No,
ella no había soñado, sintió sobre la cara una
brisa
tibia. La voz parecía sortear el tejido de alambre
que defendía
de la invasión de mosquitos y se volvió más
cercana.
Eva creyó
reconocer la sonrisa de Meme, venida de no sabía
que irrealidad,
por su boca hablaba Raihué, la inolvidable
heroína de su
infancia:
Repito mi
nombre, maría, maría lópez, lo grito en medio
del
desierto, que la tierra lo aclame, los pájaros
lo lleven al cielo
y el ombú lo guarde entre sus hojas, que
cuando sople el pampero
mi tata lo escuche. El indio descubre el
rincón donde me escondo,
donde trato de disimular mis pechos de trece
años recién
cumplidos. El bárbaro escupe, insulta, me pisa
con su pie descalzo,
me arranca como a pasto seco, enganchadas las
piernas en la panza del potro
me alza, no tengo peso, ata mi pelo con un
cuero trenzado y quedo inmóvil,
presa del anca, me abrazo a su cintura para no
rodar. No sé si mi
miedo calla o es que no puedo escuchar mi
grito tapado por su jadeo.
No sé si me ahoga el polvo o si estoy como
embriagada por el sudor
del indio. Los terrones, las piedras
lastiman mi cara, me ciegan.
Sangro. Soy maría, no quiero olvidar mi
nombre, sí, maría
lópez y el guayna me ha robado. Se agolpan las
visiones, las historias
de cautivas muertas de parto y maltrato. Dicen
que las obligan a trabajar
como esclavas, a tenderse bajo el indio, a
parir sus mestizos de cuclillas
como sus chinas a orillas del río. ¡Ay maría,
qué
será de vos, qué será! La cabeza arde
con un
mareo de sudestada, gira como aspa loca
¿Quién sos
maría semidormida de cara a la noche ,
en medio de la nada,
de la toldería? Me he lavado en el arroyo, he
comido un cereal picante
y espeso cuando el hambre desesperaba la
entraña ¿Dónde
estás maría, en que infierno perdida, dónde la
paisanita
sencilla, dónde las ganas de cumplir los
quince para que te dejen
enamorar? ¿Quién soy ahora que el Ya me trajo
a su toldo?
Odio al indio que me arrastra y me toca con
torpe caricia. Lo odio cuando
ante la ferocidad de mi resistencia se excita.
Lo muerdo, lo araño,
le clavo las uñas en la espalda y él se ríe y
en su
fiera cara veo con rabia un gesto de
burla y complacencia. Me odio
porque me acostumbro a la humedad de su piel y
su olor ya no me ofende
¿Quién sos maría cuando como gata
vencida gimes
bajo su peso? Ah madre, qué levadura malsana
escondiste en mi carne
para que así le responda. Odio al indio y me
odio cuando no puedo
abortar el deseo, cuando la cadera se mueve al
compás de su vientre
y me consumo en su misma fiebre y junto a él
me aquerencio. Lo odio
cuando cada noche molesta mi sueño repitiendo
a mi oído:
“Nombre tuyo Raihué, nombre tuyo Raihué”
Ya no María
la cristianita cautiva, sino Raihué, la Flor
Nueva preferida
del cacique, la que amasa la harina más
blanca, luce el poncho de
lana más fina, la vincha más adornada,
los collares
de cuentas de vidrio, los aros de plata. Odio
al indio y lo baño
y lo curo y rezo porque vuelva sano cuando
sale de cacería. Me trae
huevos de pato, plumas de ñandú, algún pechito
colorado
apresado en el monte para que trine en la
jaula que colgamos del toldo,
y a veces, unas pieles de gato montés o de
puma para abrigar el
catre. Cómo no me van a envidiar las otras,
pero no me importa,
no creo en el poder de sus gualichos.
Odio al indio que me acostumbró
a un lujo de pobre, a la vanidad de ser
servida. Ya no la paisanita destinada
a un gaucho capaz de jugarse la vida por
cualquier nadería
o con suerte, a juntarse con un pulpero gringo
y amarrete. Odio al
indio cuando con astucias me doblega y lo
quiero porque acompaña
mis partos con sus danzas y gritos. Aquí están
nuestros críos,
se prenden a mi teta, me muerden los pezones
si tengo poca leche, me besuquean
con sus bocas babeadas, rezo porque no les dé
la viruela, porque
se hagan fuertes como el padre. Voy a
enseñarles a persignarse para
que la Virgen los ampare, ya que cada vez
matan más indios
y no van a detenerse por unos mestizos. Quiero
al guayna que me hizo suya
, ya no pregunto quién soy, hasta el nombre me
gusta después
de oírlo mil veces en su lengua que ahora se
me hace dulce. Hace
tiempo que enterré a María López, la enterré
sin tumba y casi sin tristeza. Me escondo
cuando algún curioso aparece,
que hagan sus trueques pero que nadie averigüe
quien soy ni
de dónde. Qué haría mi mama con una hija
acorayada
con un indígena, qué con esos nietos con los
ojos rasgados
del padre, acostumbrados a andar en cueros por
el monte matando bichos,
bajando pájaros a hondazos, pescando bagres en
la laguna, felices
de chapotear desnudos en el barro. Y qué sería
de mí
si volviese, sólo pasto de murmuración para
las viejas, bocanadas
de groserías en las bromas de los machos, cada
domingo borrachos
de caña, envidiando al indio, queriendo tocar
para no ser menos.
Prefiero ser la mujer de Quillén, me gusta que
las otras me celen,
nadie les manda espiarnos. Si no hay nada más
lindo que estar juntos,
sin ropas en la intemperie del verano. Que la
noche se cierre, que nadie
vea los besos que le enseñé, las caricias que
aprendimos
jugando y que nunca se atrevería a contar a
sus brutos camaradas
de correrías. Me pregunto si será pecado esta
complacencia,
pero poco queda de la cristianita que rezaba
el Ave María, tan virgen
como la de lo alto. Ahora rezo a la
naturaleza; al sol que nos da vida,
al agua para que llueva cuando se necesita.
Aprendí de las viejas
la oración a la luna y en noches de plenilunio
repetimos a coro
"Hermana
Luna nocturno espejo
esconde
en la sombra de los eclipses
las cicatrices
que dejó en tu rostro
el llameante
leño del sol.
Hermana
Luna, préstanos tu luz
del varón
violento,
sálvanos.
Sé
que me he vuelto dura y filosa como espina de
cardo, lastimo para defenderme,
sé también que mis huesos han de quedar en
esta desolación.
Voy a pedir a Quillén que teja una cruz de
ramas para mí
tumba. En la muerte volveré a ser María, la
gurisita bautizada,
la hija de López, acaso el cielo perdone a
Raihué y la Madre
Santa la comprenda y haya en el paraíso un
lugar para María
López después que el fuego del purgatorio la
purifique. Cómo
no ha de perdonarme Tata Dios si he de morir
pariendo, cada año
dando a luz más débil, de cuclillas a la
orilla del río.
Ojalá alguien cuente a los hijos la historia
de su mama, desdichada
y feliz, que nunca quiso dejarlos en las
tolderías para volver
con los suyos. Antes de Quillén; María López,
entre
la indiada, la cacica Raihué, en la muerte
sólo María.
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_Protegido
por el Registro de Propiedad Intelectual de la
República Argentina.
Otra muestra
de la obra de Yolí Fidanza: