En el año 2004, recién llegada al Canadá, y todavía con el alma unida a otro país ajeno al mío, en el que viví por varios años, tuve la gran fortuna de apaciguar mi espíritu al enterarme sobre los programas que Margarita Feliciano venía realizando para la comunidad hispanohablante, a través de  su magnífica idea: la CCIE. Conocer a Margarita fue conocer a alguien fuera de lo común. Era una persona entregada en cuerpo alma, sin escatimar en tiempo y trabajo a los latinos que teníamos algo que decirle en español a las entidades y a la comunidad canadiense.

 

Además de aprender, de disfrutar de sus logros y de su compañía, confió en mí y me dio la posibilidad de contribuir codo con codo al lado de ella en todo lo que se programó durante varios años. Para mí, el tiempo compartido con tanto amor, tanta y tan buena disposición de ambas partes fue un bálsamo, y fue lo mejor que me pudo pasar durante el tiempo que viví en Toronto.

 

A Margarita, por siempre y desde siempre, mi profunda admiración y agradecimiento.

Maru