Negros como frutos

en la copa del árbol más alto y desnudo

más de trescientos pájaros

han venido a ver

si el clima es propicio

para que por fin venga la primavera.

Desde allí ven al cielo,

ven al norte por si hay señales de vientos,

de tormentas de malas intenciones,

tal vez de malas noticias,

de chismes que puedan inquietar;

desde lo alto se quedan pensativos,

viendo a todas partes,

escuchando las voces,

la música de los árboles o la telelevisión

que informa de otro ataque, de otra bomba,

de otra locura contra un grupo de gente

cuya única culpa era estar allí en el cine, en el café;

desde allí oyen los gritos

de una pareja que discute,

una puerta que se cierra

-nada nuevo, piensan los pájaros-;

desde allí ven que las ardillas de tierra

van de un lado a otro, se detienen,

recogen un fruto, lo examinan por todos lados,

se paran en sus dos patas

giran la cabeza nerviosamente  y echan a correr

en pequeñas carreras como asustadas.  

Nada que informar –piensan los pájaros.