XIV EXPOSICIÓN MURAL Y VIRTUAL DE POESÍA Y ARTE

EN HOMENAJE A LAS MUJERES INDÍGENAS ASESINADAS O DESAPARECIDAS
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Congreso de la ACH
30 de mayo-1 de junio de 2018

 

  

Roberto Forns-Broggi  (Perú-EE UU)

El árbol poderoso comienza en la semilla

 

Llegué apenas un día antes de verla morir en mis brazos y no pude comprender ese minuto de agonía. Recuerdo esa mezcla de rabia, pena e impotencia que me tuvo tan paralizado. Me lamento que no pude hacer más. Bueno, decía que llegué invitado para ofrecer un taller sobre alternativas para generar energía en las comunidades. Cuando preparamos las actividades del primer día noté el peligro. Me sorprendió lo aislada que se encontraba la casa de la luchadora lenca, una mujer amenazada en múltiples ocasiones por su lucha en defensa del río sagrado de los lencas. La casa se encontraba en un fraccionamiento a orillas de la ciudad, en una brecha de un kilómetro de longitud, con una pequeña caseta en la entrada. Al llegar a casa le dije que el lugar no era seguro. Oye, te están persiguiendo, te están amenazando, has tenido atentados y ¿vives aquí sola? La casa era pequeña, de tres habitaciones y rodeada solo por una reja de metal como única protección contra intrusos. Pero me tranquilizó escuchar que no siempre se quedaba ahí. Cada día o dos días estaba en un sitio distinto. También me dijo que dos días antes se había ido una de sus hijas. Preparamos en media hora el taller y después ella se ofreció a llevarme a mi alojamiento. Así que me llevó en su destartalada furgoneta amarilla y me sugirió que al día siguiente me quedara en su casa para que pudiera comunicarme con mi familia y adelantar mi trabajo, pues ella tenía señal de Internet.

Nadie sabía que al día siguiente yo me quedaría en su casa. Había sido una invitación informal. Esa fue la gran sorpresa de los sicarios, porque ni siquiera ella sabía que yo me quedaría en su casa, a ella se le ocurrió en ese momento. Ninguno de los copines lo sabía. Vaya, ni yo sabía.

 

Eres un valle de semillas poderosas porque resuenan en el alma preguntas penetrantes, bombas de tiempo que estallan en la base de la indiferencia evasiva, masiva, bellaca, indirectamente depredadora y cómplice. ¿Hasta qué punto puede llegar el egoísmo? Siempre has resaltado la enorme dignidad de tu gente, su descomunal amor por la tierra. Siempre has dejado relucir tu terca lucha contra este imperio de mentiras y compra de almas. Eres un poderoso eco. Eres una incansable corriente asociativa para desenmascarar la madeja del extractivismo. Cavas esa imagen impune de progreso para desmontar ese hipnotismo de bienestar, ese ilusionismo tan premeditado y efectivo. Sabías que no puede pasar nada cuando el que quiere aprender a leer se da cuenta de que no hay nada para leer en el lenguaje que ha sido enseñado para leer.

 

El primer día del taller tuvimos una reflexión muy rica con unos ochenta miembros de comunidades locales. Los copines hablaron claro y contundente sobre la lucha y la resistencia, sobre la necesidad de buscar alternativas, de construir autonomía, de defender los territorios de megaproyectos. Terminamos cenando todos juntos y, al final, ella me sugirió que pasáramos a saludar a su mamá. La doña, una luchadora y lideresa de la región, nos recibió con gusto. Tenía muchos años de no verla. De ahí salimos como a las nueve y cuarto de la noche y nos dirigimos a un restaurante del centro para tomar algo. Ella cenó, pues ella no había probado bocado. Pensamos en voz alta, con preguntas que no pueden contestarse así nomás, pero que pesan en el pecho por meses, por años.

