JORGE ETCHEVERRY
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Yo soy
un cacho mijita
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Yo no soy como tú. A mí no me gusta
hablar mal de la gente. Lo que pasa es que
tú eres una vieja mal pensada y intrusa, que
siempre te andas metiendo en lo que no te
importa. Total, si él se pega unos tragos de
vez en cuando, no le hace mal a nadie. Y por
lo demás ¿porqué no iba a tomar él, si todos los
demás toman? Todo el mundo piensa que por tener
una responsabilidad, por ser algo, qué sé yo, la
gente se tiene que portar bien, cuando parece que
ni leís las noticias, el mismo presidente de
Estados Unidos culiando, las secretarias
chupándole el pico en la Casa Blanca, y después
muy suelto de cuerpo, con voz bajita, ronca, muy
de caballero, de terno gris y tan distinguido,
diciendo en la tele que We are in the rigth side,
y dale a meter bombas donde cayera. “This war is
for humanity”. Y parece que no te acordarai ni de
tu finado, que te vení a hacer la mojigata, cuando
el viejo nunca le hacía mala cara al trago cuando
lo convidaban, y hasta tú siempre le ibai a
comprar cerveza a la bruer, que ya no te acordai
de cuando estaba trabajando en el aseo con el
colombiano, --y ése de que tú estay hablando,
mejor dicho al que estái pelando, le preguntaba
siempre a Don Rolo, que al pobre viejo nadie le
quería ni hablar y le hacían el vacío hablar
porque tenía un hijo oficial de ejército en Chile
¿Y cóomo ha andado, Don Rolo?, le preguntaba—Y Don
Rolo: “Naa, aquí pasando, en la pega, aburrido
como una ostra. Pero en fin. Qué se le va a hacer.
Todos los días, cuando llego a la casa prendo la
tele y me tomo su cervecita” ¿Y cuántas se toma,
Don Rolo (porque el hombre también sabe ser
intruso, eso no se lo discuto. Los hombres
son mucho más intrusos que las mujeres) Noo, si yo
tomo muy poco. Me tomo unas seis nomás…” Y
eso que era testigo de Jeová y se iba todos los
Sábados a cantar con los salvadoreños a la iglesia
ésa donde hacen misa en español que queda por el
oeste.
--Y cómo, que sabís vos, que se te
nota en la cara que estai inventando, chiquilla
de moledera--
¿Cómo que chiquilla? Pero en todo caso
muchas gracias por lo de chiquilla.
--Es que para mí, que estoy tan vieja,
eres como una chiquilla…pero cómo cómo sabís tú
lo que él le preguntaba al otro?--
Es que en esa época, trabajábamos
juntos, en el mismo edificio, yo lo veía casi
todos los días, a veces hablábamos un poco y me
saludaba muy serio “Hola Adelita, cómo estás”, y
siempre me miraba de frentón a las piernas, el
poto, las pechugas, así, lo más natural, que hay
otros, sobre todo aquí, que miran de lado, como
haciéndose los tontos. “Cómo te trata la vida
chiquilla”, me decía, aunque no teníamos tanta
diferencia de edades, ‘chiquilla’ o ‘niña’, que
se debe acordar señora, es una manera de decir
de los pijes de por allá. Pero lo que pasa
es que yo siempre me he visto muy joven… (Parece
mentira que han pasado más de veinte años.
No tanto, como veinte nomás, pero en una de
éstas a lo mejor por lo menos unos quince)…
Porque yo por esa época estaba casi recién
llegada, pero voz qué te vai a acordar, que tú
ni pensabai en llegar, y yo no era na todavía
esta señora tirando a gorda que soy ahora, que
en realidad no me importa mucho, ahora que las
flacas están pasando de moda y está volviendo la
carne. A las finales, a los hombres les gusta
tener de dónde agarrarse. Yo también trabajaba
en el mismo edificio, hacía los dos pisos de
arriba con un métis indio y francés, bastante
viejón, con unos ojitos azules como de cabro
chico…y que hablaba bien despacito, con un
acento suavecito…métis, eso es decir aquí como
nosotros, como uno, mezclado con indio. Claro
que somos medio indios. Eso de que los chilenos
somos blancos no sé de dónde lo habrán sacado.
Pero aquí uno se viene a dar cuenta. “Nadie sabe
lo hediondo que es”, como decían por mi tierra,
yo soy del Norte Chico ¿Cómo que blancos? ¿No te
hay mirado nunca en el espejo mujer ridícula,
curiche?. En ese tiempo yo era joven..No no tan
joven, andaba pasadito de los veinte, no, más
bien cerquita de los veinticinco, a lo mejor
veinticuatro, o veintitrés, o quizás veintidós o
veintiuno, ya ni sé, ya no me acuerdo, las
mujeres no se tienen que andar acordando de la
edad, y mira que te estoy hablando del 81 o del
82, o a lo mejor del 80, así que sácale
molde. Así que no son na quince, ni
diecisiete, son como veinte años…Pero siempre me
veía muy cabra y nadie me echaba más que
dieciocho, diecisiete, hasta dieciséis, porque
pechugona y todo, potona y todo, yo era muy
menuda, petite, como le llaman por aquí, y antes
de que tuviéramos al Pedrito incluso le decían
al finado --que en paz descanse--, “profanador
de cunas”, sobre todo cuando yo andaba cerca de
los nueve meses, con lo cabra que me veía yo, y
él que me llevaba sus buenos diez años, que a
veces parecían más, por lo menos diez o doce
años bien llevados, era de esos tipos que se ven
más viejos de lo que son, que hasta cuando lo
conocí se veía un poco viejo. Oye, ¿no te hai
dado nunca cuenta de que hay alguna gente, sobre
todo algunos hombres, que parece que no hubieran
sido nunca cabros chicos, que tienen una caras
como serias, lo que no quiere decir que sean
serios. A lo mejor hasta son tentados de la
risa, farreros, qué sé yo, pero es como si
hubieran nacido maduros, observándolo todo tan
pronto como salieron del vientre de la madre. El
finado tenía una cara así. Incluso en las fotos
que tenía de cuando era una guagüita, la carita
feúcha, negrito, el pelo como mechas de clavo y
las manitos apretadas, como que hubiera nacido
serio, enojado. Y los ojos serios también,
obscuros, brillando como rescoldos, ceñudo.
Después, las fotos del colegio, de la primera
comunión, del equipo de fútbol, de la campaña
del sesenta y cuatro, y después la otra, en la
que al final salió Allende. Siempre tan serio,
como triste. Aunque era harto bueno para el
trago y hasta su poco picado de la araña. Qué le
habrán encontrado las mujeres a ese negro tan re
feo y más encima pobre, digo yo a lo mejor
lo mismo que le encontraste tú, tonta, esa
cosa como triste, como abandonada, como sola,
y esa manera de andar medio balanceada, como
medio callado, medio pensativo…. Yo, yo
que cuando llegué era, como te iba diciendo,
todavía una chiquilla, y me veía más joven
todavía. Si casi no había ningún tipo en la
comunidad, que no era nada de chica, antes de
que la gente se empezara a ir a Calgary o a
Edmonton, que no se me hubiera tirado al dulce
antes o después, de frentón o medio a
escondidas, tú sabís cómo son los chilenos, y yo
lo veía a él siempre empujando el carrito de la
limpieza como con rabia, fumando a veces, y daba
la impresión de que andaba hablando solo, pero
no, era la pura idea porque después una se
fijaba y no tenía nada que ver, pero te voy a
decir que me hacía acordarme un poco del finado,
aunque, como te digo, nada que ver, que éste
otro de que estamos hablando en esa época era
flaco…muy flaco y tenía harto pelo y unos ojos
grandes, y era más bien pálido, como pancutra,
como los actores de cine que le gustaban a mi
mamá, y como te iba diciendo yo lo veía siempre
en el trabajo. Se metía en las oficinas y se
pegaba sus pencazos huachos de las botellas de
trago fuerte que la gente de las oficinas
guardaba en los cajones, un traguito de cada
una, para que no se fuera a notar. Yo lo cachaba
siempre y no se daba ni cuenta. También
había a veces galletas, o galletas de
agua, crackers como les dicen por aquí, y se las
comía de a una, con cuidado, o pretzels, con
bastante viveza, y nunca lo pillaron, cómo se
iban a dar cuenta por otro lado, cuando
empezábamos a limpiar casi toda la gente se
había ido de las oficinas. Total aquí todo el
mundo despilfarra, antes más que ahora, pero aún
así. La gente de las oficinas se iba yendo
cuando yo llegaba y me tenía muy buena voluntad
y siempre me preguntaban cosas, pero yo no sabía
hablar casi nada de inglés, ni entendía tampoco,
y al comienzo no quería ni entender, decía
siempre yes, madam, thank you, thank you very
much y me sonreía, y parece que no les importaba
que les entendiera o no, y yo seguía dándole
rápido al mop para que no me siguieran
conversando. Y como yo soy tan chica y me veía
tan cabra seguro por eso me tenían simpatía, y
pasaba un par de horas y yo me iba por los
pasillos, bajaba la escalera para ir a fumarme
un puchito afuera, porque en ese entonces
también yo fumaba afuera como ahora, aunque
ahora casi ya no fumo, y no porque prohibieran
fumar adentro como ahora, pero es que a mí me
gustaba pararme afuera de tanto en tanto a
fumarme su cigarrito en la puerta, aunque debo
haber parecido puta barata, toda desarreglada,
con la ropa que usaba para trabajar, fumando
rápido, despeinada, me gustaba pararme y
descansar un rato y pensar un poco, o no pensar
nada y quedarme mirando un poco, sobre todo en
la tarde, casi al anochecer, cuando el cielo
empieza a ponerse morado—en los meses de verano,
eso sí, y si no está lloviendo, o en otoño, y
parece que las cosas se alejaran unas de otras y
los sonidos como que se apagan…y a veces
escuchaba el pito de un tren a lo lejos, como
cuando era chica (claro que ahora no soy na muy
grande tampoco, ya sé que vai a decir) y tenía
una sensación como que había muchas cosas muy
lejos, más atrás de lo que se veía o se oía…Y
claro, que en ese ir y venir pa arriba y pabajo
me lo voy pillando que se me metía en una
oficina del segundo piso con la italiana casi
todas las tardes, como por un cuarto de hora, a
veces hasta como por media hora. Era harto
calentona la cabrita italiana, menudita, durita,
con una cinturita así, con harto pelo crespo
medio claro y la boquita como arremangada, tipo
animalito. Pero yo nunca le dije nada a nadie.
