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AMANDA CASTRO__
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Poemas tomados del libro
Onironautas
Guatemala: Letra Negra, 2001
La Creación
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En el principio
era el sueño
y con sus sueños
los espíritus
tejieron las canciones

Los espíritus creadores descubrieron los poderes
     de la chicha y el tabaco
y fue así como la vida aprendió a soñar

Primero 
soñó el fuego
que existía en el vientre de la mujer

Con el fuego vino la luz
     y la tiniebla
El fuego estalló en mil planetas
     el sol y la luna

Después soñó el aire 
y su oxígeno mantenedor del fuego
El aire desató la ventisca 
y dispersó los planetas
Más tarde vino el agua
que controlaba el fuego

Pero vio la vida
que el fuego el aire y el agua
vivían en el vacío
y creó la tierra
     para darles un hogar
Así nacieron los cuatro elementos básicos 
     para la vida

En el sueño de la tierra el sueño del agua
hizo surgir el mar
     los peces
     los árboles
     los animales
     y las flores

En el sueño de la tierra el sueño del fuego
hizo surgir los volcanes
     las montañas 
     y las islas

En el sueño de la tierra el sueño del aire
hizo surgir las nubes
     los truenos 
     y las lluvias
Y con las lluvias nació el sueño
     de El Maíz

Después 
los espíritus creadores hablaron con la vida
     dándole un libro muy viejo
     lleno de datos y figuras
diciendo:

  Éste es el Libro de los Libros
     en él encontrarás
     la forma de soñar nuestra existencia
     cuando terminés de leerlo
     habrás soñado nuestros cuerpos
     —Esta es la historia del pueblo K’iché—

Y fue así como la vida soñó
los seres de maíz
     —los hombres de maíz—
     —las mujeres de maíz—
los ancianos
y los niños 

Y a cada ser 
     la vida le dio
una porción de los cuatro elementos básicos
     y la libertad de usarlos a su albedrío 

Y hubo seres que fueron todo aire 
     y se desvanecieron enseguida
Otros fueron todo agua
     y el maíz se les podría en las entrañas
Otros eran todo fuego
     y cada cosa que tocaban se quemaba
Los últimos eran todo tierra
     ellos acumulaban la tierra
     olvidándose de sembrar el maíz 
      y perecían

Y vio la vida 
que los seres de su sueño
no habían comprendido 
el propósito de su existencia
entonces se alejó
     dejándolos
     abandonados a su muerte

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Éxodo
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Todo se había vuelto un Profundo silencio
     —un caos como al principio—

Bajo una piedra se hallaba
la placenta de la vida
que podrida como estaba
hizo surgir a Odosh’a
 el espíritu del mal
Xibalbá
     —la casa de los cuchillos—
     —la casa de los tormentos—

Los seres de maíz 
empezaron a pelearse entre ellos
y fue así como nació el odio
     y el llanto 

En la casa de los murciélagos 
la sangre del maíz se transformaba 
en vísceras humanas
En la casa de los espejos
los hombres se arrancaban los ojos 
con las manos

     —Odosh’a les enseñó a matar
     y Odosh’a estaba alegre—

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Lamento de los Tzutujiles
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Pedro Damián Vázquez
Nicolás Ajtujal Sosof
Felipe Quiejú Culán
Salvador Alvarado Sosof
Pedro Mendoza Iatú
Juan Carlos Pablo Sosof
Pedro Mendoza Pablo
Gaspar Coo Sicav
Salvador Damian Yaqui
Jerónimo Sojué Sisay
Juan Ajuchán Mesía
Manuel Chiquitá González
Pedro Cristal Mendoza
Masacrados el dos de diciembre
de mil novecientos noventa
Panabah, Atitlán, Guatemala
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Ellos
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Ellos no comprenden, Madre,
ellos no te han visto
     sangrar como nosotros
ellos no vieron los buitres
     sacarte los ojos
los perros
     desgarrarte
     ellos no oyeron tus gritos de angustia, Madre

Él nunca pudo entender mi ira
porque no te vio retorcerte
          en la montaña
     no te vio las manos quebradas
          los labios rotos
     el vientre hinchado de moretones
          la vulva reventada
Él no te ha visto nunca, Madre,
él sólo tiene ojos para sí mismo
los edificios altos
y la corbata del domingo

No podía entenderme el alma hecha pedazos
porque no ha visto tus ojos desterrados
perdidos en el aire
     ávidos de color
Él no ha limpiado tus manos desgarradas
No sabe el significado de un pañuelo blanco
o una canción lejana
o los colores de tu falda
Él no conoce el terror del silencio
La sensación helada de la sangre de los otros
     sus gestos
     sus gritos
     sus cuerpos carcomidos en los escombros 
sus cuerpos
     tirados uno sobre otro
     bañados de gasolina
Nunca olió la carne humana ardiendo
     los peces en el aire

Él no conoce el amor

Poemas tomados del libro
El Paso de la Muerte
(inédito)

Un año antes...
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               a mi padre, Luis Jiménez Navarro
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Parece que lo he visto por última vez...

