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Cuadernarios
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Cuadernario
2
(2006)
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Escritora:
Araceli
Otamendi
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Artista:
Manuel
Girón
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Traductora:
Alicia
Zavala Galván
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Crítica:
Conny
Palacios
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MADRE E
HIJA
Manuel
Girón
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LA CALESITA
Araceli
Otamendi
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Los ojos oscuros
de la nena están fijos en un punto,
traslucen una mezcla de asombro
y desaliento. Es muy niña, tal vez dos o
tres años. Las manos
pequeñas se asían firmemente al eje del
caballito de madera,
como si no tuvieran algo más de dónde
sostenerse. El sol
dibuja siluetas multiformes en la vereda
redonda y mojada por la
lluvia de hace un rato y las
expande más allá de las
rejas un poco oxidadas. Algunas nubes
parecen caballos blancos, levantan
las patas traseras mientras sus "manos"
agitan el aire. Sentados en un
banco dentro del recinto limitado por
las rejas un hombre y una mujer se
besan incansablemente. Se exploran con
sus lenguas más allá
de los labios húmedos de ambos. El es
joven, de aspecto rudo, los
brazos musculosos y firmes insinúan un
trabajo que le exige esfuerzo
físico. El pelo es corto y ondulado,
tiene ojos oscuros de mirada
vivaz. Ahueca las manos grandes y firmes
en la nuca de la mujer. Usa un
jean y una camisa muy abierta que le dan
un aire desaliñado. Mientras
la calesita da vueltas y más vueltas
suena una música horrible
y vulgar, sonidos guturales llegan casi
a lastimar los oídos. Yo
soy Rosita, yo soy José, las dos ratitas
de la tevé, liralalira,
liralalira, yo soy Rosita, yo soy
José... Así, las notas
discordantes se suman al calor de la
tarde y tornan la atmósfera
más insoportable.
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La nena lame
un chupetín mientras el caballito avanza
en círculo acercándose
a la pareja que sigue besándose. Algunos
segundos antes, la mujer
ha deslizado un puñado de fichas en las
manos del infeliz que da
la sortija y se ha entregado otra vez a
las caricias y besos del hombre.
Ella es menuda, morena y en sus ojos hay
un aire indiferente. Sentada,
parece más pequeña, más flaca. La ropa
es de confección
barata y los movimientos que ejecuta con
el cuerpo mientras besa al hombre
son algo nerviosos. La mujer no deja de
cruzar las piernas, alterna la
de arriba con la de abajo, ni deja de
mover las manos con largas uñas
pintadas de rojo intenso crispadas
detrás de la espalda del hombre.
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Los ojos oscuros
de la nena se detienen en la escena cada
vez que el caballito pasa frente
a la pareja. La mirada inexpresiva e
infantil queda vagando en el aire.
Solo puede verse en ellos una expresión
mansa y el desamparo. Cada
tanto el infeliz rengo y desdentado
recoge las fichas y comenta algo con
el hombre gordo que las vende, los dos
se miran y las miradas se posan
después en el hombre y en la mujer.
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El sol ya
corrió algunos pasos las sombras
irregulares y el cielo tiene el
brillo de los mejores días del verano
que llega a su fin. Ahora
el infeliz va juntando de a una
las fichas que le entregan los niños
hasta que llega a la mujer:
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-Señora,
se acabaron las fichas, ¿va a comprar
más o se lleva a la
chica?
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Ella no le
contesta, se separa bruscamente del
hombre, el semblante rojo y húmedo
y desata la correa que sujeta a la
nena y la baja del caballo. Sin
decir nada toma a la nena de la mano y
las dos se alejan. El hombre camina
unos pasos más atrás.
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Todavía
juega el sol entre las copas de los
árboles florecidos y hace brillar
las hojas con verdes más intensos. Hay
una mezcla de perfumes de
árboles en flor, retamas y tilos.
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La calesita
sigue girando, con la molesta
música de carnaval interrumpida
solo por el chirrido esporádico de los
ejes. Algunos chicos patean
la pelota hasta que salta sobre las
rejas y cuando el desdentado
no los ve, aprovechan para dar gratis
una vuelta.
