pulpa pegado a él, al que no le había dado importancia al comienzo, cuando había aparecido en nuestras primeras conversaciones. Pero en fin, como le digo, él suspendió las visitas, ni sé si a las finales viajó o no, usted es la única persona que lo conoce que me viene a ver y francamente, el tiempo vuela, y aunque paga el estado, es mejor que nos concentremos un poco en su caso.
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