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Violeta
Graciela Herrero (Argentina)
Experiencia
(Solidarizándome
con Marjorie Agosin)
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Era un ramillete de feliz aroma
el de los siete años que
entonces tendría:
pregunté por esos niños
que no comen
y que por las calles, desde nuestro
auto, yo a diario veía.
Quise, perentoria, saber qué
pasaba, que en la mesa siempre lucían ricuras,
y por qué la casa tenía
rincones llenos del asombro de luces, de verdes,
los cómodos lechos, cálidas
cortinas y una biblioteca que ya me tentaba
pensando, ¡soñando!,
cuánto leería...
Papi nos buscaba del cine una
tarde,
nos compró un helado de dulce
de leche,
subimos al auto y arrancó
despacio.
Por mi ventanilla capté las
miradas
de ojazos inmensos en rostros tiznados,
los cabellos sucios, rotas zapatillas,
hoy sé: me mataron aquellos
andrajos.
Tragué la tristeza con helado
y todo
-qué extraño, aquel
día se sentía amargo-.
En mi cabecita callaron los ruidos,
murieron las luces
y al llegar a casa
me abracé a la falda de mami
llorando,
preguntando a gritos por qué
aquellos niños
no habían salido de ver a
Walt Disney junto con nosotros
ni comido helados de dulce de leche.
Ella trajinaba tras
las ensaladas:
sábado de fiesta, venían
amigos a comer asado…
Se quedó callada, me abrazó
muy fuerte: le miré los ojos sin decir palabra,
sus ojos hermosos... Creí
que lloraban.
"No lo sé tampoco", sonó
en un susurro.
Comí poca cosa, no me interesaba,
unos ojos grandes,
transidos de andrajos daban
tantas vueltas por mi pobre mente,
mi mente de siete ¡tan perplejos!
años.
Fue tal vez entonces cuando, ya
quebrada,
cayó la inocencia.
Hace muchos años me vi preguntada
por el mismo asunto.
Era el primogénito y no tuve
palabras...
Me tragué las mismas lágrimas
de entonces...
Lo abracé dolida, sin decirle
nada.
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