Partimos rumbo a la casa de la líder y, a diferencia del día anterior, había un hombre en la casetita de entrada a la casa que daba acceso a los carros. El señor abrió el paso,  ella lo saludó y le preguntó por su salud. Era una noche increíble, con un silencio sepulcral, no había nada, ni siquiera salía un perro. Decidimos entonces descasar un rato en el porche de la casa, me fumé un cigarro mientras ella terminaba la noche escribiendo un mail.

Ya muy cansados entramos a la casa y me mostró mi habitación. Eran como las 11 de la noche. Ella se retiró a su cuarto y yo me recosté y me dispuse a trabajar con mi laptop. Serías las once con cuarenta minutos cuando escuché ruidos. De repente, uno muy estruendoso en el portón, muy fuerte, como si se cayera algo. No pasaron ni dos segundos cuando empezaron a patear fuertemente la puerta de la habitación. Con miedo la abrí y vi como un sujeto corría al cuarto de al lado, mientras el otro me encañonaba directo a la cara. Todo en menos de un minuto. Se escuchó el forcejeo en el cuarto de ella. Tres tiros. Le digo “tranquilo” al hombre que me apuntaba con una pistola plateada. Alcancé a aventarme a la cama y el hombre me siguió con la pistola. Me apuntaba nervioso. Disparó. Por una millonésima de segundo moví la cabeza. Si lo hubiera hecho un segundo antes, él se hubiera dado cuenta de que estaba como una mosca. Y si me hubiera movido una millonésima de segundo después, no la cuento. Iban directo a matarla. Estoy seguro de que no sabían que yo iba a estar ahí, no se la esperaban. Por eso no me asesinan inmediatamente como hacen con ella. El hombre que me apuntaba se esperó a que el otro hiciera el trabajo, a que la matara, y después a ver qué hacían conmigo. Era casi imposible que el matón errara el tiro. De hecho, para él, me dio. Logré mover la cabeza y la bala dio en la oreja, de donde de inmediato brotó la sangre. Me quedé tirado e inmóvil. El sujeto salió corriendo, dándome por muerto. Fue un milagro.

 

La semilla de tus sueños dependía de las palabras e imágenes que divulgaran la idea de que el paraíso tenía nombre, contrastar esas orillas del río sagrado llenas de niños felices y peces gozosos con los páramos de enormes represas de cemento y esas excavaciones despilfarradoras y contaminantes a cielo abierto.  ¿Adónde iría a parar el viento huracanado de tus arengas? ¡Qué sueños hubieras podido contar!

Una gran ola que venía del centro del océano invadía los barrios residenciales encercados y derribaban las cámaras de seguridad. Los lectores voraces llegaban a las bibliotecas en canoas que podían vislumbrar el horizonte de más olas y las rutas más bellas. Las bibliotecas que funcionaban sobre balsas hechas de botellas de plástico también podían moverse con libertad. Las conducían las guardianas de los ríos, que ya no querían entrar en tierra firme por las continuas emboscadas, e iban por todos lados remando. No era necesario el combustible y el aire era ya un mensaje de las orillas que se sabían amadas. Pero una niebla espesa y negra empezaba a avanzar hacia las orillas.

 

Yo le escuché  gritar mi nombre un par de veces y me dirigí hacia su cuarto, al final del pasillo. Estaba tirada en el suelo. Le dije “No te vayas, quédate conmigo, quédate conmigo…”. La veía cómo se iba yendo, con los ojos blancos. Sangraba profusamente. Alcanzó a decirme que buscara el celular, que le llamara a su ex esposo. Dejó de respirar en cuestión de un minuto. Yo me repetía mucho que no pude salvarla. Siento rabia, me duele no haber podido salvarla. Tal vez habría podido hacer algo si hubiera dejado de pensar en que ella había podido torcer la mano del Banco Mundial y de poderosas transnacionales. Cuando pensé en los gigantes que había derrotado, en ese momento me dije: ya estamos muertos. No lo acababa de pensar cuando pasó lo que pasó.

