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    ASPASIA WORLITZKY
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    Poemas
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    La partida del hijo
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    Te fuiste caminando lento,
    llevabas los hombros tristes,
    el pelo largo y liso.
    En silencio miré como te alejabas,
    no sabías, eras feliz.
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    Te saqué de mi tibio vientre,
    en mis brazos te cubrí de aureolas,
    no sabías y te quedaste quieto.
    Tus grandes ojos
    se enmarañaron de sombras misteriosas.
    “Estamos de paso”, dije.
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    Tu mano pequeña se quedó en la mía,
    tu sonrisa en mi sonrisa.
    Te ibas.
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    Diálogo
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    ¿Hijo, te acuerdas de la Margarita?
    ¿cuando te cambiaba de ropa
    para llevarte a pasear al cerro?
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    Tal vez no recuerdas.
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    Había un sauce llorón
    en medio de la parcela
    donde a veces me instalaba
    a escribir poemas, 
    a observarte de lejos.
    Te arrancabas del perro 
    tropezando en los terrones,
    recogiendo a tu paso damascos y ciruelas.
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    ¿Te acuerdas de tu escuela,
    del overol casero,
    los cerdos intrusos
    que atravesaban la cerca?
    ¿Te acuerdas de tu maestra pequeñita
    que te enseñaba las letras?
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    Tal vez no recuerdas.
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    Tu abuelo en la terraza
    liando un cigarrillo,
    tu padre en reunión de Partido 
    y yo cosiendo un parche 
    de tu pantalón dominguero.
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    De pronto, un ruido extraño 
    atronando el cielo entero,
    los aviones, los soldados, 
    un llanto largo y mucho miedo.
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    ¿Te acuerdas hijo
    del día que te dije adiós
    porque partía al destierro?
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    En mis manos, la pelota de trapo 
    que el Juan te había hecho,
    “ya vuelvo ligerito, la abuelita te cuida”.
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    Esa pena de siglos,
    esa incertidumbre 
    quemándome por dentro.
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    Tal vez no recuerdas
    y prefiero que así sea, 
    que ahora vivas la vida
    con la misma entrega honesta 
    que tus padres aprendieron
    en otros tiempos 
    y en otras guerras.
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    Quiero que no lo sepas,
    puede llegar un día
    a destruir tu existencia.
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    Huida
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    Es como si desapareciera,
    poco a poco, en una blanda agonía.
    Como si todos los soles del mundo
    no lograran levantarme,
    como si muriera.
    Imaginarios fríos me recorren,
    mi cabeza se cansa,
    se empaña la transparencia de mis ojos,
    escribo sin pudor, incierta,
    no sé si tú lo sabes,
    no puede ser que no lo sepas.
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    Pasan los años, el rastro queda,
    el miedo, el mismo miedo,
    pareciera que realmente estoy perdida,
    voy y vuelvo,
    vuelvo y me colmo de sonrisas.
    _
    A veces creo, me parece verte,
    acudo a tu llamado.
    Nada, el vacío.
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    Yo no sabía, todo era nuevo
    y mi sembrar reluciente.
    Se enredaba el juego, una esperanza,
    la primavera, el invierno, 
    en medio del patio yo con trenzas, 
    calcetas blancas 
    y un renacimiento entero. 
    ¿Cómo quieres que comprendan 
    si no lo han vivido?
    ¿lo comprendes tú?
    Esta pena que se arraiga con tu ausencia
    ¿cómo quieres que la entiendan?
    _
    De mi casa me mudaron 
    sin preguntarme siquiera,
    se me hizo largo el camino de zarza y tierra,
    se me hizo sombra la tarde,
    el grito quedó, 
    sordo, estremecido.
    _
    ¿Adónde vas madre? 
    A buscar hambre.
    ¿Qué me traes madre? 
    Calla niño que tengo prisa.
    Déjame enlazarte 
    que el sol ya brilla,
    y... quema.
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    Un rebaño se aleja maleta en mano,
    una lucha que se ausenta 
    para seguir luchando.