Imagínate que se me ocurre pedir la palabra en
una reunión del Comité y salgo diciendo
“Perdonen compañeros pero tengo que decir algo
que nos atañe a todos como chilenos, que no es
bueno para la imagen que tenemos que proyectar
como comunidad exilada en este país extranjero
que nos ha acogido”, …un discurso así, onda
comunacha, y les cuento a todos que el
compañero Roberto se culea todas las tardes a la
chiquilla italiana en la pega. Ahora cuando me
lo encuentro por ahí, tan respetable que se
nota, claro, no tan sólo porque casi salió
concejal, que hubiera sido el único concejal
latino de la provincia, y para más recacha
chileno, o porque tiene su diarito y todo,
aunque salga una pura vez al mes, que harto malo
dicen que es por otro lado, sino también porque
es de una familia medio pije, aunque sea
pobretona, y cuando se ponen maduros todos esos
parecen unos caballeros, unos señorones, aunque
no echen guata. “Y cómo está pues, Adelita, Qué
me cuenta de nuevo”, me dice así, sin tutearme,
cuando nos encontramos en fiestas, en
actividades por ahí, como si nada, y como si no
hubiéramos tenido también sus encontrones
huachos, comadre, usté me entiende, en las
fiestas, la solidaridad. “Cómo me la vá tratando
la vida”, y luego sigue para allá caminando con
un vaso de vino en la mano, para otro lado, con
la cabeza bien levantada, y con una guaitita que
le está empezando a aparecer, y yo a veces lo
miro y me dan ganas de reírme de verlo tan a sus
anchas, tan suelto de cuerpo, con la cabeza
canosa pero todavía bastante guelmosón, que está
bastante más gordo, ha echado más cuerpo, y casi
me dan ganas de decirle, oiga Roberto, ¿se
acuerda de cuando hacíamos cliner en el edificio
de la Shell – edificio de la concha—como le
decían los chilenos, y se tiraba todos los días
a la italiana?
--Y tú chica, tanto que lo defendís,
ni que estuvierai caliente con el fulano, que el
otro no es un cabro chico, si hasta pelao se
está quedando, pero mejor ni hablar, que una ya
anda arrastrando las patas también, además que
mi finao también tomaba su poco, todos tenemos
defectos, cual más cual menos, pero nunca me
faltó nada con él, y eso que tenía ya sus años
el pobre y déle que suene todas las tardes y a
veces en la noche, mopeando los pisos, vaciando
ceniceros y pasando el váquium, acarreando esas
tremendas bolsas de basura al container, un
hombre maduro como él, en ese trabajo duro para
gente joven, toditos los días, en pleno
invierno, o con toda la calor en el verano,
húmeda, peor que en Buenos Aires, para qué
hablar en invierno, en este clima de mierda,
rompiéndose el espinazo con esas tremendas
fuerzas que tenía que hacer, cuando hay tanto
hombre joven fíjese que llega a dar rabia,
viviendo en el welfer, y una misma que si no me
enfermo de la espalda quizás todavía estaría
haciendo camas, y las cosas que le toca hacer a
una y las cosas que se ven, y mi finadito...en
fin--
Claro, tienes razón, y para lo que hay
que ver con un ojo basta, como decía el señor
Abello o Abelli, no me acuerdo bien el nombre,
que era medio italiano, cuando se estaba
quedando ciego de las cataratas, en esos años en
que no había mucho remedio para esas cosas, ni
menos allá abajo. Claro que ahora, me escribía
mi sobrino, lo están arreglando todo, hasta los
ojos, con láser, claro que allá no hay OHIP y
cualquier cosita cuesta un ojo de la cara, y ni
aunque no fuera más por eso una ya no puede
irse, sobre todo una que se está poniendo vieja,
y allá cualquier operación, cualquier cosita,
cualquier enfermedad que la agarre a una te
cuesta un dineral, un ojo de la cara, y se
quedan las familias completas en la calle, o uno
se encalilla hasta quién sabe dónde, y el pobre
que siendo sastre necesitaba de sus ojos para
medir, para cortar, si hubiera estado en otro
país se hubiera hecho la América, era muy
conocido, le hacía los trajes a medida a los
Vial Espantoso, pero estaba en Chile... y tan
buen ánimo que tenía, tan tranquilo, tan de su
casa y casado con esa mujer que era rabiosa como
un demonio, hija de español…
_
_
II
...y todavía no me acostumbro a usar
anteojos, por lo menos por ahora sólo para leer.
A lo mejor uno no se acostumbra nunca. Cosa
curiosa esto de la vista, que mi mamá ya debe
estar cerca de los ochenta y lee sin problemas
pero no puede leer un letrero al otro lado de la
calle, aunque tenga letras inmensas igual que mi
hermana, y yo puedo ver a varias cuadras sin
ningún problema, pero no puedo ver de
cerca. Lo que son los genes. En fin…para
lo que hay que ver, como dicen algunos. Aunque
algunas veces sí, lo que le interesa ver a la
gente cambea y varea según de quién se trate,
algo se tendría que haber aprendido después de
tanto hueveo, pero en qué estará, lo que le
interesa, lo que le importa a alguna gente y a
otra ná que ver chancho en misa, como decía mi
hermana, y a lo mejor dice, y a quién habré
salido tan canoso, a mi abuelo fijo, que desde
que me acuerdo tenía el pelo blanco y era medio
pelado, como mi papá ahora que me acuerdo,
también harto pelado bien joven, que en paz
descanse, aunque ni lo conocí, por las fotos, yo
también empecé a perder el pelo pasaditos los
treinta. Porque en esa foto que me tomaron
cuando caí preso la primera vez todavía
tenía esa melena, bien flaco, con esa camisa que
me gustaba tanto y era fina allá, en esos años,
y las andaban trayendo todos los cabros de
Providencia, pero cuando llegamos las únicas
parecidas las vendían aquí en el Salvation Army,
de polyester, ajustadas, de cuello alón y
floreadas, que en esa época estaban bien a la
moda por allá, como aquí seguramente, pero a lo
mejor allá con un poco de atraso. Se
usaban casi tanto como los blujines de pata de
elefante. En los círculos de uno, claro,
entre la juventud de esos años. Y si le
estuviera contando esto a ella le diría “Apuesto
que usted sabe de lo que estoy hablando”,
después de todo esta niña se debe estar
encaramando con suerte recién en los veinte, y
así es la moda, cuando uno es joven. Uno los
usaba casi porque tenía que usarlos, pero a
decir verdad a mí nunca me gustaron y menos mal
que se me ocurrió botar la lista al suelo esa
vez en el parque y el tira no se dio ni cuenta,
“A ver, tú ¿Qué andai haciendo por aquí cabro?
¿Andai sapeando a las parejas, huevoncito?” -- y
el tipo que más que detective, o tira, como
decíamos nosotros, en ese entonces, parecía un
empleado de oficina, morenito, de estatura
mediana, terneado, muy limpio y muy afeitadito,
de cara redonda y con anteojos, un aire
apacible, medio gordito—“No, si yo estaba
leyendo no más, aquí sentado” -- “Si te vi que
te andabai paseando, cabro parejero, tenís
documentos”. Y yo, que del alivio ni
siquiera me dio vergüenza, qué vergüenza me iba
a dar, si el corazón casi se me salía del pecho
del alivio, y menos mal que el punto se había
atrasado, no había alcanzado a llegar, y lo
único que quería era hacerme humo, que jugáramos
al tren. Que él tocara el pito, porque debía ser
un paco de civil, y yo me hacía humo. Ese es un
chiste que había. Quería decir lo mismo que
echarse el pollo, que usted seguramente tampoco
ha escuchado ni en pelea de perros. Pero mejor
no vamos a seguir, que no terminaría nunca...
Y bueno, tengo que reconocer que más
bien por distraerme, hacer tiempo, me había
sentado justo frente a unos pololos, y como era
verano y las minitas andaban con esas faldas
cortitas, y no les daba nada mostrar los
calzones, --parece que ahora están volviendo las
minifaldas, pero estas niñas de aquí, de ahora,
se cuidan mucho cuando se sientan, y si uno mira
mucho es capaz hasta que termine preso. Pero en
el caso de esa pareja que estaba mirando, estoy
seguro de que el cabro le tomó la cabeza a la
chiquilla y se la puso contra el marrueco, y se
levantó un poco los faldones de la chaqueta para
taparla. Pero a lo mejor son imaginaciones. En
esa época los cabros de la secundaria andaban
con unas chaquetas de un azul plomizo, y siempre
se iban a hacer la cimarra en ese parque. A lo
mejor le estoy poniendo, estoy inventando. Si
hubieran estado aquí atracando en un parque
seguramente que se los llevaban presos a ellos y
no a mí, y no sé por qué se me había ocurrido
antes tomarme una foto de cajón frente al
obelisco ese que está al final del parque
Balmaceda, al llegar a la plaza Baquedano, ese
con la estatua verdosa de Balmaceda y detrasito
el obelisco. Bueno, a lo mejor para mandársela
al Norte la Inés, la que habría de ser mi
mujer, ése era el parque por el que siempre
caminábamos, en las tardes de verano, cuando
estábamos de vacaciones, y atracábamos también,
su poqueque, como todo el mundo. A lo mejor lo
hice de puro huevón, ya que tenía ese punto en
la tarde y claro, para ver si de pasada me
agarraban los tiras hasta con foto, para
ahorrarles la plata del rollo y del flash, y uno
nunca sabe porqué hace las cosas, a lo mejor por
todo junto, si siempre me sentía un poco mal
cuando me acordaba de mi mamá, que no tenía
idea para nada de los rollos en que andaba
metido su hijito, ella, tan suave y a veces tan
inteligente pero que a veces le daba por rotear
a medio mundo.
Ésa es la foto que no le gustó nunca a
mi mamá “parece roto mijito”, en la que salgo
con la camisa ésa y me veo un poco rasca, como
de barrio, medio malandrín, y por supuesto nunca
le conté a nadie en el partido ni menos en la
casa, total siempre llegaba tarde, y me dejaron
suelto en la misma noche, unas pocas horas
después, un cabro parejero, pajero, que estai
aquí puro ocupando lugar y no hay espacio ni
plata para guevones como vos, hay muchos peces
gordos nadando, muchos pájaros de nota volando
sueltos, cabro, ¿y no te dá vergüenza ser
parejero, cabro pajero, que soy bien encachaíto,
medio rucio, larguirucho, porqué no te buscái
una mina, cabro y te dejái de andar mirando
parejas? --Yá, ándate para la casa cabro
culiao antes que nos arrepintamos y te dejemos
aquí preso.
