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MARÍA EMA LLORENTE
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"Bocas heridas" (ensayo)
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    La unión de los labios, el beso, es uno de los motivos eróticos más recurrentes. En ese contacto, cruz y cruceta de bocas, los amantes se hieren, quieren ser heridos. Más que la caricia se desea el corte, el filo, y los dientes son colmillos, la lengua puñal o espada, los labios cuchillos. En medio de la pasión, la necesidad y la súplica, que brota incontenible ya de la herida: “Abre ya la boca, besa/ hiere de miel/hiere hasta el fondo” (Sabina Berman). Así, el deseo se hace sangre: “córtame con el filo de tu cuerpo/ que quiero caerme roja/ de sangre/ de vergüenza/ de ti” (Myriam Moscona); se hace fiera devoradora: “Frente a ti mi ojo se hace boca/ y mi boca se hace lengua/ y mi lengua un puma hambriento/ y mi hambre, persecución desesperada por tu boca” (Sabina Berman).
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    La boca se desea infinitamente, desesperadamente, porque se espera y se confía en la muerte que el amante proporciona con el beso: “tu boca tus labios tus dientes tu lengua/ hasta el grito hasta el aullido hasta el llanto hasta la muerte” (Salvador Novo). Porque es el beso una experiencia enajenante donde la identidad se pierde gozosamente en los cortantes fragmentos del espejo –eso es precisamente lo que se desea: “Abrázame como una tarde que se destroza en los espejos,/ quiero besar tu boca de trágicas espadas” (José Cárdenas)-, donde se muere y se renace.
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    Confluye además en la boca la palabra, milagro que se anida entre la lengua, “leve serpiente de delicias” que “blandamente ondula”. Y entonces el beso, el contacto, es expresión, es diálogo mudo: “yo me hundo en tus ojos y me escuchas,/ yo me hiero en tu boca/ y tú me escuchas” (Juan Bautista Villaseca). Porque está presente en la boca, y en el beso también, el nombre; voz, murmullo y totalidad del otro que se desea: “si pudiera besar tu corazón/ inmarcesible/ (…)/ presencia viva/ de murmurantes horas/ renovarían mi sangre,/ hasta ser plenamente el himno de tu nombre,/ la palabra en tu boca/ y espada en tu lengua” (José Cárdenas), y también negación y cortante ausencia: “apuñaleándome los labios con el ácido consuelo/ de tu nombre sin rejas/ todo muro” (Jaime A. Shelley).
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    Eso es el beso, herida mortal, herida abierta de la sangre y el deseo que ya nunca se cura, herida que una y otra vez se piden los amantes y que constituye una de sus expresiones más confidenciales y eróticas: “Con rabia, amor/ casi casi a muerte/ desclávate,/ con un puñal entre los dientes/ rájame la boca” (Sabina Berman). 
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    En La Tempestad, México, nº 26, sept-oct., 2002, p. 68.

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