I
NAVE DE CRISTAL
Vivo en un cazo, soy un gas, me
reconoceréis por Apaguspu; tanto es así que
quisiera salir para encontrarte a ti, mi reina y
señora, porcelana rosa, canción estelar,
delicada y húmeda paloma de mar. Punto de mira
de una orilla que abarca el horizonte final: Mi
Mapáipi, Mapáipi de mi amor; Mapáipi del
corazón.
Los gases desconocemos la naturaleza
de la forma, no sentimos la existencia como una
simple cadena artificial de sucesos: sendero
sinuoso y siniestro pasillo sin luces,
orientación de ribera que suavice la rizada
cascada de aguas en congelación. La energía
cinética de nuestras partículas nos permite ir
superando las fuerzas convergentes de la
materia.
En mi cazo, me adapto constantemente a
las paredes, buscando siempre la mejor
disposición sin necesidad de forzar el paso,
tratando de encontrar mi mejor acomodo: codo con
codo. La sensación es: sí que hay que
reconocerlo, no siempre fácil de mantener pues
hay instantes en que resulta complejo mantener
enlazadas todas las moléculas de un modo
estable, tendiendo como tienden a dispersarse y,
siguiendo, como siguen su propio criterio
particular; una a una se golpean con la
intención de dispersarse, emprendiendo su propio
viaje de gas subliminal.
Ciertamente, claramente y
definitivamente hay pensamientos en los que
buscándolas las pierdo y, otros, en cambio,
encontrándolas desaparecen. Un poquito incómodo
sí que es, no saber nunca con certeza en qué
área te moverás; vivir en constante dilatación
es por momentos, extremadamente extenso y
etéreo.
Sutil es el ardid
escrito en el dintel:
Blanquecina niñez,
grisáceo atardecer,
oscura vejez.
Transido el tono,
ensuciada la gama
Mantened limpia
la florida guagua.
Los gases no conocemos los sistemas
reticulares que estructuran las composiciones
formales o materiales, en las que fácilmente es
predecible la aparición de un grupo de formas.
La formalidad como resultado de una estructura
matemática subyacente es, para nosotros, algo
inalcanzable y prohibitivo; ni si quiera el
poder o la osadía de intentarlo. Tendríamos que
enfriarnos y al hacerlo, si es que hay alguno de
entre nosotros deseándolo, volveríase gélido
aullido pulverulento. Algo desagradable mires
por donde lo mires, «me produce grima tan solo
con imaginármelo». ¡Aj!, que polvorienta
es la peste plaga epidémica.
Ad náuseam
Somos gases,
etéreos fluidos.
Calentados con:
negro marfil.
Hervidos con:
fuego de crisol.
Fluido destino,
danza de hilo.
Pescando burbujas,
levitamos de lado.
Pintando minutos
horadamos las horas.
Somos los gases:
sublimadísima
transustanciación.
Vamos, venimos, salimos, entramos,
subimos, bajamos; dentro o fuera, nunca sabemos
hacia donde navegamos. A velocidades
supersónicas nos desplazamos de la mano de este
velo del paladar qué no es otro que aquel aire
envolvente de fino tul octogonal: obra
sobrecogedora, baluarte de la historia, divina
poesía recitada en ecos versados transparentes,
soplo de vida que transforma la materia en agua
cristalina; sedienta de días que sumen y suman
cada secuencia en tonos de besos: un
esperanzador sueño omnipotente. La omnipresencia
de un proyecto eterno basado en una solución que
disolverá la materia en agua íntegra de cristal
adiamantado.
La nave estelar será de cristal, de
carbono acrisolado; rápida y veloz como la
plenitud de una aria; sinfonía de manantial.
II
EL CASO
El caso es que me sucedió, un día, no
recuerdo la fecha con precisión, que en una de
las múltiples partículas de mis extremos del
velo gaseoso me llamó la atención un
sólido con forma de porcelana chinesca
afinadísima, quebradiza y ligera de cabello
esbelto y alargado, decorada de líneas que
habiendo adquirido ya su forma estable, la
podría describir, teniendo en cuenta la
distancia que me aleja en el tiempo como: de
bordes suaves, extremos delicados, dirección de
caída en pendiente y, de grosor casi
imperceptible. Me costó, debido a mi naturaleza
gaseosa, sentir su presencia sólida. Ahora, con
el paso del tiempo transcurrido, creo recordar
que debido al conflicto que mantenían
enfrentadas sus moléculas, causado por el
enfrentamiento entre sus fuerzas cinéticas y sus
fuerzas gravitacionales, aquella porcelana
tendía a perder su sentido de la percepción,
tendiendo a quebrar su equilibrio y estabilidad.
La gravedad, estaba claramente para mí,
afectando su estructura molecular.
- Ahí está, ésta se nos va. «Me
dije a mí mismo sorprendido por su vibrante
inestabilidad».
Se va se va,
se quiere marchar.
La luna saliente
se quiere ocultar.
¿Adónde se irá?
Reflejo solar
su fertilidad.
Cantó Selene,
rocío matinal:
estoy cansada de
tanta vulgaridad.
Me voy me voy,
me quiero marchar.
Quisiera encontrar
mi feminidad.
Intenté un acercamiento derivando
hacia estribor con la intención sibilina de un
acercamiento, que no causase la sensación de un
abordaje premeditado, evitando seguir, las
técnicas establecidas por las cofradías de
bucaneros con patente de corsario: las variantes
geográficas de los hemisferios PLANIMÉTRICOS
estaban dominadas por nuestras flotas
GÁNSTELARES que armadas de rayos GASAR de última
generación, controlaban todo el tráfico que se
desplazaba en torno a nuestras áreas de
dominación.
Entonces mi turno arribó; estúpido de
mí: «me dije a mí mismo», sorprendido por el
cariz que estaban tomando los acontecimientos.
El caso era que todo sucedía como le venía bien
al tiempo que sucediese y le pareciese: un
encuentro aparentemente destructor.
- ¡No!. «Grité tratando de que mis
moléculas periféricas mantuviesen sus enlaces
articulados».
- No puede ser; grite lo que grite,
dará igual. Los iones son como caprichosas
mariposillas que revolotean, ya posándose sobre
pétalos amarillos de una flor como sin quererlo
o, sin pretenderlo, cambian de rumbo y se
precipitan sobre el amarillento resplandor de
una llama de un incandescente crisol
desintegrador.
Roce de caminos,
fricción del destino
Lijad este sólido congelador
que transforma en líquido
el oxígeno de mi voz.
¡Oxidación!
III
CONTACTO EN IU
El roce fue un contacto cargado de
chirriantes sonidos estrepitosos, incesantes
cruces de sables cortantes desgajándote los
instintos. Un resultado inesperado, contrario al
esperado, se estaba consumando;
sorprendentemente mi naturaleza gaseosa estaba
siendo afectada por aquel sólido inestable.
Inmediatamente comencé a sentir que me enfriaba
ligeramente, que la velocidad de mis moléculas
se atenuaba, poquito a poco, desacelerando su
trepidante ir y fluir. La inquietud que reinaba
en el conjunto de mi ser tendía, acogedoramente,
a un nuevo estado más consolidado y menos
combativo.
Asustado por aquellas sensaciones que
nunca había experimentado me precipite
directamente y sin pensármelo dos veces. Algo
sucedía que me estaba modificando. Lo peor de
todo es que me gustaba esa sensación que te
producen los cambios, cuando consiguen
despertar, en tu interior, una forma nueva
invisible que sin saberlo permanecía durmiendo,
oculta de las miradas especulativas de la
conciencia experimental de la que participa
constantemente nuestro ser.
Reforma y cambio
modelarán la historia.
Desarrollarán el tiempo:
lentamente y prudentemente.
Paso a paso con sumo cuidado,
se está jugando con la ilusión:
pureza de corazón.
Aquella sutil solidez de nombre
Mapáipi estaba modificando la estructura de mi
estado gaseoso. Un cosquilleo salado de
naturaleza azucarada con sabor de chocolate a la
taza, estaba evitando que el enfriamiento que
notaba en mi interior se realizase agresivamente
o violentamente. Iba aceptando la
metamorfosis con la resignación de la
oruga que sueña con despertarse siendo color y
palpitante sonido pendular; ósmosis de
calidez, serenidad de corazón, el magma
del volcán estaba convirtiéndose en cascada de
renovadas lavas purificadas. Descubría qué en la
vida la exclusión es el resultado de un concepto
equivocado de la propia existencia; que la
petrificación acaba por invadir tus moléculas
cuando desprecias la policromía de la paleta
sobre la que se van depositando los tonos y sus
atributos; que el contraste ayuda a identificar
las formas y da sentido al drama visual que va
arrastrando tu imperativo deambular hacia un
occidente crepuscular; silenciosa transición
llena de variadas densidades que convierten el
paso de la luz a la oscuridad en una suave,
matizada, degradada y transparente más también
intensa experiencia enriquecedora. Mañana,
pensé, seré un líquido acuoso, dúctil y
aterciopelado; grácil al tacto, sedoso al
contacto, elástico al medio; refresco de ardor,
amor de mi corazón; que en la naturaleza la
consanguinidad es adulteración y desaparición;
que la verdad es variedad, cambio, fusión y
movimiento entre planos de capas superpuestas.
Descubrí qué en la tangente se hallaba una
fuerza de nombre desconocido, innombrable,
inmutable, perenne, omnipresente e omnisapiente
que tallaba la forma basándose en la lucha del
reconocimiento del mal a través de la asunción
de la libertad de lo bueno: la idea eterna de la
perfecta belleza del bien: la emoción. La unidad
general se conseguía mediante elementos y formas
libremente dispuestas. ¿Para qué?, ¿por qué?; te
lo recitaré:
El que te busca te hallará;
El que te perdió te descubrirá;
El que se ausenta llegará;
El que te creó te amará;
Al que no ves lo verás;
Y, al final, descubrirás un comienzo
en el que un universo sin fronteras
abrazará tu encuentro.
Poesía que brota de un roca fría,
serás agua cristalina;
te amo más que a mi propia sangría:
ÁRBOL DE LA VIDA
_
Este cuento fue uno de los 93
cuentos preseleccionados, de un total de 1026,
por el jurado del_Sexto
Certamen
Hispanoamericano de Poesía y Cuento Corto
"Almafuerte II" 2005_(editorial
Bellvigraf, Buenos Aires, Argentina).
_
Otras
muestras de la obra de Agustín García-Espina
Martínez: