Un
hilván de palomas desde el Sur a Castilla
me señala
la ruta de tus huellas.
Te supe y,
desde entonces, tengo seca la boca
de tanto compartirte
los quejidos.
Huido vengo
tras tu voz
desde el reformatorio
para adultos,
ese grito
sin techo que es la vida,
donde dejaste
a una muchacha
moviendo las
cortinas para que yo escapase,
para que al
fin pudiese hoy
doblar la
esquina de tu mano
y encontrar
en tu nombre
el brocal
del pozo donde bebo.
Compañero
Leopoldo,
acéptame
un dedal de confitura,
mi gratitud,
tan poca cosa,
por tantas
sílabas maestras.