MARTA ZABALETA
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"Sucede
que a veces tengo miedo"_(cuento)
Quiso llorar
como tantas veces que la vida perra le
enrostraba el espejo del desengaño.
Pedro Lemenbel, Tengo miedo
torero
Pero no iba a darle con el gusto a ese
impertinente. Nunca nadie me había tratado así en
un avión:
_Cuidado, diga, ¿no ve que me mueve el
asiento? ¿Adónde se cree que está? ¿Por qué no se
sienta?.. Y ahora qué hace, ¿para que va al baño
en un avión?
¿Pero que se habrá creído este, que es
el Papa?
Cómo voy a poder sentarme si estoy en
Argentina, pensé, en estado de emergencia y en
tránsito.
Sí, porque aun estaba en la ARGENTINA.
Pero ya del otro lado, en esa otra Argentina: la
del fin de semana largo de los que tienen plata y
huyen de la capital con rumbo a las ballenas en
lust, los que van a esquiar, los que lo combinan
con los lagos.
Y yo. Que voy a ver las aguas
turbias del puerto de Comodoro Rivadavia (‘¿ qué
vas a hacer allí, al cementerio del petróleo?!’,
me había dicho la entrevistadora del diario de la
capital), y bueno, me habían dicho tantas otras
cosas, todos tan negativas, como el a veces muy
agrio (buen) humor porteño. Todas eran imprecisas,
todas medio contradictorias, un poco así como sus
propios sentimientos. (‘Hay muchos ensiliados en
la Argentina.’- dijo una colega.’ ¿Por qué
preocuparte por este en especial? Cuídate, mirá
que mí me pasó lo mismo...’, y sin decirme que le
pasó, me dejó sin poder verla. Ah, pero ella si
era una exiliada... una como yo.
Somos las argentinas ‘de afuera’...
Coraje, se necesitaba mucho coraje
para ir hasta allá sólo a conocerlo. ¿Existiría
de verdad, o estaría sólo en mi mente, como lo
explicaría un terapeuta londinense?
Me sonrió, con esa sonrisa que reserva
para cuando está como cansado de sus propios
pensamientos, pero también como si nunca se
cansara de ser mi amigo, de quererme mucho a
pesar de haberse aguantado nuestros más de
cuarenta de amistad: ‘Te vas adónde...’ me
dijo... ‘a Comodoro Rivadavia...? Yo no conozco
a nadie allí’. Lo decía mi mejor amigo de la
Facultad, y pucha, con que gran cariño, y con
que aprehensión; ergo, a pesar de que mediara
una década de silencio entre los dos, su
comentario me dejó preocupada, mucho menos
segura acerca de la cercanía de la otra, esa
amistad reciente con un ensilado.
Pero el remisero que la vino a buscar
a las 3,45 am en punto, en cambio, le dijo lo
que ella necesitaba escuchar:
- Sí, esta bueno que vaya, vaya sin
miedo, señora, cualquier cosa en la Argentina
está mejor, es mejor que esta basura de ciudad,
sabe,- y en el cortísimo trayecto al aeropuerto
le explicó que trabajaba desde los ocho años,
que ahora tenía cuarenta, y que su auto tenía
más de diez años, así que se iba a quedar sin
trabajo en tres años más, porque estos tacos no
aguantan más que unos catorce si uno les da
tanta viaba, y ella le contó que su ex esposo le
había echado en cara que porque hablaba con los
taximetristas había ido preso, así que no
quería- y ahora que era de afuera menos-
no, hablar con los tacheros, que por eso
él había caído preso, por culpa de ella,
¡claro!, qué menos! ¿no? Caer en cana por culpa
de una mujer. Tengo miedo.
Los tacheros de Buenos Aires tienen
algo en común. Todos saben quién es la Thatcher
:
- vvvvvió , thhhhzzzz Dooooonia, le
dijo uno, - como dijo aquel compañero de la
fábrica cuando llegó a la oficina el 2 de abril
de 1982. - o sea, el otro taxista que la trajo
del Aeroparque a la casa de Graciela, de vuelta
de su viaje a Comodoro Rivadavia.¿ Por que
estaría enojado de antemano, si no sabía nada de
ella?
- Me acuerdo como si fuera hoy, sabe,
y de eso hacen ya la punta de años, 1982, Las
Malvinas, figúrese, pero me acuerdo como si
fuera hoy. Sí, era bueno el muchacho, era un
paraguayo, pero yo soy técnico químico, y sí,
quedé desempleado, pero antes fui alguien, era
un capo en la fábrica, y aquel paraguayo me
tenía tanto respeto. Y vino y se cagó de risa de
la ZAAATTTTCHER
- ¿…?
