__
_
_
PABLO URBANYI
_
El sillón perfecto
(cuento)
_
Tenía problemas en la vida, pero, según su esposa, no más que otros. El más grave y el que sobrellevaba desde hace años, era el de su columna que no había podido solucionar ningún profesional. Cuando el último especialista a quién había consultado le dijo: "Mire, no sé que decirle. Para evitar el dolor adopte la postura que más le convenga", se lanzó a la búsqueda de un sillón que le permitiera descansar sin dolor, sin esa puntada infernal que lo obligaba a ponerse de pie, a caminar y a dar vueltas sin destino, salvo el de escapar del dolor. Sólo caminando o en la cama desaparecían los dolores. Detestaba la postura horizontal; le recordaba la muerte.
Durante años buscó el sillón perfecto, el ideal. Cada vez que pasaba frente a una mueblería, entraba y probaba todos los estilos y modelos. Con el tiempo, como un experto, aprendió a reconocerlos a primera vista. Los colores y los tapizados que envolvían el diseño, el alma del sillón, ya no le engañaban; pero, estimulado por la esperanza, los probaba igual. Hablaba con los vendedores; era capaz de hablar horas sobre el tema, hasta que el vendedor bostezaba o aparecía otro cliente. Con una ligera sensación de ser desplazado, se iba.
_
Impulsado por el dolor y la necesidad, derribó sus vallas de hombre civilizado y amplió el territorio de sus caminatas por la parte vieja de la ciudad, barrios bajos y oscuros. Bares de mala muerte con marginados y prostitutas. Negocios de compra venta de muebles usados. Quién sabe, por casualidad o por el milagro del azar, allí, entre trastos viejos, tal vez encontrara el sillón que buscaba cada vez con mayor desesperación. Sí, ¿por qué no?, sobre todo si ese sillón habría pertenecido a algún ex príncipe de un país exótico que lo vendió por necesidad o a un millonario que renovó sus muebles. Hubo una sola condición; como él,  tanto el príncipe o el millonario, tendrían que haber sufrido del mismo problema en la columna.
_
Buscó, buscó durante años pero en vano. Apenas se sentaba en cualquier sillón, el dolor, una puntada aguda, aparecía cada vez más violentamente. "Pero naturalmente, estás envejeciendo", le contestaba su esposa cuando tocaba el tema o se quejaba. Sus hijos, ya universitarios, jóvenes ocupados consigo mismos y con las novedades del mundo, repetían la frase de su mujer y agregaban: "Basta papá, estamos hartos de tu problema y de tu sillón".
_
Y salía a la calle. Como un pasatiempo favorito, deambulaba más y más y llegaba a casa cada vez más tarde. Descuidaba sus tareas habituales pero no le importaba. Miembro de la burocracia, no progresaba, pero nadie recriminaba su ausencia. A la pregunta "¿Dónde estará?", se respondía "Y, estará dando vueltas por ahí". La administración se limitó a pagarle un trabajo a tiempo parcial. 
Su esposa, ante la falta de dinero y la seguridad en el futuro, después de decir: "Sólo piensas en tu sillón", tomó la determinación de conseguir un trabajo. Gracias a un amigo generoso, lo encontró. Como manejado también le dolía la columna, no tuvo inconvenientes en dejarle el auto a ella. Un día, mientras caminaba por una calle cualquiera, la vio pasar llevando al amigo. Esa noche, frente a un vaso de whisky, a la pregunta que formuló, ella, también con un vaso en la mano, respondió: "Es un amigo a quien aprecio. Me ayudó muchísimo. ¿Por qué no lo voy a llevar? Si te molesta, te pago tu parte del coche".
_
Puntada de dolor en la espalda y un nudo horrible en el estómago. ¿Iría a la cama? No. Por primera vez en su vida, y sin que su esposa le preguntara nada, tan siquiera por simple curiosidad, salió a la calle ya entrada la noche. Sabía a dónde ir.
_
Ya lo conocían de vista. Lo recibieron como a uno de la familia. Ocurrió con naturalidad. Se convirtió en cliente y amigo, lo escucharon, conocieron y entendieron su problema. Y aunque no iba con una cada día, sino cada quince días, las visitaba regularmente y charlaba con ellas en la calle o en el bar que frecuentaban. Lo llamaron "El hombre del sillón". Cuando le preguntaban por su salud, o el sillón, respondía: "Bien, gracias. Sin nudos en el estómago, sin embargo, todavía con el dolor en la columna. Pero tengo la certeza de encontrarlo  muy pronto".
_
Invierno, la nieve que cae y cruje bajo los pies; bar cálido en donde se refugian las prostitutas. Primavera, días tibios, la nieve que se derrite, chapoteo con las galochas. Verano, libertad de los pasos que lo llevan a cualquier parte a cualquier hora. Otoño, los primeros vientos fríos que arrastran las hojas muertas.
_
Pero con mayor claridad que las estaciones, que al fin y al cabo se repetían desde hace milenios, el paso del tiempo lo marcaba la transformación del barrio viejo de la ciudad, su lugar favorito. Con los años, los puestos al aire libre, los bares y los hoteluchos, su bar favorito, los borrachos habitués a quienes ya saludaba, fueron desapareciendo. Las prostitutas se corrían cada año, una calle para atrás, "Hasta que nos caigamos al río", comentaban.
