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_AMANDA CASTRO__

Sobre las mismas piedras de Rebeca Becerra
Ixbalam Editores

Na terra dos Orixás
o amor se dividía
entre un Deus que era de pax
e otro que combatía.
A Deusa Dos Orixás
(Romildo-Toninho)
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Sobre las mismas piedras de Rebeca Becerra es un canto desesperado de la vida y de la muerte que invita al lector a reflexionar sobre el estado de deshumanización al que ha llegado nuestra raza cósmica. Estos poemas caen en el lector, que logra ver más allá de su pesimismo, como piedras: “hablar palabras como piedras”. (33) Sin la consciente intención de lanzar la primera piedra, cada uno de estos poemas nos azota por no haber logrado comprender el propósito de la vida. Por habernos sumergido en una “vida” de destrucción; por haberlo, como dice la voz poética, “perdido todo”. Sobre todo, nuestra condición humana.

     Colmados de un fuerte nihilismo estos poemas parecen completamente arrebatados de esperanza; sin embargo, la escritura de los mismos, su vital existencia nos demuestra que quizás no todo está perdido. Y es que la escriturización de la desesperanza es en sí la única esperanza que nos queda. Así la piedra que cimienta la existencia es la piedra misma que la da; en este caso la creación, la creación poética es la única fe que nos queda, el único camino a seguir. Porque el camino de la vida es la vida misma. Y el camino es, al estilo de Machado la estela que se hace al caminar. Para Becerra, el camino es una misma, caminar y en el andar hacerse una el camino: “No se camina sino para ser/para atragantarse de luz/uno/dos/tres/cuatro pasos/cada vez más adelante”. (88) Así escritura y vida convergen para proponerse la una y la otra como única fuente de salvación: “Hablo de los pies/que merecen lavarse/en un claro río”. (93)

  Sobre las mismas piedras busca crear un “ojo que observe el otro lado de la vida” (31) cuyas ocupaciones principales son tres vertientes: 1) la pérdida de la humanidad, 2) la violencia y la muerte, y 3) el silencio que deviene de este proceso. En estos poemas la voz poética fragmenta en mil matices la violencia y la destrucción que condujo a la pérdida de la especie.

     Desde los primeros poemas, la voz poética nos advierte de los miles de desdoblamientos que se deben sufrir para poder sobrevivir al caos violento y el conflicto existencial que nos deja la nada. También desde su comienzo, el poemario nos ubica específicamente en un ambiente, cuando nos introduce a la ciudad de Tegucigalpa y nos fecha cada uno de los poemas —todos fechados en la década pasada. De 1988 a 1999. Se trata de un tiempo suspendido, once años viviendo los mismos sufrimientos, recorriendo las mismas piedras, escribiendo los mismos temas.

     Tegucigalpa, la tierra natal de la voz poética que escucha “palabras interminables hacia la locura”, es presentada como un espacio doloroso, debilitado y moribundo, en donde sólo se logra sobrevivir si se llevan máscaras y se abraza el olvido.

  Tegucigalpa
     cada vez pesa más tu figura
     y tu nombre se vuelve débil como tu alma
     Por eso tengo una cara para cada día
     para cada hora que nos marca este tiempo de
     tirones funerarios
     ...
  Tegucigalpa
     no es fácil tener el mismo rostro
     Cada día aumenta
     el amor hacia la sombra
          “Una cara para cada día” (29)

     Pero Tegucigalpa es la ciudad que es una y todas las ciudades de nuestra época, porque de la ciudadmadre sólo nos queda el recuerdo, su sombra igual que la sombra de los hombres: “Llueve/vemos hacia la ciudad/y no es la ciudad”. (61) Aquí radica la universalidad de estos poemas que logran trascender los límites de una ciudad y se extienden al mundo y al universo: “En este instante/el mundo/es un eco en el tiempo”. (79) El mundo está repleto de ciudades que a su vez se reproducen: “la ciudad contempla la ciudad con ojos sin dueños ni camino”. (29) Aquí la modernidad de la vida urbana se establece como cómplice en este proceso deshumanizador donde abunda el deseo de posesión:

     El espacio está invadido
     crucificado de tanta cosa inservible
     qué hambre infinita de poseerlo todo
     de ser pesados
     anchos y oscuros
     de estar terrestres y sedentarios
          “Vastedad” (37)