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    Nadie me espera, tú no me esperas,
    no le encuentro sentido a esta vida mía
    que ya no es mía ni tuya,
    como si desapareciera
    ¿lo comprendes?
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    Derrotada
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    Me instalo a escribir
    como si con ello te pudiera
    destronar, asolar.
    Te veo gigante 
    destruir a latigazos nuestro destino,
    aquel destino nuestro que tuvimos.
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    Entonces el sol brillaba y calentaba la tierra,
    con mi delantal me veo en el jardín, 
    entre rosas y eucaliptos,
    hace calor afuera.
    Los pies desnudos, 
    sin fatiga, pequeños,
    el agua fría de la acequia.
    _
    Acequia, parrón, hojas muertas.
    Hay que barrer la terraza,
    hay que poner la manguera.
    _
    Padre mío 
    ¡cómo quisiera cantarle 
    a tus ojos marinos, 
    al enigma de tu vida!
    pero se juntan las nubes en el cielo
    y él, mi amante, 
    viene a mi encuentro como entonces, 
    tímido, en silencio.
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    El camino largo, largo y enseguida
    un sendero, una montaña,
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    tu cuerpo hundiéndose en el pasto,
    riendo, amándonos... riendo.
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    El miedo dibujado en tus entrañas,
    ese maldito miedo sin delito cometido,
    la tarde en que se confirmó.
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    Tú representabas la sangre de mi tierra,
    un pedazo de mundo 
    que no sabía que era mío.
    _
    Eras más que el amor, eras la guerra,
    yo me fui sin luchar, las manos secas,
    me fui y no volví.
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    Todos nos quedamos esperando
    ese milagro blando que jamás llegó.
    Supusimos que el plazo estaba terminado,
    un minuto eran diez años.
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    Nos cansamos de juntar dinero para enviarlo,
    nos cansamos de contar historias a los hijos,
    apretamos los ojos y las gargantas,
    nos acostumbramos a bajar los brazos,
    a no demostrar,
    hasta que un día 
    te borraste con la tormenta.
    Tu nombre desapareció 
    en el agua salada de los mares del mundo,
    también la estampa 
    con los nombres de cien mil vientres contraídos.
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    Me instalo a escribir,
    como si con ello pudiera perdonar.
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    Promesa
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    Te voy a dar un jardín lleno de flores,
    de cardenales, de rosas perfumadas,
    algunos claveles blancos
    y dos girasoles.
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    Te voy a dar un cerro de pasto verde
    para que corras descalzo 
    sin molestar a nadie.
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    Un sauce frondoso, 
    grande para que te subas trepando,
    aunque de verdad yo no sé 
    si se dan por estos lados…
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    Tal vez haya también 
    un nido pequeño y tímido
    con tres gorriones risueños. 
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    En la escalera de la entrada
    un perro, un gato angora,
    sol, mucha nieve 
    y en el otoño 
    hojas secas de colores varios.
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    Temprano por la mañana 
    saldrás a buscar tesoros,
    reirás otra vez, serás feliz,
    tendrás amigos.
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    Te voy a dar, lo prometo,
    una casita hermosa 
    con baranda de madera,
    un patio solo tuyo 
    con la tierra sólo tuya,
    con el aire tuyo y nuestro.
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    Te voy a dar hijo mío,
    un hogar en Canadá.
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    Inspiración
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    Tengo la mente cansada,
    blanca y cansada,
    se cierran casi los ojos
    sobre el papel.
    La luz penetra entre los visillos,
    triste, incierta,
    en la taza de artesanía ajena
    se enfría el café.
    _
    Tengo ganas de irme
    pero no corriendo,
    dejar mis pasos enterrarse
    e irme hundiendo en la nieve 
    poquito a poco
    bajo la polvareda blanca, tenue.
    _
    El viento sopla, el ruido crece,
    la mano se desliza, 
    escribe profundamente.
    Siento las piernas dolidas,
    el alma cae, cae y se pierde.
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    Apenas suspiro,
    los relojes duermen,
    si llamas iré
    limpia de lágrimas, 
    me dejaré tocar,
    acariciar,
    el calor de tu pecho me revivirá.