Y la famosa lista esa que andaba
trayendo, la de los oficiales retirados que iban
a formar un partido nacionalista que nunca se
formó parecía importante en la época pero a la
postre el asunto se desinfló y nunca se supo
nada más de eso, hasta que después de más de
quince años, cuando ya estaba aquí, vine a saber
que el papá de la minita que me la había pasado,
que era oficial retirado, se había ahogado
en un hoyo, de esos que dejan abiertos a veces
en la vereda en Santiago, que se llenan de agua,
y la gente del barrio decía que lo habían
empujado. Cuando tomaba se ponía muy discutidor,
se ponía a hablar de política y todavía
estábamos bajo la dictadura.
Además, le diría, le habría dicho, si
es que tuviera oportunidad de contárselo, si es
que a ella le interesara que se lo contara, que
uno a veces ni sabe lo que interesa a los
jóvenes de ahora. Y menos a las chiquillas. A
veces parece que no les interesara nada, o las
puras cosas materiales, que cuando nosotros
éramos cabros nos pasábamos en barricadas, en
manifestaciones, en reuniones, discutíamos,
leíamos esto y lo otro. Todo el mundo
estaba en un partido, en un movimiento, de la
izquierda o la derecha, otros cabros se metían
al SILO. No es que nos pasáramos en eso
todo el tiempo, en realidad, pero no todo lo que
importaba era la pura supervivencia, las cosas
materiales, como parece que pasa con la juventud
de ahora. Pero por lo que sé, parece que están
igual en Chile. Pero no era todo el mundo
tampoco. Por allá también existía eso que por
aquí se llama “the silent majority”, toda esa
gallá tranquilita, del colegio o el trabajo a la
casa, que no opinan de nada, que no les
interesaba nada, y que después de la cosa salían
hasta debajo de las piedras, soploneando a
diestra y siniestra, y prepotentes, agarrándose
las pegas, todos esos cabros estudiosos de
anteojos, pero que no eran nunca los tipos más
brillantes de las clases, ni los más
discutidores, que esos además eran (éramos) los
metidos en política, no de la manera en que lo
hacen los tipos de acá que parecen vendedores
viajeros y que se meten a los partidos como
quién sigue una carrera de abogado, de
funcionario, qué se yo, de contabilidad, de
programación, se chaquetean, se cambian de
partido, es una carrera política, aunque dicen
que por allá abajo ahora son más o menos
parecidos. Pero le diría: Mire mijita, todo eso
pasó mucho antes de que usted pudiera darse
cuenta de cuántos pares son tres moscas, y
seguro que no me va a entender el dicho y se me
va a quedar mirando, sin atreverse a
preguntar. Seguro que cuando vino el golpe
usté salió gateando a la puerta para ver lo que
pasaba. Porque ella debe andar por los 25 y
estamos en el 98, justo lo que le estaba
diciendo, ¡lo que quiere decir nacida por ahí
por el 73!, y lo que yo le estoy contando es a
todo reventar 71 o 72 a más tardar, Beatles y
Jaivas y pata de elefante y guerra
de Vietnám y reciencito guerrillas en todo
Latinoamérica, y Gunther Frank, y el Silo y el
Poder Joven y la palomita Blanca, la novela y la
película, que nunca se pudo mostrar en los
teatros sino hasta hace poquito, y para qué
seguir, mijita, si se me quedaría mirando con
carita de estar en la Luna. Entonces le
diría “pero todo esto que le estoy contando pasó
antes de que usté naciera” y ella se me miraría
desde el asombro de sus ojos medio claruchos,
como con pintitas, como queriendo anular
implícitamente esa distancia enorme que nos
separa. Y le seguiría contando: “me
acuerdo que me devolví a la casa contento y
riéndome solo un poco, y la poca gente que
pasaba por la calle a esa hora me miraba como
diciendo “miren el cabro ese riéndose solo” y
seguramente pensaban que andaba medio volado,
cabro mariguanero, hipiento, y hasta me atreví a
pedirle plata para el bus a cabro conocido que
venía caminando en dirección contraria, que
estudiaba también en la universidad, yo era más
o menos compañero de su hermano, y de algunos de
sus amigos, todos hijos de republicanos
españoles exilados después de la guerra civil y
que por supuesto que habían salido de
izquierda. Y el tipo me dijo “No, no
tengo”, y me hizo a un lado con la mano y siguió
caminando. No me había reconocido, quizás con
qué cara andaría. Y fíjese mijita, ni me
importaba, pese a lo cansado que andaba, y
hambriento, porque la noche allá en verano es
fresquita, baja un poco la temperatura y es un
clima seco, y luego de la escapada sentía como
un gusto, un entusiasmo, pese a que todavía
tenía que andar como otras veinte cuadras más
para llegar a la casa y después iba a haber a lo
mejor una tremenda rosca si mi mamá estaba
despierta todavía. Y le voy a contar un secreto,
mijita, que en esos años (antes de que usté
naciera), alguna gente me consideraba medio
loco, el loco Roberto, me decían, pero quién lo
diría, si me ven ahora, sobre todo usté, que por
supuesto no me podía haber conocido antes,
porque usté antes no existía.
Y a lo mejor todavía tengo algo de eso
adentro, no totalmente apagado, como las brasas
debajo de la ceniza de un rescoldo, donde hubo
fuego cenizas quedan, y a lo mejor eso es lo que
gusta a esta chiquilla. Es sabido que las
mujeres son mejores para captar la verdadera
esencia de las personas. Y a lo mejor
tengo todavía ese otro yo, está metido bien
adentro, como un cuesco, como una nuez adentro
de la cáscara verde, como una nuez muy blanca y
muy dura adentro de esta cáscara de viejo verde,
como un caracol bien metido adentro, que saca de
vez en cuando su cachito al sol y lo vuelve a
entrar ligerito, y a lo mejor ella lo vio de
algún modo. O a lo mejor lo que le interesa es
este otro cachito. Pero no nos pongamos
groseros. La desgracia de nosotros, los viejujos
bien conservados, es que de fuera nos vemos como
jóvenes, me decía el otro día el salvadoreño,
que cuando toma se le olvida hasta que es
abogado, y que en realidad no se ve tan bien
conservado como cree o como quisiera, ahí tiene
usté al Lucho, que se lo tiene que haber topado
alguna vez, mijita, viviendo como ha vivido por
varios años en esta ciudad tan chica.
Chica para mí, que pasé mis primeros 30 años en
Santiago (que parecen un poco como otra
vida). Bueno, como le iba diciendo, si se
lo topa por ahí, usté lo echaría a lo más unos
cuarentitantos, aunque es más viejo que
yo. Claro que, entre nosotros le voy a
decir que se tiñe el pelo, y practica artes
marciales todas las semanas. Yo también me lo
teñiría, no se crea que no, pero si me fuera a
vivir a otra ciudad, no sé, lo que pasa es que
aquí toda la gente me conoce, imagínese, de un
día para otro la gente que me vé todos los días,
que me ha estado viendo todos estos años,
me va a ver con el pelo negro otra vez de la
noche a la mañana. Los cabros jóvenes,
santo y bueno. Los hombres de mi generación no
se tiñen el pelo. Además eso hay que hacerlo tan
pronto a uno le empiezan a salir las canas,
entonces se empieza uno a teñir la parte de
arriba, y así uno queda más atractivo, con las
sienes plateadas, como dice el tango “las sienes
del tiempo plateando mi sien”, que usté lo tiene
que haber oído, pese a lo chica, mijita, porque
esas canciones no pasan nunca de moda, aunque
uno las encuentre un poco sensibleras, un poco
cursilonas, después se las termina aprendiendo
de memoria. Es como si no nos bastara la propia
nostalgia y tuviéramos que conseguirnos otra
nostalgia de prestado. O es que a lo mejor
nosotros no teníamos nostalgia. O a lo mejor es
que fue en esa época cuando se expresó de la
mejor manera la nostalgia, la saudade, esa
palabrita portuguesa que quiere decir sentir
nostalgia por algo que no se sabe y que a lo
mejor no existe, al menos eso me parece a
mí. Seguro que a usté le parecerían de lo
más bien esas canciones, bonitas, tristes,
románticas, y no se crea, que yo me las sé casi
todas de memoria, y se las cantaría todas
haciendo un poco de parodia, imitando cómo
cantan el tango los argentinos, los boleros los
peruanos, no las canciones nuestras, porque
nosotros los chilenos somos amurrados, taimados,
como se dice, y hacemos chistes de los
sentimientos, y aunque nos gustan, encontramos
esas canciones medio cursilonas. Al menos
en la clase de la que yo vengo, que no es
ninguna maravilla tampoco, y a lo mejor si se
las cantara usté no se daría ni cuenta de que
estoy payaseando un poco, pero a lo mejor no
estaría payaseando tanto, pero no se lo vayamos
a decir a nadie, ¿Okey?. Es un secreto,
como los cafés que nos vamos a tomar a veces
como si tal cosa, “Rosita ¿Tiene tiempo para
tomarse un cafecito a eso de las cuatro cuando
termine la pega?” “Ningún problema, don
Roberto”. No es nada tan terrible, tampoco,
porque es natural, ya que trabajamos cerca, a lo
más a un par de cuadras y somos los únicos
latinos por aquí y yo puedo parar de trabajar
más o menos cuando se me da la gana algunos días
y otros si quiero puedo seguir trabajando hasta
más tarde, hasta la noche si se me da la gana,
total para qué apurarse en llegar al
departamento si uno va a estar solo después y si
cuando llego no puedo dormirme hasta las doce me
tomo su pastillita y listo. La otra
alternativa es irse a tomar un trago con
alguien, pero no conviene hacerlo muy a menudo,
a un pub o al Restorán/Disco Gusano’s, donde van
muchos latinos y uno siempre se encuentra con
hay alguien conocido, además de que conozco a
los dueños, y uno se puede estar tranquilo
tomándose su trago despacito, sorbo a sorbo, que
a estas alturas hay que medirse, mirando cómo
bailan las parejas jóvenes, o al menos más
jóvenes que uno. Pero cuando me tomo un
café con usted Rosita, no necesito salir a
tomarme unos tragos ni tengo que tomar pastillas
para dormir. Pero no se lo voy a mencionar
nunca, porque se puede creer y se me va a poner
orgullosa. O se me va a enojar “¿Qué se habrá
creído este viejo fresco?”