Nos acercamos más ahora:
él 
          con su resentido cráneo
se acerca cada día más a la muerte
yo
          al terror

El frío teléfono sonando un día de estos 
para decirme que hay que ponerlo junto con los demás

Casi puedo verte
          de cuclillas frente al fuego
con esos ojos verdiamarillo de gato solitario
lleno de miedo
tan galán como siempre
          —diría la abuela—
alto, seguro, intransigente hasta la última gota 
profundamente tierno
tus largos dedos y el bigote rojizo
          entrando por esa puerta definitiva
          tu sombra perdiéndose en la distancia
          y tu voz diciéndonos que no importa
 

Se me cae el mundo y la quijada hasta el pecho
y corro a esconderme
bajo la cama
bajo la piedra más distante del universo 
pero tu sol me persigue 
y la locura me estalla los ojos
     una enredadera de dolor me ata
          los pies 
          los labios
Mi madre 
     ahora más sola que nunca
llamándome
      y yo que no quiero oírla
      que quiero diluirme 
      y no estar aquí para contestar el teléfono
            —que no tarda en sonar—

Me llenaré de recuerdos
y me sentiré culpable de lo que hice y no hice
me sumaré a tu duelo
y viviré el resto de mi existencia atormentada con tu muerte
     con todo lo que nunca se dijo
     con lo que nunca supiste
          lo que nunca fue
me quedaré inmóvil en la esquina inerte de tu memoria
mirándote en la sala con tus pesadas bromas 
y aquel largo pan de siempre

Me acordaré de la guerra:
yo con mis paperas y vos afanado por sacarnos del peligro
—con las luces apagadas para que no nos sorprendieran—
     ¡Cómo nos acercamos entonces
     tu pecho era todo
     y  no habría importado morirme!

Se me ocurre que voy a esconderme
 que no quiero verte morir
pero también se me ocurre
que seré la única que estará allí
para estrechar tu mano por última vez
y jugar en tu barba como cuando en el espejo
     me pasaba horas enteras
     hasta verte perfumando y nuevo
     saludar el día

Se me ocurre que seré la única que estará allí
para meterte en esa caja y decirte
     “te quiero aunque te hayas muerto”

No sabés papá
las ganas que tengo de decirte que te quiero
y que tengo miedo
     miedo de no llegar a verte
     miedo de tus manos perdiéndose en la noche
     de tus ojos apagados al final
     de la caja y los clavos y el cemento
     de todo lo que te dejará atrás
     de tus sueños distantes y limpios
          que me persiguen cotidianamente
     miedo de dejarte solo
 

Papá
que no sé qué decir
que no sé lo qué hacer
que no quiero verte cruzar el dolor
que necesito tu pelo ahora más que vos
que tu sol me persigue
      y por más que me esconda
      estás aquí 
      igual que el terror

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Un año después...
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Como tampoco llegué a verte
hoy me derramo en recuerdos diminutos
que te mantienen conmigo

Hoy me levanto te pongo una vela
pidiéndote la fuerza 
para que mamá  pueda vivir
      tu partida
      sin desplomarse 
al contacto del recuerdo de tus ojos
Hoy me levanto a mitad de la noche
me siento frente a esta máquina 
sin el cedazo para hablarte
      de este dolor

Con palabras no escritas y lágrimas sosegadas
te recuerdo menos punzante
y sé que a la hora de cruzar el andamio
estarás frente a mí
      —con los otros— 
y volveremos  todos 
a correr por los campos 
como los ciervos
y con reposado acento diré 
entonces
que ni a ti ni a mí nos sorprendió la muerte inadvertida
     y a la hora de mis sirios no temeré los clavos
            y emprenderé el camino
                  sin desesperación

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Porque eres más que un recuerdo
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               a Alfredo Roggiano
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¡Si me vieras ahora, Roggiano, te reirías!

Tu voz como un fantasma 
penetraría las ventanas
diciéndome
“ya ve que se lo dije”
¡Si me vieras ahora perseguida de locura!

Mirándote los ojos de mar incandescente
tendría que decirte
“profesor, usted tenía razón”
y volveríamos a sentarnos
igual que aquellas tardes
cuando con tus manos regordetas 
me asías la cara
     apuntando al precipicio
     y yo no quería mirarlo
     igual que no quise mirarte
     el día de tu muerte

Nos quedaríamos en silencio
juntos pensando en el misterio 
del sueño de las palabras

¡Si me vieras ahora, Roggiano, te reirías!
¡Si me vieras perseguida de poesía!