Regresé a mi cuarto y empecé a marcar y marcar, a pedir auxilio. Tenía un pinche miedo, pero tenía que tranquilizarme, respirar, porque estaba solo. No había casas, no había nada. Pensé que estaba ya muerto.

 

¿No fueron más de trescientas las amenazas de muerte que recibiste por correos electrónicos, mensajes por teléfono, papelitos debajo de la puerta? Sabías que te iban a matar y te sabías muerta mucho antes de morir. Ya habías declarado a medio mundo que estabas encabezando la lista negra de militares y principales. En tu zona, ya habías expulsado más de treinta industrias explotadoras de madera. Ya te habías enfrentado a 49 proyectos de privatización de ríos, a más de un centenar de concesiones mineras. Pero los acusados eran tus compañeros y compañeras, perseguidos por la justicia. Te acusaban de mala bruja, también te perseguía la justicia. Sabías que te iban a matar y sin embargo estabas dispuesta a morir por el río, sabías que tu muerte pararía la construcción de la represa. Estabas siempre, incansable, detrás de todo. Todo lo pensabas. A todo le dabas vuelta.

 

Pasaron dos horas y media antes de que llegara la primera persona. En todo ese tiempo estuve solo en el cuarto, en alerta, no sabía si regresarían los sicarios a rematarme. Como no me contestaba nadie local, pensé en contactar a alguien en mi país. Vi la hora. Las once con cuarenta y cinco. Podría encontrar a alguien despierto. Empecé a marcar. La asesinaron, corran, estoy herido, avisen. No contestó nadie. Hasta que escuché no te apures, ya vamos contigo, mientras pensaba éstos regresan, éstos regresan.

Esa madrugada todo el mundo entró al lugar del crimen, no resguardaron nunca el lugar. Entró medio mundo, los copines, reporteros, los policías que pisaron la sangre con sus botas, movieron el cuerpo. Todos sabían que habían alterado la escena del crimen. La gente estaba en el patio, ya las huellas no existían pues todo el mundo había pisado.

Haciendo el retrato hablado, a las dos de la tarde llegó la fiscal a la casa y me subieron a una patrulla escoltado rumbo al Ministerio Público, a donde llegó una abogada de derechos humanos.

Tenía mucho miedo porque yo era testigo protegido y sabía que me andaban buscando para terminar de hacer el trabajo. Seguía sin comer, sin dormir, con la ropa llena de sangre.


No te sentías como los troyanos,  que cuando juntaban un poco de fuerza y casi empezaban a tener coraje y esperanza surgía algo que los detenía. No eras como los troyanos que salían dispuestos a pelear pero apenas sobrevenía la gran crisis la audacia y la decisión desaparecían, el espíritu flaqueaba y se escurrían como arena. Tampoco querías que te llorasen amargamente como a los troyanos.

No te quebrabas ni un poquito por tus cuatro hijos, por tu madre excepcional que te había enseñado todo y que siempre estaba allí, como tantos de tus buenos amigos de todas partes del mundo. Aunque te duelan mucho los crímenes como el que le dolía a esa reportera que se acostaba con dos hombres para ocupar el lugar de la que se había acostado con dos hombres y murió apuñalada por eso, piensas que tienes la palabra. Encaras de cerca a la muerte y su horror, sabiendo que ellos tienen la bala y tú la palabra. La bala muere al detonarse, la palabra vive al replicarse. Aunque las tragedias terminen mal. Sabías que te iban a caer encima fuerzas que no podrían ser entendidas del todo ni derrotadas por la prudencia racional. Habías hablado con una de tus hijas por más de una hora, apenas mandaste un correo electrónico. Sabías que los más poderosos te tenían miedo al mostrarles que no tenías miedo de sus amenazas e insultos. Llegabas a un momento de conciencia.


Pasaron muchas horas antes de que me tomaran la declaración ministerial. ¿Qué hicieron todo ese tiempo? ¿Por qué se tardaron tanto? Quién sabe. Todo el tiempo me sentí muy vulnerable y amenazado por los sicarios. En cualquier momento, mientras yo estuviera allí, irían a intentar matarme. Para ese momento ya se sabía que el único testigo del asesinato era yo. Mi fotografía circulaba ya en todo el mundo. Los copines y los familiares de la víctima responsabilizaban del asesinato a la empresa encargada de la construcción de la represa sobre el río sagrado de los lencas. Ella me había contado de las amenazas que había recibido y de las denuncias que había hecho. Para la gente estaba claro la ubicación de la empresa, sus matones, sus sicarios y las confrontaciones que habían padecido ella, apenas unas semanas antes de su asesinato, con el dueño y los abogados. Los copines incluso denunciaron que el coordinador de fiscales es parte del despacho de abogados defensores de la empresa. Estaba cantado, la iban a asesinar en algún momento.

 

Deben haber sido los minutos más largos. La conciencia de la muerte. Eso de reconocimientos internacionales, el encuentro con el Papa y de saberte apoyada por tantos grupos y amigos de Chiapas, La Habana, Bariloche y tantos lugares entrañables no te tranquiliza mucho. Tal vez sientas cierta sensación de consuelo con la actitud de semilla que espera un viento potente o algún animal escurridizo para encontrar el abrazo fértil del camino. Eso de que seas una semilla de pensamiento te da una energía propia de los embriones, un potencial capaz de mover multitudes e involucrarles en la lucha. La defensa de los bienes comunes no termina contigo, eres una red extendida de rabia contra el despojo. Esta conciencia no es fácil de diseminar pero das bofetadas enormes a la pasividad colectiva. No es fácil ponerse en el pellejo de quien sabe que va a morir pronto, aunque tiene sus ventajas, como atender las cosas más importantes. De todas maneras no es fácil compartir esta incertidumbre. Desearías de todo corazón que las semillas que hubieras lanzado fueran en su mayoría de inconformidad con este mundo que todo lo pone en venta. Bombas de tiempo que hagan estallar la indiferencia, la neutralidad, el cinismo reinantes. ¿Cómo difundir esos estados incómodos de conciencia mientras avanzan a paso redoblado todas las formas habidas y por haber del horror extractivista? Hubieras deseado mil veces leer los poemas humanos que esa página web de una minera sobre el desarrollo sostenible. Sientes que detrás de la mentira descansa la codicia y por eso hablas con la fe arraigada que solamente tienen el poeta, el niño y el tonto puro. Sientes todo el dolor humano y lo extiendes al dolor de los bosques. Nadie mejor que tú escucha al río. ¡Cuánta falta hace el abrigo, el alimento, el arrullo! Sentiste escalofríos y fuiste por unos segundos río que desaparece la represa. Tienes que haberte imaginado un río sin amor de la gente, de las aves y de los pinos. Aunque el recuerdo de los chapuzones te devuelva el sentido. Por eso recomiendas que hay que bañarse más veces en el río. Hay que pescar ese bicho de la conciencia inconforme con lo que pasa con el agua. Sospechas que esa inconformidad no se formula sólo con palabras.


¿Cómo puede ser que ese minuto fatal no se salga de mi mente? Sentí todo el tiempo no sólo la amenaza física, sino una indefensión total. No podía cerrar los ojos a pesar del cansancio y con el dolor de la herida, pensando que iban a entrar otra vez los sicarios por la puerta.

Me mostraron puras fotos de los copines. Dije que ahí no estaba al que yo vi el día del asesinato.

