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AGUSTÍN GARCÍA-ESPINA MARTÍNEZ
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EL CAZO CRISTALIZO (cuento)
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I
NAVE DE CRISTAL

Vivo en un cazo, soy un gas, me reconoceréis por Apaguspu; tanto es así que quisiera salir para encontrarte a ti, mi reina y señora, porcelana rosa, canción estelar, delicada y húmeda paloma de mar. Punto de mira de una orilla que abarca el horizonte final: Mi Mapáipi, Mapáipi de mi amor; Mapáipi del corazón.

Los gases desconocemos la naturaleza de la forma, no sentimos la existencia como una simple cadena artificial de sucesos: sendero sinuoso y siniestro pasillo sin luces, orientación de ribera que suavice la rizada cascada de aguas en congelación. La energía cinética de nuestras partículas nos permite ir superando las fuerzas convergentes de la materia.

En mi cazo, me adapto constantemente a las paredes, buscando siempre la mejor disposición sin necesidad de forzar el paso, tratando de encontrar mi mejor acomodo: codo con codo. La sensación es: sí que hay que reconocerlo, no siempre fácil de mantener pues hay instantes en que resulta complejo mantener enlazadas todas las moléculas de un modo estable, tendiendo como tienden a dispersarse y, siguiendo, como siguen su propio criterio particular; una a una se golpean con la intención de dispersarse, emprendiendo su propio viaje de gas subliminal.

Ciertamente, claramente y definitivamente hay pensamientos en los que buscándolas las pierdo y, otros, en cambio, encontrándolas desaparecen. Un poquito incómodo sí que es, no saber nunca con certeza en qué área te moverás; vivir en constante dilatación es por momentos, extremadamente extenso y etéreo.

Sutil es el ardid
escrito en el dintel:
Blanquecina niñez,
grisáceo atardecer,
oscura vejez.
Transido el tono,
ensuciada la gama
Mantened limpia
la florida guagua.

Los gases no conocemos los sistemas reticulares que estructuran las composiciones formales o materiales, en las que fácilmente es predecible la aparición de un grupo de formas. La formalidad como resultado de una estructura matemática subyacente es, para nosotros, algo inalcanzable y prohibitivo; ni si quiera el poder o la osadía de intentarlo. Tendríamos que enfriarnos y al hacerlo, si es que hay alguno de entre nosotros deseándolo, volveríase gélido aullido pulverulento. Algo desagradable mires por donde lo mires, «me produce grima tan solo con imaginármelo». ¡Aj!, que polvorienta  es la peste plaga epidémica.

Ad náuseam

Somos gases,
etéreos fluidos.
Calentados con:
negro marfil.
Hervidos con:
fuego de crisol.
Fluido destino,
danza de hilo.
Pescando burbujas,
levitamos de lado.
Pintando minutos
horadamos las horas.
Somos los gases:
sublimadísima
transustanciación.

Vamos, venimos, salimos, entramos, subimos, bajamos; dentro o fuera, nunca sabemos hacia donde navegamos. A velocidades supersónicas nos desplazamos de la mano de este velo del paladar qué no es otro que aquel aire envolvente de fino tul octogonal: obra sobrecogedora, baluarte de la historia, divina poesía recitada en ecos versados transparentes, soplo de vida que transforma la materia en agua cristalina; sedienta de días que sumen y suman cada secuencia en tonos de besos: un esperanzador sueño omnipotente. La omnipresencia de un proyecto eterno basado en una solución que disolverá la materia en agua íntegra de cristal adiamantado.
La nave estelar será de cristal, de carbono acrisolado; rápida y veloz como la plenitud de una aria; sinfonía de manantial.
 
 

II
EL CASO

El caso es que me sucedió, un día, no recuerdo la fecha con precisión, que en una de las múltiples partículas de mis extremos del velo gaseoso  me llamó la atención un sólido con forma de porcelana chinesca afinadísima, quebradiza y ligera de cabello esbelto y alargado, decorada de líneas que habiendo adquirido ya su forma estable, la podría describir, teniendo en cuenta la distancia que me aleja en el tiempo como: de bordes suaves, extremos delicados, dirección de caída en pendiente y, de grosor casi imperceptible. Me costó, debido a mi naturaleza gaseosa, sentir su presencia sólida. Ahora, con el paso del tiempo transcurrido, creo recordar que debido al conflicto que  mantenían enfrentadas sus moléculas, causado por el enfrentamiento entre sus fuerzas cinéticas y sus fuerzas gravitacionales, aquella porcelana tendía a perder su sentido de la percepción, tendiendo a quebrar su equilibrio y estabilidad. La gravedad, estaba claramente para mí, afectando su estructura molecular.
 - Ahí está, ésta se nos va. «Me dije a mí mismo sorprendido por su vibrante inestabilidad».

Se va se va,
se quiere marchar.
La luna saliente
se quiere ocultar.
¿Adónde se irá?
Reflejo solar
su fertilidad.
Cantó Selene,
rocío matinal:
estoy cansada de
tanta vulgaridad.
Me voy me voy,
me quiero marchar.
Quisiera encontrar
mi feminidad.

Intenté un acercamiento derivando hacia estribor con la intención sibilina de un acercamiento, que no causase la sensación de un abordaje premeditado, evitando seguir, las técnicas establecidas por las cofradías de bucaneros con patente de corsario: las variantes geográficas de los hemisferios PLANIMÉTRICOS estaban dominadas por nuestras flotas GÁNSTELARES que armadas de rayos GASAR de última generación, controlaban todo el tráfico que se desplazaba en torno a nuestras áreas de dominación.

Entonces mi turno arribó; estúpido de mí: «me dije a mí mismo», sorprendido por el cariz que estaban tomando los acontecimientos. El caso era que todo sucedía como le venía bien al tiempo que sucediese y le pareciese: un encuentro aparentemente destructor. 
- ¡No!. «Grité tratando de que mis moléculas periféricas mantuviesen sus enlaces articulados».
- No puede ser; grite lo que grite, dará igual. Los iones son como caprichosas mariposillas que revolotean, ya posándose sobre pétalos amarillos de una flor como sin quererlo o, sin pretenderlo, cambian de rumbo y se precipitan sobre el amarillento resplandor de una llama de un incandescente crisol desintegrador.

Roce de caminos,
fricción del destino
Lijad este sólido congelador
que transforma en líquido
el oxígeno de mi voz.
¡Oxidación!
 
 

III
CONTACTO EN IU

El roce fue un contacto cargado de chirriantes sonidos estrepitosos, incesantes cruces de sables cortantes desgajándote los instintos. Un resultado inesperado, contrario al esperado, se estaba consumando; sorprendentemente mi naturaleza gaseosa estaba siendo afectada por aquel sólido inestable. Inmediatamente comencé a sentir que me enfriaba ligeramente, que la velocidad de mis moléculas se atenuaba, poquito a poco, desacelerando su trepidante ir y fluir. La inquietud que reinaba en el conjunto de mi ser tendía, acogedoramente, a un nuevo estado más consolidado y menos combativo.

Asustado por aquellas sensaciones que nunca había experimentado me precipite directamente y sin pensármelo dos veces. Algo sucedía que me estaba modificando. Lo peor de todo es que me gustaba esa sensación que te producen los cambios, cuando consiguen despertar, en tu interior, una forma nueva invisible que sin saberlo permanecía durmiendo, oculta de las miradas especulativas de la conciencia experimental de la que participa constantemente nuestro ser.

Reforma y cambio
modelarán la historia.
Desarrollarán el tiempo:
lentamente y prudentemente.
Paso a paso con sumo cuidado,
se está jugando con la ilusión:
pureza de corazón.

Aquella sutil solidez de nombre Mapáipi estaba modificando la estructura de mi estado gaseoso. Un cosquilleo salado de naturaleza azucarada con sabor de chocolate a la taza, estaba evitando que el enfriamiento que notaba en mi interior se realizase agresivamente o violentamente. Iba aceptando la metamorfosis  con la resignación de la oruga que sueña con despertarse siendo color y palpitante sonido pendular; ósmosis de calidez,  serenidad de corazón, el magma del volcán estaba convirtiéndose en cascada de renovadas lavas purificadas. Descubría qué en la vida la exclusión es el resultado de un concepto equivocado de la propia existencia; que la petrificación acaba por invadir tus moléculas cuando desprecias la policromía de la paleta sobre la que se van depositando los tonos y sus atributos; que el contraste ayuda a identificar las formas y da sentido al drama visual que va arrastrando tu imperativo deambular hacia un occidente crepuscular; silenciosa transición llena de variadas densidades que convierten el paso de la luz a la oscuridad en una suave, matizada, degradada y transparente más también intensa experiencia enriquecedora. Mañana, pensé, seré un líquido acuoso, dúctil y aterciopelado; grácil al tacto, sedoso al contacto, elástico al medio; refresco de ardor, amor de mi corazón; que en la naturaleza la consanguinidad es adulteración y desaparición; que la verdad es variedad, cambio, fusión y movimiento entre planos de capas superpuestas. Descubrí qué en la tangente se hallaba una fuerza de nombre desconocido, innombrable, inmutable, perenne, omnipresente e omnisapiente que tallaba la forma basándose en la lucha del reconocimiento del mal a través de la asunción de la libertad de lo bueno: la idea eterna de la perfecta belleza del bien: la emoción. La unidad general se conseguía mediante elementos y formas libremente dispuestas. ¿Para qué?, ¿por qué?; te lo recitaré:

El que te busca te hallará;
El que te perdió te descubrirá;
El que se ausenta llegará;
El que te creó te amará;
Al que no ves lo verás;
Y, al final, descubrirás un comienzo
en el que un universo sin fronteras
abrazará tu encuentro.
Poesía que brota de un roca fría,
serás agua cristalina;
te amo más que a mi propia sangría:

ÁRBOL DE LA VIDA

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Este cuento fue uno de los 93 cuentos preseleccionados, de un total de 1026, por el jurado del_Sexto Certamen Hispanoamericano de Poesía y Cuento Corto "Almafuerte II" 2005_(editorial Bellvigraf, Buenos Aires, Argentina).
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