Desde mi árbol plantada con mi país a cuestas
diviso tus estados paridos de otro tiempo.
Supongamos que hay en las caras opuestas
un ojo o un diamante, alguna indicación...
así tal vez allí se reconcilien.
Caminé sin ceder a los destrozos
ni a la perversidad ápice alguno.
Yo en mi árbol plantada con mi país a cuestas,
tú con tus estados comprimido allá en la
eternidad
burbujeante de epilogaciones.
Supongamos también que en las caras opuestas
hay algo de unidad, un ente camaleónico
que en la rotura hilvana precipicio con altura.
Tú con el ropaje de los muertos, clausurado.
Yo en mi trozo agónico de sílabas
taconeando el himno de las conjuraciones,
camino con el pútrido cadáver de un país,
el mío, mi país podrido al hombro, condenada.
El mundo sin olfato no lo advierte.