_
_
III
Y no me vai a creer si te digo
que el otro día pasé por el centro en bus para
ir a cambiar el ticket del avión en la
agencia de viaje, a eso de las once media de la
mañana y no te imaginas a quién me veo caminando
despacito, muy suelto de cuerpo, conversando con
la chiquilla esa, bastante modosita, que trabaja
por ahí cerca fotocopiando, pasando a máquina,
no sé, algo que ver con computadores, y le iba
haciendo gestos con las manos, de seguro
emborrachándole la perdiz el viejo verde, y la
chiquilla lo miraba con los tremendos ojos, se
nota que es una chiquilla buena, inocente, los
hombres son tan cochinos y era uno de los
primeros días calurosos y no estaba tan húmedo y
yo las ganas que tenía eran de tomarme un helado
y en eso iba pensando y los veo por la
ventanilla, pasamos bien cerquita, y
parece que me reconoció pero se hizo el leso, a
mí ése no me saluda ni cuando venimos por la
calle en sentido contrario, estoy segura que una
vez me vio de lejos y no me vas a creer que de
repente se puso a mirar una vitrina hasta que yo
pasé, y era un Canadian Tire, y tú y yo sabemos
que no tiene auto y que es un pije que no se va
a estar ensuciando las manos tomando una
herramienta…
--Es que te conoce lo peladora que
soi, mujer, por eso es que te anda sacando el
quite, y ves cómo lo estai pelando ahora mismo,
por dios la mujer intrusa, buena para armarse
historias, pasarte películas como me decía a mí
el finado, “ Y tanto que te gusta ir al cine
cuando es pura plata perdida, no tienes
necesidad, con lo que gusta pasarte películas”.
En Chile iba harto al cine, a los programas
dobles de los rotativos, pero aquí al comienzo
no entendía nada por el idioma y no iba nunca y
como que perdí el hábito—
_
_
IV
Y el hombre duerme bastante mal, no
por el estrés, no por eso de las vías
respiratorias, ni porque las alergias, ni porque
fuma, aunque ahora se está racionando bastante
los cigarros. O, claro que sí, a lo mejor
por eso. Por otro lado uno empieza a
dormir menos cuando se pone viejo. El doctor le
dijo que dejar de fumar era good in all
accounts, pero es que el hombre siempre ha sido
nervioso, desde que ara cabro chico, y bastante
propenso a las pesadillas. “Este chiquillo
debe de haber salido a su abuelo”, decía la
mamá. “Mi papá que era tan nervioso”, y es
cierto que antes el hombre se despertaba casi
todas las noches por las pesadillas, por
períodos. Ahora no, hace varios
años. En cambio, ahora duerme mejor que
hace unos años, aunque se supone que cuando más
viejo menos se duerme. Y le gusta dormir, y
sobre todo soñar. Es como si se internara
en un territorio a medias conocido, a medias
deseado, donde las cosas son más como a uno le
gustan, las calles, los árboles, las casas, en
fin, hasta la gente, y a veces se pueden
entrever detalles de cosas olvidadas hace mucho,
como entreverados con las cosas. Pero a
veces ahí mismo hay otras cosas que están
escondidas a veces, que no se temen ni se
piensan en el día, que a lo mejor corresponden a
otras cosas, pero que aquí, en este territorio
son vagamente amenazantes, obscuras, una cosa
más de atmósfera que otra cosa, ya que todo
empieza a cambiar de a poquitito, y ni siquiera
a cambiar, es todo tan de a poquitito, o es uno
el que de repente se da cuenta de que se ha ido
metiendo por algunas callejas curiosas y empieza
a sentir un miedo vago. Como por ejemplo, cuando
le dijo a ella que era mejor que no se bajara
del tren, que no convenía, que no había que
bajarse del tren, porque si bien se había
anunciado una parada, iba a ser sólo de algunos
minutos, por un imprevisto, y que si habían
dejado a la mujer tendida en el andén, es porque
sabían de seguro que alguien la iba a pasar a
recoger. No estaban en mitad de ningún desierto,
se veía una que otra persona, la estación era
bastante grande y cuando el tren estaba llegando
varios niños lo habían saludado con la
mano. Pero a ella se le había antojado que
tenía que bajarse a vigilar que alguien viniera
a llevársela, que no la fueran a dejar ahí
botada y él no la iba a dejar bajarse sola, así
que cuando el tren había partido cuando ellos
estaban en la estación tratando de ubicar un
teléfono, él como que había querido enojarse,
pero se decidió en cambio preguntarle a alguna
persona dónde estaba la carretera, ya que en
este país tan angosto y con un red
ferrocarrilera longitudinal y una carretera
también longitudinal, en los pueblos chicos la
gente que no tomaba el tren podía tomar los
buses a la capital, o en fin esperar que un
vehículo de buena voluntad los acercara a su
destino. Porque en este país tan angosto
la gente se había acostumbrado a vivir a lo
largo y entonces todo el transporte o iba o
venía de la capital. Pero la mujer a que
le preguntó le dijo que no se acordaba pero que
había una calle por donde pasaban los buses,
pero que ya se iba a acordar, que esperara un
momentito, pero empezó a ponerse nerviosa, la
voz estropajosa, quef lof teníangh eng la
pungnta de la lenggghua, antes de comenzar a
hacer gestos raros, y él se había asustado y se
había alejado, balbuceando que no se preocupara,
que no era importante, y volvió a donde estaba
ella, sentada en un banco de esos de plaza y
revolviendo la cartera, tratando de buscar
monedas para hablar por teléfono, aunque él no
se acordaba si aquí a lo mejor había que comprar
fichas, y luego sacando papelitos, y él le dijo
que se quedara sentada mientras él trataba de
averiguar algo en una especie de oficina que
ahora veía al otro lado de la plaza, donde había
un tipo con uniforme y otro vestido con un terno
blanco y muy engominado. Se encaminó hacia
ellos, cruzando la plaza desierta “Mire señor,
¿A qué horas pasa el próximo tren”, preguntó, “y
adónde hay que tomarlo”, y el hombre de blanco
miró al otro, que lo miró de vuelta y le
dijo “por lo menos podía haberse presentado”, y
el otro tipo dijo “parece allá que en la capital
no les enseñan modales”, y los dos habían
entrado y le habían cerrado la puerta en las
narices, y después vio pasar a una señora con un
sombrero con flores, que venía hablando sola y
haciendo gestos, y decidió volver a la plaza,
donde la vio que ella había sacado de la cartera
un muffin, nunca se sabe lo que puede sacar una
mujer de la cartera, y que lo estaba
desmigajando para dárselo a las palomas, como si
tal cosa, cuando en realidad se estaba
oscureciendo bastante rápido y había que tomar
el tren o un bus para salir de allí, pero a ella
no parecía importarle, así que le dijo que iba a
volver a caminar hacia el otro lado, porque
tenía que saber por lo menos a qué hora pasaba
el próximo tren, si había una garita dónde
esperar los buses interprovinciales, dónde se
podían comprar los boletos, aunque ella lo
miraba con los ojos claros traviesos, sin darse
cuenta, parece, sin sentir que había que irse de
ahí, y al fin le dijo otra vez que no se fuera a
mover del banco, y ella soltó una risita, y le
dijo que bueno, que no se preocupara y él cruzó
la calle y comenzó a caminar a lo largo de una
callecita angosta y le preguntó a una niñita que
andaba por ahí si sabía dónde tomar el tren o el
bus, y ella lo miró y le dijo que no pasaba
ningún bus y que el tren sí que pasaba a veces,
pero que no paraba nunca, y él le dijo pero
cómo, entonces para qué está la estación, y la
niñita se puso a reír y se alejó corriendo, y su
risa la corearon algunas otras voces, detrás de
puertas cerradas. Entonces él comprendió
que toda la gente de ese pueblo tenía algo raro,
era más o menos anormal, y que estaban aislados
o que se habían aislado adrede, y que tenía que
volver donde ella y tenían que echar a caminar
hasta salir del pueblo, y luego seguir caminando
paralelo a los rieles, total no se iban a morir,
todavía estaba el tiempo de lo más bueno y no
pensaba ni nevar, aquí en este país nunca nieva,
es mejor sacrificarse un día, una noche y
después comentar por ahí, tomándose un café,
comiendo algo en un restaurante de la carretera,
de la que se habían escapado, y se apuró en
llegar a la plaza, no fuera que ella se fuera a
contagiar, que se estaba portando bastante rara,
y claro, cuando llegó no la vio, y ahora él no
se iba a poder ir, solo, no podía dejarla sola
ahí, en ese pueblo de locos, él no se iba a
poder ir nunca más y ahora iba a tener que
empezar a buscarla…
Pero en eso sonó el despertador y él
despertó braceando como un nadador que fuma,
tirando para gordo y cincuentón, tratando de
salir a la superficie con un estilo mariposa,
bañado en sudor, el corazón latiéndole en el
pecho, pero feliz, feliz al darse cuenta de que
había sido un puro sueño, un puro sueño espeso
como melaza, y que a lo mejor tenía pretexto,
algo para contarle a la Rosita e invitarla
a tomarse un café, pero por otro lado se le
había aparecido la Mónica otra vez en el sueño,
y aunque ya no se acordaba casi nunca de ella,
siempre lo dejaba un poco melancólico, y eso que
habían pasado más de diez años. A ver, más o
menos, No tanto, pero sí varios años después de
llegar. Eso le pasa a muchas parejas. Casi
ninguna sigue junta, más o menos por la
época en que estaba tomando bastante y ya se
acababa de terminar la dictadura y entonces qué
íbamos a hacer con la solidaridad, y entonces el
hombre había sido uno de los primeros que habían
planteado, con esa manera medio o blanco o negro
de ver las cosas (aunque nosotros sabemos bien
que no es así, bastante color mezclado, bastante
plomo, no se vayan a creer) que ahora íbamos a
ser una comunidad, la comunidad
chileno-canadiense a lo mejor, o parte de la
comunidad latinoamericana, qué se yo, como en
los Estados Unidos, dedicados más o menos al
folclore, a poner restaurantes o negocios,
boliches, qué sé yo, como los italianos, los
griegos, a los equipos de fútbol, a la
pachanga, y entonces el Ramón había alegado, no
ven, qué les decía yo, si el compañero no puede
ocultar su origen de clase, se burla de
nosotros, desprecia la cultura popular, lo
nuestro y la Adelita que estaba sentada
también hoy día, aunque ya no venía mucho a las
reuniones, se había tapado la boca y se había
reído.
