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Sobre las
mismas piedras de Rebeca Becerra es un canto desesperado de la vida
y de la muerte que invita al lector a reflexionar sobre el estado de deshumanización
al que ha llegado nuestra raza cósmica. Estos poemas caen en el
lector, que logra ver más allá de su pesimismo, como piedras:
“hablar palabras como piedras”. (33) Sin la consciente intención
de lanzar la primera piedra, cada uno de estos poemas nos azota por no
haber logrado comprender el propósito de la vida. Por habernos sumergido
en una “vida” de destrucción; por haberlo, como dice la voz poética,
“perdido todo”. Sobre todo, nuestra condición humana.
Colmados de un fuerte nihilismo estos poemas parecen completamente arrebatados
de esperanza; sin embargo, la escritura de los mismos, su vital existencia
nos demuestra que quizás no todo está perdido. Y es que la
escriturización de la desesperanza es en sí la única
esperanza que nos queda. Así la piedra que cimienta la existencia
es la piedra misma que la da; en este caso la creación, la creación
poética es la única fe que nos queda, el único camino
a seguir. Porque el camino de la vida es la vida misma. Y el camino es,
al estilo de Machado la estela que se hace al caminar. Para Becerra, el
camino es una misma, caminar y en el andar hacerse una el camino: “No se
camina sino para ser/para atragantarse de luz/uno/dos/tres/cuatro pasos/cada
vez más adelante”. (88) Así escritura y vida convergen para
proponerse la una y la otra como única fuente de salvación:
“Hablo de los pies/que merecen lavarse/en un claro río”. (93)
Sobre
las mismas piedras busca crear un “ojo que observe el otro lado de
la vida” (31) cuyas ocupaciones principales son tres vertientes: 1) la
pérdida de la humanidad, 2) la violencia y la muerte, y 3) el silencio
que deviene de este proceso. En estos poemas la voz poética fragmenta
en mil matices la violencia y la destrucción que condujo a la pérdida
de la especie.
Desde los primeros poemas, la voz poética nos advierte de los miles
de desdoblamientos que se deben sufrir para poder sobrevivir al caos violento
y el conflicto existencial que nos deja la nada. También desde su
comienzo, el poemario nos ubica específicamente en un ambiente,
cuando nos introduce a la ciudad de Tegucigalpa y nos fecha cada uno de
los poemas —todos fechados en la década pasada. De 1988 a 1999.
Se trata de un tiempo suspendido, once años viviendo los mismos
sufrimientos, recorriendo las mismas piedras, escribiendo los mismos temas.
Tegucigalpa, la tierra natal de la voz poética que escucha “palabras
interminables hacia la locura”, es presentada como un espacio doloroso,
debilitado y moribundo, en donde sólo se logra sobrevivir si se
llevan máscaras y se abraza el olvido.
Tegucigalpa
cada vez pesa más tu figura
y tu nombre se vuelve débil como tu alma
Por eso tengo una cara para cada día
para cada hora que nos marca este tiempo de
tirones funerarios
...
Tegucigalpa
no es fácil tener el mismo rostro
Cada día aumenta
el amor hacia la sombra
“Una cara para cada día” (29)
Pero Tegucigalpa es la ciudad que es una y todas las ciudades de nuestra
época,
porque de la ciudadmadre sólo nos queda el recuerdo, su sombra igual
que la sombra de los hombres: “Llueve/vemos hacia la ciudad/y no es la
ciudad”. (61) Aquí radica la universalidad de estos poemas que logran
trascender los límites de una ciudad y se extienden al mundo y al
universo: “En este instante/el mundo/es un eco en el tiempo”. (79) El mundo
está repleto de ciudades que a su vez se reproducen: “la ciudad
contempla la ciudad con ojos sin dueños ni camino”. (29) Aquí
la modernidad de la vida urbana se establece como cómplice en este
proceso deshumanizador donde abunda el deseo de posesión:
El espacio está invadido
crucificado de tanta cosa inservible
qué hambre infinita de poseerlo todo
de ser pesados
anchos y oscuros
de estar terrestres y sedentarios
“Vastedad” (37)
Este primer paso en la pérdida de la humanidad conduce a los hombres
a la violencia, al canibalismo: “Los hombres avanzan/ las cosas penetran
por sus zapatos/salen por sus ojos/ como espadas/como mujeres que no regresan
nunca”. (35) Aquí, la voz poética nos presenta una división
entre los géneros en donde el hombre está condenado a ser
atravesado por las cosas, por las espadas, y la mujer a la desaparición.