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               a Antonio Cornejo
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Antonio 
     vos te moriste igual que yo
de a poquitos
     sin ganas
arañando las paredes del miedo

desgarrando el corazón
     de la mujer que te acompaña

Antonio
vos te moriste igual que yo
cargado de embrujos y poesía
alegrando nuestras soledades con la ilusión
del re-encuentro

Hoy
que mis pulmones se inflan 
como globos en cinta
sin reconocer los límites
ni las periferias de mis costados
me pregunto, Antonio,
     si sentiste este miedo
     si es común esta incertidumbre
     si es normal aferrarse a esta ilusoria promesa
     de gotitas experimentales

¿O ha sido todo en vano, Antonio?

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               a Anibal Cruz

Llegué un día de lejos
Chequíel me ayudó a buscarlo

     Era un verano de esos que él amaba

     Me había dejado esperándolo con cuadros
     y todo reservado
     pero el amor lo retuvo y no pudo subirse al avión

     Sólo llegó el azul constante de sus manos
     incrustadas en trazos
     indiscutiblemente suyos

     Sus últimas palabras me hicieron creer
     que lo vería pronto

     Después supe que estaba en el Seguro
     taciturno
     comido de una vez
     por todo el guaro
     pudriéndosele el hígado 
     como un jazmín desfloronado

     Después supe
          que había muerto
Y cuando volví a buscarlo
para decirle lo mucho que lo amaba
y que jamás le mencioné
     no podía encontrarlo

¿Cómo era posible?
El premio nacional de pintura 
ni siquiera tenía una lápida 
que diera la fecha de su existencia

Se había reducido a un número de lote
sin nombre y sin medida
     Fue entonces cuando me eché a llorar

_
               a Obed Valladares

Yo no supe qué decirle
y han pasado muchos años sin poder escribirle 
unas letras para que se acuerde de mí

Me lo dijo con una aparente frialdad y distancia
me lo decía él —dijo—
porque quería que lo oyera de sus propios labios

Se estaba muriendo y lo sabía
lo asumía
(jamás me imaginé que años después 
     yo seguiría su ejemplo)

Se había rehusado a seguir el tratamiento
la químeo no le seducía en absoluto
     él amaba la embriaguez de su pelo
     en rizos sobre el hombro
     y su barba mal cortada
había resuelto morirse en paz

Para calmarse 
los dolores tempestuosos de su cáncer
no le hizo falta la morfina 
siguió tan aferrado a lo nuestro 
como cuando estaba en Italia
     y tomaba el vino de los ancestros
     de la papa y el copal
 

No supe qué decirle 
Le oía las palabras huecas 
que caían como espadas 
sobre la masa informe de mi cerebro

Tal vez debí decirle que jamás olvidaré
aquellas largas horas 
cuando con retorcido brazo 
él plasmaba con una parte de mi cuerpo 
la imagen de una mujer que surgía de la tierra 
con la cara del espanto 
que nos provocaba la Honduras de entonces
     (y que aún no ha cambiado)

Tal vez debí decirle
del orgullo que sentía 
cada vez que miraba mi brazo 
y todos sus contornos
en aquella arcilla oscura 
que no nos permitía olvidarnos del dolor

     Tal vez debí decírselo

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No lloren por mí

Cuando el velero blanca de mi calmada paz y la melancolía se aleje del puerto con camino infinito y sin retorno/ no lloren por mí/ que la muerte me ha dado el descanso y con sus tiernos brazos me muestra el camino de la luz hacia la aura/ que la muerte me lleva consigo a conocer los secretos fantasmas de sueños insomnes que tanto dolor provocaron en vida/ que no llore mi madre/ porque con nuestros muertos estoy de regreso desnuda y contenta de la mano del hombre que decidió ser mi padre y su amor/ que los abuelos me aguardan para contarme los cuentos de antaño que no pude escribir/ que no llore mi hermano/ porque él me vio en la montaña perderme en la lluvia buscando un camino que llevaba al mar/ que recuerde mi risa confundida/ entre los granitos de arena que cantaban los niños/ de nuestro viaje río arriba descubriendo el amor/ que no lloren mis niñas/ tres hebras de la misma madeja que hilvanan el cielo y el mar/ el viejito lleno de amor que no llore nunca/ porque voy contenta/ que no llore mi amante compañera tierna/ mi bastón/ mi mano mi pluma cuando no he podido escribir/ mi amor cuando no he podido amar/ mi vida cuando no he podido vivir/ que no lloren mis amigos/ porque ellos ya conocen de mis amores con la muerte y no les sorprende el dolor/ que recuerden mis versos y que beban lo que no pude/ cuando apenas y se distingan mis cenizas entre las aguas o el viento de un templo en Copán/ que no llore nadie/ que quemen incienzo alzando las copas/ que me voy contenta para Xibalbá/ que no llore nadie/
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