Estrella de agua o cuando el agua canta.
Una lectura
de identidad
Aimée G.
Bolaños
Montreal, febrero de 2006
El agua de
tu rostro
en un
rincón del jardín,
el más
oscuro del verano,
canta como
la luna.
Blanca Varela
Registro textual de una rica
identidad es el libro de Lady Rojas, Étoile
d’eau. Estrella de agua (Paris L’Harmattan, 2006), edición bilingüe, en
cuidadosa y creativa traducción de Nicole Barré. Su discurso de intensa, pero
contenida tesitura emocional, inscribe una figura autoral emotiva y pensante en
el espacio y el tiempo de sí y de los otros, para
configurar formas de existencia imaginarias, reales, sensibles e
intelectualizadas, abiertas a la
interpretación en una dinámica que va del texto al mundo de la vida,
privilengiando el evento de su lectura. Porque Estrella de agua es obra de autoexpresión de voluntad comunicativa
dialógica. El sujeto poético se habla a sí, a la vez que instaura una relación
interlocutiva que nombra, hace visible una filiación, tanto familiar, como
creativa, patente en los ex-ergos y dedicatorias del poemario, fiel a una
generalogía que figura una historia personal en la sociedad y la cultura,
tramando la identidad individual en el seno de una comunidad espiritual.
Así el libro, dedicado al hijo que ha estimulado la escritura en voz
alta y sin falsos pudores, sitúa en su umbral a Khalil Gilbran caracterizando
la función de la poesía como encarnación sagrada, suspiro que seca las
lágrimas, espíritu que habita el alma y se nutre del corazón, cita emblemática
que anuncia la poética de Estrella de
agua de inserción profunda en el mundo de la vida, como acto humanizador
que confiere significado. Presentes también padres, hermanos, abuela, como
destinatarios o co-protagonistas de numerosos poemas, dos figuras poética
constituyen, a mi manera de ver, quiero decir de leer, dioses tutelares.
Baudelaire y Vallejo, voces mayores de la renovación de la poesía moderna,
sustentan la voz de Lady Rojas en su identidad peruana viajera “cribando mis
cariños más puros”, como en el verso de Vallejo, invocado en el pórtico de la
primera parte del libro, “Oramor”, que en visión retrospectiva tematiza el
amor, autonominándose el yo poético en su vivencia erótica y amatoria en textos
de finos matices sensoriales y delicadeza expresiva. Entre ellos, me gustaría
destacar un poema que, con creatividad, deja escuchar la tradición de la poesía
femenina hispánica de la alta modernidad, pudiera pensarse en Juana de
Ibarbourou, Alfonsina Storni, Gabriela Mistral y, sobre todo, Blanca Varela. De
tal manera “Arándano”, en su juego erótico de vida-muerte, nos dice:
Escoge
un arándano
de mi pecho turbio
juega con él
huele su morada
te llevará
al río alborotado de mi selva.
Recoge
con tus labios
el otro arándano
de mi pradera sureña
goza con él
te alumbrará
el lecho de tu juventud.
Métete en mi pecho turbio
en mi pradera sureña
un arándano para la vida
otro arándano para la dulce
muerte.
Ya en este umbral poético el sujeto anuncia su identidad, atravesada por
la alteridad que habrá de dar cuerpo a la tercera parte del libro, denominada
“Otredad”, no sólo en el más amplio sentido metafórico del exilio del
poeta-albatros en las alturas, sino tambien como extranjería, en una compleja
experiencia migrante e intercultural, integradora de la notable diversidad
temática del libro. Como
señala Lucie Lequin, en relación a la literatura migrante en general, son los
lugares de pasaje, los que hacen ir hacia adelante y relanzarse continuamente
en el movimiento de sí, de los pensamientos y valores. De esta manera la
identidad en tránsito implica una alteridad interna y externa, en relación con
los otros y en la propia otredad que también
identifica al sujeto. Así se expresa, de modo
desafiante con sus ricos contenidos contestatarios, en un conjunto de poemas, y
especialmente en uno que de modo significativo se titula “¿Y quién es ésta?”.