_
_
V
Que era pura envidia, el otro tan
negro y tan feo y tan gordo, que le tenían al
Roberto, por que era alto (alto para ser
chileno), buenmozo, medio rubio, su ex señora
decía que cuando joven era más rubio y que
cuando chico tenía el pelo casi blanco, y además
tenía educación, y no estaba metido en la
izquierda como los otros, por necesidad, que con
Frei habrían estado en la promoción popular,
sino que hasta a lo mejor por principios, aunque
esto último más bien se lo creía él mismo, una
vez lo había sacado a relucir en una discusión,
menos mal que de pocos y en la célula, cuando
todavía existía el partido, y la Adela lo había
escuchado desde la cocina porque estaba haciendo
el café, y le había dado su poco de vergüenza
ajena. Pero a la postre se había formado el
Centro y le había ido bastante bien hasta la
primera peña, que claro que fue un fiasco.
Roberto había adelantado unos 300 dólares, que
claro que no es mucho, pero en esos años era
bastante más que ahora, y no es que ahora sea
tampoco una porquería. Eso es lo que se
gasta a la semana en llevar una casa con familia
por aquí, bien llevada, con cabros chicos y
todo. Claro que sin contar el arriendo o las
hipotecas, y sin darse muchos lujos. Una entrada
al teatro ahora está costando como ocho dólares,
y pa las porquerías que pasan. Y bueno, era en
una reunión en que se daban cuentas y se
repartían los quesos y se decían frases para el
bronce, en no me acuerdo qué casa, parece que en
la del Pablito, que andaba de vacaciones en Las
Laurentiades, y eso que ya sabíamos en ese
entonces, ya que llevábamos una punta de años
aquí, que en verano no pasaba nada, que la gente
se mandaba a cambiar a los cottages, pero si
somos algo, somos un pueblo con cabeza dura. Y
bueno para la conversa. Todavía no se nos ha
quitado la reunionitis. Pablito le había
dejado la llave a alguien, así que ahí
estábamos, medio chupados, ya que la reunión
parece que era un Domingo en la tarde y en Hull
se puede comprar trago en cualquier almacén, la
Adelita más rica que nunca coqueteando con medio
mundo, y alguien había hecho una especie de
caldillo, una sopa clarita, pura agua caliente
con ají, ajo, cebolla, su poco de perejil y puro
marisco y pescado, que si por aquí no es muy
bueno, se deja comer si está fresco. En
Chile nunca se va estar tomando un caldillo a
las cuatro de la tarde en un verano, pero este
no era estrictamente un caldillo, era más bien
como una sopa de pescado como la que hacen los
vietnamitas o los chinos, pero que ná que ver
con otra que sí me gusta a mí, más espesita, que
se llama chopino y en realidad es italiana, con
harto tomate, con papas, y por lo demás aquí se
come como a las seis, así que no estábamos tan
despistados, total si nos íbamos a tomar sus
cervezas, o su vinito, lo más tradicional era
tomarse su caldillo de cabeza en el Mercado de
Santiago, aunque se podía decir que nada ver,
chancho en misa, que el caldo de cabeza se toma
muy temprano, después de una farra, eso lo dicen
todos, pero no conozco a nadie que se haya
tomado un caldo de cabeza en el mercado a las
seis de la mañana, eso es puro folclore y
folclore del malo, del manoseado, aunque por
otro lado, eso es lo que compone la cultura
popular, como me dijo una vez el Roberto cuando
andaba curado, y bueno, aquí también estábamos
celebrando de antemano, a la vez que
planificando, la primera actividad del flamante
Centro Cultural Chileno-Canadiense, la nueva
cara de la moneda de los chilenos en Canadá, que
era como nuestra pequeña Esmeralda que se
adentraba por el Pacífico bravío de las
políticas multiculturales, esperando aportar su
granito de arena, desafiar y hundir al Huáscar
de la historia, aunque la que se había hundido a
las finales a pesar del heroísmo había sido la
Esmeralda, pero en fin son las dos caras de la
misma moneda. Algo así fue el discurso o la
intervención de un compañero bastante
inteligente, de cuyo nombre ya ni me acuerdo,
que ya nos ha dejado por mejores pastos, a lo
mejor se fue al Oeste, a lo mejor se devolvió a
Chile. En fin. Y Roberto que le explicaba a la
Adelita algo sobre el caldillo, sentada al lado
de él, con un trajecito floreado bien delgadito,
que dejaba adivinar todo, los pezoncitos
parados, y ya medio puestona, ya que a una mujer
joven y buenamoza, viuda y de izquierda nadie la
iba a estar atajando y todos son dueños de
hablar de lo que se les de la gana y de meterse
en lo que no les importa, porque ella encontraba
muy fome el caldo, que le faltaba cuerpo, y
alguien que estaba sentado al lado mío me había
dicho para el lado: “A usté sí que no le falta
cuerpo, mijita”, y escuché que Roberto le decía
que así tenía que ser, pero que no se podía
pedir más, que el pescado y marisco del
Atlántico no tenía nada que ver con el del
Pacífico, era más desabrido, además que estos
caldos claritos estaban en la tradición francesa
del consomé, del broth, que se decía en inglés,
il brodo, en italiano, que quiere decir caldo,
caldito, ninguna salsa ni ninguna crema que
fuera a opacar el sabor del marisco, “bueno para
los enfermos”, interrumpía toreándolo la Adelita
y él seguía diciendo que el caldillo con tomate,
el famoso boullabaisse, era a su vez la versión
francesa, y alguien decía en el trasfondo, no me
acuerdo quién, “yo también voy a veces”; “A las
casitas”, dijo otro, “parece pichí de
angelito” le decía ella para seguirlo
provocando, porque ahora que me acuerdo, parecía
que Roberto había hecho el caldillo, que se las
daba de buen cocinero, su ex señora decía que
cuando llegaron era él el que cocinaba en la
casa, y él seguía diciéndole que los españoles
hacían unas sopas espesas, que no entendían el
concepto del caldillo, que la sopa española era
un plato de pobre en que se echaba a hervir todo
lo que había sobrado el día anterior, la famosa
olla podrida, y le servía otra copa a la
Adelita, y parece que le estaba rozando las
piernas debajo de la mesa.
Puede ser, porque la mesa tenía un
mantel largo y no se veía y él tenía las manos
debajo y ella se reía mucho, pero a lo mejor
eran imaginaciones mías y bueno, lo que pasa es
que en realidad estamos cortos incluso para
pagar los gastos y no tenemos ni siquiera la
plata para pagar la iglesia, dice alguien, el
presidente, porque regada y todo estamos en
reunión, y hay que tratar los puntos de la tabla
y le pedimos al compañero Roberto que si nos
puede esperar hasta la próxima actividad para
devolverle su plata, que harto que le costó
ganársela al compañero y sin embargo
generosamente la puso a disposición del Centro,
y después de esto levantamos la sesión “porque
se acabó el trago” dijo uno, y lentamente todos
se comenzaron a parar, agarrar sus cositas y se
iban yendo, hasta que parece que se quedaron
hablando el presidente y Roberto, no sé de qué
sería, pero no creo que fuera un asunto del
Centro, más bien una cosa personal, la Adelita
estaba en el baño, y Roberto le dijo que se
fuera nomás si estaba cansado, que de seguro lo
estaba esperando la familia, que otro día lo
arreglaban, y el otro le respondió que lo iba a
pensar y le contestaba mañana, y me pareció que
le echaba una mirada medio de complicidad, yo me
di cuenta porque estaba casi en la puerta y miré
para atrás al salir.
Porque todos sabíamos que Roberto
acababa de separarse, claro que nadie lo
compadecía, y mucho menos las mujeres, como se
había portado con la pobre Mónica, aunque uno
que es hombre entiende la situación, pero eso no
quiere decir que nadie vaya a tener chipe libre
para hacer lo que se le antoje. Ahora que
me acuerdo, parece que era Roberto el que tenía
la llave de la casa, por eso es que tenía que
irse al último, y a lo mejor nadie más se fijó
en que se quedaba solo con la Adelita, y cuando
después una vez se me ocurrió preguntarle lo que
había pasado, claro que esa vez que le pregunté
yo estaba medio puestón, si nó, no me habría
atrevido a preguntarle. Nunca fuimos lo
que se llama amigos amigos. “Y cómo te fue con
la Adelita”, me dijo que le había bajado un
tonto moral y eso fue todo lo que dijo, pero lo
más seguro es que ella no le aguantó, porque era
bien coqueta pero no puta, que así es como son
las mujeres chilenas, que uno sabe hasta dónde
puede llegar y si se pasa más allá hace el
soberano ridículo, ya me la imagino a la Adelita
parada con las manos en las caderas, diciéndole:
“Oiga, y usté qué se ha imaginado”, o quizás
simplemente le habrá dicho algo como “No mire,
yo estoy lo más bien así, lo respeto mucho pero
preferiría que siguiéramos siendo amigos nomás”.
O a lo mejor incluso le tomó con delicadeza una
mano aventurera y la apartó, sonriéndole con
displicencia y un poco de burla, como si tratara
de un adolescente que trata de correrle mano a
una señora de mundo en una micro, mientras él se
ponía colorado como un tomate. A Roberto no hubo
manera de sacarlo de ahí, y a ella menos, algo
no muy agradable debe de haber pasado, pero las
cosas se olvidan, los años pasan y total, uno
tiene que seguirse viendo con la misma gente,
que ésta es una comunidad bastante chica, aunque
ahora hay por aquí harta gente que habla en
español fíjese.
Y a quién le iba a decir, señora,
además que a ella parece que no le importaba
mucho, esas chiquillas de ahora son un poco así,
o eran, antes del SIDA y las drogas.
