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JUAN GUILLERMO SÁNCHEZ M.
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Fuga Big-Bang
(cuento)
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De cualquier modo tengo que irme... irme sin avisar...
sin dejar rastro... como si hubiera cometido un crimen
Noche terrible
Roberto Arlt
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OIGA, JUAN, YO CREO QUE YA NO VOY A DEJAR DE ESCRIBIR. Ya me di cuenta, ¿sabe? Y dicen que cuando uno se da cuenta que no va a dejar de escribir, pues nada, uno ya es escritor... Y aunque hace varios meses que no escribo, preciso en estos días he estado pensando en un personaje que se me ocurrió la otra noche mientras hablaba con Miky. Estábamos tomándonos unas cervezas y de pronto, así como cuando uno se despierta y en los cinco segundos siguientes todavía retiene con claridad la atmósfera del sueño, digamos una vieja amiga en un apartamento que uno no reconoce, sentada en un sofá amarillo junto a una ventana gigante, recogiendo sus piernas como un gato y ¡zas!, justo ahí es cuando uno se despierta y sólo consigue sostener la escena por cinco segundos, no más, hasta que los ojos se abren y uno..., un poco despeinado y confundido, está seguro que acaba de perderse de algo pero no sabe exactamente qué, no sabe qué será, qué será, porque no ha quedado registrado en la memoria, y mientras uno sirve el cereal, los ojos siguen escarbando, pero nada, y entonces todo el día uno se la pasa déle que déle, pensando qué será lo que soñé, qué será... Así, como esa sensación, fue esa noche cuando estaba hablando con Miky, porque de pronto me llegó la imagen, ¡por fin la imagen, Juan!, clara como nunca, el argumento perfecto para el cuento... Imagínese un tipo de unos 30 o 35 años, no importa el país o la ciudad ni cómo es el tipo o qué come o cómo se viste, no tiene forma, es un hombre, es sólo eso, un hombre promedio hacia finales del siglo XX, obsesionado con la física y con la teoría del Big-Bang. Pero..., claro, como es muy jodido construir un argumento sin un espacio específico o sin detalles que ayuden a construir los personajes, la idea es... cómo decirlo... armar el relato a partir de las conclusiones que el propio personaje va conjeturando. Ahí todavía tengo que pensar un poco porque la idea es que no ocurra nada o..., mejor dicho..., que ocurra nada y que el cuento sea una cadena de probabilidades, ¿me entiende...? Algo así como el recuento de circunstancias posibles que rondan la cabeza de un preso la noche anterior a su fuga... Y ahí es donde comienza la cosa porque imagínese que el tipo, obsesionado con su cuento de la física y el Big-Bang, una noche cualquiera, digamos un lunes, está junto a su esposa tremendamente decidido a dormirse, las luces están apagadas y afuera, aunque también podría ser en la cabeza del personaje, suenan algunas sirenas y el motor desenfrenado de una moto..., tal vez un tipo que rompió con su mujer y sólo quiere irse rápido de esa calle o cuadra o mundo..., no sé... El caso es que el tipo nada que se puede dormir y está dando vueltas mientras su esposa ronca. Y entonces..., en la noche de un lunes cualquiera, de pronto se le revela una ecuación, una respuesta, una luz después de días, años, siglos, digamos desde el Big-Bang, haciéndose la misma pregunta. Es el instante de la existencia en que un hombre vislumbra el sentido de la existencia misma, de esa existencia que… digamos… también preocupa al lector., ¿me entiende? Mejor dicho, de esa existencia que nos jode a todos, Juan..., ¿si ve...? Ese es el juego del cuento, el tipo da con el misterio, lo rodea, lo huele, lo palpa, y así como está, tirado en la cama como un perro o una piedra, siente por unos segundos que sí, que claro, que cómo no iba a haber un sentido detrás de toda esta mierda. Y es en este punto, Juan, cuando comienza el juego de asociaciones del que le hablaba, pero el lector nada que entiende porque todavía el escritor no ha podido explicarle cuál es el famoso secreto que ha logrado mantenerlo... digamos durante 10 minutos... sentado en el metro o en la biblioteca o en la silla alta de la cocina, esperando a que pase algo en el relato, pero nada.  Y bueno..., ahí también estoy un poco confundido... Tengo ya algunas cosas, sí, pero... No sé… Al comienzo... era una bola de luz o algo así, llena de energía y átomos de hidrógeno. Imagínese esa cosa inconmensurable palpitando en un espacio sin límites, la gran nebulosa sin tiempo cuyos átomos luchan por no quebrarse en medio de la nada. Entonces…, como si los átomos supieran de antemano el destino infinito que les pertenece, están danzando ahí, en el origen, emocionados por fecundar cuanto antes la oscuridad que los rodea. Impacientes, casi sin mirarse, de un momento a otro acuerdan la hecatombe. La gran explosión, Juan… ¿Se imagina? Pero el personaje tiene claro el Big-Bang y el lector ensimismado, encorvado, somnoliento, a punto de levantarse por el encendedor o un vaso con agua, ya ha escuchado este cuento infinidad de veces, y a causa de la repetición no le dice nada, nada... O sea que en el fondo, el problema del cuento no es el Big-Bang, el problema son las consecuencias de la explosión. Imagínese que después del punto 0, los átomos de hidrógeno, zigzagueando por el espacio como grillos diminutos, empiezan a agruparse en nuevas estrellas, miles de jóvenes estrellas, nudos abrasados de hidrógeno y de luz. Pero las estrellas como los hombres, así suele repetirse el personaje, como nacen mueren