Y las manos querían tocar algo cálido, algo que al
mismo tiempo pudieran tocar a las manos, pero no había nada cerca, ni tan
siquiera lejos, sólo se conformaba con las hojas de la naturaleza, esas hojas
que por su envés parecen al tacto un cuerpo. No existía nada más que la
imaginación, sólo existía la carencia del tacto, llegó un momento en su vida
que se cansó de tanta soledad, quería
sentir una piel al otro lado de su mano. Vagaba entre un bosque de otoño
cubierto por el velo blanco de una musa perdida en el bosque, la visión era un
manto blanco, sólo se veía la pureza confundida en aquella noche de niebla y
miedo al mirar un día más para cualquier lado y verlo vacío. Toda la noche fue
caduca como la alegría que le circundaba. Hojas de roble en una desnuda noche,
en donde sólo quedaba vestida de liquen
la madera de los centenarios árboles.
Llegaba fría la noche al sentido, pero sobre todo
percibía debilitamiento pausado y éste fue el que la hundió en el suelo,
el otoño seguía cayendo esa noche y cada
vez más, por primera vez en mucho tiempo sentía el roce en su piel y supo
reconocerlo rápido, se dejó llevar por esa sensación, permanecía sensitiva e
inmóvil, esa quietud era un riesgo en la
noche...
Su piel quedó cubierta de lobuladas hojas,
aguantaba tan poco cualquier cosa que todo le parecía demasiado pesado, su piel
notaba la estación de las hojas caídas,
ahora era besada por todo el cuerpo, el debilitamiento le hizo pensar en
el peso de un cuerpo superpuesto al suyo, pero seguía existiendo la ausencia de
toda percepción humana al tacto, las hojas tenían la forma de una mujer y ésta
quedó tan agotada que creyó que el amante terminó y huyó. No quiso levantarse
con ligereza, quería saborear el recuerdo de su adolescente amor, hundida de
placer lo seguía recordando, tanto que su cuerpo quedó moldeado por las hojas
de la noche otoñal, creía que conservaba fuerzas para otro pensamiento
nocturno, lo creyó tanto que permaneció en esa situación toda la noche
esperando a su escapado amor. Su desnudez en la niebla y la perenne ausencia de
lo que nunca llegaba consumió sus
fuerzas, a la mañana siguiente un hombre gritó para todo el mundo al lado del
cúmulo de hojas que el otoño tendría para siempre forma de mujer.
Los
derechos de los trabajos publicados en este sitio corresponden a sus respectivos
autores y son publicados aquí con su consentimiento. A su vez, estos
trabajos reflejan, única y exclusivamente, las opiniones de
sus autores. _
Se
prohíbe la reproducción múltiple sin previa autorización.