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Revoloteando sin ton ni son
un colibrí muy alegre
se divertía un montón.
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En los corredores
de la casa grande
en sus aleros,
más propiamente,
cuelgan tomas con agua de
azúcar
remedio a su golosa obsesión.
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Su alas mueve tan rápido
que a Julita llenan de admiración.
-¡Quién pudiera como
tú
volar tan libre
sin que un halón de orejas
ponga fin a tu pasión!-
dice la niña muy quedo
sentadita en su rincón.
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-También las flores son tus
aliadas,
con su fragancia multicolor
te tientan, colibrí, goloso,
y a ellas acudes presto
sin ningún temor.
Es que a ti nadie te dice:
"Eres muy chiquito
para tal ambición".
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El colibrí las quejas
de Julita oyó
y sin vacilar un momento
a ella se dirigió:
-No te quejes Julita
alégrate sin condición
que a ti todos los días
de reojo te observo yo
y también envidio
tus proezas de niña
traviesa y de buen corazón.
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Te veo en las mañanas
atado el cabello
con tus lazos bermellón
dar vueltas en el triciclo
sin la menor intromisión.
Y tu madre te da unos bizcochos
que bien quisiera probar yo.
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Por eso siempre digo:
¡Qué bueno ser chiquito,
parlanchín y remolón!
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