El sujeto, proclamadamente autoficcional, se caracteriza como un yo que trae a un congreso del Caribe “mi
maletita/ con las alas ajadas/ pero no rotas”, bella imagen de raigambre
vallejiana, abriéndose el poema a la reconfiguración identitaria, afirmadora de
sí en la conciencia advertida, no impotencia, de la falta, tenso discurso de la
diferencia, asumida sin idealizaciones:
Resulta, señora
que entre la bola de fuego de mi país
y la piel lustrosa
pura escarcha del norte
por donde resbalan
cada estación
mi atadito de sueños y
unas cuantas palabras clandestinas
yo soy
un vientre y un inmenso ojo
pura sed
De notable intensidad dramática resulta el yo de “Paria”, poema que nos
lleva a la figura impar de Flora Tristán con sus Peregrinaciones de una paria. Sin conciliar los conflictos, el
registro discursivo explora a fondo los sentimientos de no pertenencia, echa
por tierra el mito de una multiculturalidad sin traumas. Ni la historia, ni sus
tránsitos, son un lecho de rosas, y en ese espíritu, tal vez, el poema define
su tono, entre confesional y contestatario:
Me marché
de la tierra colorada,
con un plumón de aves
en los ojos.
Llegué
a un lugar desconocido.
Miré sus valles gigantescos
brotar el dulce choclo.
Fui a comer el jarabe
de sus arces
sobre el hielo derretido.
Recorrí sus calles,
sus tiempos computarizados.
No hubo sonido
para mi apellido
ni espacio para la
mujer-fuente
ni árbol
donde colgar
mi
nombre: P-A-R-I-A.
El yo
poético, generalmente identificado con la figura autoral, se constituye cuando se
cuenta en la historia propia, que está indisolublemente unida a la de su país
de origen, contada con vigoroso eticismo en la segunda parte del libro, que se
titula “Horas. Historias negras” y donde encuentran su lugar los poemas de la
memoria histórica, también atentos y receptivos de la conturbada actualidad
mundial.
Percepción, memoria e imaginación se
entretejen en Estrella de agua que,
como libro en su totalidad significativa, recorre el camino temporal de una
vida en pleno curso, entremezclando tiempos, con frecuencia remotándolos, del
presente al pasado, de la vida actual al proceso formativo, infancia y primera
juventud en el país de origen, especie de viaje
a la semilla que rescata y redimensiona los más vitales signos de una
identidad histórica.
De Perú a Canadá, Montreal protagónicamente, entre varias lenguas y culturas,
el sujeto discursivo vive su constitución, se define y restructura, en
construcciones identitarias fluidas y dinámicas. La estrella no
se deja aprisionar en formas cerradas y conclusas, acaso el poema que da nombre
al libro uno de los más originales como autorretrato con distancia de sí,
consustanciada la figura humana con la naturaleza impasible y eterna, de inagotable ambiguedad en la proliferación
de sus sentidos:
La mujer no velará el sueño del maestro.
¿Para qué aprender a calcular las
estrellas,
el tamaño de su espacio, el tiempo de
su resplandor?
Un día la mujer entra al río y se moja
hasta acariciar con las olas
sus algas pequeñas.
El agua la envuelve en su cadera,
la empuja al abismo de su cauce.
Ahí toca el borde de una herida.
La mujer para su ondulación
sola contempla los chasquidos del río...
a la hora blanca, la mujer riega
con su seno
la ribera.
El río lame las sombras
y la estrella
puro espejo
duerme
todavía.
Y en ese
río heraclitano de los cambios que nos constituyen, río de pus, río de vida,
río que nos deshace, pero que también forma nuestra imagen, río de los
orígenes, vuelto hacia sí mismo y que fluye hacia cualquier parte, la imagen
hermosa y fulgurante de una mujer promisoria y rebelde, mujer-estrella que, al
proyectarse a lo desconocido, sueña, recuerda, ama y crea. A compartir esa experiencia, y a mucho más
que no es posible formular en palabras, nos convida el canto de este libro que,
entre el dolor y el júbilo, celebra la obra creadora de la poesía.