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El rostro cobrizo de mi legendaria
tierra emerge de los valles que sonríen con sus
labios de uva fresca, mostrando sus dientes de
granada que muerden el crepúsculo. Mis ojos se
deleitan y nublan a la vez y mi corazón se hincha
del aroma a tierra adentro.
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Vallenar, es una bella y tranquila dama
provinciana, yo, inquieta mariposa que vuela por
la ruta infinita del tiempo. Te visito después de
largos años; me siento como una niña arrullada
entre sus faldas y acariciada por su aroma de
añañucas. Saciada de leche materna y el pañal
recién cambiado, mis pasos temblorosos me llevan
al cementerio de antaño. Ahí, en las entrañas de
la tierra, duerme mi madre de cabellos
rojizos, roja mujer que me engendró en amor,
vino como una garza bella y elegante, me dejó y se
fue llorando, pero antes, encargó a la vida
amamantarme. Hoy la busco bajo las viejas palmeras
y entre las flores secas de las tumbas frías; son
tan viejas las palmeras como las lápidas
quebradizas que arrancó el titán enfurecido
aquella noche de noviembre que me contó el abuelo,
cuando las estrellas titilaban alegres y los
grillos entonaban un concierto.
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Apuro el paso por el abandonado
cementerio, mientras una lluvia de hojas secas
peina mis cabellos. Siento escalofríos y mi frente
comienza a expulsar gota a gota el miedo,
presiento que alguien me acompaña, mis piernas
tiemblan y cae sobre ellas todo el peso de los
años recorridos; me apoyo en los fierros
retorcidos de una tumba abandonada y aspiro
profundo el aire tibio de la tarde cansada.
Un moscardón se come mi silencio,
mientras ensaya en círculos su aterrizaje en mi
cabeza, con algunas grietas blancas por el tiempo.
El zumbido del moscardón me va quitando poco a
poco la tensión. Dejo quieta mi cabeza para
facilitarle el aterrizaje, pero él, prefiere mi
hombro izquierdo; se para silencioso, acomoda su
capa azul y saca pecho. Lo miro de reojo y le
digo:
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-¡Hola amigo!, ayúdame a buscar a mi
madre, los lirios se están marchitando en mis
manos saladas, la tarde va escondiendo las
torcazas y mis pasos se han cansado de morder la
tierra.
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-¡Hola Selene! ¿Qué hay de esa niña
inquieta y optimista?, pregunta el moscardón.
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-¿Quién eres tú y cómo me conoces?
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-Vamos Selene, camina hacia la izquierda
y llegarás al naranjo.
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Me voy por un angosto sendero haciendo a
un lado las latas viejas que alguna vez sirvieron
de floreros y separando las ramas secas que van de
una tumba a otra. De los árboles cuelgan las
marionetas de fina cintura, ocho patas largas
y colorido ropaje; ellas danzan al
compás de unas sonatas de Mozart y Chopin que
vienen desde lejos. Las notas de los pianos
llegan dulces y candorosas a mi corazón y me dejo
llevar por el éxtasis embriagante de la música
deshilachando telarañas que van desnudando
mis recuerdos.
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-¡Cómo te gusta la música Selene!,
afirma el moscardón desde el hombro.
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-Me fascina, pero dime, ¿cómo sabes
tanto de mí...?
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-Bueno mi niña, ¿acaso ya te olvidaste
de tu abuelo, de la capa azul y de mi apodo...?
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-¡Ay abuelo!, de recordar tu apodo...
debí imaginarlo, claro que nunca supe por
qué te llamaban el moscardón.
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-Bueno mi niñita, me gustaba tanto
enamorar a las mujeres y mi capa azul era mi
talismán de la suerte.
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-Abuelo, me siento feliz de encontrarte,
te confieso que tus historias se grabaron de
tal forma en mi memoria que siempre están en mi
recuerdo. Pero dejaste una inconclusa, la de los
pianos de Vallenar.
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-Bueno, responde el abuelo, justamente
nos encontramos rodeados de las auténticas
protagonistas de aquella historia... ¿estás
escuchando los pianos?, ¡qué melodías!
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-Sí abuelo, continúa.
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-Corría el año mil novecientos
veintitantos y faltaban cinco minutos para las
doce de la noche, ¿estás escuchando ese piano,
Selene? Es el de la señora Petrona que lo trajo de
España.
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-Sí abuelo, sigue, sigue.
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-Entonces empezó a entrar a la ciudad
algo semejante a un convoy que avanzaba sin
frenos, con movimientos verticales que jugaban con
los pasajeros del tiempo... ¿escuchas éste, con
las notas bajas? es de Alemania y ¡qué lindo
tocaba Susan! la hija del boticario.
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-Abuelo, hace años me contaste lo de
Susan.
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-Bueno, los años me hacen olvidar
algunas cosas, pero tu abuelo tiene muy buena
memoria, ¡ah!, estaba contándote; luego entró a la
ciudad un titán enfurecido con movimientos
horizontales que echó abajo las casas de adobe
como si fueran castillos de naipes. Después vino
algo así como un vapor empujado por la violencia
de un huracán y finalmente se dejó oír un
concierto de lamentaciones, silencio Selene,
¿escuchas ese concierto a cuatro manos?, ¡son las
hermanas Degeyter ¡ las solteronas millonarias que
trajeron sus pianos desde Australia.
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-Sí abuelo, continúa por favor.
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-Bien mi niñita, te diré que poco a poco
fueron saliendo de los escombros algunas personas
que despertaban asustadas con las primeras luces
del día que iluminaban el rostro herido de
Vallenar. De inmediato los bomberos empezaron a
trabajar levantando carpas en la plaza para
atender a los heridos, mientras la Iglesia se iba
llenando de cadáveres.
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Esa madrugada, llegaban también
desde un punto lejano, las notas de un piano que
dejaban escuchar un hermoso vals de Strauss. Dos
carabineros fueron a acallar esas notas, pero una
dama despeinada le contestó sin sacar las manos
empolvadas del teclado, estoy en mi casa, no me
molesten y su casa... Selene, estaba en el suelo,
pero el rincón donde se encontraba el piano,
estaba intacto, te diré mi niña que ningún piano
de la ciudad se dañó, todos quedaron en sus
lugares de esquina y en las noches siguientes
cuando faltaban cinco minutos para las doce, los
habitantes de Vallenar se dormían escuchando los
conciertos desde los diferentes puntos de la
ciudad…¿escuchas Selene los pianos?, así como
entonces y empezó el abuelo a tararear el inmortal
Danubio Azul.
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-Sí abuelo, escucho y es hermoso...
¡abuelo...! ¿Dónde estás? no te vayas abuelo...
por favor no te vayas, ¿dónde está mi madre? dime
¿dónde está?, por favor abuelo dime...
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Pero el abuelo se fue volando al compás
de las notas azules de Strauss y sólo contestó:
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-El naranjo, Selene, el naranjo.
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