Y éso me lo contó, me parece,
porque me tomó pena, cuando amistosamente le
pregunté al subir a su auto:
-¿...Señor: aquí se da propina a
alguien sólo porque le abre la puerta a una,
nada más?
-Sí, y qué quiere.
-¿Nadie les paga?
¿-Qué? …Sí, claro. Se supone que es
usted la que tiene que pagarle...
Pagarle por que me vio la cara, o
porque labura en el afano, porque en este país
ya no se puede tener ni la dignidad de... pero..
tengo miedo.
- ¿ Qué me dijo? – y no le oigo,
señor, porque por adentro, lloro, lloro de la
bronca, lloro porque no soy una buena argentina.
Soy apenas una de esas argentinas de ‘afuera’.
No sé ni dar propinas a los que me abren las
puertas de los taxis.
Paró el taxi. Se bajó y me dio un
abrazo y gratis... pero este, es el que me
llevaba a Eseiza, el día en que iba de mi primer
regreso a la Argentina en veinte años:
-Sí, los milicos nos ganaron, señora-,
me comentó mientras se despedía. Sería...
Y lloramos, casi los dos juntos. Y
tuve mucho miedo. Estaba sola. Sola.
- Pero Usted ya lo sabe: se me
sienta.
Lo miré al grandote grosero a la cara,
pensando que la había visto. Cara de carcelero
típico, oh cara de oficial de las gloriosas
fuerzas armadas de la república. Modelo 19 76.
Patotero.
Pero bueno, fui al baño y cuando volví
me senté... En este país todo te puede pasar: de
repente me bajan del avión, con todo el trabajo
que me costó conseguir este asiento: dos días y
una montaña de guita, y encima ser llamada 'mi
amor', por la directora de la agencia de viajes
de Barrio Norte que me lo vendió, que dijo que
nunca atendió a otra mina que fuera con una
proletaria, que si no sabía que en este país las
cosas no se mezclan, y que ella si que no era
argentina, por supuesto, no vivía ni siquiera en
la capital, pero no era... como yo, y sin
embargo, la dorada mujer se embolsó la buena
guita sin chistar. Y la mina esta le decía a
ella que pensaba que era mejor volar para el
Norte... que perder estos pesos ir a verlo.
-Nena, mi amor, yo se lo digo... hágame caso. Y
tuvo miedo.
Quería
llorar con toda su alma para sacarse de
una vez la espina quemante de ese
capricho, pero su mirada de filtra lucera
no logró reflejar la claridad agónica que
se iba en el último espantadazo de la
tarde.
Pedro Lemembel, Tengo miedo
torero, pág 153
Dejaba atrás la cultura de la
diferencia. Lo había visto en el panel del ICA 51
dedicado al género. Le cayó bien, con su bufanda
roja, su gorro también rojo, sus pasos cortos, su
cara curtida por el viento del norte salitrero. Se
acordó que le habían regalado su última
novela:
_ Es de un amigo-, le había
comentado al dársela Consuelo, la última vez que
las visitó a ella y Linda en Gales... tango que me
hiciste mal, y sin embargo, te quiero. La noche
estaba muy oscura, y en el avión de vuelta a la
capital hacia mucho frío. Graciela le había hecho
comprar tres camisetas de invierno y tres pares de
medias superabrigadas, porque
‘ Mirá que sin eso en Comodoro
Rivadavia te vas a morir de frío’, y la señora de
la tienda de enfrente de la plaza de Coronel Díaz
y Las Heras se las había vendido sin parar ni para
respirar, porque aunque cuando la vio primero la
trato con desconfianza, después la miro de pie a
cabeza, y le pregunto por el acento y pensó
(debe ser turista bien, bien forrada, como
diríamos por acá. Pero argentina no, nunca; y
rosarina, menos. Y tuvo tenía miedo.)
Yo andaba haciendo tiempo. Me habían
por fin vendido el pasaje de avión, pero no me
lo habían dado. Lo había pagado e iban a
llevármelo a la casa de Graciela a las cinco de
la tarde... ¿Y si a Miguel no le alcanzara el
tiempo? ¿Qué otra cosa podría hacer en
Comodoro Rivadavia? Tenía que darles el monto de
la colecta para que los pibes tuvieran
zapatos a las señoras de la
población Stella Mari, porque había escuchado en
Radio del Mar, FM 98.1, que eran sesenta y
andaban descalzos, pero no se sentía una
imitadora de Eva Perón...
Se sentía más vale como la abuela tana
cuando le vendieron un tranvía, te acordás,
cuando la familia materna vivía toda en Campana.
