Hoy convoco a las flores más simples de los
campos,
las que en silencio muestran su infinita ternura,
al cielo limpio y elocuente, con su luz y
su ardiente simetría de horizontes.
A las manos que se unen en plegarias
para lograr de la oración su piramidal estructura.
Convoco la regular forma de la llovizna y su agonía,
cuando por junio recuerda tu partida.
Porque te fuiste, Madre, y yo no estaba para retener
tu mano
en la despedida. Para contemplar tu rostro y retener
la forma
de tu corazón entre mis lágrimas dolientes
e infinitas.
¿Por qué salí en ese instante, si
tu barca anunciaba tu partida?
Yo convoco a los fuegos que me ataron a un dolor que
hiere en el tiempo... todavía.
Convoco a las preguntas sin respuestas.
A la soledad, a su mudez ausente y detenida.
Al dolor, que no cesa de hundir su cruel espada
dentro de mis solitarias heridas.
Si yo te había acompañado en ese período,
llamado oscuramente
el tiempo adverso de la sobrevida.
Aún resuenan mis pasos en los solitarios pasillos,
un día de domingo.
Y regresan mis pasos hacia la angustia de saber que ya
no volverías.
¡Cuánto ha sido el martirio de mis clavos
que no he vuelto a sentir
la paz ni la alegría!
Hay un lugar vacío en cada espacio, en cada tiempo,
dentro de mi vida.
Hay una canción que oigo y no comprendo.
Un poema que siempre está incompleto
porque sin ti, el día ya no es día.
Y yo sé que eres ese Ángel, que en mi
hombro, siempre se cobija.
Pero quiero sentir el abrazo humano y tu beso de perdón
en mi mejilla.
Madre, si nos entendíamos tanto, ¿por qué
no entendí el mensaje, ese día?
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