Yo mismo empecé a narrar todo y a caminar, todos me perseguían con una grabadora. Lo volví a repetir todo, me acosté sobre la cama tal como lo hice ese día. Les di la trayectoria de la bala. Todo. No dormí nada, tenía miedo. Se nubló el día y el helicóptero no pudo despegar. Sigo pensando en ese momento que tanto temíamos que pasara. Es como que ese minuto tuviera una historia larga que vuelve a repetirse en la cabeza como una serie de posibles tragedias: que toda el agua se contamine, que la furgoneta amarilla se caiga a un precipicio, que de un bombazo desaparezcan todos los copines, o que se incendie la casa con toda la familia adentro.


Tal vez te pesaba muy fuerte la muerte de tus compañeros, pero sabías que nadie podrá sentir el dolor por los asesinatos impunes de cientos, de miles de activistas de otros confines. Sabías también que eran guardianes de los ríos y que ya no están para defenderlos. Entonces ¿cómo no sentir apremio? Otra cosa es la rabia por la vida que perdieron y esas numerosas muertes cobran unidad por acumulación. Comienzan a despertar conciencias. Aumentan a la par que aumentan las concesiones mineras, la tala indiscriminada, la explotación de pozos. Por imaginar tan enorme rabia tal vez tengas el atisbo de parar la descomunal maquinaria. Haces presión para que no se construya la represa. Es increíble para ti la tan poca solidaridad para los pueblos indígenas. Te van a matar porque no pueden controlarte, esa solidaridad crece y crece porque pisas firme en los terrenos de la inconformidad y los multiplicas. Porque no terminas siendo el consejo de otro consumista, el halago al poderoso o a la oda al que compra más.


Escuché un ruido muy fuerte. Uno de los hombres armados corrió hacia la habitación donde estaba. Apuntó el arma a mi cara, disparó y huyó. Todo pasó tan rápido que ni tuve tiempo de pensar. Cuando llegó el sicario con su arma atiné a taparme la cara con las manos. El sicario se paró a tres metros de mí. Cuando salió la bala apenas me moví y el disparo me pasó por el oído. El sicario pensó que me había matado. Sobreviví de milagro. Cuando los sicarios se fueron, fui rápidamente a la otra habitación. Ella estaba en el piso, sangrando profusamente, apenas podía hablar pero me llamaba. Me sentí indefenso, no había nadie alrededor a quién pedir ayuda. Intenté auxiliarla, animarla. Le dije que no se fuera y llamaba en el celular al mismo tiempo, pero todo pasó muy rápido. Ella apenas me pudo pedir que le avisara a su familia. La vi morir en mis brazos y cómo me lamento de no poder hacer nada.

 

Vuelves a sentir con la dicha del chapuzón el poder de las niñas del río sagrado. Ese tenemos que darnos un chapuzón es un recobrar fuerzas del reposo feliz. Tal vez soñaste que volabas, como una forma de orientarte en una condición en la que los horizontes han sido destrozados.

¿Qué harás ahora para que la gente no siga ignorando el germen de vida?

¿Qué podrás hacer para que la gente no siga apretando botones sin pensar en las consecuencias?

¿Cómo romper las barreras al extraordinario impulso de regeneración que tiene la vida ante el estilo de cemento y la obsesión por la ganancia?


No volví a dormir nada a pesar del cansancio. Era un careo con el viejito de la casetita de la casa de la líder, quien dijo otra versión y ahí lo tenían. Nos pusieron a la distancia, viéndonos de frente, la jueza por un lado, la parte acusadora, la defensa, atrás el cónsul. El pobre viejito se contradecía en todo. Al final dijo bueno, quizás me equivoqué, quizá me confundí. Había tantas contradicciones que era obvio que estaba mintiendo. Decía que yo no era el que iba con quien me había rescatado, sino uno de los copines. Pero de dónde iba a sacar eso si los vidrios de la camioneta estaban polarizados, no se podía ver nada, mucho menos a esa hora. Todo iba encaminado a incriminar a los copines. Después continuó el careo con el compañero copín que me había rescatado. Sus versiones coincidieron en todo.

