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Comienza a clarear en el aljibe.
También sobre tu manto, que
ya lo tienes puesto
para que el sol no pueda verte los
huesos más livianos
ni los gorriones femeninos
que ayer nacieron por tu frente.
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Te acercas al balcón y apartas
levemente el cortinaje.
Tal vez estés soñando,
o sea un espejismo del albor
ese niño que ves sentado
ante tu puerta.
Un niño de inocencia
recogida,
que tanto se parece a un ángel,
ya sin alas,
muriendo en la calima, lentamente.
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¿De qué vientre se
habrá caído?
¿Qué madre, en su
diario laboreo,
no sabe que traslada entre las dos
caderas
una cuna vacía?
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