VICENTE
MAYORALAS GARCÍA
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Poemas
físico-existenciales,_costumbristas_y_dedicados
a mi tierra: La Mancha
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Poemas
físico-existenciales
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Carne,
polvo... y nada
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¡Qué
bella arquitectura, en su conjunto,
la que sostiene
en vilo al ser humano
en una evolución
hacia lo arcano
y en una regresión
al mismo punto!
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Vivir y ser
pellejo de difunto
es un ir y
quedarse en el rellano
de un grito
equidistante, tan cercano
y alejado
a la vez del mismo asunto.
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¿Qué
es lo que nos une o nos separa
de esta tierra
frugal que nos acoge
para después
cubrir nuestras cenizas?
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La materia
nos habla y nos declara
culpables
de soñar, cuando recoge
las dudas
y promesas hechas trizas
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La eternidad
del olvido
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Pervivo en
el umbral de tu argamasa,
mortero de
cimientos siderales,
en espera
de manos ancestrales
que den forma
al escombro de mi masa.
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Divina arquitectura
tu carcasa,
de infinitos
azules tus portales,
en ti siembran
sus sueños los mortales
y en ti nace
ese tiempo que no pasa.
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Entrego mis
despojos a tu temple.
Desnuda mi
verdad se desmorona
y dejo mi
existencia sin sentido
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en medio de
la nada y del destemple
que me causa
saberme otra persona
y vivir en
la impronta del olvido.
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El espejo
de la vida
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A través
del espejo de la vida
una imagen
prestada llevo puesta.
Le pregunto
quién soy. No hay respuesta.
Y pienso si
me ignora o si me olvida.
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Silencio de
cristal. Incomprendida
visión
distorsionada que se presta
al plagio
de lo humano con supuesta
realidad en
su remedo. Herida
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que supura
dolor, dolor y drama,
tragedia en
el engaño, con cinismo,
al verse reflejado
en lo que ama
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y darse cuenta
tarde del abismo
que diferencia
el “yo” que uno reclama
de aquél
que ve creyendo ser él mismo.
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Vejez
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Como un árbol
reseco en su corteza
así
está mi cuerpo, malherido,
con la sed
en sus ramas, sin latido
las hojas
que marchita la pereza.
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Anclado en
este suelo que bosteza,
inerme, perezoso
y transcurrido,
anémico
de vida, como el nido
que guarda
entre la paja su tristeza.
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El tiempo
me recorre de costado
dejándome
obsoleto, pesimista,
con un gris
como tono, sin matices.
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Represento
la sombra del pasado,
la vejez descarnada
y surrealista
que busca
en el recuerdo sus raíces.
Poemas
costumbristas
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El espartero
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Mientras tejen
sus manos la manera
de hilvanar
el esparto con la tarde,
brota en su
mente el sueño, donde arde
la nostalgia
prendida en una era.
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Orfebre del
tiempo y la quimera,
escultor de
maromas, que Dios guarde,
maestro de
cosechas , sin alarde,
jornalero
del arte de la espera.
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Entrelaza
vivencias con lenguaje
que brota
de las yemas de sus dedos
en forma de
caricia cuando labra
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el verso de
la soga en el paisaje
revestido
de eriales y viñedos.
Sintaxis corporal
sin la palabra.
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El mendigo
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Su cuerpo
descuidado, perezoso,
camina por
inercia, lentamente,
como si el
tiempo fuera indiferente
a su existir
errante y doloroso.
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Un cúmulo
de harapos silencioso
que transita
invisible entre la gente;
una imagen
fugaz, por accidente,
esquirla de
un destino caprichoso.
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Con el brazo
extendido, mano abierta,
apoyado en
el quicio de una esquina,
estática
expresión de un alma errante,
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su figura
destaca y desconcierta,
mientras crece
el dolor, que se adivina
en su mirada
dócil del instante.
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Toro y
torero
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Toro y torero.
Mano a mano. Frente
a frente.
Expectación en el tendido.
El tiempo
en la retina, suspendido
a ras de volapié.
Calla la gente.
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Emoción
contenida que se siente
a pase de
muleta. Y el latido
en el pecho,
y el miedo producido
ante el lance
supremo. Lentamente
_
la imagen
se desliza, estoque en mano,
hasta la herida
abierta de la gloria.
Un grito sesga
el aire, lastimero,
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en la tarde
fatal de aquel verano.
Arte y muerte
fundidos en la historia.
Mirándose
y en paz: toro y torero.
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La muerte
de mi amigo
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En la plaza
solariega,
junto al recuerdo
angostado,
un campesino
se entrega
a imaginaria
fanega
junto a la
yunta y arado.
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Anda errante
por rastrojos
con su paso
vagabundo,
mientras cosecha
despojos
detrás
de aquellos matojos
florecidos
en su mundo.
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Sonríe
al alba naciente
y mira orgulloso
el cielo
como cristiano
y creyente,
pues lleva
sobre la frente
a Dios prendido
en el suelo.
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Fantásticas
mariposas
dibujan su
vuelo leve
sobre aguas
milagrosas
que se vierten
fabulosas
en un sueño
que conmueve.
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Con sus manos
acaricia
la tierra
que cava y ama
y trabaja
con pericia,
por la que
grita justicia
y con su sudor
proclama.
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Desnudo el
pecho bravío,
la mirada
en la llanura,
soporta el
calor y el frío,
la sed de
tanto vacío
sobre tan
larga premura.
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Sabe que todo
es un sueño,
mas despertarse
no quiere.
La vejez lo
hace pequeño.
El tiempo
terco en su empeño
le recuerda
que se muere.
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Se levanta.
Anda lento.
Siente que
su plaza llora.
Todo quietud
y momento.
Sólo
el murmullo del viento
acompaña
su demora.
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Se siente
cansado y viejo,
cansado de
sus verdades
que penden
sobre el pellejo,
arrugas que
son reflejo
de aquellas
otras edades.
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-De nada vale
luchar-,
dice una voz
de lo arcano,
-hay que saber
esperar-,
no por mucho
madrugar
amanece más
temprano.
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¡Y qué
soledad más triste!
La plaza como
testigo.
El sol de
luto se viste
y entre gorriones
y alpiste
halló
la muerte mi amigo.
Poemas
dedicados a mi tierra: La Mancha
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Azul
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Vio a través
de sus ojos, impregnada
de azul, la
extensa tierra que se abría
por delante,
rotunda geografía
huérfana
de relieves, explanada
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que se expande
sin coto, encadenada
y homogénea
al ras, monotonía;
la tierra
por detrás se repetía
sin altibajos,
indeterminada,
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como el azul
intenso de sus ojos,
como el azul
perenne de ese cielo
invariable
en verano, negligente
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en invierno,
tangible en los rastrojos
donde la sed
agrieta todo anhelo
y la visión
se torna indiferente.
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El verso
del arado
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Cómo
me gusta el verso del arado
cuando labra
la tierra estremecida,
y cómo
de su amor surge la herida
hecha surco:
poema cultivado.
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La rima en
su quehacer es el legado
secular de
sustento, propia vida;
donde la mano
terca y dolorida
de la necesidad,
y su dictado,
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convierten
el arado en el apero
que utiliza
el poeta de la tierra;
cada surco
es un verso, y cada verso
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melodía
perfecta, voz de arriero;
y el hálito
del hombre que se aferra,
metáfora
suprema, al universo.
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