Menorragia.
Fragmento
de la novela_Tedio_(Córdoba:
Alción,
2006)
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Maya descansa
abrazando su almohada. El silencio es casi
absoluto y la ciudad que se
apaga me adormece. Pienso. No soy el mismo que
quise ser, tampoco el que
fui esta mañana o hace veinte minutos. Pienso
que por alguna razón
que ignoro desperté de un letargo extenso como
los años de
mi vida. Siento que se cayó la piel de mi rostro
y quedó
desnudo. Puedo ver de pronto que estoy algo más
viejo, que tengo
una arruga alargada debajo del pómulo izquierdo:
puedo ver que como
cuando era niño me ha vuelto un principio de
estrabismo. Soy feo.
Tampoco el que fui esta mañana o hace veinte
minutos. Escribo desnudo
detrás de un vidrio empañado con un cigarro que
se consume
solo sobre el cenicero, feo. Escribo lo que no
pienso. Escribo que una
familia ajena le canta a un niño el happy
birthday, que aplauden
y vitorean porque han soplado las velas de una
torta de chocolate, porque
descansa abrazando su almohada y el silencio es
casi absoluto aunque de
mi rostro haya caído la piel. ¿Quieres azúcar o
edulcorante?
Nada, quiero que haya silencio. Escribo que no
escucho nada pero siempre
en el fondo algo se oye, el ronquido de Maya,
una gata en celo perseguida,
el motor del autobús que arranca detrás del
semáforo,
del grito, de la sirena de una ambulancia, de un
letargo, extenso, como
mi vida, lo escribo. Silencio otra vez. Bajo el
pómulo izquierdo
la arruga de cuando era niño agita en la sombra
los dedos sobre
las teclas detrás del vidrio, la escribo,
empañado. Me miro
en el reflejo y soy feo, bizco y feo. Alguien
corre un mueble pesado, desnudo
lo corre y el cigarro que se consume solo,
desnudo lo corre y también
martilla, lo corre desnudo y martilla para
colgar el muro de los lamentos.
Silencio. Siento el silbido del aire que pasa
por las aletas de mi nariz:
sale, feo. El cigarro se ha consumido y la
colilla cayó encendida
sobre la alfombra, desnudo y bizco, lo corre,
con gente metiendo papelitos
entre las rocas. Pero el clavo no toca fondo
porque hay un hueco. Desde
el otro lado martillan para colgar en el living
el almanaque del año
del jubileo con fotos de la Ciudad Vieja y el
muro que quedó del
segundo templo, silencio, con religiosos y
soldados, verdes, azules, rojos:
también inmigrantes nuevos, azúcar o
edulcorante, nada, pero
no hay turistas. Corren los muebles, desnudo y
bizco, se fueron porque
tienen miedo, los turistas se fueron, martillan
pero el clavo no toca fondo,
no llega, con gente que mete papelitos entre las
rocas, se apaga, porque
sólo hay un hueco que se parece mucho a una
tregua y en cada uno
un deseo, se enciende, dejando un surco en las
fibras y olor a plástico
quemado, entonces lo saca, el clavo, y mira por
el agujerito, espía,
ronca abrazando la almohada de nuevo con los
pies afuera y siente frío,
tanto frío, muchísimo frío. Como cuando era niño
se cruzan los ojos cuando se agita la sombra y
alguien espía aunque
del otro lado no hay nada, silencio, es tarde y
no hay nada, se lo llevaron
todo, el silbido del aire de las aletas de la
nariz y la ambulancia o los
gatos sin religiosos ni laicos, tengo hambre, el
curso de nueve meses y
Alhamagrebí o las teclas que escriben la torta
de chocolate por
el reflejo de cara sin piel en el vidrio
empañado, vacío,
tampoco el que fui hace veinte minutos porque
hace veinte minutos yo no
existía, nadie, por el silencio casi absoluto
aunque en el fondo
siempre se oye, arranca detrás del semáforo y se
consume
solo, del otro lado estoy yo saludando, estoy en
bolas con una arruga alargada
y un dedo en el cenicero, el otro, a la una y
media, silencio, feo, lo
corre bizco, lo corre feo y me espía por el
agujerito de nuevo con
los pies afuera, de la manta, pero del otro lado
tampoco, es otro que mira
por otro agujerito, el niño del happy
birthday, la familia
ajena, vacío, vacío, silencio.
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El cuerpo
de Maya es tan vulnerable que me asusta. Parece
una criatura, una niñita
dulce y tan linda. Duerme. Sueña quizá algo
feliz porque
su boca se arquea apenas como una sonrisa. Sueña
con nuestra casa
sobre la playa en el Mediterráneo o más lejos,
en una bahía
de arena blanca junto a dos palmas colmadas de
cocos. Desde el porche me
ve llegar con un balde y una red al hombro.
Lleva un vestido claro hasta
los tobillos y un pañuelo de lunares atado a la
cabeza. Me espera
feliz. Quiere besarme en los labios, recitarme
un poema, enseñarme
una concha de caracol que conserva el suspiro
del mar. Pero su cara se
contorsiona cuando ve que no soy quien había
creído sino
algo feo, bizco y feo. Una mano le cubre la boca
y la nariz: los ojos se
abren horrorizados pero el grito no logra
escapar y las piernas sacuden
con fuerza. El cuerpo se acalambra, se tuerce,
se calma y luego nada. Silencio.
Maya sale de la cama y viene hacia mí. Pregunta
qué pasa
y le digo que alguien está moviendo los muebles,
que otro intenta
colgar el almanaque del año del jubileo. Escribo
que escribo lo
que me dice. Va hasta la cocina y pone agua
sobre el fuego. Vuelve. Huele
olor a quemado y mira la alfombra. Se sienta
junto a mí. Tuve un
sueño horrible, dice, y lo escribo. Me tapabas
la boca. Sólo
lo hice para que dejaras de roncar. Pero querías
matarme. Es que
me concentro mejor si hay silencio. ¿Cómo podés
ser
tan feo? Regresa a la cocina y me trae un mate
cocido. Gracias. ¿Querés
azúcar o edulcorante? Nada. Escurro el saquito y
lo envuelvo en
una servilleta de papel. Bizco. Sorbo despacio
cuidando no hacer ruido,
me quemo la boca. A las dos y cuarto dejo de
escribir y Maya se acuesta
otra vez. Bizco y feo lo corre y me espía, me
mira por el agujerito.
Otra muestra
de su obra:
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