 

Hace rato que te quedaste sin tiempo. El tiempo ya no es lo que era. En lugar de vivir de prisa y con permanente angustia, yaces en esa espera sin la desesperada necesidad de moverte y conquistar. Lo que iba a pasar ya pasó o está por pasar y volverá a pasar, el agua del río te seguirá hablando, la corriente de aire llevará la semilla a buen puerto. ¿Cuánto durará ese deseo de vida? Tal vez casi nada, porque no hay tiempo. La maquinaria es una casa de deseos incumplidos que le da la espalda a los bosques, a las brisas de los valles. La maquinaria funciona con cronómetros, relojes, horarios, plazos. Pero, ¿qué pasa cuando no hay tiempo?

¿Qué harías con el aire húmedo de la selva en tu boca? A lo mejor soplas las cumbres azules de la tarde pensando que buscas el agua con raíz de piedra, hundiendo pensamientos de muertos en la profundidad de la roca de la orilla, esta roca que tocas, que te permite contemplar y escuchar en medio de tanta isla, derrumbe y saqueo. Los fantasmas de nuestros muertos nos dan vivas y nos aseguran que el río no se va a morir. Ya no le haces caso a estas temibles corrientes de infortunio.


Detrás de todo esto están las reglas de un juego que todos jugamos, de un tren en el que todos estamos montados. Las transnacionales están adquiriendo un poder muy fuerte, de manera que en los tratados de libre comercio, las empresas buscan seguros de inversión. Que si violaron derechos humanos, les da igual, está asegurada su inversión, igual que si la gente se está muriendo de cáncer por la mina, que si deforestaron o construyeron una represa que mata un río.

Antes de ese momento trágico, y después de toda esa diligencia tras diligencia pensar en cómo podemos generar luces, alternativas fue una manera de estar con ella. Hay mucha gente en defensa de sus territorios, su lucha no es por ellos sino por el beneficio de todos, aunque sólo algunos pongan el pellejo. La gente está defendiendo la salud, el agua, los territorios, la vida. Se me grabaron mucho las palabras de ella. Despertemos humanidad porque ya no hay tiempo. El tren va derechito hacia el barranco y no hay tiempo para cambiar de chofer. No hay tiempo para cambiar de combustible. No hay tiempo para poner la radio comunitaria y convencer a la gente. No hay tiempo para romper todas las puertas y asumir los mandos. No hay tiempo. Hay que saltar del tren.


Te preguntas si en verdad no hay tiempo, en ese minuto final que parece eterno. Mascas con dificultad la idea de silenciamiento, porque no es silencio en lo que te hundes: es un instante donde aparece el ser decididamente perceptible. En el momento de hundirte, frente a tus sueños y el destino, existe un trascender hacia el ser que es propiamente humano y que como tal se experimenta en el instante mismo del hundimiento. Y te das cuenta que te has convertido en fundamento de la conciencia del ser. Eres un ser colectivo porque te vuelves en el diálogo con los que cayeron entre curvas oscuras y arbustos desconocidos. Ese diálogo está tan vivo como las plantas y los pinos. Dudas si el viento pudiera recoger el descontento de los muertos indóciles.

No tendrías que dudar. Hay que aprender a escuchar ese silencio, esa capacidad de juntar los pedazos y seguir atentos a los desmanes y excesos que dejan caer los falsos aleros de saco y corbata. No se borran así nomás los muertos que no creen en el cuento de que hay que salvar el progreso. Tal vez te hayas transformado de uno de esos pensamientos fugaces sobre el elocuente silencio de ríos y sembríos arrasados o por arrasar en un deseo incesante de resistencia.

