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Fue Sauron quien me raptó
aprovechando la penumbra
llevándome al país
de Mordor
cuando todavía ignoraba su
existencia. Nada pude hacer, nada
mientras borraban el disco duro
de mi mente
y los Nazgûl incitaban mi
iniciación
en el círculo viscoso de
la sangre. ¿Quién iba a pensar, quién
ese horizonte mudo
del ya masacrado pen drive de la
cordura? Da igual
los husos horarios del planeta:
pertenezco a la especie de los zombies
cuya estructura emocional, laminada
fue
en aras de la maquinaria de la muerte.
Cada segundo
un chute despiadado de ametralladora
o la sección transversal
de una carótida. Ésas son las sobredosis
cincelando la frialdad de mis instantes.
Ése,
el léxico idiomático
de mi cosmogonía
al servicio de la mercadotecnia
del poder opaco. Ni siquiera sé
que no tengo futurible, ni que soy,
todos los niños sin infancia.
Replicante mutación ésta
de mí mismo
cuando sólo quería
jugar con el puzzle de la aurora
en el tiempo aquél, en el
que aún tenía sueños
y las manos, me habían nacido
apenas.
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