    _
    Tengo que encontrar las fuerzas
    para levantarme de puntillas,
    poner la mano abierta en tu serena frente,
    ordenar suave, leve,
    tu pelo enmarañado.
    _
    Tengo que reír despacio,
    convencerme de tu juego,
    banalizar nuestras miradas,
    hacer que crezca el ensueño.
    _
    Extasiarme luego 
    en las más increíbles aventuras,
    penetrar los bosques y los cielos
    evitando cisnes de espuma,
    rodar, entrelazar erotismos densos,
    escurrirse entre los besos,
    obsesionados besos,
    de barro y vino los besos,
    de vino blanco, de escarcha.
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    Una emoción intensa
    que me recorre entera,
    alada.
     _
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    Exilio
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    En un gemido evoco las montañas,
    en un gemido les pedí compasión.
    _
    Esas enormes alturas sí saben,
    vieron como se los llevaban
    para aniquilarlos,
    como los llamaban uno a uno
    para destrozarlos
    hasta vencer sus fortalezas,
    hasta terminar con sus lealtades
    y con sus ambiciones,
    ... se los llevaron.
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    Les mostraron el humo de los pasillos,
    sus gritos se transformaron en ecos.
    Se escribieron en diarios y revistas.
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    Algunos se fueron con sus maletas
    de cuero usado,
    con sus ternos grises
    de invierno.
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    Incansables esperaron
    en las filas de los aeropuertos,
    se convirtieron en tumulto.
    Sus cuerpos comenzaron
    a oler a destierro,
    judíos, españoles, pueblos.
    Olor a paquetes olvidados,
    a empanadas añejas,
    palabras repetidas,
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    llanto de niños abandonados.
    Yo también comencé
    a impregnarme.
    Me preguntaron el apellido
    y casi se me olvidó
    a fuerza de deletrearlo.
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    Llené papeles interminables,
    interpelé a mis hijos,
    los hice sentarse
    al final de una escalera
    de cemento, en silencio,
    les dije que un autobús pequeñito
    vendría por ellos,
    que no olvidaran sus cuadernos,
    apenas alcancé a pasarles
    la mano por el pelo.
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    Y ellos lloraron, suplicaron,
    me pidieron volver.
    Les enseñé a ser fuertes,
    a cerrar los puños,
    aprendieron sus nombres completos,
    su dirección y número de teléfono.
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    “Si alguien les habla, no contesten”.
    “Si alguien los agrede, se defienden”.
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    No pasar, está prohibido.
    Los mataron.
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    Vancouver
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    Hay un camino que se pierde en la montaña, 
    y otro que nace más allá de la madrugada. 
    Me sitúo al medio, donde las piedrecitas
    se encuentran, 
    allí donde se desvanece el agua. 
    _
    Escarbo para ver si encuentro, 
    ___nada. 
    Recojo, de humedades tibias,
    inundo los suaves entornos, 
    estoy sola, más sola que un perro. 
    _
    A lo lejos distingo un enredo de hombres 
    que se afanan en pescar con moscas, 
    circula el aire, atraviesa la soga, 
    agarra, no agarra, el vocerío aumenta. 
    _
    Mis pies se hunden en arena extranjera, 
    el río corre para llegar ligero 
    a juntarse con el frenesí salado, 
    no me ve, corre y tropieza, 
    ignora las sombras de los troncos despreciados 
    a la orilla del Fraser. 
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    Circulan por mi mente atolondrada
    las caprichosas espumas del Danubio 
    y me siento de nuevo confundida 
    en aquella tierra hostil del primer exilio. 
    Luego viví otros ríos, 
    me espantaron nuevas corrientes 
    sin transparencias azules, 
    donde reposé mis miembros fatigados 
    muriéndome de frío. 
    _
    El Sena ilusión, el Sena sueño, distorsión. 
    Y de pronto me surge, claramente y sin prisa, 
    aquel frágil hilo, estéril, del Mapocho sangriento. 
    Los hombres en el barco no sospechan, 
    disfrutan vanamente de momentos fugaces.
    Les digo que estoy contenta
    y me enfilo las botas de goma
    hasta más allá de las rodillas. 
    _
    Luego penetro con mi caña a cuestas, 
    un dibujo en el cielo cercano a las cabezas, 
    un tirón y el enorme salmón debatiéndose
    se entrega, 
    queda enterito aprisionado en las cuerdas, 
    se queda quieto. 
    _
    Al atardecer en el fogón se saborea. 
    ________Nadie sabe, … que nadie sepa.
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    Hermano
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    Hoy te vi con la misma frescura,
    en ese espacio de terreno
    inmensamente verde,
    en donde sopesábamos nuestros sacrificios.
    _
    Tenías el pelo azabache, 
    brillante hasta sin gomina, 
    caminabas presto, 
    yo llevaba dos trenzas 
    que me tiraban las mejillas. 
    _
    Te gustaba Sinatra, te admiraba 
    porque cantabas en lengua desconocida,
    también porque llevabas el estigma 
    del hermano mayor.
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    Así de simple, así de bueno, 
    caminábamos lentito por adolescencias ocres
    de tanto sufrirlas.
    _
    No recuerdo cuando nos paramos en seco, 
    puede haber sido en aquella despedida 
    en el aeropuerto
    con tanta guerra y tanto desaliento 
    tampoco me explico como los años
    se nos fueron metiendo dentro. 
    _
    Te examiné un día a través de mis intentos 
    de existencia exiliaria .
    transformándote de golpe, la rabia desatada
    te convertí en estatua perfumada de copihues, 
    te levanté en vilo y te sentí hasta las entrañas. 
    _
    Tú eras el que cortó la leña
    del bosque de eucaliptos, 
    que fabricó puentes para pasar
    sobre el canal podrido, 
    el que cavó  surcos y más surcos 
    en la tierra fértil y agrietada 
    con los terremotos del siglo. 
    _
    Eras y no fuiste, hermano sudamericano.
    _
    Extraños en la noche, 
    inmensa noche en la que estoy perdida, 
    definitivamente lejos, 
    sin trinos de aves nuestras. 
    Nuestros trinos.
    _
    ____Hoy te vi… en la parcela. . .
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    _
    _
    Simplemente
    _
    Mi madre no cocinaba en cacerolas de reina, 
    no picaba la cebolla en fuentes color de cielo, 
    mi madre fregaba tiestos en el canal de la huerta.
    Sus manos se hacían rudas, 
    sus cabellos castaños, tiesos, 
    sus pasos lentos, seguros, 
    su voz y su llanto inciertos.
    _
    Mi madre no se vestía con encajes ni con sedas, 
    no se pintaba los labios ni se arreglaba las cejas,
    mi madre no era doncella.
    Muy temprano de mañana ella se levantaba 
    y alimentaba las aves, los perros y los cerdos. 
    _
    Después, cargaba verduras 
    en sacos gruesos y obscuros, 
    caminaba largas cuadras,
    tomaba una micro vieja 
    y le entregaba la carga al Chuma
    para venderla en la Vega. 
    _
    Ella arrastraba los pies
    en chalas rotas y chuecas.
    Mi madre nunca se puso
    un collar de treinta perlas. 
    _
    Con una entrega sincera
    ella les sirvió un tecito 
    a soldados sin uniforme que allanaban
    su morada. 
    _
    Les mostró cada rincón 
    sin miedos ni desconfianza 
    mientras a golpes y hachazos 
    su pieza despedazaban. 
    _
    Mi madre tomó un avión,
    se fue para otros mundos, 
    no se sacó el delantal
    y nunca una queja tuvo, 
    en otra lengua le hablaban, 
    la compraron, le vendieron, 
    entregó su existencia misma 
    a los hijos y a los nietos. 
    _
    Mi madre volvió a su tierra
    sin guantes de terciopelo, 
    volvió y se murió en seguida, 
    mi madre vivió el destierro.
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Página puesta al día por_José Antonio Giménez Micó_el 1 de junio de 2018
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