_
Una ola de nostalgia y de antigüedad invadió al barrio viejo. Una estafa al tiempo. Se abrieron nuevos bares, restaurantes, negocios de modas, que con sus decorados pretendían insinuar más autenticidad que la del barrio mismo. Era un juego, una parodia, y en ese juego y parodia, no pudieron faltar los negocios de antigüedades, elegantes y pulcros, con venta de muebles, chucherías exóticas, todos garantizados y certificados. Su sensación de encontrar el sillón por casualidad o el milagro del azar, se debilitó. Pero hombre civilizado al fin, ante la seriedad comercial de los locales nuevos, su certeza de no ser engañado ni estafado, aumentó.
_
Por una u otra razón, tampoco encontró el sillón. Y si por casualidad, previo pago de una seña, se lo pudieran conseguir, costaría una fortuna. Ahora, ya jubilado, no podría pagarlo.
_
Observando desde detrás de sus anteojos, de vidrios cada vez más gruesos, cada vez más distante, más separado del mundo, siguió deambulando.
_
Un día, un anochecer, ¿otoño o primavera?, en que la niebla ahondaba el crepúsculo, la iluminación nueva al estilo viejo de una cortada que ya conocía, le llamó la atención; la habían ampliado y transformado en una placita. Pisó los ladrillos que habían reemplazado el asfalto y a tropezones eludió las mesas y sillas de hierro de la terraza de un bar ya cerrado. Continuó bordeando la línea de faroles de luz amarillenta, paralelo a los bloques de los edificios que rodeaban la placita. Detrás de la línea de faroles habían abierto diversos negocios, todos cerrados. En una de las paredes de los bloques, surgiendo de la niebla como un cuadro, habían colgado una inmensa puerta de dos hojas, sus remaches y planchas de hierro forjado hablaban de historia. Debajo, un cartel que leyó con mucha dificultad: "La primera puerta de entrada y salida de la ciudad". Absurdo, pensó, las puertas son para entrar y salir, ¿para qué aclarar? "No todas", le replicó una voz. ¿La suya?
_
Algunos pasos más y se encontró frente a un ventanal de un escaparate. Nunca lo había visto antes; a través del ventanal, contempló el interior del negocio: cuadros, estufas, mesas, mesitas, sillas, espejos, lámparas, estatuas. Descubrió algunos sillones, dos o tres, de un estilo que no conocía. Siguió mirando: detrás del mostrador, acodado, dormitaba un viejo de barba y pelo blanco; el dueño o el vendedor. 
_
Una intuición, una certeza, lo invadió. Dos pasos y probó la puerta: estaba abierta. Un escalón; uno detrás de otro, con agilidad asombrosa, sacó los pies de la niebla y empujándola, penetró. Recordando lo que había leído debajo de la antigua de la ciudad  y la voz, por las dudas, dejó la puerta abierta; la niebla, pesada, reptó detrás de él.
_
Se acercó al anciano que al oír sus pasos abrió los ojos, bajó la mano, se enderezó, y con una sonrisa y una voz profunda, le preguntó: "¿En qué puedo ayudarlo?"
_
Como siempre, desde hacía años, frente a quien estuviera dispuesto a escucharlo, planteó su problema. El anciano, acariciándose la barba, lo escuchaba atentamente; su sonrisa aparecía y desaparecía entre las arrugas de su cara y de vez en cuando asentía comprensivo con la cabeza. Habló y habló. La niebla penetraba y él seguía hablando.
_
Después de terminar de hablar, el anciano, considerando la gravedad del problema, se puso serio, y mientras buscaba algo en los bolsillos de su chaleco, lo miró varias veces, de arriba hacia abajo, observó los sillones, y finalmente, sonriendo con una bondad infinita que le tonificó el corazón, le dijo con voz suave: "Para usted, aquel sillón". Y lo señaló con su índice huesudo.
_
Nunca había visto el estilo. Parecía acogedor, quizás un poco severo y rígido por el respaldo largo pero podría ser el que buscaba. Se acercó con alegría, giró y, con el ademán grave de un hombre que va a meditar sobre algo importante, se sacó los anteojos y con la duda de siempre, había probado tantos, se sentó. Reclinó la cabeza y cerró los ojos.
_
Esperó; el dolor no aparecía. Sintió un cosquilleo en los pies, un ligero tironeo. Nada serio, más bien un alivio, un bienestar en los pies cansados de tanto caminar y buscar. El cosquilleo, el bienestar siguieron subiendo. Cosquilleo en las rodillas. Sofrenó la tentación de reírse y se conformó con sonreír y contemplarse caminando aliviado, sin problemas, por las calles, en primavera, en verano, pisando las hojas muertas en otoño, un viento frío, helado, invierno, un escalofrío, pero no, bien abrigado, protegido, un niño, él, que allá lejos, bajaba por la cuesta en un trineo y se alejaba, griterío de otros niños, ¿o eran sus hijos?, se elevaba y se hundía, acunado por la paz, la quietud.
_
Por fin, ya sabría qué contestar cuando se encontrara con alguna de las prostitutas que habían ido envejeciendo con él y ahora rondaban por las calles a la pesca de adolescentes tímidos para iniciarlos. A la pregunta: "¿Y, abuelo, encontraste tu sillón?". Contestaría: "Sí, lo encontré".
_
Bienestar y paz; cosquilleo y calor en las caderas, en el pecho que, después de un profundo suspiro, se le hundió, siguió hacia arriba, el cuello, la cabeza apoyada en el respaldo, los ojos abiertos, brillantes, húmedos de niebla. __
__
__
Regrese a la página inicial de PABLO URBANYI
__
_

Diseño web - Copyright © 2005-2017_Asociación Canadiense de Hispanistas
Texto - Copyright © 2017_Pablo Urbanyi._Todos los derechos reservados
 
Página puesta al día por_José Antonio Giménez Micó_el 1 de marzo de 2017
__