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ÁNGELA REYES
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Poemas
Ángel de piedra
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Miradla, toda cansada,
inmóvil ángel de piedra.
Hoy sus canas crían yedra,
verdín su boca sellada.
Tras la tela desplegada
del abanico andaluz,
se quiebran al contraluz
las arrugas de su frente.
Allí beben al poniente
las tardes su media luz.
_____(de Amaranta, 1981)
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Al filo de la media tarde
regresan las mujeres a sus muertos.
Como viejas leonas
olfatean los cráneos bajo tierra
y buscan el aliento interrumpido
más allá del follaje de los labios.
Algunas cubren con sus mantos 
la piedra donde ha llorado un hombre
y allí descansan,
sin ira, seco el lagrimal,
hasta que el alba les devuelve
la paz de la derrota.
No persiguen las balas su regreso.
Marchan sobre la estera enlutecida
del camino, dejando tras sus pasos
vago olor a madera carcomida.
_____(de La muerte olvidada, 1984)
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Monjas
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Vino Dios, y dijo a las mujeres:
"Despertad al amor".
Mas ellas clausuraron sus vientres,
enlutaron sus trenzas y pezones,
la puerta envejecieron
y el espejo cegaron
para que nunca más
mostrara los caminos de la risa.
Y a su regreso, Dios
no conoció la casa
ni a aquellas dos mujeres
con hábito de duelo.
_____(de Calendario Helénico, 1987)
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Cada noche
y desde que el lirista llegara a nuestro pueblo,
veíamos crecer por los rincones
la sombra de una mano trasnochada.
Los muebles se vestían de sonidos,
una piedra rodaba en la senda del cuadro
y en la alcoba se oían
bogar, bogar las naves,
ir y venir el agua.
Solamente el espejo conocía
a aquél que en el armario acariciaba trajes,
se apretaba al olor de los pomelos;
a aquél que, melancólico,
besaba las aristas gastadas de la mesa.
Con sal y agua bendita rompimos el encanto.
Y la casa quedó vacía
sin su barco de voces,
sin los iris inciertos flotando en el pasillo.
Nunca más de la cámara bajó
la noche con olor a húmeda maroma.
Nunca de las paredes
llegaría el impacto del sauce al desplomarse.
El lirista siguió tocando tras la lluvia.
Y nosotros, sentados junto al fuego,
recordábamos
el antiguo temblor de las aldabas.
_____(de Crónica de un lirista naufragado, 1988)
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Dormía el navegante
con la bondad del ángel en su rostro,
con el atardecer dorándole
el sur desnudo, el sur
y aquel lunar sumido en la pereza,
el sur
y las quebradas líneas de su cuerpo.
Lenta avancé mi mano
en donde más pequeña era la tarde,
allí, en donde el hombre oculta
su frontera,
sus juveniles aguas,
la tibia desazón del bosque bien amado.
Feliz momento
su vientre era ciudad
perdida tras las yerbas del otoño.
Y el sur
una tendida flor siempre despierta
al borde del vacío,
una flor que al rozarla me ofrecía
el oculto lenguaje de la noche,
la magia de habitarme
oquedad y penumbra,
la luz anaranjada del deseo.
_____(de Cartas a Ulises de una mujer que vive sola, 1990)
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La tarde que murió la niña azul
el otoño rozó el bronce de la aldaba.
Quemaba el aire
como beso de novio a punto de partir
y allá,
en ese sitio en donde octubre
le da a la uva su color de incendio,
un perro de testuz viajera
ladró con un sonido casi humano.
Era una tarde
que compartía la vejez con la orfandad de la retama
cuando murió la niña azul.
Su casa daba al mar
y el mar, desarraigando su posición yacente,
llegó tal un muchacho
y le besó en la boca conocida.
Luego,
con ánimo de ir a donde ella fuera,
enlutecióse
y no se hizo otra cosa
más que delta viril
que buscaba refugio en su pálido cuello.
(Nada me asusta tanto
como cerrar los ojos
y verlos replegados bajo la misma piel,
yéndose de la mano
para heredar la última sonrisa).
