Ah, poeta, inmerso en tu esquema solitario,
en cortejo constante; magia y misterio.
Iluminada pluma de alquimia, parto y talento,
dueño y señor del verso mirífico
oscuro
y de la controversia acuñada en papiros de seda.
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Obstinado creador de sepulcros vacíos, temores,
flores marchitas y tufos de alcoba enredados
en la ciclópea estructura de un tacto amoroso.
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Letras selladas, versos vetustos y fantasmas
que nos hablan de sombras que el ojo diluye,
capricho de estilete silábico que aparca las noches
en la blanda oquedad de la sumisa piedra.
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Tú fuiste el alquimista -eres-, de un tiempo pasado
que cruzaba murallas llenando vacíos
con versitos mnemónicos y arcanos salobres,
caracteres hebraicos y círculos triangulados.
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Mínimo Zoroastro, soplador, magista desnudo,
caminando en el agua entre el rumor de las olas;
el alquímico embrujo guiado por causas y
efectos,
noctiluca de amor, luciérnaga de la tarde.
Eres ese terrón de azúcar sin secretos
palpables
cuya ecuación rechaza la pureza del fuego
mas produce al romperse en lo oscuro
una chispita azul, cristalina textura que, oculta,
centellea ante el ojo que, atónito, se hace poema.
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