Alguna de la gente que estaba en la izquierda en
esa época de que le estoy contando era bastante
liberal para sus cosas, yo siempre era y sigo
siendo cristiano, además de ser de izquierda, no
fanático, ni muy observante, pero el fanatismo
en religión a dónde lleva y de eso mejor ni
hablar. Esa chiquilla se juntaba conmigo a
veces, lo que era muy natural ya que limpiamos
un tiempo en el mismo edificio y tomábamos el
mismo bus, en esos años, esa chiquilla podía
haber sido mi hija, claro por eso es que no se
demoraron mucho en andarme pelando por ahí, que
mira el viejo verde, profanador de cunas, qué sé
yo, las cosas que siempre se dicen en estos
casos, usté sabe a los chilenos no se les pasa
una cuando hay que pelar, hablar mal de la
gente, y la chiquilla me tenía confianza, me
contaba todas sus cosas, y a Roberto lo conozco
bastante. Él cuando llegamos trabajaba en el
mismo edificio. No, de ser amigos le voy a decir
la verdá no somos, nunca hemos sido. Conocidos
nomás tampoco, a ver, qué le puedo decir, más
que conocidos y menos que amigos, no sé si
me entiende. Lo que pasa es que yo que soy
bastante quitado de bulla ahora, tranquilo,
claro que antes hubo un tiempo en que yo era muy
salidor, y le ponía su poco también, antes que
me enfermara. Yo observo mucho a la gente, es
una cosa que tengo desde niño y que le saqué a
mi mamá que en paz descanse, aunque había mucha
gente que decía que era una vieja intrusa y
callejera….
_
_
VI
Y claro, a Roberto le había bajado un
tonto moral, y después de que ya le había dicho
a la Adelita, medio curado, o bastante: “Mire,
Adelita, aquí entre amigos, usté sabe que me
anda trayendo un poco por las cuerdas”. Y claro,
ella, un poco curada también, se había reído un
poco, nunca lo habría hecho sana y buena.
Ella sabía. Le había dicho a la otra una
vez que cada vez que había una actividad, una
fiesta, el flaco Roberto se las arreglaba para
andarse topando con ella, si ella se iba para la
cocina se hacía el que iba a buscar agua y se le
refregaba por atrás, eso sí que curado, que
sobrio siempre muy caballeroso, muy gentil,
aunque como siempre mirón, y la otra le decía,
oye Adela lo que pasa es que tú soi tan fresca,
que te he pillado que cuando se te sienta al
frente tú dale a cruzar y descruzar las piernas,
a mí no me hacís huevona,
Y cuando la sacaba a bailar ella tenía
a cada rato que subirle la mano de la espalda,
que iba bajando de a poquito, pero sin que
hubiera rosca, no era tampoco para armar un
escándalo, y para qué te digo, esa fiesta de año
nuevo, tratando de meterme la mano debajo de la
falda, de agarrarme las tetas, lo que fuera, y
le pegué una parada en seco y se portó bien
varios meses, casi por un año, y parece que
nadie se dio cuenta, menos mal, tú nomás, que
soi tan copuchenta y sapa y el otro compadre,
ese callado, medio amigo de él, que ése sí que
debe ser peor, calladito, cuando me habla traga
saliva y nunca mira de frente, ésos son los
peores, debe ser hasta pajero ¿Nunca te has dado
cuenta de cómo me mira, cuando cree que no lo
veo?. Apenas miro para donde está, dá vuelta la
cara ligerito, ese tipo me dá escalofríos, como
que fuera un sapo, una araña, como los
pirihuines que los cabros del colegio una vez me
echaron por el cuello de la blusa, fríos,
resbaladizos, uno se me reventó adentro y dejó
una mancha verdosa en la blusa, con un olor como
a viejo, como de aguas estancadas, como de semen
seco, como de velorio...
_
_
VII
De conocerlo lo conozco. Claro que de
ser amigos, no somos. Yo nunca me habría hecho
amigo de un tipo así, si estuviéramos en
Chile. Es el colmo que a usted también le
vengan a contar cuentos. No es por nada, mijita,
pero yo vivía casi en el otro lado de la
ciudad. Santiago es muy grande.
Ahora debe andar por lo menos por los cuatro
millones, lo que no deja de ser tampoco. Pero es
una ciudad muy extendida, ahora allá casi no se
puede respirar en el invierno, llegan a picar
los ojos, está lleno de gente con problemas al
pulmón, es que a los españoles les gustaba hacer
las ciudades en valles, y en Chile por otro lado
no hay más que valles. Sí, al Ernesto lo conozco
mucho, y lo conozco mosco –nada, es un dicho que
teníamos antes: “Te conozco mosco”. Lo que pasa
es que nos encontrábamos en las reuniones, en
las actividades, en las concentraciones, antes
del plebiscito, y después también, en lo que iba
quedando, las cositas que se hacían, por aquí,
por allá, más que nada para no perder la
costumbre, mijita, más bien por nosotros, que lo
que es a los cabros que crecieron aquí o a los
más jóvenes no se les da nada, o poco. No,
si no la estoy criticando a usté, no me
malentienda – No estoy criticando a nadie, estoy
diciendo nomás, explicando cosas, por otro lado
esa señora no sé qué ha tenido siempre conmigo,
siempre me anda pelando, por ejemplo sé que con
la Adelita. No, ella es una compañera que llegó
incluso antes que yo, que me vine ligerito, o me
vinieron casi, como en el chiste ese del tipo
que encuentra a la mujer con otro y le cuenta a
un amigo que lo convidó a pelear y el amigo le
pregunta ¿Y te vengaste?. –Claro, que si no me
vengo me mata. Chiste fome y muy viejo, no
es raro que usté no lo haya escuchado nunca, es
de la gente de la edad de uno. Apuesto que si le
digo un nombre vá a saber altiro de quién le
estoy hablando. Ve, claro, es la Rosaura. Se
empezó a llamar Rosaura desde que se salió del
partido, después que llegó de Chile, que me
parece que fue por allá por el año 88, no estoy
bien seguro, o a lo mejor un poco antes, o un
poco después, fue eso sí que me acuerdo un año
muy frío, llegó como a menos 27 en noviembre, me
acuerdo porque la Adelita me llamó para
preguntarme si ahora se podía ir a Chile, cómo
estaría la cosa, si todavía era peligroso,
porque a ella en esa época no la dejaban entrar,
estaba en la lista. No porque hubiera
hecho nada grave, pero por el marido, el cuñado,
los hermanos, el papá que fue regidor una vez,
todos del partido, y qué le iba a decir yo, que
me tomó de sorpresa porque no estábamos bien en
ese entonces, no estábamos en muy buenas
relaciones, por las peleas en la
Asociación. Si claro, yo sé que es muy
quitada de bulla, ahora, que resulta difícil
imaginarse que uno puede tener problemas con
ella. Pero estamos hablando de otros
tiempos, de hace como quince años. En ese
entonces, viuda y todo, estaba muy jovencita.
Bueno, no tanto. De seguro que usté no había ni
llegado. No, que no le quiero decir que
usté no sabe nada de nada, ni tampoco estoy
criticando a la juventud de ahora. Lo que
estaba diciendo antes es nada más que tienen
otros intereses, lo que es natural, imagínese
que los jóvenes siguieran pensando igual que la
gente vieja. Una lata mijita. ¿Que usté ya
no es tan joven?--¿Veinticinco?. Pero si yo le
había echado a lo más unos veinte,
veintiuno. Claro que a la edad mía a uno
le parece casi lo mismo, una niña de veinte,
otra de veinticinco, pero a la edad suya seis
meses, qué le digo, un mes parece una eternidad,
parece que le pasaran tantas cosas a uno, uno
vive como en un remolino, porque todas las cosas
son nuevas. ¿Cómo?. Pero mijita, si la gente
joven como usté tiene todo el mundo por delante,
no tiene derecho a aburrirse, además usté debe
tener harta cosas que hacer, ir a fiestas, ir al
teatro, qué sé yo, supongo que debe tener muchos
amigos. No, no es tan raro, si yo también
cuando era joven era más bien tranquilo, me lo
pasaba sentado en la terraza en el verano,
leyendo, desde septiembre en adelante, cuando
llegaba del colegio, regaba las plantas, cortaba
el pasto, mi mamá me decía en broma que yo vivía
como un caballero jubilado. Pero de repente como
que se disparó la cosa, cuando entré a la
universidad, pero no me va a creer si le digo
que casi una vez al mes, no, no tan seguido,
pero a lo mejor, sueño con el liceo, con esos
días cuando era cabro y tenía pocos amigos, y
sueño andando en bicicleta por casas y por
calles muy parecidas a las del barrio, y a
Nuñoa, La Reina, caminando por los parques y
yendo al zoológico, de repente, yendo por
Providencia por Las Condes, para arriba, para
arriba, para los cerros, ahora está todo
construido hasta la falda misma de los cerros, y
empezar a volar por el aire, en bicicleta, las
cosas muy parecidas, pero mucho mejores, un poco
extrañas, como si la copia no fuera la del
sueño, como si ésta de aquí fuera la mala copia,
algo así como el croquis de un pintor malo, de
esos que hacen retratos por cinco dólares en
casi todas las ciudades turísticas por aquí,
Quebec City, Victoria, o caricaturas, en los
festivales, o los jóvenes que están empezando a
dibujar. Bueno, ¿Qué horas tiene? --Huuuy,
me tengo que ir volando.
_
_
VIII
Y le diría que siempre que el día está
como hoy, me acuerdo, si no estoy ocupado
haciendo algo, que es la mayor parte del tiempo,
ahora uno trabaja más y hace menos plata que
antes, además que conviene mostrarse activo. En
este país tan pronto como uno comienza a mostrar
signos de edad, de que se está poniendo viejo, a
uno lo empiezan a echar para un lado de todo,
más aún, lo ponen fuera de circulación (en las
casas para los viejos). De donde él venía era
diferente. Me habló de sus padres, de sus
parientes viejos, de los que morían más jóvenes
pasando con mucho los setenta, me contó de ese
poeta (fundador y único miembro de un movimiento
extravagante de vanguardia) que todavía se veía
por ahí, sociable y respetado a los 83. Y qué me
dice del General, del que debe haber oído,
retirado, a punto de que a lo mejor lo lleven a
la corte, enfermón en su silla de ruedas, pero
todavía temido, controlando quizás desde las
sombras el incierto destino de la República que
parece que cada vez lo es menos. Jubilarse puede
ser la ocasión para un flujo de memorias y el
florecimiento de la reflexión. Cuando uno está
en la llamada vida productiva, se esfuerza por
conseguir cosas y posiciones que a lo mejor ni
va a usar, o para mantener una imagen que de
todas maneras se va a desvanecer con el tiempo o
va a perder todo su significado a medida que uno
se pone viejo. Eso en el mejor de los casos, si
no se trabaja de la mañana a la noche sin más
esperanza que poderse mantener a duras penas,
satisfaciendo las necesidades esenciales, como
pasa con el noventa y nueve coma nueve por
ciento de la humanidad. El hombre era un poco
obsesivo y yo soy psiquiatra (y lo sigo
siendo, aunque ya no ejerza). El hombre dejó de
consultarme desde que dice que leyó en un
artículo que le mandaron por el Internet donde
un psicólogo joven decía que estaba
científicamente probado que la mayoría de las
psicosis son hereditarias y sólo se las puede
controlar recurriendo a la quimoterapia o
electroshock. Ese caballero tenía una fobia. O
tiene. Como que no quería contarme cosas, era
reticente, entonces, ¿Para qué ir al psiquiatra
entonces? Y estaba convencido de que o la iba a
poder superar el solo o no. No podía hacer nada
más. Eso era lo que quería y eso le va pasar. La
va a poder superar o no. Y sanseacabó, como le
gusta decir a él. Me da la impresión de que esa
manera de mirar las cosas es más o menos
característica de esa gente allá abajo. Por algo
yo he pasado allá varios años, en Santiago, La
Serena, Valparaíso y hasta en Concepción, y como
dicen por allá, o decían, sácale molde. Gente,
como digo, a la que he frecuentado y he
aprendido a conocer y apreciar. Parecen ser
bastante pesimistas, a pesar de que, sobre todo
en la capital, son bastante inclinados a las
ciencias y profundamente racionalistas. Si no
fuera así, fíjense la rapidez y la habilidad que
muestran al subirse al tren del mercado global,
la nueva economía, la era de las comunicaciones,
en fin, la tecnología y las maneras del así
llamado mundo desarrollado, sin dejar que se les
desconchinfle (otro terminacho que aprendí por
allá) su manera de vivir, evitando la
esquizofrenia que se apodera por ejemplo de los
japoneses. Me acuerdo de algo que una vez me
dijo, al terminar una consulta, cuando iba
yéndose. Se dio media vuelta, y de sopetón me
dijo “para mí eso es como debe ser para un
claustrofóbico estar encerrado en un ascensor,
entre dos pisos, sin corriente, por horas, o en
un submarino".
Y a lo mejor Roberto está ahí ahora,
allá arriba, en el vientre de uno de esos
aeroplanos a los que teme tanto, sentado muy
derecho en su asiento, sin fumar (antes era
adicto a la nicotina. Cuando venía a verme, se
fumaba uno detrás de otro). Estará sentado,
vigilante, incapaz de concentrase en nada, con
los ojos muy abiertos, tenso. A lo mejor está
sentado al lado de la ventanilla, mirando
ocasionalmente las nubes, o hacia abajo. Le
gusta dejar la cortinilla sin bajar, para mirar
para afuera, hacia el abismo, el vacío,
inmovilizado de terror. O mejor, le gusta mirar,
no directamente hacia afuera, sino con el
rabillo del ojo, mientras trata de leer, o
cuando está comiendo, para no dejar de tener
presente los miles de pies que lo separan de la
tierra. En la última visita me dijo que cuando
vuela sobre el mar se siente aliviado, porque
nadaba cuando era adolescente le gustaba mucho
nadar, incluso llegó a nadar una vez con el
equipo del liceo, bueno, eso es lo que él dice,
pero ahora dice también que no sabe… Fumaba
mucho y no hacía ejercicio. Usté sabe, me dijo,
que la gente por allá en general no hace
ejercicio. Ahora se está empezando a ver uno que
otro que hace jogging. Caminan mucho, eso sí,
sobre todo en las ciudades grandes, en Santiago,
pero sin propósito, sin objetivo, hablando.
Claro que se refería a cuando él vivía allá, lo
que es ahora la gente anda toda histérica, en
Santiago, a topones. Sí, también me dijo eso.
Quiere volver a ver eso, a vivirlo, a caminar
las calles del país, a comerse algo en un
boliche, sentarse en un banco en un parque, en
una plaza, ir a la playa, mirar las noticias por
televisión, leer otra vez los diarios. No tiene
la posibilidad de tomar barco, le ocuparía casi
todas sus vacaciones, y se toma cuatro semanas
no más. Lo que no está mal, pero no alcanza para
un viaje en barco ida y vuelta y para estarse un
par de semana allá. Pero antes de tomar el avión
estuvo soñando con eso por meses, "Nightmares",
me dijo en inglés, aunque él sabe que yo sé
español. Le parecía muy graciosa esa palabra
"Night” and mare. “It's funny, Don't you thing
so?. La yegua de la noche". A lo mejor tiene
algo de poeta. Cuando habla en inglés se le nota
que su lengua materna es otra—como a mí cuando
hablo castellano. Pero en general los
inmigrantes (o los refugiados, si era realmente
uno) no se preocupan mucho del lenguaje de acá,
no se dedican a aprenderlo bien. Debieran
hacerlo. Al menos yo traté de hacerlo cuando
vivía en Chile, lo he hecho, y lo haría otra
vez si estuviera viviendo otra vez en un
país extranjero, escuchando otro lenguaje que no
es el mío. Me maravillaría de las metáforas que
se encuentran presentes en tantas expresiones de
uso cotidiano. Pero hasta que tuve a este
hombre como paciente, nunca me había detenido a
pensar en eso. No, en realidad tanto como eso
no, pero a pensar en eso un poco más de veras.
Esto que le digo es un cliché, y una cosa muy
obvia, pero en la psiquiatría uno conoce más a
la gente que la mayoría de las otras
profesiones. Y hay otro lugar común más o menos
parecido que dice que si uno no se abre a la
gente no puede ser siquiatra. Y por lo mismo, y
siguiendo con los lugares comunes, no puede ser
ni profesor, ni visitadora social, ni cura, ni
oficial de ejército y ni siquiera un buen
capataz. El hombre tiene algunas características
de un buen administrador, por lo que he podido
darme cuenta. Aunque era bastante reticente
cuando hablaba de una parte de su vida que no se
relacionara con sus fobias, terminaba hablando
de esto y lo de más allá. Oiga, y a propósito de
fobias, me contó del lema que tenían los
estudiantes de psicología cuando salían a la
calle a las concentraciones, o en las fiestas
estudiantiles, cuando él estaba en la
universidad “histeria, fobia, manía, Escuela de
Psicología”. Por ahí se le empezaba a acabar la
reticencia. Cuando se tiende en el diván, uno
acaba por largarlo todo. Yo lo tengo que
escuchar, sentarme de medio lado, para que no
vea de frente y como que se olvide de que estoy
ahí. Nadie puede resistirse al diván. Por eso es
que en esta profesión siempre se corre el riesgo
(no yo) de que a uno lo demanden por falta de
profesionalismo, ‘malpractice’ en inglés, que le
da una idea más acabada. La tentación puede ser
grande cuando uno es joven, o puede ser, ya que
la mayoría de los clientes son mujeres, no tengo
empacho en decirlo. Total, ya estoy fuera de
peligro. El hombre me dijo que la gente de su
país no recurre mucho a la psiquiatría. Eso no
se lo puedo asegurar, porque cuando estuve allá
yo no ejercía. Lo que sí, la gente habla todo el
tiempo, le cuenta a uno la historia de su vida
la primera vez que se encuentra con uno, le
cuentan todo a la familia, a los amigos, a los
compañeros del partido. Eso yo ya lo sé, parece
que él se olvida que yo estuve viviendo allá
unos años y es por eso mismo fue que me vino a
ver en primer lugar, y me explicaba y me decía
cómo eran las cosas y la gente. Como si fuera el
dueño del país, como que me estuviera mostrando
una casa que me quiere arrendar. O un poco como
si tratara de convencerme a mí de las cosas, y a
lo mejor a él mismo. Claro que yo no le
preguntaba nada. En esta profesión uno no
pregunta. Uno le puede decir a la persona que
hable, que diga lo que le pasa por la cabeza,
que cuente sueños, que interprete dibujos, que
hable del trabajo, si quiere, o de lo que sea,
que asuma papeles, pero no se puede pedir
información, así, directamente. La gente se
cierra. Pero a la postre, de manera indirecta y
sin forzar las cosas, uno puede extraer del
paciente prácticamente todo lo que se puede
poner en palabras, lo puede pelar como a una
cebolla, pero no puede preguntarle, por ejemplo,
por los camaradas y el partido, así como así, de
buenas a primeras en la conversación, si tiene
problemas sexuales, si tiene relaciones
sexuales, o perdonando la expresión, si se corre
la paja, si se le van las niñas en sueños, a
veces. Esa es otra expresión que había allá
cuando yo estaba. Además hay otra cosa. En esta
profesión uno es un poco omnisciente, como Dios.
Se supone que usted lo sabe todo, que su mirada
lo atraviesa todo. El que pregunta ya no está en
una posición superior. Cualquier buen profesor o
cura, o Don Juan, o interrogador en las cárceles
clandestinas del país ese de donde venía el
hombre (y supongo que viene usted, a pesar de
que ya ha perdido bastante el acento), sabe esta
regla de oro. Pero tan pronto como llegué a casa
ese día llamé a algunos conocidos que tengo que
están más al día (más que yo por lo menos) de lo
que puede estar pasando ahora allá, o del área
en general. Bueno, para responderle, le debo
decir que yo sé que allá la política era antes
la preocupación de toda la gente, a veces, y con
frecuencia una especie de hobby. Cuando yo
estuve por allá (y con seguridad usted deberá
acordarse de esto) había partidos políticos o
todo tipo de organizaciones con perfiles
ideológicos distintivos y antagónicos, a los que
estaba afiliada una gran parte de la
población. Por lo tanto, no es ninguna
extravagancia ni una curiosidad la mención de
los camaradas del partido en la biografía del
hombre, pero eso en la actualidad no significa
nada. Por ejemplo, y le ruego que me disculpe,
usted está perdiendo hasta el acento y no sé
porque le estoy contando detalles de cosas que
usted debe requetecontra saber, y usted me mira
un poco con la boca abierta, claro, si a la
postre le estoy contando novedades del mismo
lugar del mundo en que usted nació.
Para pode ponerse a vivir en otra
parte, hablando todos los días en otro idioma,
teniendo que barajárselas, como dicen en Chile,
hay que olvidarse de algunas cosas, codearlas
para fuera para hacerle espacio a otras. No,
aunque en este contexto no es habitual, no es
raro que aparecieran en el baile los camaradas
del partido. Después de todo él llegó cuando
todavía no se secaba la sangre en los adoquines
(me acuerdo de una imagen de un especial de TV
que era exactamente así). Pero me acuerdo que le
mencioné que el riesgo de que le viniera un
ataque de nervios en el avión, o quizás algo
peor, no valía la pena. A una persona
corriente quizás le parezca que no me estaba
portando como un psiquiatra, que tiene la labor
de disminuir o hacer desaparecer esas fobias,
manías, aprensiones, de achicarlas al nivel de
chistes inofensivos y vergonzantes. Pero en este
caso específico, así como cuando me viene a ver
gente que se obsesiona de repente con la idea de
su propia muerte (inevitable en cada caso, como
todos sabemos), o como puede que sea el caso con
la tripulación de los submarinos por
ejemplo, considero que un cierto grado de
angustia y temor es la única respuesta
normal. Yo le recomiendo a quienes están
obsesionados por la muerte, usualmente gente en
la mitad de la cuarentena, que lean a los
existencialistas, a Céline. La mayoría de la
gente que vuela, que tiene que volar, que es más
y más, tiene miedo de volar, aunque la mayoría
no se lo confiesa. Se ponen irritables y
agresivos. La mayoría tiene la curiosa
tendencia a quedarse dormida en los aviones.
Este es un miedo lógico y normal. Pero este tipo
me daba además la impresión de una concentración
casi ascética. A lo mejor, y lo digo de
frentón, estaba buscando un castigo. Había
ciertos otros incidentes, por ejemplo su
aversión a tomar calmantes cuando lo aquejaban
migrañas, o después de sus visitas más o menos
frecuentes al dentista, que me hacen suponer lo
anterior.
"Mire", le dije "Todas las razones que
me ha dado para hacer este viaje me parecen un
poco bastante discutibles: pasear por las calles
de la capital, comer la comida de allá, ir a la
costa, no me parecen una motivación lo
suficientemente sólida como para someterse a esa
tortura de más de diez horas. Por otro lado, y
según lo que he sabido, las cosas han cambiado
mucho. Ahora estamos hablando de otro país". Y
si me hubiera preguntado, en lugar de decirme
lugares comunes que ni él mismo se creía, algo
más o menos como: “¿ Se ha visto usted
obligado a ausentarse de su país, que
nunca antes se le había ocurrido dejar, por más
de diez años, y contra su voluntad? ¿Cómo puede
saber lo que sentiría en esas circunstancias?
¿Cuántas veces se sobresalta en medio de su
trabajo, o caminando por la calle o hablando con
alguien, cuando lo asalta un olor súbito. O la
memoria de un olor (aunque ahora casi no huelo
por el cigarrillo), o una cierta voz que le
parece escuchar de muy lejos, cierto matiz del
sol en los adoquines, digamos en la parte vieja
de Montreal?”. Ahí habría tenido que reconocer
que el tipo tenía razón. Por lo menos no hubiera
podido encontrar una razón para dejar de
creerle. Pero me quedaba esa impresión,
esa tincada que me decía que de alguna manera me
estaba mintiendo, me estaba ocultando algo. No
tenía ninguna necesidad, ningún motivo para ir
al país, y menos para irse volando, como dice
siempre que en las sesiones llegamos a un punto
problemático. Mira el reloj y dice “Huuy, me
tengo que ir volando”.
_
_
IX
Y había que planificar bien las cosas
esta vez, pero el día era el malo, que si le
hubieran avisado antes que iba a ser ese
domingo, Pablito no les habría prestado la casa,
aunque se la hubiera pedido ella, haciendo
pucheritos, ya que la estaban terminando de
pintar porque él la pensaba vender ¿Pero que no
se cambió aquí hace como seis meses nomás?
–Parece que usté no se ha dado cuenta,
Adelita, cómo hacen plata los
italianos. Se compran una casa, pagando el
puro pie, la amononan un poco y la venden más
cara, y siguen pagando la hipoteca y se compran
otra casa, la arreglan y la venden. O las
arriendan por piezas, y al cabo de unos años
están podridos en plata, aunque no sepan leer ni
escribir--. Bueno, pero a las finales va a ser
una reunioncita corta y la vamos a hacer hoy día
porque es el único día en que todos tenemos un
tiempito, así que sigan trabajando nomás, que
nosotros somos como seis nomás y cabemos todos
de más en tu tremendo comedor. Eso es lo que
pasó más o menos, y había un tipo pintando en la
cocina, ya que el Pablito le había dejado la
llave a Roberto, pero le había dicho que cuando
terminara la reunión se la entregara al pintor
que se iba a quedar trabajando hasta tarde,
además de que tenía que volver a la mañana
siguiente. Y claro, como estaba tan lindo el
tiempo, que por aquí de hacer calor hace, en
verano, una ni se lo imagina antes de venirse
para acá, cree que siempre es invierno.
Todo blanco, pura nieve, y decían que casi no
había mujeres y que por eso le daban la
preferencia a las parejas casadas.
Entonces como te digo, se pasaron a comprar unas
botellas de vino chileno, que estaba empezando a
llegar y era más barato y mejor, y al Roberto se
le ocurrió que iba a hacer un caldillo, que años
atrás, cuando vivía con su mujer era él el que
cocinaba las más de las veces, eso me lo contó
alguien, y el pobre ahora que vive solo no se va
a estar cocinando para él, se come cualquier
cosa de pasada, una vez me dijo, no me voy a
estar cocinando para mí solo, no tiene gracia, y
parece que me estaba dejando la caída, pero yo
me reí nomás. Y lo preparó solo en la cocina, no
quiso que nadie le ayudara y lo oíamos que
hablaba a ratos con el francés que estaba
pintando en la otra pieza y a veces se asomaba y
me pegaba unas miradas rapidito, bastante
encachado el franchute. Estaba super fome el
famoso caldillo, pero había que reconocer que
tenía una especie de regusto que era difícil
ubicar, y viera cómo lo tomaba él, una cucharada
primero, bien saboreada, con los ojos para
arriba, sosteniendo la cuchara con el dedo
parado, como una señora pituca, y viéndolo así
me daba algo como una vergüenza y una ternura y
me ponía a reír, y me estaba rozando la pierna
con la parte de atrás de la otra mano, y como yo
le había puesto su poco, no mucho, no me había
dado cuenta, pero eso me pasa con el vino
blanco, se me va ligerito a la cabeza, me
imagino que eso es lo que les pasa a las
señoritas pitucas con la champaña, y a lo tonto
tonto me estaba corriendo un poco la falda para
arriba, y podía sentir un poco los pelitos de la
mano, y como que no sabía cómo reaccionar y me
quedé inmóvil, claro que me bajaron unas ganas
de reírme, pero no sé, de todas maneras no me le
podía reír en la cara, eso tan de cabro de
chico, como las corridas de mano en el teatro,
en el parque, y estaba segura de que el tipo
ése, Eduardo, el callado y mirón, se había dado
cuenta, estaba leyendo con demasiada atención la
solicitud de incorporación mientras los otros
discutían, fumaban, peleando sobre las mismas
cosas de siempre, y ya se habían olvidado del
caldillo que se enfriaba, de nosotros, entonces
me levanté y empecé a recoger los platos,
algunos alegaron porque no habían terminado y
dónde estaba el apuro, todavía es temprano, etc.
pero no les hice caso y los llevé a la cocina y
ahí estaba el francés, silbando, en polera negra
con una cajetilla de cigarrillos adentro de la
manga, y no sé porqué me dieron unas ganas
tremendas de fumar, como un antojo “no vaya a
estar embarazada, pensé”. Pero ¿De qué, del
aire?. Y le pedí un cigarrillo, de puro puestona
que estaba. Si no nunca me hubiera atrevido, y
cuando me lo dio medio me agarró la mano, y
cuando me lo prendió me tocó la mejilla y el
pelo, claro que yo fui la que eché la cara para
adelante, y la mano le olía a traspiración, a
aguarrás y a tabaco, y me estuve conversando con
él mientras me fumaba el cigarro, me dijo que
parecía italiana y me miraba por todas partes y
a mí me dio por reírme, y alguien gritó desde la
otra pieza “Ya pues Adelita, en qué se quedó”, y
otro tiene que haber dicho algo, porque algunos
se rieron, y tiré la colilla en el lavaplatos y
me fui.
_
_
X
En realidad, él no tenía ni motivo ni
necesidad de ir al país, y menos sintiéndose
como se sentía cuando volaba. Si me
hubiera dicho “Mire, tengo que cancelar las
próximas consultas con usté por que me voy
por una semanas a Chile, siento la necesidad de
ir, me estoy aguantando hace tiempo. Como
usted sabe me tuve que venir hace años, un poco
apurado, a muchos amigos míos los metieron a la
cárcel, perdieron sus trabajos, tuvieron que
salir. Ahora tengo la necesidad de ver cómo el
país se las está arreglando, cómo han cambiado
ellos, cómo están, si siguen los viejos
problemas, y en una de éstas, quién sabe…me
gustaría darle una manito a ese viejo perro que
se está lamiendo las heridas, después de todo
viví allá más de la mitad de mi vida y
nunca voy a encajar acá". Pero no
Y si lo hubiera seguido viendo, podría
haber tratado otras cosas, por ejemplo el
Psicodrama de Moreno. Este hombre nunca baja la
guardia, hubiera sido bueno una cosa así, en que
se tiene que representar un papel y el paciente
no sabe que se está mostrando, y hubiera sido
más fácil, porque el hombre tiene una fantasía
que se le repite, o digamos un sueño, un sueño
diurno, para ser más precisos: le gustaría
producir una película, dirigirla, actuar en
ella, contratar a los actores, los extras,
producirla (y vender los boletos y las cabritas
de maíz. Es un chiste). Si tuviera los medios, y
una personalidad más sociable, dice, aunque yo
lo encuentro bastante sociable, tiene mucho don
de gentes y siempre se ha metido en política. Le
pregunté si tenía una historia, un incidente,
pensando en que a fin se me abriría una
puertecita por donde meterme, sobre la que le
gustaría basar esa película. "Por supuesto", me
dijo "Hasta tengo un libreto". Por algunos
segundos no pude pronunciar palabra. No es muy a
menudo que un paciente me puede hacer así de
leso. Después de semanas de darle vueltas a su
vida laboral y su vida sexual, su sentimiento de
culpa y su miedo a volar, que al comienzo sentía
o me pareció, que se podía relacionar con un
problema de impotencia, había dado con algo duro
y estable, como un cuesco, y con un poco de
pulpa pegado a él, al que no le había dado
importancia al comienzo, cuando había aparecido
en nuestras primeras conversaciones. Pero en
fin, como le digo, él suspendió las visitas, ni
sé si a las finales viajó o no, usted es la
única persona que lo conoce que me viene a ver y
francamente, el tiempo vuela, y aunque paga el
estado, es mejor que nos concentremos un poco en
su caso.
_