_____(de La niña azul, 1993)
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El verano anterior
Josefina Manresa había comprado
unos metros de encaje de bolillos
y un frasco de almendrado aceite que suavizaba el agua.
Aprendió a empequeñecerse el talle
desde que oyó decir
que por una cintura desvalida
trepaba fácilmente la pasión.
En marzo nueve,
ella había cosido dos diminutos lirios de organdí
en el extremo de sus ligas.
Y en una alcoba no lejana
su camisón de muselina
estaba amaestrado para desabrocharse fácilmente,
para caer rendido al suelo
lleno de pliegues.
También la blusa, y el chaquetón de pana,
y hasta las medias de nilón, sabían
que aquella noche
dormirían mirando a la pared,
apenas se iniciara la más dulce tormenta
bajo la colcha rosa pálido.
_____(de Breviario para un recuerdo, 1994)
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A la memoria hay que ayudarla un poco.
Hay que cogerla entre las manos
y tirar leve, pero definitivamente,
como se tira de un bebé que está naciendo.
Sólo así volverán
aquellos rostros familiares
que el tiempo ha resumido
en una sola lágrima.
Y es que a los muertos nunca
se les enturbia el ojo.
Uno llega cansado,
con la lengua dormida muy dentro de la boca,
y se sienta,
y bebe cualquier vino
esperando la noche para hacer inventario
y guardar lo que quede de risa y juventud.
Y al instante,
a la altura del hombro dolorido,
se posa una mirada
oscurecida y familiar.
De estas miradas tengo el hombro lleno.
La de Miguel, me envuelve con su pátina húmeda.
Al enterrarle, nadie se acordó
de secarle los ojos
o de achicarle el lagrimal;
por ello sigue generando llanto.
Llora muy encalmado,
apenas sin parpadear, para que no le sientas,
y evitando mojarte.
A veces, lo más triste son las noches.
No sirve que me duerma con las manos muy juntas.
Siempre acabo rozándole una lágrima
y ello me obliga a incorporarme
para buscarla entre la ropa
y guardarla en el puño.
Así empecé a tener la sensación
de que dentro de mí vivía un hombre
y que yo le tenía sujeto por la muerte:
esa parte del alma que más duele.
Y así caí en la locura
de convertir mi lecho en un zaguán
donde Miguel venía
?con un poco de frío?
a compartir conmigo la petaca
y a fumar despacioso,
mirando cómo marzo
nunca parte definitivamente.
_____(de Breviario para un recuerdo, 1994)
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Tan sólo hubo en la bahía una mujer
capaz de amarte más que yo.
Sólo una
y era sirena
en medio de la niebla,
en medio del rosal añil del mar,
siempre montada sobre hostiles olas,
sobre un poco de frío,
en un lunar de luz.
¿Quién era ella, tan delgada?
Con su farol de luna auxiliadora,
con sus bosques de algas en el talle,
día y noche llamándote hasta la extenuación;
pero quién, la muy blanca adolescente
de pezones mordidos por las feroces lluvias.
Nadie recuerda
si eran llanto o canciones
lo que brotaba de su pecho. 
Pregunto y nadie sabe 
De aquel olor a malvavisco,
que a la hora del pan se sentaba a la mesa.
Hoy, que es martes, me duele
su ausencia más que nunca
si miro en lontananza y no la veo.
¿Por qué se fue de la bahía y en medio del verano,
con el panal de abejas al frescor de su axila?
¿Qué sombra sin piedad atravesó las aguas
y amenazó con convertirla
en chopo femenino, si seguía llamándote
con su pañuelo añil abrasador?
Pobre niña, que no pudo dormir
ni una noche en tus brazos,
a quien jamás besaste
mientras el mundo alboreaba.
Hasta alguna otra playa del sur habrá llegado
en su yegua sombría
y seguirá jurando que te quiere
(más que yo)
a los prunos marinos
que con la niebla empiezan a morirse.
_____(de Carméndula, 1996)
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