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Ahora es de
noche, sopla un viento fuerte y seco y
los árboles se inclinan lo
suficiente para emitir algo así como un
quejido que se filtra por
la ventana. Un gato camina por el techo
con pasos sigilosos. Se detiene
y encoge su cuerpo para atrapar alguna
presa. La nena duerme abrazada a
un osito azul, la respiración puede
percibirse más allá
de la puerta que da al comedor. El sueño
de la nena es profundo
hasta que unas voces altisonantes la
despiertan. La nena se acerca a la
puerta y escucha:
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-Si no me
crees, preguntale a la nena, estuvimos
toda la tarde en la calesita.
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Los gritos
continúan mezclándose y la discusión
sube de tono.
Los ojos de la nena vuelven a estar
fijos en un punto, las manos asidas
al eje de un caballo imaginario y la
mirada vacía de expresión
triste y somnolienta. Vuelve a su cama,
levanta el oso azul entre sus brazos
y se queda muy quieta parada detrás de
la puerta. Las voces se confunden
con el ladrido de los perros, el crujir
de los muebles, el silbido del
viento. No la dejan oír claramente lo
que discuten. De pronto, suena
el primer disparo; la nena corre a su
cama y se tapa con las sábanas.
Casi sin respirar. Cuando llega la
policía le hacen una serie de
preguntas que no puede contestar.
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THE MERRY-GO-ROUND
Alicia
Zavala Galván
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The dark eyes
of the little girl are fixed on a point,
they reveal a mixture of bewilderment
and dismay. She is still very small,
maybe two or three years old. The
tiny hands are held firmly at the base
pole of the wooden horse, as if
they have no place else for support. The
sun draws multiform silhouettes
in the round path that has been dampened
by the recent rain, expanding
them beyond the oxidized railings. Some
clouds resemble white horses, lifting
their hind legs while the front “hands”
circulate the air. Sitting on a
bench inside a space surrounded by
railings a man and a woman are kissing
unrelentingly. They explore each other
with their tongues going beyond
the moist lips. He is young, rugged,
with dark short wavy hair and dark
lively eyes. Firm and muscular arms
suggest a job that requires heavy
physical
labor. He is holding the head of the
woman with both hands. The open shirt
and jeans he wears gives him a slovenly
air. Meanwhile the merry-go-round
turns and turns plays a horrible and
vulgar music, guttural sounds that
almost hurt the ears. I am Rosita and I
am Jose, the two little rats from
Teevee, liralira, liralira, I am Rosita
and I am Jose. In this manner the
off tune notes add to the hot afternoon
and make the atmosphere more unbearable.
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The little
girl licks a lollipop while the little
carousel horse rotates and nears
the couple who continue kissing. A few
seconds before the woman had dropped
a fistful of tokens into the hands of
the poor wretch who runs the
merry-go-round,and
surrenders again to the caresses and
kisses of the man. She has a slight
physique, dark skin and there is an air
of indifference in her eyes. Seated,
she seems smaller, skinnier. Her clothes
look cheap and the movements that
she makes with her body while she kisses
the man are somewhat nervous.
The woman does not stop crossing her
legs, alternating the top one with
the bottom, nor does she stop moving her
hands with fingernails painted
bright red tensed behind the man’s back.
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The dark eyes
of the little girl are fixed on the
scene each time the wooden horse passes
in front of the pair. The inexpressive
infantile stare keeps wandering
in the air. The only thing that can be
read in them is a docile expression
of vulnerability. Each time the crippled
and toothless wretch collects
the tokens, he makes a comment to the
fat man who sells them, the two look
at each other and then fix their stares
on the man and the woman.
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The sun has
moved beyond lopsided shadows and the
sky has the brightness of the best
days of summer that are coming to an
end. Now the wretch is collecting
one by one the tokens handed to him by
the children until he comes to the
woman:
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“Lady, the
tokens are used up, do you want to buy
more or will you take the girl?”
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She does not
answer and pulls away abruptly from the
man, her face is red and damp and
she unties the leash that holds the
little girl and gets her down from
the horse. Without saying a word, she
takes the little girl by the hand
and the two walk away. The man walks a
few steps behind them.
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The sun is
still playing among the treetops in
bloom making the greens of the leaves
shine brighter. There is a blend of
fragrances of the Yellow Elder and
Lime trees that are blooming.
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The Merry-Go-Round
keeps turning, with an annoying carnival
music that is interrupted only
by the sporadic screeching of the axles.
Some children kick the ball until
it lands over the rails and when the
toothless man does not see them, they
take advantage and ride one free turn.
