Paula Simón (Argentina)
El libro de Nora

 

Así se titulaba el correo electrónico que un día de 2017, en vísperas de mi cumpleaños, Nora me envió con un contenido que generaba entusiasmo: su último libro, todavía inédito, Un día, allá por el fin del mundo. Me preguntaba si podía leérselo, darle mi opinión y eventualmente revisar errores. Todo sirve. Tuve que esforzarme por disimular el vértigo emocionante que me generaba ese repentino acceso a la cocina de su escritura.

 

Si bien no había ninguna pista en ese pedido que me permitiera advertir lo que ocurriría a partir de ese momento, lo cierto es que durante un par de meses, conversamos con frecuencia casi diaria. Yo leía el manuscrito y en ese acto tachaba palabras, sugería sustituciones, ajustaba puntuación, escribía comentarios en los márgenes… Al principio lo hacía con titubeos o con exceso de protocolo. Mirá, Nora, en la página tanto me parecería mejor que cambiaras tal palabra por esta otra, pero fijate si estás de acuerdo, no sé.

 

Ella, desde Montreal, recibía todas mis sugerencias con interés. Respondía mis preguntas, reescribía, discutíamos desde comas hasta párrafos enteros. Los correos alternaban con llamadas y mensajes telefónicos. Luego llegaron las charlas de café. Poco a poco fui ganando confianza en mis propias observaciones. Me entusiasma cómo quedaron organizados los textos en el capítulo ‘Norte’. Pienso que muchos de los relatos tienen estructura y contenido de cuentos independientes, además de una relación con los demás. Me gusta.

 

En este diálogo comenzó a trenzarse, casi sin darnos cuenta, un vínculo de amistad que disfrutamos las dos. Por eso, cuando quiso saber mi opinión respecto del título definitivo del texto, mi respuesta le dio gracia y afortunadamente la pulseada la ganó el título que ahora conocemos. A  mí me gusta más el título original, Un día…, por el intertexto y porque tiene esa insinuación de un viaje que está por comenzar y da el impulso de la lectura. ¿Dónde queda la vida? me suena más a una especie de lamento (Ubi sunt..?) y me lo imagino más en la tapa de un libro de autoayuda llena de cielos y palomas blancas. Voto por la primera opción.

 

Leer Un día… significó para mí asomarme a la vida de esa protagonista atravesada por el movimiento incansable. Uno, dos, tres, mil viajes. Nora se mueve de aquí para allá, parece no poder quedarse quieta en Buenos Aires, pero tampoco en San Diego, ni en Canadá. Está siempre en la búsqueda de algo que no termina de encontrar, o quizás de eso que acaba hallando en cada paso que da, los vestigios de un pasado que nunca se cierra. Podría decir de ella –de la protagonista, pero también de la autora– que es una escritora errante, pero no, no es simplemente el movimiento arbitrario de un lado al otro lo que motiva a Nora. Errar, además, coquetea con la noción de equivocarse, de no acertar, y por eso allí no está la clave para comprender sus textos. Aunque su personaje de Un día… se olvida pasaportes, se tropieza con el empedrado, pierde barcos, se confunde los horarios, la Nora de carne y hueso tiene muy claros sus objetivos, sabe muy bien qué y cómo quiere contarnos su historia. Durante años ha ido acumulando cartas, fragmentos, relatos, diarios de viaje, un material que luego se trasunta en literatura como una gran alquimista. Cambia títulos, reordena capítulos, vuelve a redactar ese párrafo que no le había convencido y me lo hace saber. Espero que no te marees, es apenas un agregado. Nora escribe como viaja y viaja como escribe, acumulando vivencias, afrontando desafíos, asumiendo riesgos. Es una escritora viajera o una viajera escritora, imposible entenderla por fuera de ese binomio.

 

Hacia el final de mi lectura, cuando el texto estaba a punto de ser enviado a la editorial, ocurrió la desaparición de Santiago Maldonado y el posterior hallazgo del cuerpo en el río Chubut. Todavía recuerdo la angustia profunda que nos generó toda esa situación, como así la impotencia de sabernos otra vez testigos de la violencia institucional, que a pesar de la democracia continúa vigente en forma de gatillo fácil y de represión policial. Uno de esos días, Nora me anunció que necesitaba referirse al caso de Santiago en el libro. Le agregué una coda al libro, llevada por lo que vivimos el día de hoy. No sé si pega o no, hay que masticarlo. En esos días en que me encontraba sumergida en las palabras de Nora, sentí el asesinato de aquel joven como si el tiempo se convirtiera en un acordeón. De algún modo, nuestras conversaciones y mis decenas de relecturas me ayudaron a sobrellevar la desazón durante esos meses de incertidumbre. No caducó nada, nada de lo que vivieron ustedes, los de tu generación. Está todo ahí, sigue vigente.

No es tan habitual recibir el golpe de suerte que significa conocer a una escritora a quien se ha leído con fruición. En esos años yo había leído y estudiado con cuidado su obra. Por eso, conversar sobre su libro en ciernes, pero también sobre la escritura, la memoria, el exilio, los viajes y hasta la situación del país, que entonces nadaba en las turbulentas aguas del recién estrenado gobierno neoliberal de Mauricio Macri, fue el inicio de un camino que se orientó hacia la amistad y que todavía seguimos transitando. Cuando recordamos esos meses iniciales de charlas, coincidimos en que fuimos muy afortunadas de conocernos. Lo que ella no sabe es que el mayor beneficio –un aprendizaje que no se consigue en la academia, una complicidad que no caduca aunque vivamos en diferentes ciudades y nos veamos menos de lo que nos gustaría, proyectos siempre en ciernes, promesas de reencontrarnos acá o allá– en realidad lo obtuve yo.

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