Eso les pasa por hacerse tan ricos en una
generación, aprendió a decir después que leyó un
poco a los autores cultos. Gino Germani,
Sergio Bagú, en fin, citando así como al
descuido. Para eso, hay publicaciones que son
campeonas. Como la machista en rosa, pero no, no
te voy dar el gusto de citarla. Ya te lo dije
una vez y lo negaste: es una publicación muy
machista:
-¿Qué, Pag 12 machista? Pero si tiene
hasta suplemento femenino los viernes, y todo.
Mirá, vos te vas al fin del mundo a ver a un
tipo, ¿y te permites criticar al mejor
periódico local? Pareces feminista.
Me dio un poco de miedo.
¿Y si ella
hubiese muerto?
¿Habrá proseguido aquel diálogo
con un europeo?
André Malraux, La condición
humana
De vuelta el hinchabolas:
-Señora, me movió otra vez el asiento,
-Disculpe, don, pero ahora estaba
sentada, lo que debe pasar es que usted no lo puso
derecho para el aterrizaje, a lo mejor.-
Y enseguida se olvidó del cargoso, de
los argentinos con trajes de vacaciones, con
esquíes y bolsas colgando por todas partes, de los
pánicos que le llenaban la cabeza: ¿Y qué vas a
hacer si no está en el aeropuerto esperándote?
Pero mirá: ¿cómo se te ocurre que va venir a
buscarte al aeropuerto? No ve que para éso te
reservó pieza en un hotel, ah, sí, claro, cómo se
llamaba, del miedo ya no me acuerdo, (para su
tranquilidad y comodidad, no para la tuya,
abombada). Le dieron ganas de bajarse. Tenía mucho
miedo.
Pero entonces lo vio. El horizonte se
dibujaba hermoso. El Cerro Chenque se
estiraba en su inquietante grandiosidad,
mientras el sol amanecía con la tibieza azul del
petróleo y coloreaba la tierra rojiza.
Tomó el libro de Pablo Neruda y se dio
animo mientras el piloto anunciaba en castellano
que el avión comenzaba el aterrizaje, y
Aerolíneas Argentinas (su compañía, aunque
española luego de la desregulación), tocaba
tierra. Su tierra: ¿también de ella?
¡¡Tierra!!
Tomó Residencia en la Tierra.
Y leyó:
Hay cadáveres,
hay pies de pegajosa losa fría,
hay la muerte en los huesos,
Como un sonido puro,
Como un ladrido sin perro,
Saliendo de ciertas camadas, de
ciertas tumbas,
Creciendo en la humedad como el
llanto o la lluvia.
Pablo Neruda.
Y me volví para mirarlo, pero ya no
estaba el fastidioso. Tal vez se había apurado a
esconderse. Porque esa cara... anoche habían
sentenciado a prisión a 46 militares culpables
del Proceso y de esa cara... decían que estaba
en Francia...
No estaban más ni la muerte ni las
sombras. Todo el porvenir me sonreía, pues le
había visto. Entre las caras de la espera, le
había confundido el rostro con una estrella,
mientras mi amigo nuevo se deslizaba raudo y
como si yendo hacia un puerto seguro: era Miguel
Ángel, mientras en la distancia cuando el sol
nacía, y cuando pensaba que era una nube lo que
entorpecía el silencio, me di cuenta.
Es un cerro, me dije, es una montaña,
recortada altanera, bella, ¿sería como el cerro
San Cristóbal y nadie me lo había dicho? El
cerro Chenque y sería tal vez su alma, tan bella
como esa aurora. Y era así, sonriente y puro, el
fin de todos los pedazos de sus caras en cada
foto fría, la que besaba esa mañana. Y de eso me
acuerdo para siempre: del fresco aroma de una
piel recién afeitada, y del calor de una mirada,
tan tierna como aquellos mis poemas de los
sueños mansos.
Su enrollado
cabello negro entonces beso, y su pie
dulce y perpetuo: y acercada ya la noche,
desencadenado su molino, escucho a mi
tigre y lloro a mi ausente.
___________________Neruda, Pág. 52
¿Será, me digo, aquel hombre del
avión el mismo militar que ordenó la matanza de
Margarita Belén? ¿Pasarán muchos años antes de que
Miguel Ángel vaya a contármelo? Pasarán más de mil
años, muchos más...
Y de eso tengo miedo. Y de aquel ángel
de vaqueros a lo Fellini tengo miedo.
Si me
preguntáis adonde he estado, debo decir:
“Sucede”___________Neruda
De la Argentina aquella de mi regreso,
ese país que aun me duele, debo decir, mi amor,
“Sucede”.
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Londres, 2003
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