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It is now
nighttime. A strong and dry wind is
blowing and the trees tilt enough to
release something of a moan that filters
through the window. A cat walks
on the roof with cautious steps. It
stops and crouches up to catch another
victim. The little girl sleeps embracing
a blue teddy bear; the breathing
can be felt past the door that faces the
dining room. The little girl sleeps
soundly until some high-pitched voices
awaken her. The little girl approaches
the door and listens:
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“If you don’t
believe me, ask the child, we spent all
afternoon at the Merry-Go-Round.”
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The screams
continue to mix and the conversation
tone rises. The eyes of the little
girl are once again fixed on a point,
the hands hold onto the pole of the
imaginary wooden horse and the
expression sad and sleepy. She returns
to
her bed, picks up the blue bear and
stands quietly behind the door. The
voices blend with the barking of dogs,
the screeching of furniture, the
wind whistling. She cannot hear clearly
what they are arguing about. Suddenly,
the first shot is heard, the little girl
runs to the bed and covers herself
with the sheets almost without
breathing. When the police arrive they
ask
her a series of questions she cannot
answer.
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LA CALESITA
Conny Palacios
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"La Calesita"
es un cuento corto de ambiente urbano
con un final inesperado. El tema
se puede definir como el de la inocencia
ultrajada. Los personajes y el
espacio físico donde se desarrolla la
acción no tienen nombre
ya que lo que parece importar en el
cuento es la denuncia sostenida del
abuso al que son sometidos los niños, no
importa la clase social
ni el país.
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El argumento
es sencillo, asistimos a la
representación de dos escenas: La 1ª,
nos muestra a una niña sentada en un
caballito de madera dando vueltas
y vueltas en una calesita, mientras a
pocos pasos de ella, una mujer y
un hombre se besan apasionadamente. No
sabemos la relación entre
la mujer y la niña, pero deducimos que
son familia, ya que al atardecer
se van juntas. La 2ª, se desarrolla por
la noche, en una atmósfera
un poco tensa. Vemos el desamparo de la
niña que duerme sola abrazada
a un osito azul. De repente la niña
despierta por las voces alteradas
de la mujer que discute con un hombre
diferente al de la tarde. Sabemos
que es distinto porque la mujer se
defiende, suponemos que de una acusación
que el hombre le hace, diciendo: “Si no
me crees, preguntale a la nena,
estuvimos toda la tarde en la
calesita.” La escena termina
abruptamente
con un disparo.
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El cuento
se caracteriza por la nota predominante
de lo feo en dos niveles: un nivel
moral, dado por la falta de pudor de la
pareja en la primera escena, y
el engaño de la mujer en la segunda. El
otro nivel se da en el espacio
físico, y se observa en la música de
fondo “horrible y vulgar”
que dice así: "Yo soy Rosita, yo soy
José, las dos ratitas
de la tevé, liralalira, liralalira, yo
soy Rosita, yo soy José…"
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En cuanto
a la técnica, el cuento se desliza sobre
un tiempo lento, comienza
por la mañana y termina por la noche.
Tiempo acentuado por el ritmo
moroso de la narración, ritmo que se
enfatiza por la falta de diálogo,
con la intención probablemente por parte
de la autora, de que el
lector tome conciencia del abuso a que
son sometidos los niños.
Además Araceli Otamendi utiliza el
contraste entre lo doblemente
feo –la acción que se denuncia y el
espacio físico en que
se desarrolla-, y la belleza casi
prístina de la naturaleza. La
Belleza en un sentido amplio sirve de
marco a lo abyecto de la situación.
Al principio de la narración nos
introducimos en una mañana
donde acaba de llover y las nubes
semejan “caballos blancos” y por la
tarde,
ya casi al anochecer: "Todavía juega el
sol entre las copas de los
árboles florecidos y hace brillar las
hojas con verdes más
intensos. Hay una mezcla de perfumes de
árboles en flor, retamas
y tilos."
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En conclusión,
“La Calesita” es un cuento de denuncia y
se suma a las voces de otros autores
hispanoamericanos contemporáneos, como
bien dijera César
Ferreira en su artículo titulado "Los
legados de Julio Ramón
Ribeyro", que "se esfuerzan por escribir
obras de corte realista y urbano
que reflejen los nuevos retos a los que
se enfrenta la sociedad que les
da origen." (96)
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