El respeto al admirable trabajo de Sophie Lavoie y Toni Giménez en la continuidad del trabajo de la poeta Nela Rio, creadora del Registro Creativo, siempre me anima a participar en las actividades propuestas. En este caso, el homenaje a Carmen Rodríguez, una de nuestras distinguidas escritoras, en el marco de la EXPOSICIÓN-HOMENAJE MURAL Y VIRTUAL DE POESÍA Y ARTE 2019.

 

La escritora chilena Diamela Eltit, de visita en Vancouver con motivo de una exposición de arte en 1987, incentivó a un grupo de mujeres chilenas exiliadas a crear una revista que tendría por objeto difundir el arte y la literatura de los miembros del grupo y ofrecer un espacio a escritoras y artistas en el contexto de una visión feminista y de activismo cultural y político. Así nació la revista bilingüe, con el nombre Aquelarre sugerido por Carmen Rodríguez. En total se publicaron 21 números, casi todos temáticos, desde 1989 hasta 1996, a cargo de una docena de colaboradoras principales, apoyadas por trabajo voluntario de hombres y mujeres (el colectivo Aquelarre). La revista ofrecía a las “escritoras latinoamericanas de allá y de acá… un espacio más en un intento de transformar el margen en centro”, referencia asociada a las palabras de Diamela Eltit en su artículo del número de otoño de 1991: "Bajo estricta vigilancia, la mujer latinoamericana sufrió ... la exclusión del espacio público y de la producción del conocimiento".

Este esfuerzo tan bien logrado me llevó a pensar en dos cosas, una en serio y la otra en broma. Las creadoras de la revista Aquelarre tuvieron la visión de crear un plan para obtener financiamiento y, en efecto, consiguieron fondos de varias entidades gubernamentales. Esto es sumamente importante. La idea del Cuarto propio de Virginia Woolf es fabulosa, pero sin medios de subsistencia y difusión no se llega muy lejos en la autonomía necesaria para sustentar las voces de mujeres que crean desde el margen al que han sido tradicionalmente relegadas. En América Latina tenemos una nutrida lista de nombres de escritoras que nunca se conformaron con haber sido excluidas del conocimiento (desde el aprendizaje a la producción). Algunas pagaron caro el hecho de no aceptar “la normalidad”. Fueron tratadas de locas, reprimidas, encerradas en manicomios y muchas terminaron aceptando la marginación y la condena.

El nombre de la revista me llevó a pensar en el proceso de los inquisidores contra las brujas de Zugarramurdi que resultó en unas cuantas quemadas y otras torturadas por locas y endemoniadas. Si yo y mi grupo de amigas de 70 y más años hubiéramos vivido en la Edad Media (digamos 60 porque la gente no vivía tanto), vestidas de negro, canosas y cegatonas, ¿no nos pareceríamos a uno de esos aquelarres o conciliábulos de brujas tan violentamente atacados por los inquisidores? Sin otros utensilios que los de la casa, la escoba podría haberme servido de bastón para caminar hasta la casa de Carmen donde sería la reunión (otra vez me siguió el gato). Bajo la manta llevo escondido algo para contribuir a la merienda de la olla común (el brebaje). Nada más que otro grupo de mujeres que buscaban elevarse por sobre la mediocridad de su vida cotidiana para encontrar posibles rutas de pensamiento y acción. La batalla contra los inquisidores no ha terminado ni nosotros tampoco hemos terminado de escribirnos. Y tú, Carmen, siempre tan curiosa, me preguntas qué papel tenía en todo esto el macho cabrío. Bueno pues, querida amiga, no se puede negar que hay necesidades que no se pasan con la edad.