BLANCA
ESPINOZA
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Espejo ciego
En memoria
a Alejandra Pizarnik
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_Una
lengua fría recorre la boca, como si aquella sensación opacara
la nitidez de las consonantes. La ciudad insiste en marcar su geometría,
dispara su verticalidad, su abandono, y los colores acentúan el
exilio de mí misma, el que busco con infinita cautela, porque desde
hace algún tiempo, considero que el mundo se estrella contra mi
nostalgia, esa tristeza que, a veces, no puedo expulsar y me lleva a los
muros de la memoria.
El hombre que amo, desvía la mirada, tiene mirar oblicuo, lleva
las manos en los bolsillos. Entonces, quiero conocer la fatiga de la ciudad
para acoplarla a la mía, así, deambulo por calles y callejuelas,
buscando los ojos que quieren ver a la mujer que me habita, la palidez
de este nocturno rostro, intento vano. Densidad del universo cuando el
ser despierta en su atardecer, en su luna ahogada.
Repito, incansablemente, los versos de Sabines, enfoco con atención
el rictus de la boca cuando se acomoda para decir : No es que muera de
amor; muero de ti, entonces, tu imagen aparece y se instala en el espejo,
y sigo hablándote, de la urgencia mía de mi piel de ti. Los
poemas se derraman en un puñado de palabras sueltas. Imagino que
una lágrima marca tu mejilla, allí donde se desliza la mía,
reflejo de tu rostro en el espejo, espejo ciego, esa lágrima que
acompaña mi cotidianidad, urgencia de lo humano. De mi alma de ti
y de mi boca, digo, sin que mi voz se canse de rescatar a Sabines, grito
de pena, y de lo insoportable que yo soy sin ti, muero de ti y de mi, muero
de ambos, de nosotros, de ese desgarrado partido, me muero, te muero, nos
morimos.
Entonces, tus movimientos se aceleran, y le das una dirección a
tu mirada, pero mis ojos ya no creen, avanzan en la incentidumbre de la
nada, como si de pronto la verdad amaneciera de muy cerca, sin poder proteger
ni alma ni ventana, trazando mi paisaje definitorio, veo la huella de lo
interno, donde los objetos se desploman. El verano, es un coro de voces
bajo la noche. Los puntos cardinales han perdido mi equilibrio.
Ahora, tu rostro gira con brusquedad, y veo como tus manos se te van a
la cara, con ese maldito gesto de alguien arrepentido. Desfalleces, cuando
me levanto doy la espalda a ese espejo ciego, reniego de mi reflejo, mostrándome
el otro lado, el desconocido, aquel que viene a revelarte en mi recuerdo,
el tuyo en su derrota de posturas reiteradas, y como en una obra teatral,
te enseño mis hombros, te digo que morimos en mi cuarto en que estoy
sola, acomodando vocales, porque entre poetas nos prestamos las palabras,
dejamos que, de pronto, un verso se haga nuestro, adaptándolo a
lo internamente propio, cuando las frases se estrellan en su imagen de
vidrio. Allí, tus dedos se separan lentamente para espiarme, en
mi cama en que faltas, en la calle donde mi brazo va vacío, en el
cine y los parques, los tranvías, los lugares donde mi hombro acostumbra
tu cabeza y mi mano, tu mano y todo yo te sé como yo misma.
Te acomodas para alcanzarme, esas blancas manos, por donde pasan hilitos
azulados, tan cerca la tibieza, tan aprendida por mi cintura, o alguna
parte de mi cuerpo. Luchas y ves que esa lucha es estéril, que permaneces
del otro lado y arrepentido, de tu boca salen palabras que vuelven a un
silencio de algodones, como si el espacio hubiera protegido mi sensibilidad,
como si supiera que el mal está hecho, que el lenguaje ya no acomoda
nada, Entonces digo: Morimos en el sitio que le he prestado al aire para
que estés fuera de mí, y en el lugar en que el aire se acaba
cuando te echo mi piel encima y nos conocemos en nosotros, separados del
mundo.
Dichosa, penetrada, urgente, veo que soy amada, pero el sentimiento guarda
líneas contradictorias y cierto, interminables.
Hoy quedo atrapada en el laberinto de mis propias eses, en la soledad que
clama por horas exactas, entonces los pájaros en mi mente rompen
sus alas en un intento desesperado. En la huida, salen de sus jaulas
y los ruidos estridentes quedan grabados en mi poesía, poesía
de la noche, porque la fundé en voces difuntas. Mis ojos, han encerrado
el viento, sin proteger la mirada de la ráfaga. He aquí la
dificultad, desplazarme sin ver nada. Ayer reconocía la mano que
me tomaba, hoy, sin embargo, mis pasos se han acelerado y ciego llego a
mi morada.
Hay islas flotantes alrededor de mi cuello, y los labios repiten las últimas
palabras con las que atravieso la vida. Mientras tomo la pluma, la tinta
derrama sueños de niños difuntos, se enredan en mis pupilas,
pasan con las alas desplegadas, suave y lento en la fatiga de lo eterno.
Cansada estoy y melancólica, aquel espejo me ha devuelto la imagen
cegada de mí misma, la imagen perfecta del rostro inanimado, desde
los labios asoman pequeñas manchitas blancas, mientras se dilatan,
no borro nunca la mueca de disgusto, de pronto la imagen se esfuma y aparece
el alma enlutada, dentro se acuerda el mundo en su semitono grave, una
disonancia persistente y una cuerda tensa la garganta. Llevo un vestido
de terciopelo rojo que ha eclipsado el color de las venas abiertas.
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