Marcelo Epstein (Argentina)
Un día, allá por el fin del mundo 

“Había una vez un lugar muy luminoso donde iban a parar todos los objetos importantes.” (sic) Habla bien de tu permanente optimismo y luminosidad propia, Norita, que no lo hayas bautizado “agujero negro”.

Teniendo tan cerca como uno puede tener a Norita (coincidencia más que azarosa estar con ella en el mismo lugar al mismo tiempo) uno concluye que, en su caso, ese lugar es amplio como una galaxia. Creo que el motus perpetuo de su vida no ayuda precisamente a achicarlo. Ese agujero es tan nómade como su dueña y, para peor, no se traslada íntegramente. Va dejando agujeritos luminosos a su paso. Por ejemplo, en mi casa creo que dejó uno. A ese se deben haber ido unas llaves, me parece. Una y otra vez, las veces que tengo la suerte de tenerla cerca, surge el tema de las posibles llaves que, hace tiempo, podrían quizás, quien sabe, haber quedado en algún cajón, tachito u otro receptáculo bautizado en ese momento como  “ahí seguro no se van a perder”, de mi casa. Las seguimos buscando… cuando surge el tema. Pero, a medida que pasa el tiempo, el asunto también se va trasladando hacia ese espacio etéreo y luminoso.

 

Muchas son las historias de los objetos, algunos menores y otros no tan insignificantes que, a lo largo de su vida, han ido a parar a esa luminosidad cuántica. Una suerte de sol omnipresente y  poderoso  y no -como describiera ella en su libro, el de Alberta- “gordo e impotente”- Si uno lo pudiera observar, quedaría encandilado. Por suerte, no pertenece a nuestro sistema solar.

 

Sin embargo, Norita, mientras esos objetos tan necesarios en ciertas circunstancias (frecuentes para una viajera frecuente) se mudan a ese espacio, vos vas juntando anécdotas, emociones, momentos de angustia, de felicidad, de amor, de encuentros y desencuentros, de risas y de llantos que otros, los que no pierden objetos, nunca tendrán la posibilidad de hallarlos.

 

Espero que nuestra amistad nunca se pierda en el agujero luminoso.

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