     Este primer paso en la pérdida de la humanidad conduce a los hombres a la violencia, al canibalismo: “Los hombres avanzan/ las cosas penetran por sus zapatos/salen por sus ojos/ como espadas/como mujeres que no regresan nunca”. (35) Aquí, la voz poética nos presenta una división entre los géneros en donde el hombre está condenado a ser atravesado por las cosas, por las espadas, y la mujer a la desaparición. Aunque obviamente se delatan algunos aspectos culturales, es evidente que la preocupación va más allá de establecer divisiones entre hombres y mujeres —lo que también es un factor deshumanizante— sino que se trata de establecer la deshumanización como un problema que afecta tanto a hombres como a mujeres:

     Los días que los esperan son iguales
     salir y entrar
     saludar y despedirse
     definir su existencia
     redondear la vida con el trabajo
     esperar que la ciudad crezca
     y rondar por siempre
          “Hacia la nada” (35)

     La rutina, no de las cosas cotidianas, sino de la existencia automatizada nos ha desprendido aquella parte con la que solíamos sentir, tener sueños y esperar. Ahora solamente esperamos el desarrollo de las ciudades en masivas urbes completamente impersonales. Deambulamos en estado de vegetación y a eso le llamamos vida:

     Todos caminan apresurados
     sin tiempo para las aceras
     y los parques
     No olvidan 
     porque no han olvidado
     pasan...
     como un simple viento de muerte.
          “Siluetas” (39)

     Una de las contradicciones de Sobre las mismas piedras radica en el hecho de que a pesar de sumergirse en la negatividad humana, también busca salvarnos cuando propone el polifónico verso “no olvidan/porque no han olvidado” que al escucharlo el/a lector/a puede tomarlo como “es posible olvidar lo que no se ha olvidado” o “no se puede olvidar las razones por las cuales no hemos logrado vivir”, cualquiera que sea la interpretación que se escoja, la voz poética nombra nuestra vida como una muerte. Somos presentados como náufragos: “No sé hacia dónde se dirigen/los puñales que cruzan sus vidas/para siempre”. (41) Pero no sólo hemos aprendido a matarnos entre nosotros mismos, sino también lo que nos rodea, nuestro ambiente.

     También la muerte
     se convierte en rutina
     limpiamos el cuchillo
     lo volvemos a ensuciar
     Hora tras hora cae
     en cada esquina
     un hombre
     una mujer
     un niño
     un viejo
     uno que otro árbol
          “También la muerte” (55)

     De manera sutil pero clara, la voz poética nos habla de la muerte y su rutina en nuestras contemporáneas urbes; no es la muerte a la larga edad y del cansancio, sino la muerte súbita:

  Morimos solos
     en un país profundo de años
     en una ciudad avergonzada
     de nuestra existencia
     repartiendo en la mesa
     cabezas
     que sangran el mantel
     y mis manos.
          “Vacío” (73)

     Es imposible leer estos versos y no recordar a Ana María Rodas (Guatemala) hablándonos en los poemas de La insurrección de Mariana (1994) de un mercado de vísceras humanas donde nos encontramos cara a cara con los rostros de nuestros amigos, nuestros familiares desaparecidos en la época de la guerra fría. Becerra nos hace cómplices de esta violencia deshumanizante y deshumanizadora que labramos nosotros mismos, como lo establece en la misma dedicatoria del libro para sus hermanos: “víctimas del odio y del amor, del día y la noche,/víctimas de nuestras propias manos”. De tan cotidiana que nos resulta la muerte, ya no nos da ni frío ni calor. Somos completamente indiferentes al dolor ajeno porque no llegamos ni a sentir el propio: “no sentimos frío/porque no queda nada/nada”. (62)

     Los hombres convertidos en sombras y las mujeres desaparecidas, inexistentes, quedamos solamente en el recuerdo; el último recuerdo de ladrillos que nos tapan como la lluvia o la madera que nos alberga al final:

  Desaparece
     la úlima vocal de nuestros poros
     El último grito
     La última palabra
     El último dolor de hombre
     queda sumergido
     en el hermoso color de la madera.
          “El color de la madera” (63)

     Nuestro ataúd y nuestro pequeño espacio terrenal que nos sumerge en el olvido, es a su vez el único recuerdo que queda de nuestras vidas consumidas por el odio y la traición. La voz poética, a pesar de su pesimismo parece debatirse entre el olvido y la memoria, entre la palabra y el silencio.

     Consciente de nuestra realidad humana la voz poética junta en sus versos esa “visión” desesperante de la muerte que es imposible evitar. Al estilo Borgiano, encontramos en este poemario ese ojo que nos permite ver lo que no quisiéramos ver, incluso ese vacío en que nos hemos convertido:

  ...
     A plena luz el tiempo
     nos va cobrando cada mano
     que no extendimos
     cada saludo cada mirada
     cada sonrisa inconclusa
     Nos va dejando vacíos
     aunque tengamos hijos
     aunque tengamos amor
     ...
          “Vacío” (73)

     Y es que ese ojo que Borges proponía como el Alef, no es otra cosa que el “centro” Cortaciano que llega a provocarnos nuestra propia creación:

  Hemos caído
     al fondo de las cosas
     Quién puede sacarnos
     del centro de una silla
     de las semillas de las manzanas
     del ojo del pez que nos observa
     ...
     Hemos caído
     a su fondo
     como se cae 
     al fondo
     del amor
          “El fondo de la cosas” (83)

     Porque caer en el fondo, es caer en lo más bajo de nuestra condición humana, pero caer en el amor es caer en la conciencia de nuestra condición infrahumana. Llegar hasta el final del camino y reconocer lo que hemos visto con ojos asustados:

  Veo tantas cosas
     las cosas me ven a mí
     nos ven a todos
     y todos nos vemos
     como cosas y nos olvidamos
     ...
     Nadie siente el miedo de otros ojos
     y desea tocar
     lo que ha tocado mi boca
          “Ojos como ventanas” (57)

  Nuestros ojos caen
     hacia el centro del universo
     envueltos en una ola
     de sensaciones inesperadas
     Somos menos que una ventana
     que una pequeña roca
     que una fugaz sonrisa
          “Despojo” (61)

     Pero es justamente aquí, que la voz poética nos introduce “sensaciones inesperadas” con su discurso aparentemente decepcionado de la vida y de la experiencia humana. De pronto, somos capaces de sentir igual que la ciudad:

  Disfrazada la ciudad de lluvia
     comenzó a llorar
     fue la hora en que pasaron
     las garzas
     iban tristes
     manchadas de sol
     las alas.
         “Instante” (51)

     Nos bastó un instante para recobrar la humanidad perdida. Ella, la voz poética y Becerra también, se nutre de ese ojo y su visión del caos cotidiano de nuestra existencia y desamor, para instaurar las columnas básicas de toda creación, no sólo la poética y la artística, sino la primigenia: “Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo” (Génesis 1:2). Las columnas que han mantenido y seguirán manteniendo al/a la poeta: el silencio y la poesía.

     Podemos clasificar
     sonidos y soledades
     en una hoja de papel
     comprenderlos
     y reanimarlos
     a vivir
     en medio
     del silencio
     que nos separa
          “Inexistencia” (79)

  Una vez más, la voz poética se instaura a sí misma como la única esperanza para recobrar nuestra humanidad. No en vano se ha dicho desde siempre que la diferencia entre un ser humano y una bestia es la conciencia. En este caso la conciencia deviene de una visión clara de una realidad caótica. Becerra habla de ese dolor que es de todos, pero a manera de exorcismo, nos limpia en su silencio y su palabra devolviéndonos la esperanza:

     Yo sabía que Dios era bueno
     por eso lo tomé de las manos
     y lo llevé de paseo
     Le enseñé las montañas
     los animales
     las piedras
     y los ríos
    “Poema solo” (25)

  Pocos escritores han logrado un proyecto tan ambicioso como el que presenta Sobre las mismas piedras, Becerra, sin lugar a dudas, ha logrado traspasar la inercia de nuestra desesperanza, para instaurar con su silenciosa mirada un nuevo amor que nos llena de esperanza en el silencio: “Este mar/me acobarda locamente/para no escucharlo/fundo el silencio” (45). Rebeca, cuando te vea nuevamente, estaré aguardando tu abrazo en silencio.
 

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