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EL VIAJE
Agustín
García-Espina Martínez
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Atravesé
la nube blanca
que corona
el tiempo,
y descubrí
tras un oso pancho
un cielo azul
y una noria chancha;
un camello
blanco de jorobas caldas.
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Ordalía
que abrasa el alma,
que quema
el cuerpo como blando cieno,
con el apetito
de un hambriento;
como el sueño
de un moribundo
que no encuentra
aliento.
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Era culpable
de amar al mundo,
estrecho margen
que acaba en luto,
habiendo amado
lo que tiene esputo;
y sabiéndolo
desde un principio:
«la
sangre baña este campo inmundo».
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Deseo que
corroe la carne
haciendo de
ella un escaparate
en donde todo
se percibe incierto:
porque es
cierto que, errante y ciego,
el ser viaja
solo hacia su entierro,
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persiguiendo
un oloroso humo,
que ascendiendo
denso hasta los cielos,
y sin reparar
que en ello hay su propio cuerpo,
va transpirando
desde sus finos poros
lo que nubla
su propio infierno.
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Perdona amigo
pero la libertad
tiene el precio
justo de lo absurdo,
pues el que
tiene entre sus labios un capullo
de perfumado
incienso y sabor a dulce
es el sujeto
que predica en este mundo.
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