¿Qué harías con el aire en tu boca sino preguntarte por la vida solidaria y extenderte alrededor de los niños que juegan en el agua? Lanzas un conjuro ante la muerte. Eres el camino o la corriente que rechaza cruzarse de brazos ante el incendio del bosque. Respiras ese aire para sentir el cariño de la familia y de los amigos, de la brisa y del sol. Te matan en el teatro de ilusiones que es el mundo y que conviertes en escenario de la acción. De la lucha contra ese monstruo que compra almas y destruye ríos y montañas. Contra un monstruo que siempre recurre al sueño del moderno, de ese mito tan atractivo y demandante, tan virus y tan letal.


Pese a todo lo vivido no me arrepiento de haber venido ni de haber sido elegido por el destino para poder despedirme de mi querida amiga. Sin embargo sigo sintiendo que no pude hacer nada. Ante este dolor me consuela la idea de que ella me eligió para que pueda decir lo que pasó. Me encontraba muy solo, desconsolado y temiendo que regresaran a matarme en cualquier momento. Ahí estaba yo con el cadáver de una de las más valientes líderes ambientalistas, con la activista que generó la mayor resistencia a megaproyectos en Centroamérica. En medio de interminables interrogatorios, de diligencias, de absurdas esperas, de revisiones de fotos. Me dije varias veces que hemos cometido tantos errores, tantos vicios de hacer cursos y cursos y cursos y foros que no impactan en nada. En ese momento de ahogo y desaliento deseé saber cómo vamos a impactar de verdad, con qué base, cómo nos gustaría vivir, cómo vamos a recuperar los espacios vitales, los bienes comunes.


Con esa conciencia de la muerte no podías seguir esperando con un ojo abierto. No dormías como el autor del cuento de la reportera que se identificaba con la mujer asesinada. Sabías como él que tenías los días contados y eras como él extremadamente bien articulada contra la injusticia y el hipnotismo general. También sabías que eso de la noche es un lugar de muerte. Dormir hace la precariedad de respirar evidente, como el incesante duelo que permea toda la vida. También le dabas importancia al dormir profundo, al dormir de los sueños, donde el cuerpo del que sueña está a la merced del atacante. No dejas de pensar en el árbol poderoso que comienza en la semilla. Murmuras, como el detective que descifra el secreto del mal, que ahí estamos, andando, revolviendo, revolviendo la situación impuesta.

 

Todo esos días alrededor de la escena del crimen fueron más cortos que ese minuto de agonía en mis brazos. Sangraba profusamente y el momento de la verdad llegó más temprano de lo que esperaba. Fue como un minuto, no tardó mucho en que se fuera. Se apagó su vida con la misma velocidad de una detonación minera. Y sentí la misma impotencia que se siente cuando te talan tu casa y te meten un juicio acusándote de haber talado tu casa. Me acordé de nuevo de nuestra conversación unas horas antes del crimen. No hay una varita mágica, las alternativas se construyen en el ensayo y el error y deben ser trabajo de todos. Hay que inventar y crear alternativas ya, porque el tren se va al barranco. Ya no tenemos tiempo. No podemos hacer como que no pasa nada, ocultar la realidad, hacernos de los ojos que no ven. La lucha es por la casa que es de todos.

 

Ponte a pensar que la muerte está repitiéndose, pero en el interior de tu cuerpo y en una dimensión imperceptible. No es tan violenta y rápida como el asesinato que te contamos, pero se podría pensar que vuelve a ocurrir porque algo muere por tu culpa, algo deja de respirar porque el aceite que usa tu auto contamina el río que trae el agua que tomas. Porque un ingrediente de lo que mascas ahora es tóxico y te va a dar problemas. No temas, tienes tus intestinos en forma, tú tienes riñones que filtran, crees que tu cuerpo te salva. Pero es una muerte muy diferente a la que produce el balazo. Es lenta, subcutánea, imperceptible, pero angustiosamente aislante. Vas a vivir menos que tus mayores y mucho menos que tus progenitores. Cuando menos lo pienses vas a estar en el otro mundo, si es que no lo estás y no te has dado cuenta.


 
  
 
 

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