La nena estaba enamorada de su príncipe aunque este fuera 24 años mayor.
Fue la primera figura masculina de ternura en su vida y a la vez tenía una
dignidad callada realzada por un intelecto maravilloso. Hablaba de libros en
otros idiomas y le contaba historias sobre otro mundo afuera de su mundo. En su
corta vida ella intuía la calidad humana y sincera que fluía de él. Empezaba a
soñar de la siguiente vez que ella volvería a escuchar esa voz y ver esa
sonrisa limpia. Había un aire de sentirse protegida alrededor de él. Le
preguntaba sobre su día y de lo que ella había aprendido en la escuela. Le enseñó
a pensar por sí misma y cómo aprender a leer más rápido y sumar largas cuentas
de números completamente en su cabeza sin usar un lápiz.
Al regresar a su casa esa noche supo que la familia de ella tenía que
mudarse ese fin de semana. Ella sintió las ansias de un corazón más maduro que su
edad. ¿Cómo avisarle a él que ya nunca lo volvería a ver y compartir su energía
protectora? ¿Qué pensaría él cuando ella dejara de venir a visitarlo? Ese
viernes por la noche, ya instalados en la nueva casa, se sentó al pie de la
puerta de metal transparente. El mundo fuera de su mundo estaba por ahora fuera
de su alcance. Escuchó la voz de su príncipe en su cerebro diciéndole que ella
tenía el poder de la inteligencia para seguir estudiando. Pero ahora todo le pareció
imposible sin ese apoyo. Lágrimas gotearon su cara cayendo en sus manos
apretadas por la desolación. Lloró hasta quedarse allí dormida. Su familia se rio de ella y de su congoja.
Pensaron que era la nostalgia por su casa vieja y nunca supieron el porqué de sus lágrimas.
Los
derechos de los trabajos publicados en este sitio corresponden a sus respectivos
autores y son publicados aquí con su consentimiento. A su vez, estos
trabajos reflejan, única y exclusivamente, las opiniones de
sus autores. _
Se
prohíbe la reproducción múltiple sin previa autorización.