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COMO UNA
SELVA
Mireya
Keller
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Está
sentada en un pedacito. Rodeada de
palmeras y hojas verdes y hojas grandes
y hojas. De cualquier tipo y tamaño y
por todos lados. Verdes. Verdes.
Avanzan. Rodean. Tragan. No es el
paraíso. Hace calor. Está
desnuda. Y no se llama Eva. Bárbara. Ése
es su nombre. Será
porque alguna vez fue aguerrida o medio
salvaje. Quién sabe. Es
como una selva. Ella y todo lo que la
rodea. Está sentada apenas
en un clarito. Hay un sol húmedo que se
desliza desde las hojas.
Que son muchas, y casi lo tapan. Por eso
el sol viene medio oblicuo y así
mismo se apoya en el suelo con musgo y
deja una luz amarilla y pegajosa.
Bárbara no se mueve. Sólo estira los
brazos y come. Eso hace
Bárbara todo el día y toda la noche.
Come y come. Plátanos
cocos lagartijas monos. Lo que le caiga
en las manos. Mosquitos serpientes
pájaros. En fin eso es lo único que hace
Bárbara.
Desde hace mucho tiempo. Desde todo el
tiempo. Es joven. Tiene el pelo
largo y muy liso que le llega hasta el
suelo resbaloso y sigue y sigue
desparramándose por su pedacito y más
allá. Se interna
en el follaje espeso. Ella está sola.
Absolutamente. Desamparadamente.
Y come. Hasta que los huesos le empiezan
a desaparecer bajo la grasa y
el estómago se le ensancha y le crecen
estrías como tatuajes
en la piel que se le estira y las
piernas tiene que mantenerlas abiertas
muy abiertas para poder seguir sentada.
Llueve. En este paraje siempre
llueve y sale el sol pegajoso y llueve y
llueve y el sol. A veces todo
el mismo día. Por eso las cosas crecen
tanto en esta tierra. Bárbara
también crece. Toda ella. Desde el pelo
hasta los dedos del pie.
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Crece hasta
que va llenando todos los pedacitos
hasta que va secando los plátanos
y los coqueros y las hojas que ya no
siguen naciendo y el sol que no necesita
entrar así oblicuo como antes. Le cae
encima como un rayo amarillo.
Implacable. Le deja casi chamuscada la
piel transparente de haberse estirado
tanto. Ya no es joven. Los pechos se le
desparraman como dos pelotas sin
aire hasta que le rebotan en el ombligo.
El pelo está seco. Como
paja seca. El suelo está seco. Sin
musgo. Bárbara tiene que
seguir comiendo. Y se le acabaron los
animales y los insectos y los frutos
y lo que volaba y lo que se arrastraba.
No puede levantarse. No puede sentarse.
Yace. En una tierra como desierto. Sin
árboles. No llueve. No hay
más verde por ningún lado. Bárbara es
como una selva
inmensa y arrasada. Estira un brazo. El
izquierdo. Y empieza por el dedo
más gordo. Lo mastica despacito pero
segura mientras el sol como
rayo le parte la cara y los pechos y la
grasa.
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COMO UNA
SELVA
Almudena
Santalla Rodríguez
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She is sitting
in a little place. All surrounded by
palm trees and green leaves and big
leaves and leaves. Leaves of any kind
and size and everywhere. Green. Green.
They move forward. They are all around.
They swallow. It is not paradise.
It is hot. She is naked. And her name is
not Eva. Bárbara. That
is her name. Maybe because she used to
be brave or half wild. Who knows.
She is like a forest. She and everything
surrounding her. She is sitting
in a little glade. There is a wet sun
sliding from the leaves. And there
are many, they almost cover it. That is
why the sun comes half oblique
as well as it leans against the musky
ground and leaves a sticky yellow
light. Bárbara does not move. She only
stretches her arms and eats.
That is what Bárbara does days and
nights. She eats and eats. Bananas
coconuts lizards monkeys. Whatever falls
on her hands. Mosquitoes snakes
birds. Well that is the only thing
Bárbara does. From a long time
ago. All the time. She is young. She has
very straight long hair which
goes down to the slippery ground and is
longer and longer scattering over
her little place and farther. It gets
into the thick foliage. She is alone.
Completely alone. Helplessly. And she
eats. She eats until her bones disappear
under the fat and her stomach gets
bigger and there grows striation big
as tattoos on her strained skin and she
has to keep her legs apart quite
apart so that she can still be sitting
down. It is raining. It always rains
in this spot and a sticky sun turns up
and it rains and it rains and then
the sun. Sometimes altogether along the
same day. That is why everything
grows so much in this land. Bárbara also
grows. All of her. From
her hair to her toes.
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She grows
until she fills all the gaps until the
bananas and the coconut palms and
the leaves do not sprout any more and
the sun need not come down so oblique
as it used to do. It falls onto her like
a yellow flash of light.
Implacable. It leaves her transparent
skin almost scorched for the heavy
stretching. She is not young any more.
Her breast fall down like two flat
balls until they bounce on her navel.
Her hair is dry. Like dry straw.
The ground is dry. With no musk. Bárbara
has to keep on eating.
And there are no animals or insects or
fruits or flying or creeping creatures
left. She cannot stand up. She cannot
sit down. She lies down. On a land
like a desert. With no trees. It does
not rain. There is nothing green
around. Bárbara is like a huge
devastated forest. She stretches
her arm. Her left one. And she starts
with the thumb. She chews it slowly
but confidently while the sun, like a
flash of lightning, splits her face
and her breast and her fat open.
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