para que otras sigan perpetuando la existencia. Y esa es la idea, ¿sabe? Que en el fondo, nadie lleve la cuenta porque el personaje es sólo un hombre, ¡sólo eso!, y tiene derecho a joderse la cabeza jugando a atrapar lo inasible mientras su cuerpo yace como una laguna o un frailejón un lunes cualquiera en un lugar cualquiera de la existencia. ¿Tiene afán...? No, todo bien, ya casi termino… El tipo sabe, en últimas, que de las cenizas que se producen en la combustión de esas primeras estrellas, se crean nuevos átomos como el carbono, el nitrógeno, el calcio, el fósforo, el potasio, el sulfuro, en fin..., y moléculas como el oxígeno. Y aunque eso resulta obvio para un físico, esa noche nuestro personaje no puede dormir, nada, ¡no puede!, porque se ha dado cuenta, y es que hay muchas formas de darse cuenta, Juan, que aunque él lo sabía, no se había dado cuenta de verdad, y entonces esa noche está espantado porque algo se está quebrando, algo no concuerda, y está que hace cuentas, números, estadísticas, repasa la tabla periódica, va y vuelve de la biblioteca, hasta que finalmente llega a la sentencia... Y ahí está la cosa..., Juan, porque pronunciarla sería pronunciar el nombre de Dios o algo así... Además, en este punto del relato el lector tiene que espantarse también. Pero…, ¿cómo? Miky, la noche en que se me ocurrió el argumento, me dijo algo que podría servir... Si nuestro cuerpo está compuesto de un 65% de oxígeno, 18% de carbono, 10% de hidrógeno y 7% de otros elementos como el nitrógeno, el calcio, el fósforo..., esto significa que los bloques fundamentales de nuestra composición vienen 10% del Big-Bang y 90% de las fusiones nucleares de las hermosas estrellas... Suena bien, ¿no? Y es gracias a estos porcentajes que el personaje acaba de entender con toda claridad que nosotros, o sea el lector, el escritor, ¡todo el mundo!, somos nada menos y nada más que el Big-Bang o… si se quiere… la naturaleza tratando de entenderse a sí misma. Pero como le decía ahora, el asunto que enceguece al personaje es eso, pero también otra cosa, y es que si somos restos del Big-Bang, si somos la naturaleza tratando de entenderse a sí misma, por qué, entonces, nos afana tanto la muerte o el recibo del agua o la bicicleta que dejamos sin cadena a la entrada del centro comercial... Y aquí el lector tiene que saber que el personaje ha pasado de la revelación mística a la lucidez racional mientras se rasca la cabeza con la almohada, porque aunque ahora tiene claro que todos los hombres han tenido todo el tiempo del universo y lo tendrán para seguir construyendo y destruyendo la existencia como dioses ebrios o locos, qué sentido, se dice el personaje mientras hala la cobija de cuadros que su esposa no quiere soltar..., qué sentido tiene levantarse a la oficina, preparar los huevos fritos o revueltos, culparse por desear a la secretaria, suicidarse o seguir viviendo. Y el problema es que a esta altura el lector puede haber abandonado el relato o puede estar pensando que la cosa iba por otro lado y que a la larga el escritor no quería hablar del Big-Bang sino de otra cosa distinta, digamos... más trivial, más común, más simple... Aunque también es probable que el personaje esté tan confundido que no le haya dado respiro al lector, confundido a su vez por el problema que el personaje o el escritor o el Big-Bang le han propuesto... Si realmente somos restos de esa primera explosión, entonces... ¿qué sentido tiene la existencia...? A punto de naufragar en su monólogo, de repente el personaje, aunque… en este punto también podría ser el lector, recibe una nueva chispa..., una nueva ruta para solucionar el laberinto, y es que… su esposa, después de todo, también es polvo del Big-Bang y, según eso, todas las mujeres lo son. O sea que... entre su esposa y su secretaria hay... si acaso un ácido nucleico de diferencia. ¿Se da cuenta, Juan…? Desde este punto de vista, el personaje está dilucidando que no es posible la condena ni la libertad, no es posible la tentación o la beatitud, no es posible la traición ni la fidelidad. Y entre conclusión y conjetura, ya van siendo las 3 de la mañana y el personaje está ahora radiante, Juan, dichoso, decidido a mandarlo todo al carajo, ¡absolutamente todo! Porque somos el Big-Bang balbuceante, titubeante, asesino, laico, ateo, comunista, violador, poeta, cocinero, Juan... Mejor dicho, a las 5 de la mañana de una madrugada cualquiera en cualquier lugar de la existencia, el personaje quiere, necesita, le urge despertar a su mujer para decirle que no se preocupe, que todo está bien, que la vida a pesar de todo tiene sentido porque los átomos y las moléculas implacables que somos habrán de sobrevivirnos por los siglos de los siglos..., pero en medio del éxtasis, de la conmoción, nuestro personaje, a punto de zarandear a su mujer, vislumbra una nueva zancadilla, un obstáculo, Juan..., una minúscula pestaña que oscurece el lente... Si no existe final, piensa el tipo, no existe tampoco ninguna posibilidad de huir, y si el sentido, ¡maldición!, es que nada tiene sentido más que durar, cómo diablos fugarse, Juan, cómo… 
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Y ahí voy..., porque cuando llegué a ese punto de la narración, la verdad me dieron ganas de abandonar la historia, de olvidarme de ese tipo, de ese personaje, un hombre, Juan, sólo eso...

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Página puesta al día por_José Antonio Giménez Micó_el 8 de octubre de 2012
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