Aunque obviamente se delatan algunos aspectos culturales, es evidente que
la preocupación va más allá de establecer divisiones
entre hombres y mujeres —lo que también es un factor deshumanizante—
sino que se trata de establecer la deshumanización como un problema
que afecta tanto a hombres como a mujeres:
Los días que los esperan son iguales
salir y entrar
saludar y despedirse
definir su existencia
redondear la vida con el trabajo
esperar que la ciudad crezca
y rondar por siempre
“Hacia la nada” (35)
La rutina, no de las cosas cotidianas, sino de la existencia automatizada
nos ha desprendido aquella parte con la que solíamos sentir, tener
sueños y esperar. Ahora solamente esperamos el desarrollo de las
ciudades en masivas urbes completamente impersonales. Deambulamos en estado
de vegetación y a eso le llamamos vida:
Todos caminan apresurados
sin tiempo para las aceras
y los parques
No olvidan
porque no han olvidado
pasan...
como un simple viento de muerte.
“Siluetas” (39)
Una de las contradicciones de Sobre las mismas piedras radica en
el hecho de que a pesar de sumergirse en la negatividad humana, también
busca salvarnos cuando propone el polifónico verso “no olvidan/porque
no han olvidado” que al escucharlo el/a lector/a puede tomarlo como “es
posible olvidar lo que no se ha olvidado” o “no se puede olvidar las razones
por las cuales no hemos logrado vivir”, cualquiera que sea la interpretación
que se escoja, la voz poética nombra nuestra vida como una muerte.
Somos presentados como náufragos: “No sé hacia dónde
se dirigen/los puñales que cruzan sus vidas/para siempre”. (41)
Pero no sólo hemos aprendido a matarnos entre nosotros mismos, sino
también lo que nos rodea, nuestro ambiente.
También la muerte
se convierte en rutina
limpiamos el cuchillo
lo volvemos a ensuciar
Hora tras hora cae
en cada esquina
un hombre
una mujer
un niño
un viejo
uno que otro árbol
“También la muerte” (55)
De manera sutil pero clara, la voz poética nos habla de la muerte
y su rutina en nuestras contemporáneas urbes; no es la muerte a
la larga edad y del cansancio, sino la muerte súbita:
Morimos
solos
en un país profundo de años
en una ciudad avergonzada
de nuestra existencia
repartiendo en la mesa
cabezas
que sangran el mantel
y mis manos.
“Vacío” (73)
Es imposible leer estos versos y no recordar a Ana María Rodas (Guatemala)
hablándonos en los poemas de La insurrección de Mariana
(1994) de un mercado de vísceras humanas donde nos encontramos cara
a cara con los rostros de nuestros amigos, nuestros familiares desaparecidos
en la época de la guerra fría. Becerra nos hace cómplices
de esta violencia deshumanizante y deshumanizadora que labramos nosotros
mismos, como lo establece en la misma dedicatoria del libro para sus hermanos:
“víctimas del odio y del amor, del día y la noche,/víctimas
de nuestras propias manos”. De tan cotidiana que nos resulta la muerte,
ya no nos da ni frío ni calor. Somos completamente indiferentes
al dolor ajeno porque no llegamos ni a sentir el propio: “no sentimos frío/porque
no queda nada/nada”. (62)
Los hombres convertidos en sombras y las mujeres desaparecidas, inexistentes,
quedamos solamente en el recuerdo; el último recuerdo de ladrillos
que nos tapan como la lluvia o la madera que nos alberga al final:
Desaparece
la úlima vocal de nuestros poros
El último grito
La última palabra
El último dolor de hombre
queda sumergido
en el hermoso color de la madera.
