EXPOSICIÓN PERMANENTE
EN HOMENAJE A MARTA ZABALETA






 
 

 
Nora Strejilevich (Argentina-EE UU)
Marta, Martita

Marta, Martita, me repito para creer que ya no estás con nosotrxs. Martita, la del sueño liviano y la vigilia alerta, la de los jardines y las fotografías –sobre todo las de tu hija Yanina, que plasman esa calma de la naturaleza que tanta falta te hacía. Marta, la de los brazos abiertos a los vaivenes de la política, a las luchas feministas, a los destrozos que la mano del hombre le hace al planeta, a las necesidades de esta y de aquél, a la memoria y al futuro. Marta, Martita, la que vivió horas que sumaron años refugiada en esa casita de Epping –donde, al llegar en tren y caminar entre el verde, salvando las enormes distancias sentí remontarme a la Santa Fé donde naciste. Cultivabas tus raíces voladoras en ese entorno desde hacía mucho, me pregunto cuánto.

 

Allá lejos y hace tiempo, cuando éramos jóvenes y no pensábamos en escribir homenajes, cuando nos lanzábamos a volar para estar presentes en conferencias, en proyectos, en eventos de todo tipo porque había que rememorar la catástrofe que habíamos vivido en carne propia y ayudar a frenar, con nuestros modestos recursos, otras por venir; allá lejos y hace tiempo, digo, Marta, Martita era la Maga que armaba y desarmaba y nos invitaba y nos incluía y nos amadrinaba. Hasta que los achaques hicieron lo suyo y se cobijó, sobre todo, en su pieza, rodeada de pájaros y de flores. ¡Pero ojo! La imagen puede resultar equívoca: digo se cobijó, no se encerró. Su cuarto era una pista de despegue y de aterrizaje: al encender la computadora, que era su Aleph, se desplegaban sus letras hacia todos los rincones del mundo virtual y real. Y al instante llegaban respuestas que potenciaban el efecto. Marta, Martita, se multiplicaba y multiplicaba su entusiasmo y su dolor por lo que sucedía o dejaba de suceder, por la literatura y la poesía, por la creatividad y el pensamiento, por la militancia y el padecer de tantos y tantas.

 

Te vi por última vez ahí, en el ángulo desde el que estallabas en mil direcciones, la sonrisa fácil y la mirada atenta, llena de vitalidad y humor. Tu temperamento –al que no le faltaban erupciones y terremotos como los de ese horroroso Chile al que estabas unida por un cordón umbilical, ni el ánimo combativo que marcó tu cuna argentina, parieron un exilio capaz de desplegar las alas. Inglaterra te permitió tomar distancia para sobrevivir, elaborar y transmitir, te dejó terminar de parir la luchadora incansable cuya lengua era capaz de levantar tormentas y hacer cosquillas al unísono.


Te vamos a extrañar, Marta, Martita; ya te estamos extrañando y por eso llenamos páginas de palabras, de imágenes, para que te quedes pegadita a nosotras y nosotros y nos ayudes a seguir adelante en este mundo que, por ahora, no resultó como deseabas, como deseamos; pero donde siempre surgen almas bellas como la tuya, que empujan con todas.

Haremos lo posible por imitar tus pasos, aunque sea difícil seguir tu incansable ritmo de ferviente e intempestiva navegante.



Vea  "Gracias a tu vida, Marta, que nos ha dado tanto",  que Nora dedicó a Marta  en 2016

  
 
  
 
 

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