“El color de la madera” (63)
Nuestro ataúd y nuestro pequeño espacio terrenal que nos
sumerge en el olvido, es a su vez el único recuerdo que queda de
nuestras vidas consumidas por el odio y la traición. La voz poética,
a pesar de su pesimismo parece debatirse entre el olvido y la memoria,
entre la palabra y el silencio.
Consciente de nuestra realidad humana la voz poética junta en sus
versos esa “visión” desesperante de la muerte que es imposible evitar.
Al estilo Borgiano, encontramos en este poemario ese ojo que nos permite
ver lo que no quisiéramos ver, incluso ese vacío en que nos
hemos convertido:
...
A plena luz el tiempo
nos va cobrando cada mano
que no extendimos
cada saludo cada mirada
cada sonrisa inconclusa
Nos va dejando vacíos
aunque tengamos hijos
aunque tengamos amor
...
“Vacío” (73)
Y es que ese ojo que Borges proponía como el Alef, no es otra cosa
que el “centro” Cortaciano que llega a provocarnos nuestra propia creación:
Hemos
caído
al fondo de las cosas
Quién puede sacarnos
del centro de una silla
de las semillas de las manzanas
del ojo del pez que nos observa
...
Hemos caído
a su fondo
como se cae
al fondo
del amor
“El fondo de la cosas” (83)
Porque caer en el fondo, es caer en lo más bajo de nuestra condición
humana, pero caer en el amor es caer en la conciencia de nuestra condición
infrahumana. Llegar hasta el final del camino y reconocer lo que hemos
visto con ojos asustados:
Veo
tantas cosas
las cosas me ven a mí
nos ven a todos
y todos nos vemos
como cosas y nos olvidamos
...
Nadie siente el miedo de otros ojos
y desea tocar
lo que ha tocado mi boca
“Ojos como ventanas” (57)
Nuestros
ojos caen
hacia el centro del universo
envueltos en una ola
de sensaciones inesperadas
Somos menos que una ventana
que una pequeña roca
que una fugaz sonrisa
“Despojo” (61)
Pero es justamente aquí, que la voz poética nos introduce
“sensaciones inesperadas” con su discurso aparentemente decepcionado de
la vida y de la experiencia humana. De pronto, somos capaces de sentir
igual que la ciudad:
Disfrazada
la ciudad de lluvia
comenzó a llorar
fue la hora en que pasaron
las garzas
iban tristes
manchadas de sol
las alas.
“Instante” (51)
Nos bastó un instante para recobrar la humanidad perdida. Ella,
la voz poética y Becerra también, se nutre de ese ojo y su
visión del caos cotidiano de nuestra existencia y desamor, para
instaurar las columnas básicas de toda creación, no sólo
la poética y la artística, sino la primigenia: “Y la tierra
estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz
del abismo” (Génesis 1:2). Las columnas que han mantenido y seguirán
manteniendo al/a la poeta: el silencio y la poesía.
Podemos clasificar
sonidos y soledades
en una hoja de papel
comprenderlos
y reanimarlos
a vivir
en medio
del silencio
que nos separa
“Inexistencia” (79)
Una
vez más, la voz poética se instaura a sí misma como
la única esperanza para recobrar nuestra humanidad. No en vano se
ha dicho desde siempre que la diferencia entre un ser humano y una bestia
es la conciencia. En este caso la conciencia deviene de una visión
clara de una realidad caótica. Becerra habla de ese dolor que es
de todos, pero a manera de exorcismo, nos limpia en su silencio y su palabra
devolviéndonos la esperanza:
Yo sabía que Dios era bueno
por eso lo tomé de las manos
y lo llevé de paseo
Le enseñé las montañas
los animales
las piedras
y los ríos
“Poema solo” (25)
Pocos
escritores han logrado un proyecto tan ambicioso como el que presenta Sobre
las mismas piedras, Becerra, sin lugar a dudas, ha logrado traspasar
la inercia de nuestra desesperanza, para instaurar con su silenciosa mirada
un nuevo amor que nos llena de esperanza en el silencio: “Este mar/me acobarda
locamente/para no escucharlo/fundo el silencio” (45). Rebeca, cuando te
vea nuevamente, estaré aguardando tu abrazo en silencio.
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de la obra de Amanda Castro: